Cultura

Lecturas / Diana Bellesi: "Las plantas y los animales están presentes en todo lo que escribo; es un habla secreta y lírica"

Entrevista de Claudia Prado y Rosa Lesca

En el libro "La piedra es el poema" -publicado por Ediciones Espacio Huddon (espaciohudson.com en 2017 y 2021) Claudia Prado y Rosa Lesca reunieron una serie de reportajes realizados a la gran poeta Diana Bellesi en el verano de 2009 y la primavera de 2010, durante la filmación del documental "El jardín secreto". Las autoras textos vinculados a "la enseñanza, la escritura reflexiva y la traducción", a los que Bellessi considera "textos de escritura reflexiva".

Prado y Lesca destacan que "durante los días que compartimos mientras se filmaba el documental, cuando nuestras intervenciones se volvían demasiado concluyentes, Diana nos advertía: "Hay que ser flexible como el junco, porque en cuanto apretamos demasiado un tanto, todo se desarma, o todo se convierte en una mentira. Es la fuerte lección que te da vivir un tiempo largo en la naturaleza".

Las entrevistas fueron realizadas en los tres lugares en los que Diana Bellessi pasa su tiempo: Buenos Aires, que es la ciudad en la que vive; su pueblo natal, Zavalla, y la casa "El descanso", en una isla del delta del Paraná. Por eso, como sucede en sus poemas, también en estas conversaciones los detalles del paisaje están al alcance del gesto con que se señala lo evidente. "A mí me gustan esas plantas, las que no tenés que cuidar demasiado y se vuelven nativas...", contaba en el patio de su casa en el delta y sabíamos que, en esas especies, en esa naturaleza "hibridada", como dice el texto "Los del infinito me han hablado", se estaba viendo a sí misma, a cualquiera de nosotros, nacidos en una cultura mestiza.

No hay poemas en este libro, sin embargo, como indica ese verso de "La bella descripción", la poesía es la piedra que sostiene cada uno de los textos y, también, la piedra que se arroja para quebrar lo que estaba quieto, piedra lanzada para que rebote muchas veces, para que su fuerza se expanda en cada golpe.

ENTREVISTA A DIANA BELLESSI

- Acá en el Delta, uno planta y, a veces, uno riega... Pero después se arregla lo que plantaste, se adapta, vive de la lluvia, soporta las crecidas... A mí me gustan esas plantas, las que no tenés que cuidar demasiado y se vuelven nativas...

Diana Bellessi nos enseña la parte de atrás de su casa, un terreno que comienza con plantas en las que se ve el cuidado y, de a poco, se convierte en monte. En el transcurso de la tarde, nos irá mostrando lo que era del lugar y lo que llegó hace poco, lo que alguien plantó y lo que crece solo. "El descanso" se llama esta casa de madera en el Delta donde Diana pasa los veranos, el centro del paisaje que más presencia tiene en sus versos.

- ¿Te acordás de la primera vez que viniste?

- Vine por primera vez al delta en el año 1976, poco antes del golpe. Vine con la Negra, mi amiga uruguaya. Estábamos explorando los alrededores. No había una idea fija de alquilar nada. Pero cuando conocí el lugar, dije: "yo me quedo acá". Fue como llegar al paraíso terrenal, al edén en medio del infierno que estábamos viviendo en Argentina en ese momento. Fui al arroyo Felipe, que queda aquí enfrente, sobre el río San Antonio. Dos meses después, vino el golpe y, al rato, ya estaba viviendo aquí. Creo que tuve una gran fortuna porque nunca entraron al Felipe.

- Durante esos años, escribiste Tributo del mudo. ¿Qué relación tiene ese libro con este lugar?

- Tributo del mudo fue escrito completamente en el Delta, después de un período muy largo de silencio, donde yo no podía escribir, donde mucha gente no podía escribir. Es un libro de poemas breves, sacados como hilachas del silencio, porque desaparecieron los cuerpos y desaparecieron las voces. Una no conversaba en esa época. No hablabas con la gente salvo que estuvieras muy protegida, en medio de las cuatro paredes de tu casa, y además, en voz muy baja, porque te podía oír algún vecino. Entonces, en ese proceso de desaparición de la voz, también desapareció la voz poética.

Tributo lo empecé a escribir en el ‘78 ó el '79, con gran esfuerzo. La naturaleza del delta funcionaba como metáfora de lo que estaba sucediendo políticamente en el país.

Tributo del mudo, por la mudez de la cual el libro salió y, también, por mi amigo Ramón, que es mudo. Un tipo encantador, que ya no vive en el Delta. Se hacía entender por señas. Teníamos grandes conversaciones.

- En "Jade", la primera parte de ese libro, aparece la voz de una poeta china. ¿Esa voz también surge asociada a este paisaje?

- Los poetas chinos entraron a mi vida cuando yo era muy jovencita, cuando tenía 17 ó 18 años. Entonces leía cuanta cosa encontraba, en inglés, en italiano...Sobre todo de la dinastía Tang y la dinastía Tsing. El paisaje del delta se parece mucho -y se parecía mucho más antes- a la naturaleza que aparece en la poesía china. Por eso Tributo del mudo también es un homenaje a las traducciones de poesía china, sobre todo las que hizo Kenneth Rexroth, donde se juntan ambos paisajes y donde se fabulan personajes que parecen mujeres chinas, pero que en realidad son personajes de aquí, del
Delta. Soñados desde aquellas lecturas y experimentados, como diría Juan L., desde la tierra acuática de "Bajo el aura del sauce".

- Ese silencio de Tributo del mudo ¿también tiene que ver con el silencio de la contemplación?

- Sí. En esos años hacía meditación con un maestro que había en el fondo del arroyo, Minafó se llamaba. Creo que la atención puesta en otras cosas, lo que se diría las pequeñas y las inútiles cosas, te salvaba del miedo y del horror...Cuando escuchabas las sirenas en la noche, temblabas y vigilabas si iban o no a entrar al arroyo...Y la desaparición y la huida de la gente que uno quería, de los amigos...Es difícil mencionar sin aspaviento lo que fueron esos años para los que no los vivieron. Hoy, que hablamos con tanta naturalidad, cuando uno piensa en la total falta de naturalidad en el habla que había en esa época, y en el gesto de acecho y de cuidado por quien tenías cerca, por quien te escuchaba, por quien te miraba...

- Este lugar que atrapó tu atención hace tantos años todavía hoy sigue haciéndolo. ¿Por qué te parece que es así?

- Yo supongo que porque me crié en el campo. Toda mi infancia la pasé en medio del verde. Toda la familia laburaba en el campo. No un campo de tierras propias, si no de tierras alquiladas por mis abuelos y luego por mis padres y mis tíos. Pasé una infancia muy solitaria y muy en diálogo con el verde y con los animalitos. Por eso le tengo tanto amor a eso, que es con lo que me crié... Y si bien la llanura no es lo mismo que el delta del Paraná, lo cierto es que aquí volví a encontrar la casa de la infancia. En momentos tan arduos de la vida de todos los argentinos, creo que eso, en parte, salvó mi cabeza, haber venido acá.

- ¿Y cómo llegaste a vivir en este arroyo, el Marchini?

- Después de seis años, que fueron los años de la dictadura, en el año 83, me pidieron la casita. No la querían seguir alquilando. Eso, más los nuevos aires que venían con el fin de la dictadura, hicieron que me mudara a Buenos Aires. Sufrí mucho el primer año. Sufrí la falta de silencio. Buscaba plazas y parques donde estar sin ruido. Luego de eso, alquilé otro pequeño ranchito cerca de donde tenía mi casita anterior. Recién a principios de los noventa compré esta casa.

- ¿Vos le pusiste el nombre "El descanso"?

Le dejé el nombre que tenía. Lo hice en honor a don Thomas, el antiguo dueño, que ya murió. Yo tenía una gran atracción por esta casita, andá a saber por qué, por la palmera pindó que hay adelante, por el silencio de este arroyo... Conseguí el teléfono del señor y lo empecé a llamar y, como a los ocho meses, me dijo: "bueno, ahora sí la voy a vender". Se vino don Thomas a mi casa, un hombre alto y elegante. Me contó historias maravillosas. Él había sido marino mercante. En un momento le dije: "lo que usted me cuenta me recuerda a un escritor que amo mucho" y él me dijo: "Conrad, por supuesto", y yo lo adoré. Y él, creo, que me adoró a mí, por eso me vendió esta casa a mitad de precio de lo que tenía pensado. Le dije: "no tengo eso, solo tengo esto", y me la vendió igual. Por eso me pareció que no tenía que tocar el nombre de la casa. Si ustedes miran este terreno, verán que es el terreno más bajo que hay en todo el arroyo, porque todo el mundo ha rellenado y yo no rellené por temor a que se murieran los robles que don Thomas había plantado... Así seguimos, protegiendo los arbolitos, el liquidambar, el roble...

- Decías que a las plantas en el Delta no se las cuida como en la ciudad.

- Están los árboles naturales, que vienen solos, como los saucecitos, y después lo que uno pone... Este, por ejemplo, es un nativo, es un ceibo. Poco más arriba los ceibos crecen solos... Me di cuenta de que tengo dos de los árboles más altos de la isla, el liquidambar y la casuarina. Las casuarinas eran los árboles con que los ingleses iban marcando el imperio, pero se volvieron isleños... Los ingleses que trajeron el ferrocarril y construyeron las primeras casas aquí, en el delta, los trajeron para volver al mundo reconocible. Es lo que hacen todos los imperios.

Aquí, en la placidez de la isla, todo se vuelve nativo. Porque no se vive de manera constante y porque es muy difícil cuidar un parque o un jardín por el régimen de mareas... Sobreviven las que encuentran un suelo afín. Todo se deshace y todo se recompone de una manera extraordinaria, todo se transforma incesantemente, como se transforman las relaciones humanas.

Mientras conversamos, llegamos al jardín de adelante. La siguiente pregunta la hacemos a la sombra de la palmera pindó, esa por la que Diana eligió esta casa.

- ¿Vos sentís que estos árboles o este lugar tienen una personalidad?

- Cuando decís personalidad, de inmediato lo asocio con lo humano y me repele un poco la palabra. Pero tienen un alma, hay un alma en conjunto y hay un alma individual del verde... Yo les hablo muchas veces, les digo cosas que no le suelo decir a la gente, pero que son muy inocentes a la vez, como por ejemplo: "te voy a cuidar, veo que tenés las ramitas secas". Así, como una madre. Y a veces les temo cuando vienen las grandes tormentas, ahí, soy la niña.

- Les hablás de esa misma manera que hablan tus poemas.

- Creo que las plantas y los animales están presentes en todo lo que escribo, pero no siempre es igual. A veces están de un modo más descriptivo, y otros como una metáfora que se abre a un mundo sin fin. Tiene que ver con el habla secreta de una modalidad lírica, habla que se tiene a solas y que difícilmente se escribe, porque te da vergüenza. No cualquier habla secreta se convierte en un poema lírico, se produce o no se produce. Y cuando salen esos poemas le gustan a todo el mundo. Lo cual nos muestra de qué manera eso forma parte del alma humana, esos poemas, así, como inocentes. Algo que todo ser humano tiene dentro de sí y lo encuentra a veces en la construcción del objeto de arte. Es el lugar más hermoso, el lugar por el cual sigo escribiendo.

- Pasar tiempo en un espacio como este, ¿ayuda a que eso suceda?

- Hay un desarrollo de la atención por parte del que escribe, porque vos encontrás poemas de esa inocencia que son urbanos. A mí me toca esto, pero a otra gente le toca el asfalto. Lo que hace que el poema sea propiedad del alma humana es esa dedicación, vocación y atención que el artista le da a lo que hace. Me parece que tiene que darse la reunión de esas dos cosas: un lugar al que amás y que te sorprende, a pesar de lo mucho que lo conocés, y una atención y un trabajo de muchos años puestos allí. Y aún así, eso no siempre produce la maravilla. Entonces, no importa lo que mirés. No importa si mirás el musgo que crece en una pared ciudadana, si mirás el carro de un cartonero, si mirás al cartonero en su trabajo; todo forma parte de la naturaleza a contemplar y, a su vez, lo contemplado te lleva a una mirada crítica, o te lleva al infinito. Estés acá, en el Delta, o estés en Buenos Aires.