Patagonia

Treng Treng y Ka Kai: la marejada, el Chenque y nuestras formas de habitar

Por Jorge Spindola*

Más de 100 años de extractivismo parecen haber formateado una forma excluyente de ver y hacer las cosas en esta ciudad. Una forma totalitaria de entender nuestra relación con el mar y con la tierra. Una racionalidad extractivista y sus lógicas de socavar, perforar, cementar, aplanar, aplastar, de contaminar sin miramientos todo lo que vive para extraer y extraer sin nunca devolver.

¿Es posible otra lectura sobre lo que sucedió en C. Rivadavia entre el Cerro Chenque, la marejada y el desmoronamiento del suelo? ¿Comprender ese desplazamiento del cerro hacia el mar pensando en la íntima relación entre esas dos fuerzas que allí conviven?

Ante todo diré que les debo a mis mayores chilotes- williche la forma en que veo y expondré aquí las cosas. De ellos aprendí que toda la vida es una y que estamos entrelazados. Hablo de Treng Treng y Kai Kai, las serpientes del agua y de la tierra en eterna lucha, en constantes y delicadas relaciones de equilibrio y desequilibro. No es un mito, no es cosa de ignorantes, es una imagen de la unidad de todas las vidas, incluyendo los ancestros que allí descansaban.

El primer principio es el yewen, el respeto por esa trama de lo vivo. Pedir permiso, y pedir siempre dando o pedir devolviendo; tomar las cosas del mundo sabiendo siempre que es necesario preservar el equilibrio, no romper la red que nos sostiene.

La marejada extraordinaria de hace dos semanas y la de hoy, no son las primeras ni las únicas, por si falta dimensión más general, todos tenemos en la memoria el socavamiento de ese mismo borde en 1995.

Cualquier mapa satelital te mostraría que la cara este del Chenque que hoy yace agrietada y desplomada, es parte de un antiguo socavamiento marino que nos da esa especie de bahía o pequeño golfo que va entre Punta Borja (el puerto) y el suelo del Muelle del Km. 3, es decir la Playa Costanera en su extensión (ver fotografía aérea aqui). No soy ingeniero, no soy geólogo pero sé mirar con ojos de respeto el antiguo diálogo entre el mar y la tierra.

Si a esa relación de constante y antiquísimo socavamiento marino sobre la cara este del Chenque, le incorporas un camino y sobre ese camino un tránsito intenso de flota ultra-pesada hora tras hora, día tras día sin descanso, más un tránsito urbano imparable de colectivos, autos y autos y colectivos, no esperes más que acelerar su destalonamiento hacia el mar.

Digo, si además del tránsito de la industria ultra-pesada que jamás desviaste hacia una circunvalación y dejaste pasar con sus millones de kilogramos por hora sobre ese Talón de Aquiles, encima le volás parte de su masa con trotyl o lo que sea, no esperes que eso no se caiga.

No hay que ser geólogo para entender eso, o tal vez la geología y las ciencias de la tierra que allí se abocaron al problema, no están viendo la vida con respeto. Y hablo de entender lo vivo, comprender y apreciar la intensa y antigua relación de vida que tienen el mar y el Chenque en este rincón del mundo.

Treng Treng y Kai Kai nos hablan de eso, de la larguísima lucha entre el mar y la tierra. Caer y levantar, en una conversación de fuerzas que nos exceden y que cuando intervenimos en ellas sin saber nuestro lugar, nos perdemos. Las tierras "ganadas" al mar, nunca serán más que una ganancia precaria y vil, y siempre de pérdida hacia el futuro.

Treng Treng y Kai Kai nos hablan del Itrofill Mongen, la trama o totalidad sin exclusión de todo lo que vive, y esa trama y sus delicados vínculos no pueden ser reconstituidos desde las lógicas del extractivismo que ve rutas para pasar pisando en vez de ver la tierra, el mar y nuestra precaria existencia entre las fuerzas que allí conviven.

Respecto del lado sur del Cerro Chenque, veo mucha gente diciendo que está muy bien el escalonamiento, y yo comparto la idea de estabilizar su borde más urbano con esos aterrazamientos al modo andino. Lo que no comparto es que nos hayan cementado el cerro en la cara, con una obra ultra millonaria que no durará muchos años, es sabido. Más años duraría arbolar el cerro, decirle a cada familia comodorense: el cerro es suyo, el cerro es nuestro, el cerro es de propiedad comunitaria; traiga un árbol y plántelo con sus hijes que haremos un riego por goteo y en 20 años tendremos un faldeo escalonado de árboles y flores y pájaros, una paseo verde cayendo hacia la ciudad; y no esa mole de cemento que ofende y mata todas las vidas que allí viven y las que vivieron. Lo que allí hicieron es contra la vida, privatizaron el cerro que ahora es de nadie, porque es de ellos y sus lógicas de cementación y de exclusión.

Yo recuerdo, cuando niño, que el borde costero del Barrio Stella Maris estaba habitado por pescadores. Inmigrantes, paisanos y chilotes-williche que en la puerta de las humildes casas tenían sus botes y sus botas para salir a mariscar. Recuerdo haber estado con mi abuela en ceremonias de San Juan, esperando el alba del primer día del solsticio de invierno para saludar al sol y remojarnos en el mar, y luego juntar algas para abonar la tierra que sembraríamos en primavera. Gracias a esos viejos, todo el faldeo del cerro se llenó de flores, verduras, frutales, pájaros, aromas de un Buen Vivir.

Hablo de gente sencilla que entendía desde el yewen, el respeto, la íntima relación entre el mar y esta tierra. Un bordemar ya cargado de pasarelas de la industria petrolera, ya con derrames en las playas, aunque aún sin la feroz contaminación urbana en la que hoy vivimos.

Gente que vivía de frente al mar y sabía de sus marejadas y también de la fertilidad que traía a las costas y algunos llevaban al hogar.

Pienso en esas formas de habitar que aún no estaban capturadas por el dominio del capital sobre la vida. Pienso en la Playa 99, que era una playa popular donde aún se podía disfrutar en familia. No era La Herradura o el emprendimiento privatizador del borde costero de Bajada de Los Palitos. No era el bio-capitalismo que todo lo come sin reparar en lo que mata. Era un habitar desde el bienestar común y un concepto más colectivo del territorio.

Volver a mirar, volver a pensar, volver a sentir que somos parte de la tierra y no sus dominadores. Volver a una relación de afectividad con nuestro territorio para mejor comprender y mejor hacer, es lo que digo.

Pienso que tal vez sea tiempo ya de salir a disputar el sentido del territorio en que vivimos, y hacerlo desde otras miradas más amorosas y colectivas; enfrentar las lógicas extractivistas de los cabeza de trépano que siempre están ahí perforándonos la madre, llevándoselo todo sin devolver nada, más que destrucción.

*Escritor y docente universitario.