Cultura

Lecturas / Osvaldo Bayer expulsado de Esquel: "acá no se pueden escribir las cosas que usted escribe"

Por Osvaldo Bayer

Osvaldo Bayer (1927-2018) es el autor de "La Patagonia Rebelde", una de las investigaciones emblemáticas sobre la represión en la Argentina, y de numerosas obras imprescindibles. Historiador, escritor, periodista, guionista, traductor y filósofo anarquista, nunca dejó la militancia política y el activismo por los derechos humanos. Fue profesor universitario en Argentina y Alemania. Su coraje, su desafío permanente hacia los abusos del poder y su compromiso con la búsqueda de la verdad lo convirtieron en una referencia ética ineludible. El vínculo personal de Bayer con la Patagonia fue duradero y afectivo: sus padres vivían en Río Gallegos en tiempos de los fusilamientos de Santa Cruz. A fines de los '50 fue periodista en Esquel, de donde partiría despedido por Feldman Josin y expulsado por la Gendarmería. Bayer dejó en claro que "ni prohibiciones, ni persecuciones ni hogueras pudieron tapar la verdad". Este texto integra el libro "Hogueras y prohibiciones", publicado por Ediciones Espacio Hudson (espaciohudson.com)

Ilusiones, despido y expulsión de Esquel

Un buen día de 1957 llegó a nuestra redacción el dueño de la cadena de diarios del Chubut, Luis Feldman Josin. Tenía ya los diarios «Esquel», «Jornada» de Trelew, e iba a fundar «Noticias» en Comodoro Rivadavia. Por eso contrató a José Arverás -que era secretario de Redacción de «Noticias Gráficas»- para Comodoro, y a mí para el «Esquel». Acepté entusiasmado: yo, entretanto tenía cuatro pequeños hijos, y ante el apoyo de mi mujer, decidí tomar el puesto.

Dediqué con entusiasmo todo mi tiempo en hacer de esa pequeña publicación un diario que comenzara a mirar a su propia población y no sólo informar de afuera o acerca de las noticias sociales de las principales familias. Viajé mucho por las zonas aledañas, comprobé las enormes injusticias de esa sociedad cordillerana, entré en contacto con los mapuches de Cerro Cuche y del Nahuel Pan. Hice buenos amigos entre algunos profesionales de la localidad: médicos, abogados, maestros. Y se fue formando como una especie de pequeña logia de los libres del pueblo. Despedido sin causa Esto no gustó al dueño, Luis Feldman Josín, que vino expresamente desde Trelew donde vivía, para advertirme que así, no. Que el diario tenía que continuar con su línea anterior. Como no pudo comprobar que yo había falseado la verdad publicando informaciones que no tenían base, le respondí que yo iba a seguir con mi objetividad y que iba a continuar volcando también las opiniones de los representantes de los sectores más perjudicados de la población.

Al no poder dejarme cesante con causa justificada inventó una trampa deshonesta que me puso en claro de qué armas se servían aquellos que querían mantener el poder en esas lejanas regiones. Me acusó ante la policía -con testigos falsos que eran dependientes de él- de «doble tentativa de homicidio» contra su persona. Una acusación que era toda una infamia.

Fui detenido en la comisaría local y el comisario -hijo de galeses muy afecto al whisky- me señaló que si no reconocía el hecho las iba a pasar muy mal. Y me mostró los calabozos donde estaban los chilenos infractores, especies de cuevas muy húmedas, frías y sin luz.

Pero todo parece un cuento de pago chico. Cuando ya iba a dar la orden de mi detención y traslado a esos calabozos, me preguntó al pasar si yo sabía jugar al ajedrez.

Cuando le respondí afirmativamente, el comisario se puso loco de contento, me hizo pasar a su despacho, puso el tablero en su escritorio, me dio las negras y comenzamos la partida. Es que él era un apasionado ajedrecista, pero en el pueblo nadie sabía jugar y esto lo deprimía mucho. Mi detención le cambió la vida. Pero llegué a arrepentirme de haber aceptado jugar porque las partidas comenzaban y seguían a cualquier hora de la noche, de la madrugada, al almuerzo y durante la tarde. Todo ayudado con copiosos whiskies que muchas veces determinaron que yo moviera tanto mis piezas como las de él. Y había una regla de oro: yo me dejaba ganar todas las partidas porque si no corría el peligro de ser enviado de inmediato a los calabozos.

Los dos testigos de la «doble tentativa de homicidio» contra mí, dos jovencitos, cayeron en contradicciones en la primera audiencia. Es que habían inventado el episodio y me resultó fácil decirle a mi abogado defensor que le planteara preguntas que dejaban en descubierto sus mentiras.

Uno de ellos era vendedor de diarios, y la otra, una joven empleada doméstica recién salida de la adolescencia. Finalmente, el poderoso Feldman Josín levantó la infame acusación, pero me dejó cesante en el diario. Esto traía para mí una situación difícil ya que yo había llegado -como dije- con mi mujer y mis cuatro pequeños hijos. De pronto, quedaba sin ningún recurso.

Pero mi mujer y yo no nos queríamos dar por vencidos. Amábamos entrañablemente ese paisaje tan hermoso y su gente. Queríamos vivir para siempre en ese escenario.

Mis dos hijos mayores ya iban a los primeros grados de la escuela primaria y lo hacían con mucho entusiasmo y habían encontrado allí muchos amigos.

"La Chispa"

Me decidí entonces a hacer periodismo. Y fundé el periódico «La Chispa», al cual subtitulé «Primer diario independiente de la Patagonia». Como director figuraba un joven político de la izquierda del frondizismo ya que yo, por haberle iniciado un juicio a Feldman Josín por cesantía sin causa, me hubiera visto obligado a no atacarlo hasta que concluyera la actividad judicial. Pero yo lo escribía de la primera hasta la última página.

«La Chispa» tenía un éxito total. Se agotaba a las pocas horas de salir, y sus compradores eran la gente de los barrios humildes. Denunciábamos los precios exorbitantes de los alimentos de los grandes almacenes, en invierno, y la acumulación de otros productos en los depósitos, como el azúcar, para luego venderlos a doble precio.

Cuando salían nuestras denuncias, la gente iba a reclamar a la puerta de los comercios y, en el caso del azúcar, tuvo que intervenir la policía y hacer abrir los depósitos.

Esos triunfos eran muy celebrados por la gente y por eso mismo, duraron poco. Dos oficiales de la Gendarmería Nacional vinieron a verme a casa para preguntarme si yo desconocía que Esquel era una ciudad fronteriza.

- No -les respondí- claro que es fronteriza, aquí nomás está la frontera con Chile.

¿Pero qué me quieren decir con eso?

- Que en una ciudad fronteriza no se pueden escribir las cosas que usted escribe.

Gendarmería Nacional, que cuida la seguridad de las fronteras de nuestra patria, le da cuarenta y ocho horas para que abandone la región. Si no, procederemos.

Me quedé más de cuarenta y ocho horas para demostrarles que no tenía miedo a esas amenazas. Pero para mí era una situación insostenible. No podía darme el lujo de ser llevado preso una vez más. Mi familia y yo no poseíamos absolutamente ningún recurso. No teníamos para pagar el alquiler, por ejemplo. Decidimos con mi mujer que yo volvería a Buenos Aires y que ella se quedaría en Esquel con los hijos hasta que yo lograra instalarme otra vez en la capital. Me dolió mucho esa derrota.

Pero no había otra forma. «La Chispa» quedó en manos de ese joven político frondizista, y pasó a ser más «moderada».

Debates en Esquel

En ese año que estuve en Esquel -1958- formamos una especie de grupo de debate.

Íbamos a encontrarnos al café de don Galante, quien siempre tenía la puerta abierta para nosotros. Allí nos encontrábamos con el médico Catena, un verdadero denunciador de las injusticias que se veían en la ciudad y los alrededores, con la farmacéutica Lía Rodríguez, siempre dispuesta a aconsejar a las madres con chicos enfermos de los barrios necesitados y de darles los medicamentos necesarios; con el matrimonio Morado -líderes peronistas de izquierda del pueblo- ella, la curandera que curaba el empacho, y él, el enfermero que colocaba gratis las inyecciones al pobrerío; don Gorráiz Beloqui, legendario periodista patagónico, el último cronista a caballo; y Tomás Lacava, plantador de nogales, expulsado de sus tierras por los estancieros. También venían los dos hermanos De Bernardi, uno escribano, el otro farmacéutico, si bien los dos radicales pero siempre se acercaban y no negaban la discusión ni el debate.

Cuando estuve perseguido, todos ellos me hicieron llegar su solidaridad. En cambio los llamados «intelectuales oficiales» siguieron fieles a Feldman Josín, como fue el caso del abogado Julián Ripa, quien era el «pensador» de la zona y no aceptaba el debate o las críticas a la sociedad establecida.

A toda mi familia nos costó muchísimo abandonar Esquel. Queríamos la ciudad y su paisaje, y la gente de los barrios populares y a los mapuches del Cerro Cuche y del Nahuel Pan.

Abandonaba así a la Patagonia para siempre, aunque años después volvería para investigar, como historiador, la represión de las huelgas del 21 y 22, y estuve y estoy muy seguido por esas amadas regiones. Pero no ya como habitante permanente.

Alguna vez soñé instalarme en Puerto Deseado, para mí la ciudad ideal, pero hasta ahora ha sido imposible. Pero no dejo de pensar siempre en realizar ese sueño.