Opinión

La guerra de las mujeres contra el patriarcado: de las amazonas, una toqui legendaria y las comuneras hasta la Marea Verde

Por Adrián Moyano*

Entre muchas frases memorables, Rodolfo Walsh acuñó la siguiente: "nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así, como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las cosas". Me pregunto si el sistema patriarcal no procuró otro tanto con las mujeres. Y con éxito, si tenemos presente la sorpresa que generó la Marea Verde en 2018.

Más allá del sustrato colonialista, el río Amazonas perpetúa con su nombre la brava resistencia que encontró la expedición española de Francisco de Orellana, puntualmente en junio de 1542. Llevó la crónica el sacerdote Gaspar de Carvajal, quien debió persignarse varias veces al observar que "ellos son sujetos y tributarios a las amazonas, y sabida nuestra venida, van les a pedir socorro y vinieron hasta diez o doce, que éstas vimos nosotros, que andaban peleando delante de todos los indios como capitanas, y peleaban ellas tan animadamente que los indios no osaban volver las espaldas, y al que las volvía, delante de nosotros los mataban a palos, y esta es la causa por donde los indios se defendían tanto. Estas mujeres son muy blancas y altas y tienen muy largo el cabello y andan desnudas en cuero, tapadas sus vergüenzas, con sus arcos y flechas en las manos, haciendo tanta guerra como diez indios".

Los invasores venían de la España que no terminaba de salir de la Edad Media y portaban el mismo oscurantismo que llevó a miles de mujeres a la hoguera, así que es imaginable su estupor: "El capitán le preguntó (a un cautivo) qué mujeres eran aquellas: el indio dijo que eran unas mujeres que residían la tierra adentro siete jornadas de la costa, y por ser el señor Couynco sujeto a ellas, habían venido a guardar la costa. El capitán le preguntó si esas mujeres estaban casadas: el indio dijo que no. [...] El capitán le preguntó si estas mujeres eran muchas: el indio dijo que sí, y que él sabía por nombre setenta pueblos y que en algunos de ellos había estado".

Con sus preguntas, Orellana inauguró cierta tradición morbosa que fue común en la antropología hasta mediados del siglo XX: "el capitán le preguntó si estas mujeres parían; el indio dijo que sí. El capitán dijo que cómo, no estando casadas, ni residía hombre entre ellas, se empreñaban: él dijo que estas indias participan con indios en tiempos, y que cuando les vienen aquellas ganas juntan mucha copia de gente de guerra y van a dar la guerra a un gran señor que reside y tiene su tierra junto a las de estas mujeres, y por fuerza los traen a su tierra y que después que se hallan preñadas, les tornan a enviar a su tierra sin les hacer otro mal; y después, cuando viene el tiempo que han de parir, que si paren hijo lo matan o le envían a sus padres, y si hija, la crían con gran solemnidad y la imponen de las cosas de la guerra". Ni rastros de patriarcado.

Cuarenta años después de la feroz resistencia de aquellas guerreras, del otro lado del Abya Yala los conquistadores también probaron la fortaleza de otra lideresa. Al caer su compañero en combate, Janequeo o Anuqueupu se convirtió en toki de su gente. No fue por cuestiones hereditarias, como dicen los colonialistas, porque para acceder a roles de conducción guerrera entre los mapuches, se celebraban prolongados trawün o encuentros en los que se decidía por tal o cual candidato después de discutir arduamente ventajas e inconvenientes. Aquella toki de leyenda condujo a su pueblo a la victoria en la cordillera de Nahuelbuta y también en cercanías de Villarrica, hasta que sus pasos se perdieron en los bosques de pehuenes antes de que expirara el siglo XVI.

Un tambor y campanas

Pasé por claustros universitarios, pero no recuerdo que los profesores se detuvieran a comentar qué hicieron las mujeres durante la Revolución Francesa. Seamos graduados o no, todas y todos estamos más o menos al tanto de la Toma de la Bastilla y de sus consecuencias. "La liberación de esa fortaleza - prisión medieval acabó simbólicamente con siglos de despotismo, pero la revolución no empezó realmente hasta la marcha de las mujeres del mercado que tuvo lugar tres meses después", nos dice Rebecca Solnit.

A quienes estudiamos durante la década de 1980, nos hicieron examinar las ideas de Rousseau, Voltaire y otros, pero los y las que pusieron el cuerpo en aquellos momentos de convulsión, no merecieron mayores comentarios. El verano de 1788 fue calamitoso para la producción rural en casi la totalidad de Francia y las consecuencias se sintieron al año siguiente, cuando primero el pan subió estrafalariamente de precio y después, comenzó a escasear. Entre los más empobrecidos, se generalizó el hambre.

A comienzos de octubre, no daba para más. Una joven llevó un tambor al gran mercado de Les Halles, sito en uno de los suburbios insurrectos. Otra conminó a un clérigo que tocara las campanas de su iglesia y pronto, entre la percusión y el repiqueteo, se reunió una multitud de mujeres: vendedoras de pescado, otras puesteras del mercado, lavanderas, porteras y unas pocas integrantes de la ascendente burguesía. La columna quiso marchar por el Jardín de las Tullerías, que todavía era propiedad real. Guardias intentaron detenerlas espadas en mano, pero a escobazos, prevaleció aquella marea. "¡Pan y a Versalles!", gritaban. Allí deliberaba la Asamblea Nacional y todavía el rey disfrutaba de sus privilegios. Por la tarde, ahí estaba la manifestación, que se calculó en 60 mil mujeres, aunque ya contaba con el apoyo de guardias nacionales.

Al día siguiente, la multitud logró ingresar al célebre palacio y corrió la sangre, pero el retorno a París se hizo en compañía de carros repletos de trigo y harina. Las mujeres volvieron a la ciudad con ramas de laurel en sus manos. "Aún llovía y los caminos estaban embarrados, pero todas ellas parecían satisfechas, felices incluso", según el relato de un historiador. En cuestión de días, los monarcas franceses se despidieron del absolutismo para aceptar una monarquía constitucional, después fueron prisioneros y más tarde, terminaron en la guillotina. "Como todos los que marchan en masa, aquellas mujeres desplegaron un poder colectivo -como mínimo el poder de retirar su apoyo y como máximo el poder de rebelarse violentamente-, pero lograron empezar la revolución sobre todo como marchantes", afirma Solnit, cuyo libro se llama "Wanderlust. Una historia del caminar" (Capitán Swing - 2015). De ahí el énfasis en la marcha que, desde los suburbios parisinos, tomó por asalto el cielo de Versalles.

Engrandecidas e iluminadas

82 años más tarde, en la misma ciudad, llegó un momento en que el gobierno de la Comuna demostró con claridad que no tenía vocación revolucionaria alguna. Las aspiraciones más ardorosas del proletariado permanecieron inalterables en los Comités de Vigilancia y en ámbitos de nombre elocuente: Club de Proletarios, Club de la Revolución o Club de la Bola Negra, entre muchos otros. En las discusiones que se dieron, decidieron el armamento de las mujeres y otras medidas radicales. Ellas se organizaron en la Unión de Mujeres para la Defensa de París y el Cuidado de los Heridos, de cuya actuación tampoco se cuenta demasiado, ni en los claustros universitarios ni fuera. De mayo de 1871 data un manifiesto de la organización, que se expresó "en nombre de la Revolución social que aclamamos; en nombre de la reivindicación de los derechos del trabajo, de la igualdad y de la justicia".

Las mujeres revolucionarias rumbo a Versalles

Después de seis meses de lucha, la proclama desestimó cualquier intento de conciliación con el gobierno de Versalles. 152 años después, sus palabras todavía vibran: "¡Todas unidas y decididas, engrandecidas e iluminadas por los sufrimientos que las crisis sociales provocan, profundamente convencidas que la Comuna, representante de los principios internacionales y revolucionarios de los pueblos, porta los gérmenes de la revolución social, las Mujeres de París demostrarán a Francia y al mundo que ellas también sabrán en este momento de sumo peligro -en las barricadas, sobre las fortificaciones de París si la reacción fuerza las puertas- entregar como sus hermanos su sangre y su vida en la defensa y el triunfo de la Comuna, es decir, del pueblo!" Firmaron sólo apellidos: Le Mel, Jacquier, Lefevre, Leloup y Dmitrieff, integrantes de la comisión ejecutiva del Comité Central de la Unión.

Parafraseemos un tanto al autor de "Operación Masacre": el patriarcado siempre procuró que las mujeres no tengan historia ni doctrinas, heroínas ni mártires. Pareciera que cada una de sus luchas debió arrancar de cero, sin estar al tanto de las anteriores y que las experiencias colectivas se perdieron o las lecciones se olvidaron. La historia de las mujeres también fue patrimonio exclusivo de los historiadores patriarcales. Pero allí están las gestas de amazonas, toquis, marchantes y comuneras para agrietar el andamiaje que más temprano que tarde, caerá con estrépito.

*Escritor y periodista.