Política

Sergio Massa, cómo llega el gran equilibrista

Carga la mochila de su gestión como ministro, pero el miedo a Milei alineó los planetas. Llama a la unidad nacional y jura: yo no soy Alberto Fernández.

Por Gabriela Pepe

Sergio Massa nunca imaginó que llegaría a la batalla final por la Presidencia aupado por casi todo el arco político. En la elección más dramática de los 40 años que acumula la democracia en Argentina, el peronismo tradicional, el kirchnerismo, parte del radicalismo, referentes de la izquierda y hasta una parte del PRO confluyeron en la desesperación y respaldaron su candidatura.

Político profesional como pocos, aterriza en la elección en el punto más alto de su carrera, pero en el peor contexto posible. Ministro de Economía con una inflación que supera el 140% anual y 40% de pobreza, figura de una coalición de gobierno que defraudó a la sociedad por su disfuncionalidad, el tigrense se cargó al hombro la campaña imposible y se propuso dar vuelta la historia. Invitó a formar "un gobierno de unidad nacional" para "terminar definitivamente con la grieta".

En Unión por la Patria(UP) saben que un eventual triunfo de Massa solo puede explicarse como "un milagro", una reacción frente a la contrafigura de Javier Milei, un outsider con componentes fascistas que provocó un abroquelamiento macizo en su contra. El libertario también consiguió volumen. Con el apoyo de Mauricio Macri, el líder de La Libertad Avanza (LLA) logró acumular el apoyo del antiperonismo reverdecido, potenciado por la reivindicación de la dictadura militar que encarna su candidata a vicepresidenta, Victoria Villarruel.

"La moneda está en el aire", dicen en el peronismo, donde pronostican una elección con resultado abierto. Quienes se muestran más optimistas confían en que "la sociedad no va a dar un salto al vacío" y Massa cosechará en la reflexión final de los votos "en transición", los indecisos, o blancos que se inclinarán por la opción más democrática a pesar de sus errores en el camino hacia el cuarto oscuro. Las fuentes (pocas) más pesimistas temen el peso del antiperonismo y la solidez de la bandera del cambio que agita Milei.

"Sergio demostró una capacidad de trabajo extraordinaria y eso es lo que el país necesita en este momento, alguien capacitado para resolver los problemas con diálogo, con conocimiento", dice una figura massista de la primera hora que lo vio atravesar diferentes etapas en su vida política.

Massa cumplió a rajatabla la hoja de ruta que trazó su equipo de campaña. Transitó una primera etapa junto a Cristina Fernández de Kirchner para consolidar el electorado propio, se mostró más independiente en la segunda etapa y abrió los brazos la noche de las elecciones generales.

Eso generó el regreso al redil de dirigentes que habían abandonado el barco del peronismo colonizado por Cristina y provocó la llegada de nuevos actores. "Estoy para lo que necesites, decime en qué te ayudo", le preguntó Juan Manuel Urtubey a Massa el domingo 5 de noviembre en su casa de Tigre, donde llegó invitado por Graciela Camaño, el hada madrina que acompaña al tigrense desde su nacimiento a la vida política.

El candidato presidencial había dicho todo lo que el salteño quería escuchar: habló de gobierno de unidad nacional, de volver a los acuerdos políticos, de ordenar la macroeconomía, de incorporar una mirada federal... Urtubey se entusiasmó. Al día siguiente, estaban juntos de recorrida por Córdoba, donde el tigrense consiguió derribar la muralla impuesta por Juan Schiaretti, el último miembro de la resistencia antimassista.

El socialismo se sumó también al operativo anti-Milei. Aunque tuvo que pagar costos políticos, Mónica Fein se desmarcó de la posición de sus socios del frente de frente santafesino, la UCR y el PRO, y puso al Partido Socialista a trabajar en la causa. Como Urtubey y Camaño, fue parte del elenco libre de kirchnerismo que acompañó a Massa al debate presidencial previo al ballotage, con el que el candidato buscó escenificar su gobierno de unidad nacional.

Se sumaron, entre otras figuras, el diputado Topo Rodríguez y su par Natalia de la Sota. Rodríguez anunció el apoyo de Roberto Lavagna, que el exministro hizo público en el tramo final. "Lo mejor de la campaña es que terminamos sin contradicciones. Sergio es el candidato de todos, conduce y su discurso contiene a todos", apunta un dirigente del peronismo no kirchnerista.

Frente de Todos, in memoriam

Cristina Kirchner colaboró siempre desde las sombras. Fue la primera en vislumbrar que se abría la oportunidad para lanzar una convocatoria amplia para derrotar al eje de ultraderecha que formaron Milei y Macri. La vicepresidenta armó su despedida en el acto que encabezó el 25 de mayo en la Plaza de Mayo. Ubicó a sus espaldas a sus herederos, Máximo Kirchner, Wado de Pedro, Axel Kicillof y Massa.

Pese a las resistencias internas, la exmandataria convenció a su tropa de que la mejor opción era el tigrense. Desde Juan Grabois -después de las primarias- hasta Kicillof, pasando por la "mesa de Ensenada" que clamó hasta último momento "Cristina presidenta", conducida por Andrés Larroque, el kirchnerismo terminó encolumnado detrás de la campaña del candidato que no había elegido. Después, CFK le cedió al postulante todo el protagonismo y se corrió completamente de escena. "Nunca en mi vida milité tanto a un candidato como a Sergio. Ni en 2015 a Daniel Scioli, ni en 2011 a Cristina, porque ella hacía la campaña sola. Nunca como ahora", le confesó a Letra P una figura cristinista que repartió boletas de Massa por el conurbano bonaerense.

El presidente Alberto Fernández también puso su cuota. Contra su deseo, se bajó de la pelea por la reelección después de haber acordado con la vice la llegada de Massa al Ministerio de Economía. Ese mismo día, el jefe de Estado tuvo claro que el flamante ministro iría por la candidatura. Fernández intentó terciar en la discusión con la defensa de las PASO y la postulación de Scioli en la interna. El sistema lo combatió y Massa se convirtió en el nombre de la unidad.

El candidato presidencial de UP buscó hacer de su largo historial en la política su principal capital. Echó mano a relaciones históricas con la dirigencia y con los grupos económicos y agitó vínculos internacionales. Encolumnó el peronismo en todas sus versiones, gobernadores, intendentes, la CGT, los movimientos sociales. Sumó a actores de la sociedad civil, clubes de barrio y ONGs siempre neutrales. Convocó a movimientos silvestres, colectivos que se organizaron de la noche a la mañana. En plena fiebre por la llegada de Taylor Swift, consiguió el apoyo de "las swifties por la Patria". También, el respaldo explícito de curas villeros y de un sector importante de las iglesias evangélicas.

Mientras Milei agitó la bandera del cambio y la anticasta, Massa fue más casta que nunca y buscó que ese mensaje se viera en la sociedad como una garantía de estabilidad y seriedad para atravesar los tiempos por venir. "Esto no es entre Macri o Cristina, Javier. Esto es entre vos o yo. Ellos ya tuvieron su oportunidad y los argentinos deciden sobre eso. Vamos a decidir quién de los dos va a ser el presidente de los argentinos. Quién va a cuidar nuestra salud, seguridad, trabajo y educación", le dijo a Milei en el último debate presidencial. Buscó mostrar a su oponente como un salto al vacío.

Pese a todo eso, apenas logró bajar su imagen negativa, un karma que carga sobre sus espaldas desde hace años. Sobre la recta final, según una encuesta de una encuesta de Zuban Córdoba, el número llegaba al 56,7%. La positiva, en tanto, acumulaba 42,1%. Pero imagen no es intención de voto. Massa pidió una oportunidad para mostrar que tiene la capacidad para gestionar, independientemente de ese dato.

En la pelea, logró que un enorme porcentaje del electorado se olvidara de la gestión económica. El eje de debate se corrió hacia la convivencia democrática. "La gente tiene mil problemas y, sin embargo, en la calle nos escucha. Las cosas no están bien, pero ningún argentino quiere vivir en el caos", reflexiona una legisladora electa de UP. Una rareza en la historia y un mérito inobjetable de la estrategia electoral y del candidato, que mostró una capacidad arrolladora de trabajo.

Domado por la realidad

Quienes conocen a Massa desde hace años dicen que el candidato terminó de forjarse en la negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que se cerró en la previa de las PASO. "Fueron cuatro meses terribles, en lo político y en lo personal. Sintió la responsabilidad sobre sus espaldas. No paraba, no dormía. Definitivamente, entendió lo que era gobernar un país como Argentina en ese proceso por las presiones que había, internas y externas", apunta una figura de primera línea del massismo.

"Menos ansioso que en 2015", más aplomado, Massa corrigió algunos vicios propios. Domó su tendencia a las filtraciones y se volvió "más cuidadoso de su entorno". Trabajó en la campaña para buscar un estilo más sobrio y matizar gestos "cancheros". "Ya no confía en cualquiera. Entiende que es parte de una construcción política heterogénea y hay que cuidar todo mucho más", dicen en la mesa chica del candidato presidencial.

Yo no soy Alberto Fernández

"Si Sergio hace todo lo que yo no pude hacer, tiene una oportunidad". La noche de las PASO, en la terraza del búnker ubicado en el Complejo C Art Media, se repartían caras de preocupación y semblantes adustos. En un rincón, un dirigente no perdía la esperanza: Scioli. A diferencia del resto, el embajador en Brasil veía una luz en la capacidad de Massa de mostrar su independencia y su capacidad de liderazgo propio, por fuera del redil kirchnerista.

Aunque la relación con Cristina es un bien que Massa se dedicará a cuidar especialmente, el candidato presidencial consiguió llegar a la elección con brillo propio y buscó marcar diferencias con el estilo de Fernández. La prueba está en la misma diversidad de convocatoria y en las declaraciones de Massa sobre el armado de su eventual gobierno, que el kirchnerismo nunca refutó. El llamado a la unidad comprende a todos los que se sientan interpelados, desde Gerardo Morales hasta Horacio Rodríguez Larreta, pero Massa prometió conducir e imprimirle su sello.

"Yo no soy Alberto Fernández" fue el jingle surgido de Gelatina que resonó durante toda la campaña. El candidato presidencial se encargó de agitarlo en su último intento de seducción al electorado. "El Presidente voy a ser yo", dijo.

Fuente: Letra P