Opinión

Los sociólogos, las encuestas, el desencanto feroz y por qué la gente se cansó de opinar

Por Alejandro Bermejo

"Harto ya de estar harto/ Ya me cansé".

Joan Manuel Serrat

La conmemoración del día del sociólogo permitió la realización de una instrospección colectiva sobre nuestra actividad como buceadores de la opinión pública y el estado colectivo del ánimo social y afectivo de los argentinos.

Esas reflexiones, ejercidas en casi todos los casos por los colegas que ya tenemos muchos años en esta tarea y a los que el retorno de la democracia encontró con todos los deseos y fuerzas para trabajar, desde ese lugar, en la consolidación de las instituciones finalmente recuperadas.

Pocas profesiones se vieron tan desplazadas el interés del estado como la del sociólogo (basta recordar que casi todas las universidades nacionales cerraron la carrera de Sociología) y quizás por eso , y quizás también por una vocación personal, muchos comenzamos lentamente el trabajo para el cual nos habíamos capacitado.

Volvieron las consultas a los viejos manuales de metodología y se puso en marcha lenta pero firmemente la profesión de consultores en opinión pública.

Obviamente que las cosas se empezaron a hacer como se había estudiado, encuesta domiciliaria, sobre una muestra estratificada (esa hermosa técnica, cuasi mágica que permite con 300 entrevistas conocer la opinión de una población de tres millones ) con entrevistas largas, domiciliarias.

En la charla/catarsis, se coincidía que los encuestadores regresaban a la oficina, al finalizar la jornada de trabajo agotados, pero felices. "El mayor problema es hacer que la gente se calle, para terminar la encuesta" nos decían.

Es que desde 1983 y hasta bien avanzados los 90 el problema era que los encuestados querìan hablar con el encuestador, querían contarle todo lo que pensaban de los políticos de la situación, del país y hasta del vecindario.

El encuestador se había transformado en un recopilador de los estados de ánimo y ese estado indicaba un sentido casi único "esto va a cambiar y vamos en el camino indicado, tengo fe en las instituciones, es lo mejor que nos puede haber pasado"

Pero todo eso fue cambiando en un montón de sentidos, primero los problemas de inseguridad ya había lugares donde los encuestadores no podían entrar a trabajar por temor a ser asaltados o algo peor, en segundo lugar la ansiedad de los clientes, (políticos en su mayoría) un trabajo de campo demanda muchos días para ser terminado y los resultados se demoran, la recolección, el procesamiento, el análisis, eso lleva tiempo y, en tercer lugar, la necesidad de bajar costos y aumentar las ganancias (terrible pero real)

"Antes hacíamos un trabajo por trimestre, en el mejor de los casos, tranqulos con una presentación de resultados que era casi un acto político, ahora te piden una encuesta semanal, no hay ni tiempo para imprimir, se envían los resultados por mail y hasta por el celular y se sigue con otro trabajo"

¿Pero además hubo un cuarto componente, la gente, lentamente se fueron alejando de las ganas de opinar "para qué, si todo va a seguir igual?" "Si son siempre los mismos sinvergüenzas que van de un lado para otro y nosotros seguimos así, pobres, siempre pobres"

Había comenzado el desencanto, y el encuestador fue el primero que pagó el pato (como decimos en el barrio) y ya no solo no le convidaban mate, sino que ni siquiera se lo atendía, se lo veía como un apéndice de un sistema político que no solo no soluciona los problemas, sino que además los agrava.

Había comenzado el desencanto, que explotó en el 2000 y aun las llamas no se apagan, no hay explosiones, pero el enojo es cada día mayor, las bases de consenso han desaparecido y solo quedan dentro del sistema un pequeño grupo de privilegiados y un séquito cada vez menor de seguidores (se les llama militantes y hacen acordar esa célebre definición de Max Weber sobre la política como una actividad que se realiza para obtener prebendas)

Pero lo que comenzó como un enojo en el 2000 se transformó lentamente en un estado de hastío, cansancio," me tienen podrido" "estoy harto de escucharlos", "voy a los actos porque si no me marcan y me quitan el plan" "el poronga me tiene marcado sabe que voy a votar por cualquiera por eso estoy primero en la línea"

Frases y más frases que desnudan en lo que se ha convertido nuestra democracia, algo que no entusiasma.

¿Dónde quedó la primavera de Alfonsín?

Pero volviendo, los sociólogos debimos aggiornarnos, la encuesta telefónica no sirvió más, la gente corta cuando escucha a la operadora o simplemente miente en los estudios con respuestas automáticas y se debió regresar al campo, al célebre trabajo de campo, que matizado con los grupos focales nos permite tener una muy buena idea de los requerimientos de la gente.

¿Cuáles son los requerimientos? Los entrevistados no piden muchas cosas, solo un Estado que garantice sus tres obligaciones: Salud, Seguridad y Educación