Opinión

Kant, Voltaire y los terremotos

Por Ricardo Alonso

La ciudad de Esteco en Salta fue destruida por un terremoto un martes 13. Un martes 13 de septiembre de 1692 a media mañana. Y de allí nace toda una leyenda. Como aquello de que eso ya fue anunciado por algún santón itinerante que dijo algo así como que: Salta, saltará/ Esteco se hundirá/ y Tucumán florecerá. Algo no quedó claro en el folclore social y religioso.

Sí quedó claro que esos sismos y otros, como el de 1844, dieron pie al nacimiento del culto salteño al Señor y la Virgen del Milagro. Poco se sabe sobre aquel sismo de 1844. Por suerte Woodbine Parish, en la página 328 de su magnífica obra sobre la República Argentina, comenta la lectura que realizó en 1850 el Dr. M. Hamilton, en la reunión de la Asociación Británica en Edimburgo, de un documento titulado "Notices of Earthquakes in South America in 1844" y años sucesivos. Dice Hamilton: "El 18 de octubre de 1844, a las 22.30 horas, las provincias de Salta, Tucumán, Santiago del Estero y otras, experimentaron un terrible terremoto, que se sintió en una extensión de más de mil millas al norte y al sur, y varios cientos de millas de ancho. Todas las casas de Salta sufrieron daños y muchas se derrumbaron. En Jujuy y Tucumán el terremoto ocurrió al mismo tiempo, reduciendo esas ciudades a ruinas. Hubo dos grandes movimientos, y en los suburbios de Salta y otros lugares la tierra se abrió y explotaron cantidades de agua y arena de varios colores".

La salida de agua y arena estaría relacionada con la rotura de acuíferos confinados y seguramente también licuefacción de arcillas por fenómenos tixotrópicos.

La catástrofe de Lisboa

El evento que cambió la historia del mundo fue el famoso terremoto de Lisboa, un sábado 1 de noviembre de 1755. Era el día de Todos los Santos, a las 9.30 de la mañana. La mayoría de la gente estaba en las iglesias, asistiendo a las misas, y no siempre rezando por devoción. La mañana amaneció hermosa, con un sol radiante y nada hacía presagiar lo que se vendría. Efectivamente y de golpe comenzó a sentirse un tremendo ruido subterráneo, como el traqueteo de grandes carromatos y pocos minutos después vino el desastre.

No solo se había disparado un sismo de alta intensidad en una falla geológica del Atlántico, que hoy se calcula con una magnitud de 8.5 a 9, sino que además generó un violento tsunami que volcó el mar hacia adentro del continente. Lisboa, entonces una rica y opulenta ciudad imperial, dueña de una magnífica arquitectura, quedó destruida por el megaterremoto y se calcula que murieron entre 60 y 100 mil personas.

Para empeorar las cosas se desataron espantosos incendios a raíz de la cantidad de velas parroquiales que cayeron y prendieron fuego a las iglesias y edificios vecinos. Muchos de los que se salvaron fueron los que no habían ido a misa ese fatídico sábado y estaban en la campiña alta, apacentando ovejas o cazando.

La fe, el miedo y la razón

El terremoto desató una tormenta ideológica que llevó a profundas discusiones filosóficas en las cuales intervinieron, entre otros, Kant, Voltaire, Rousseau, y la Inquisición.

Kant escribió al menos tres artículos buscando una explicación natural al fenómeno geológico. Voltaire volcó todo su espíritu crítico en contra de una interpretación teológica de la naturaleza. En realidad, mientras esos fenómenos eran vistos por el pueblo como "Actos de Dios" en castigo a los humanos pecadores y sodomitas, Voltaire y otros filósofos de la razón marcaban su punto de vista contrario.

Voltaire escribió un texto donde deja ver lo que se pensaba sobre la naturaleza de los desastres naturales y el rol de la divinidad. La pregunta de fondo era porqué morían inocentes, madres con sus criaturas en brazos, niños abrazados a sus padres, abuelas piadosas, mientras que muchas veces sobrevivían los peores pecadores.

Cuando se acomodaron un poco las cosas del gran terremoto de Lisboa, que fue la primera catástrofe mediática en ocupar toda clase de papel impreso, la Iglesia no tuvo mejor idea que celebrar un soberbio "Auto de Fe" en la Universidad de Coimbra. Se les ocurrió a los dignatarios de la Inquisición que "el espectáculo de unas cuantas personas quemadas a fuego lento y con toda solemnidad era un secreto infalible para impedir los temblores de la Tierra", escribió con sorna Voltaire en su cuento filosófico "Cándido" (1759). Voltaire cuestionó al Dios que podía ver cualquier bien en algo tan horrible como lo ocurrido, con tantas víctimas inocentes de la catástrofe. Y se preguntaba por qué se había castigado a Lisboa y se habían salvado otras ciudades, incluso más pecadoras, como el libertino París.

Uno de los que se opuso a las ideas de Voltaire y generó un ríspido debate fue Rousseau. Este pensador dejó de lado a Dios y dijo que los daños del terremoto se debieron a las construcciones de varios pisos, al hacinamiento en que vivían tantas personas y a que los habitantes buscaron salvar sus pertenencias materiales y sus valores pecuniarios y por ello perdieron la vida.

La reconstrucción de Lisboa quedó a cargo del marqués de Pombal, mano derecha del rey, y por primera vez en occidente se buscó colocar maderas en las construcciones para que actúen flexiblemente ante los movimientos sísmicos. O sea estructuras sismorresistentes.

Probó la resistencia de las nuevas construcciones haciendo marchar ejércitos de carros y soldados alrededor, lo que para algunos historiadores significó el nacimiento de los estudios de ingeniería sísmica. Mandó a hacer un censo con preguntas claves a los sobrevivientes sobre cómo habían vivido el sismo, dónde se encontraban en ese momento, qué habían sentido antes del terremoto, los daños sufridos, los muertos, duración del evento, cantidad de réplicas, etcétera. Reconstruyó la ciudad con calles más anchas, edificios más bajos y abiertos, lugares ventilados y espacios verdes. El terremoto de Lisboa marcó un antes y un después para la ciencia y para el imperio portugués.

Pasando a otro tema, en mayo de 1902 se produjo la erupción del volcán Mont Peleé en la Martinica que destruyó al instante, con una ardiente nube piroclástica, la ciudad de Saint Pierre, incluidos el puerto y los barcos allí anclados.

Murieron 30 mil personas incineradas y se salvó una: un preso que estaba en una celda húmeda subterránea. El malhechor recobró la libertad ya que no quedaba ni un solo papel de sus causas en la Justicia ni de los jueces que lo juzgaron ni de los parientes de sus víctimas. Nada de nada. Un circo lo contrató y lo llevaba como atracción por ser el único sobreviviente de aquella ciudad desaparecida.

Voltaire se podría haber lucido comentando ese caso donde murieron los justos y se salvaron los pecadores.

Mendoza y La Poma

El terremoto de Mendoza de 1861 se recuerda como uno de los peores que sufrió la República Argentina. Casi la mitad de la población mendocina perdió la vida en ese luctuoso evento. Ocurrió un miércoles de cenizas. Entre las víctimas estaba un geólogo francés contratado por Urquiza y que había viajado exprofeso a esa ciudad a raíz de la actividad sísmica que se estaba incrementando y quería estudiar el tema en vivo. El gibraltareño Federico Benelishe, minero de profesión, y amigo de Bravard, fue quien lo encontró muerto debajo de una mesa de billar en el Hotel Cactus donde se había alojado y donde trató de buscar protección.

El terremoto de La Poma, en el Valle Calchaquí de Salta, se produjo en la Nochebuena de 1930. Fue el de mayor cantidad de víctimas registradas en la provincia. Incluso familias enteras. Hoy quedan las ruinas del viejo pueblo de La Poma, ya que el pueblo nuevo se reconstruyó algunos kilómetros al sur. La magnitud del sismo, las lluvias de esos días y la tixotropía de los terrenos generaron el colapso de las viviendas en una noche cerrada y oscura. Los testimonios de los últimos sobrevivientes, rescatados por el periodista y ornitólogo Daniel Rodríguez, fueron publicados en un libro en coautoría titulado "El terremoto de la Poma de 1930" (Mundo Gráfico, Salta, 2015).

Dicho libro contó con los prólogos del sismólogo salteño radicado en Alemania, Dr. Benjamín Heit y de la Dra. María Cristina Garros Martínez, cuya madre fue una de las sobrevivientes de ese terremoto. Lo cierto es que no hay fechas determinadas para los eventos naturales ni en su intensidad ni en la calidad o cantidad de las víctimas. El planeta tiembla porque está en cambio permanente y evolucionando geológica y biológicamente. Más allá del hombre y sus circunstancias terrenales o divinas.

Fuente: El Tribuno de Salta