Opinión

Ganó la derecha de Milei: preparemos el enfrentamiento en las calles a los nuevos ajustes y ataques que vendrán

La extrema derecha de Milei sumó los votos de la derecha de Macri y Bullrich y capitalizó también el descontento contra un Gobierno que incumplió abiertamente sus promesas y aplicó duros planes de ajuste, empeorando la situación económica y social. Pero el de Milei será un mandato con contradicciones y muchas debilidades. Hay que prepararse desde hoy -que empieza una transición incierta- para enfrentar sus planes con la inmensa fuerza social que tiene la clase trabajadora si se organiza, junto a las mujeres y la juventud combativa.

Con los resultados de este domingo, la fórmula Javier Milei-Victoria Villarruel se ha impuesto en el balotaje, venciendo a Sergio Massa-Agustín Rossi por un 55,78 % contra un 44,21 % a la hora de publicar esta nota, con el 95,31 % de los votos escrutados.

Con respecto a las elecciones generales de octubre, los candidatos ganadores crecieron casi 6 millones de votos, capitalizando en su mayor parte los votos que había cosechado Patricia Bullrich, quien, junto a Mauricio Macri, había manifestado su apoyo a los candidatos de La Libertad Avanza. También una parte importante de los votos que había obtenido Juan Schiaretti.

Desde esta noche se abre una inédita transición en Argentina hasta la asunción de la derecha liberfacha que ingresará en la Casa Rosada el 10 de diciembre.

Por primera vez desde 1983, un espacio político que postula la impunidad para los genocidas y niega los 30.000 desaparecidos accede al poder. No sólo eso: se trata también de candidaturas que reivindicaron al menemismo -la etapa más neoliberal de la historia nacional-, y que promueven una dolarización de la economía, apertura comercial irrestricta, privatizaciones, reformas estructurales, ataques contra los derechos de las mujeres y discriminación hacia distintas minorías. Semejante espacio político solo pudo ganar por el apoyo de Macri y Bullrich que lo hicieron crecer en el balotaje y por el voto de descontento contra un Gobierno de ajuste, crisis social y una inflación histórica para los parámetros de las últimas tres décadas. El peronismo le abrió el paso a la derecha.

Sin embargo, estamos ante una nueva historia que recién comienza. La posibilidad de llevar a la prácticas estas ideas reaccionarias -o en qué proporción podrán hacerlo- ha conquistado un importante punto de apoyo en la derechización que ha expresado el proceso electoral culminado este domingo -y por supuesto en el acceso al Poder Ejecutivo Nacional-, pero también es cierto que La Libertad Avanza no tiene un cheque en blanco. El próximo mandato se encontrará desde el comienzo con las contradicciones de un Gobierno que asumirá plagado de debilidades institucionales (como no tener mayoría propia en el Congreso Nacional o no tener gobernadores, ni intendentes), estará cruzado por distintas resistencias, por la falta de identidad mecánica entre votos y consensos, por las apuestas a derrotar sus planes en las calles y por casi la mitad del país que ha votado fervientemente en contra suyo. Volveremos sobre este asunto de vital importancia más abajo.

Antes, es preciso discutir cómo ha sido posible este suceso. El viejo régimen político de la grieta -polarizado durante años entre el macrismo y el kirchnerismo, cada cual con sus respectivos aliados-, acaba de recibir su golpe más duro. De forma vertiginosa, una nueva derecha -a la derecha de la derecha- surgió, ascendió y derrotó a la estructura bicoalicional argentina en pocos años. Es un fenómeno que tiene puntos de contacto -aunque no idénticos- con otros que han tenido lugar en la arena internacional en los últimos años.

No solo eso: Javier Milei y Victoria Villarruel triunfaron no solo contra casi todos los partidos políticos tradicionales (solo apoyados por un sector del PRO y un sector de la UCR en el balotaje), sino también contra la mayor parte del empresariado (muchos simpatizan con su programa pero temen por la "gobernabilidad"), contra las preferencias del actual Gobierno de Estados Unidos, los sindicatos, movimientos sociales, de mujeres, de derechos humanos y los sectores de la Iglesia alineados con el Papa Francisco, todos actores que -en su mayoría- habían manifestado su apoyo a Sergio Massa para la segunda vuelta de forma más o menos explícita según el caso.

Dicho de otro modo: semejante triunfo en contra de tantos actores solo puede explicarse por el hecho de que en esta elección se ha impuesto con fuerza el rechazo al estado actual de la situación, por sobre el miedo a lo desconocido.

Ese descontento tiene bases verificables. El fracaso de los últimos dos gobiernos se puede comprobar en números. Desde que el FMI volvió a la Argentina en 2018, la pobreza ha aumentado dramáticamente desde el 27,3 % hasta el 40,1 % en la última medición. Las políticas del FMI, aplicadas primero por Macri, después por Martín Guzmán y ahora por Sergio Massa (con apoyo de Cristina Kirchner), son una máquina de generar pobreza. Los salarios de todos los trabajadores se han derrumbado, con especial gravedad para los no registrados, que han perdido el 46,7 % de su poder adquisitivo desde 2016. Aunque la situación de la clase trabajadora es desigual, y eso se ha expresado también en la fragmentación de los apoyos políticos a uno y otro bando del balotaje.

Si fue el macrismo quien inició este camino (con apoyo de gobernadores, diputados y senadores peronistas), también es cierto que el Frente de Todos, una vez en el Gobierno, incumplió todas sus promesas y continuó los planes de ajuste (Massa recortó $ 1.255.312 millones del gasto primario en lo que va de 2023). La inflación castiga duramente a los sectores populares y sectores medios. De acuerdo a un informe del Centro Cifra, durante los últimos dos gobiernos alrededor de USD 101.000 millones pasaron desde los bolsillos de la clase trabajadora a los de las grandes patronales (la mayor parte de esta transferencia se dio bajo el actual gobierno). Gobernaron para los ricos. Esa es la base material del enorme descontento con el régimen político de los últimos años.

En este marco, la ultraderecha de Javier Milei y Victoria Villarruel ha sabido explotar el descontento con demagogia. Mientras que -por supuesto- una parte importante de su base electoral es genuinamente de derecha, con valores reaccionarios, también es cierto que apelaron al voto de otros sectores vendiendo espejitos de colores, como las propuestas de su plan económico, que, de aplicarse, no harán más que agravar enormemente las penurias populares y generarán un choque entre las expectativas y realidad que será fuente de múltiples fenómenos políticos y de la lucha de clases en el período por venir. Por otro lado, cabe señalar que al peronismo le resultó imposible ganar la elección convenciendo con la política de un estado presente en el contexto del deterioro continuo y eterno de casi todas las variables económicas y sociales, así como del deterioro de servicios públicos como la educación o la salud que solo se sostienen gracias a sus trabajadores y trabajadoras a pesar del desfinanciamiento permanente. El temor a las banderas derechistas de La Libertad Avanza y a sus propuestas económicas que son un salto a lo desconocido no alcanzaron frente a tanto descontento con la situación actual, ni tampoco la defensa de 40 años de una democracia que dejó muchas promesas frustradas que la derecha explota demagógicamente.

Para su batalla cultural, La Libertad Avanza tuvo importantes aliados, algunos de los cuales quisieron derrotarlo ahora en el balotaje pero que ya habían contribuido a crear al monstruo desde mucho antes. Desde los grandes empresarios que lo promovieron (como Eduardo Eurnekian, por más que ahora se haya distanciado), hasta el peronismo que especuló con darle aire para dividir a la base electoral de Juntos por el Cambio. Más aún: como han denunciado incluso desde sus propias filas (Juan Grabois o Sergio Berni), el peronismo incluso hasta contribuyó al armado de las listas de Javier Milei y le facilitó financiamiento. Más adelante en el tiempo, Mauricio Macri encontró en el candidato liberfacho un buen instrumento para aprovechar en las internas de la derecha, y se subió a la oleada junto a Patricia Bullrich, con un plan A (la candidata "halcona" de JxC si ganaba en octubre) y un plan B (el apoyo a Milei en el balotaje después de la derrota de su candidata).

Aun así, todo esto no hubiera sido posible sin la inestimable colaboración de las burocracias sindicales y de los movimientos sociales que han dejado avanzar el empobrecimiento, los planes de ajuste y entrega con pasividad casi absoluta y complicidad con el gobierno del Frente de Todos. Sobre esa base de muy poca acción colectiva y de la lucha de clases se creó un terreno más propicio para el avance de las ideas individualistas y de progreso personal, separado de las luchas sociales y de soluciones colectivas. No hay nadie que le haya hecho más el juego a la derecha que estas burocracias.

Visto desde otro ángulo: cada vez que la rebeldía tendió a expresarse por izquierda, el Gobierno peronista y la derecha estuvieron allí para enfrentarla. Valgan como ejemplos las luchas de las familias sin techo como en Guernica (reprimidas por el ministro Sergio Berni de Axel Kicillof) o la represión a la enorme rebelión del pueblo jujeño contra el autoritarismo de Gerardo Morales, aliado de Sergio Massa (recordemos que el actual ministro de Economía no condenó ni una sola vez los ataques de su amigo radical en esa provincia, sino todo lo contrario: lo llamó a ser parte de un Gobierno de unidad nacional).

Sintetizando, Javier Milei no llegó solo hasta aquí. Sobre la base de un enorme empobrecimiento generado por los últimos dos gobiernos, contó también con grandes aliados desde el poder para su batalla cultural.

La izquierda, por el contrario, no especuló nunca ni dudó en el enfrentamiento a estas nuevas derechas. En condiciones muy desiguales contra el poder político y económico, este espacio estuvo siempre del lado de las luchas obreras y populares, contra las represiones, las complicidades y los planes de ajuste que le abrieron el camino a la derecha y que algunos silenciaban por no denunciar al actual oficialismo. El camino del mal menor se demostró desastroso y solo permitió el avance de la derecha. La izquierda, en cambio, siempre estuvo del mismo lado, coherente a sus luchas y sus principios. También en el terreno electoral la hemos denunciado, como se pudo ver en la enorme repercusión de las intervenciones de Myriam Bregman en los debates presidenciales.

Ahora comienza una nueva etapa en la que nos volveremos a encontrar junto a millones en las calles enfrentando los planes de la derecha en el poder. Como dijimos al comienzo, su Gobierno nacerá plagado de debilidades: no tendrá mayoría propia en el Congreso Nacional, no tiene gobernadores ni intendentes propios, no cuenta con tropa propia en sindicatos ni movimientos sociales. Más aún: su votación, al expresar sectores de derecha pero también a sectores que votaron "en contra de", no es ningún cheque en blanco para que pueda aplicar su programa. Lo cual, por supuesto, no quiere decir que lo que viene sea fácil, ni mucho menos. Empieza un nuevo período, para el cual es necesario prepararse sacando las conclusiones de la etapa que está terminando.

En esta transición que comienza esta noche se comenzarán también a precisar cuestiones concretas, como cuál va a ser realmente el programa que quiera aplicar Milei o cuál va a ser su relación en los hechos con el macrismo (¿habrá una suerte de cogobierno?). Cuán a fondo está dispuesto a pisar el acelerador, en condiciones plagadas de dificultades para su plan.

En esos terrenos aún persisten muchas incógnitas. También resta ver cómo se ubicarán la dirigencia peronista y de los sindicatos, siempre acomodaticia a los nuevos tiempos. Pero algunas cosas son seguras: los nuevos ataques a las condiciones de vida de las grandes masas estarán a la orden del día, de mínima, con mayor devaluación y ajuste fiscal, sobre la base de una situación social ya muy complicada por años de ajustes. Es el momento de redoblar la organización en lugares de trabajo, estudio y en los barrios, de enfrentar a las burocracias cómplices que han traicionado y de discutir un programa contra el ajuste y en favor de las libertades democráticas. Ante lo que implica el ascenso de Milei al poder, las conducciones sindicales deben dejar la pasividad que hizo crecer a la derecha y convocar a asambleas, medidas y estado de alerta para comenzar nuevos planes de lucha.

La derecha ganó las elecciones, pero la clase trabajadora con sus familias y los aliados en el movimiento de mujeres, la juventud y los derechos humanos son una inmensa fuerza social si se pone en movimiento. No hay tiempo que perder.

Fuente: La Izquierda Diario