Ambiente

Crisis ecológica de la Tierra y la crisis de lo humano

Por Rodrigo Arce Rojas

Hablar de crisis como periodo o una coyuntura de cambios, por más inesperada, sorpresiva, inestable, incierta, confusa, difícil, complicada o compleja que pueda ser una situación, nos puede llevar a la idea que es un momento temporal de cambios que nos llevarán a otro estado cuyo resultado no podemos anticipar porque está relacionada a la pérdida de control. Si la crisis evoluciona en sentido negativo entonces viene la catástrofe. En tal sentido es importante caer en cuenta que una crisis requiere la debida atención si es que no queremos que derive en calamidad o colapso. Pero la idea no es caer en colapsismo que inmoviliza sino en el reconocimiento del estado de urgencia para promover grandes cambios transformadores. La oportunidad para reinventarnos.

Efectivamente nos encontramos en una crisis civilizatoria que tiene múltiples manifestaciones con expresiones parciales como la crisis humana y crisis ecológica pero que en la práctica refiere a una gran crisis socioecológica a nivel planetario. Entre las expresiones parciales de las crisis podemos señalar la crisis del Estado, la crisis del modelo paradigmático de la ciencia, de la democracia, la crisis del Estado, la crisis de la educación colonizadora, entre otras.

Tomando conciencia de la crisis

Aunque la crisis está generalizada no todos caen en cuenta del sentido de urgencia que tiene. Otros son conscientes de las crisis pero consideran que el ser humano con su ciencia, con su tecnología, con el predominio de la razón, la efectividad de su sistema económico va a poder sortear estos desafíos como siempre históricamente lo ha hecho. El problema de fondo es que muchos de esos argumentos son precisamente las causantes de la actual crisis global. De tal suerte pues que es la confluencia de la ciencia, la tecnología, la política, la economía, marcado fuertemente por una concepción antropocéntrica, ha provocado esta situación al separar el ser humano de la naturaleza y convertirla en proveedora de bienes y servicios para la satisfacción de las necesidades humanas. Una fe inquebrantable en la fortaleza de la razón instrumental y un acendrado optimismo tecnológico, en el marco de una visión y práctica mercantilista, nos ha llevado a la crisis actual.

La actual crisis política desvergonzada y ramplona no es sino expresión de la crisis de sentido, de valores y demuestra cómo los intereses económicos se han engullido a los intereses del bien común. Es una manifestación de la crisis civilizatoria acicateada por la voracidad de la teología del mercado y del crecimiento infinito.

La modernización está asociada a desarrollo, a progreso, a industrialización, a crecimiento económico a consumo y todos hemos sido ganados por el encanto del desarrollo, pero esta forma de motivación humana tiene el efecto de dividir a la humanidad en países desarrollado y países no desarrollado eufemísticamente llamados en vías de desarrollo o menos adelantados. Para esta forma de pensar, sentir y actuar no hay otra vía que seguir la misma fórmula que han transitado los países llamados desarrollados. Entonces se impone el discurso que desarrollo es crecimiento infinito y esto es posible si es que todo puede traducirse en el lenguaje de la economía que se reduce a los precios, propietarios, mercado, donde la inversión privada es considerado el motor fundamental y se busca reducir al mínimo la intervención del Estado si no es para controlar que el esquema funcione. La insistencia en la apuesta por esta manera de organizar la sociedad se ha convertido en desarrollismo y los impactos negativos de hacer este tipo de desarrollo se ha transformado en mal desarrollo.

Frente a los resultados de esta manera dominante de hacer desarrollo tenemos el hecho concreto que ya hemos superado seis de los nueve umbrales ecológicos (cambio o catástrofe climática, pérdida o exterminio de la biodiversidad, cambio de uso de la tierra y deforestación, alteración de los patrones biogeoquímicos del nitrógeno y el fósforo, contaminación química y por micro plásticos, crisis del agua) y ya hemos superado la biocapacidad de la tierra. Por ello, el optimismo de un crecimiento infinito no tiene sustento.

Crisis y oportunidades

En la búsqueda de otras formas de florecimiento de la humanidad se han generado otras opciones tales como el biodesarrollo, el desarrollo regenerativo y caminos más allá del desarrollo llamados alternativas al desarrollo tales como el Buen Vivir o vida en plenitud de origen andino pero que tiene expresiones equivalentes en diversas partes del mundo. Estas alternativas plantean la búsqueda del equilibrio y la armonía con un uno mismo, con la sociedad, con la naturaleza y el cosmos, recuperando el tejido de interacciones en el que siempre habíamos estado pero que el modelo civilizatorio había insistido en desconocer a partir la razón instrumental, el antropocentrismo, el individualismo, el patriarcado y la colonización.

Es importante precisar que en los procesos de revisión y de autocrítica sobre el concepto de desarrollo y en las propias alternativas al desarrollo se han ido ganando amplitud en el entendimiento de las dimensiones del florecimiento humano. Así el reconocimiento de la energía con sus proceso de entropía y sintropía recupera los equilibrios dinámicos, la dimensión de la vida supera la dimensión ambiental y se incorpora nítidamente una dimensión espiritual vinculada a la dimensión ética (bioética, ética de la tierra, ética del cuidado, entre otros). Al trascender el antropocentrismo, el patriarcado y el colonialismo entonces se da cabida a la diversidad de justicias tales como justicia social, justicia ambiental, justicia ecológica, justicia epistémica, justicia lingüística, entre otras.

Ahora bien, las observaciones al crecimiento económico como la única posibilidad de florecimiento de la humanidad no significan que se niegue la economía, el comercio o el mercado. De lo que se trata es de resignificarlas para que sean una dimensión que contribuya a una genuina sustentabilidad y no más bien a su menoscabo. Por ejemplo, no se puede negar que el comercio ha tenido un rol fundamental en el desarrollo de la civilización al permitir el intercambio no solo de bienes sino también de lenguajes y culturas. No obstante la generalización de su práctica en todas las dimensiones de la vida humana ha llevado al mercantilismo que convierte todo, lo tangible e intangible, en mercancías en la que se requieren dueños o propietarios, precios y mercados. Así se ha mercantilizado la vida, la salud, la educación, los territorios, los dones de la naturaleza, los cuerpos y las ideas. Nunca antes se había podido apreciar la mercantilización desvergonzada de la política que ha perdido su sentido original orientada al bienestar común y que convive con la galopante corrupción. La mercantilización de la educación superior ha devaluado el sentido profundo y transformador de la educación.

¿Cómo llegamos a este punto?

La pregunta de fondo que uno tendría que hacerse es ¿Cómo y por qué hemos llegado a esta situación? Una característica fundamental de nuestra civilización es su inveterada propensión de fragmentarlo todo. Somos una civilización de la fragmentación con afán de conocimiento para el dominio. Así hemos separada las ciencias sociales de las ciencias naturales, la ciencia de la filosofía, la ciencia de la ética, la ciencia de la estética, la ciencia del arte, los conocimientos científicos de los conocimientos ancestrales, entre otras tantas dualidades. Es indudable que esta forma de relacionarse con la sociedad y la naturaleza ha tenido grandes logros tecnocientíficos que la humanidad muestra orgullosa. No obstante, la disyunción y la reducción ha derivado en una civilización antropocéntrica, patriarcal y colonizadora, así se ha sometido al diferente, a las mujeres, a la naturaleza.

El ser humano es una especie que tiene la capacidad extraña de hacer jerarquizaciones entre los grupos humanos y entre los humanos y la naturaleza. Así se considera el amo y señor de la naturaleza que es sometida para la satisfacción de sus ilimitadas necesidades e incluso necedades. Llegamos a esta situación a través del proceso de colonización de la naturaleza.

La colonización no se traduce a la invasión y conquista de otros pueblos, los diferentes, imponiendo sus modos de vida y hasta de creer, pensar, sentir, hacer y decir. La colonización también se trasladó a la naturaleza. Para ello mediante la visión antropocéntrica se sintió distinto, lejano y exterior a la naturaleza con la consiguiente pérdida de afectividad ambiental, en un segundo momento al reducir la naturaleza a recurso económico la convirtió en cosa disponible para entrar en el mercado y en tercer lugar la sometió, la explotó, la manejó, la simplificó. En todo este proceso no se reconoció el valor intrínseco de la vida de plantas, animales y microorganismos.

Pero al decir antropocentrismo no se debe caer en una generalización que esconda el hecho que hay diferentes niveles de responsabilidad. Lo que implica también poner en valor los esfuerzos y las luchas que se hacen desde los pueblos, las comunidades, las comunas, los pueblos indígenas, movimientos sociales, redes y pactos que están luchando por procesos de transición justa.

La vida es más compleja de lo que conocemos comúnmente. Plantas, animales y microorganismos tenemos un origen común por lo que de alguna manera podríamos afirmar que en toda la vida planetaria hay un aire de familia. Si bien es cierto la vida humana y la vida no humana tienen sus especificidades no quiere decir que sean completamente distintos. Muchos atributos que considerábamos exclusivamente humanos no lo son tanto y expresiones de cultura, comunicación, política, colaboración y la capacidad de engañar también lo encontramos en algunos animales. La conciencia y la inteligencia es consustancial a la vida en todas sus expresiones aunque claro está con variantes cualitativas, de grado u organización.

Aunque a muchos no les guste reconocer compartimos altas similitudes de ADN con los primates. Somos ecosistemas caminantes (holobiontes) somos humanos por la presencia y colaboración de bacterias, virus sin los cuales no es posible la vida. Pero además plantas y animales, microorganismos y humanos estamos vinculados por los ciclos biogeoquímicos y todos formamos parte de la comunidad energética que nos liga al sol.

La sintiencia es la capacidad de algunos animales de experimentar gozo, sufrimiento y dolor. Pero más allá que sientan o no dolor, lo que no sabemos, lo importante es reconocer que todo ser vivo merece ser tratado con respeto, permitiendo que cada individuo pueda desplegar su potencial de vida en el entramado de relaciones complejas del planeta. Los seres humanos hemos desplegado un conjunto de artificios para quebrar la afectividad ambiental y ecológica. Así por ejemplo al reducir la naturaleza a recursos humanos ponemos de relieve únicamente su dimensión económica y negamos el reconocimiento de la vida. Al considerarlos como capital natural otra vez traducimos nuestra relación en términos de producción y de acumulación en términos del interés humano. Así, por ejemplo, los recursos hidrobiológicos, considerados como recursos naturales renovables, aluden a los organismos que pasan toda su vida o parte de ella en un ambiente acuático y son utilizados por el hombre en forma directa o indirecta. Entre ellos se pueden mencionar a los mamíferos (ballenas, cachalotes, delfines, lobos marinos), peces, crustáceos (langostinos y cangrejos), moluscos (conchas, pulpos, calamares, caracoles) y otros grupos que no son reconocidos como fauna silvestre.

Aunque es cierto que como civilización nos hemos servido de la caza y la pesca para alimentarnos, y seguramente esta situación continuará, ahora tenemos un mejor conocimiento de lo que significa cada expresión de vida en la naturaleza. Este reconocimiento, a partir de los aportes de cosmovisiones y cosmosentires de los pueblos indígenas ha derivado en el reconocimiento de los derechos de la naturaleza. Cada vez ha ido emergiendo con mayor fuerza el reconocimiento de perspectivas biocéntricas, ecocéntricas, geocéntricas e incluso cosmocéntricas. Es necesario que en las propuestas de florecimiento humano se tomen en cuenta la diversidad de ontologías o forma de relacionarse con la naturaleza. Es lo que da fundamento a la pluriversidad.

Revalorizando la moral

Quiere decir entonces que existe el imperativo de ampliar la comunidad moral para incluir toda expresión de vida. El Papa Francisco ha llamado la atención sobre la necesidad de una ecología integral, desde otras vertientes se está proponiendo la ética del cuidado, de la crianza mutua como afirman los pueblos andinos. Diversas perspectivas como Vida Bonita, Vida Dulce, Vida Sabrosa, Vida Plena, entre otras nos hablan de desplegar el carácter integral de la persona, de relacionarnos desde el sentipensar, desde el corazonar para recuperar la afectividad entre todas las expresiones de vida.

Por tanto no basta apelar a la crisis, a la catástrofe o al colapso que pueden llevarnos al pesimismo, al cinismo o a la inacción. Necesitamos recuperar la capacidad de asombro, indignación y canalizar las energías en acción transformadora, regenerativa. Necesitamos sentir que aún podemos florecer pero eso requiere una dosis de optimismo, esperanza, innovación y capacidad de soñar y diseñar un mundo más armonioso. Recordemos que cosmos significa armonía, orden, belleza y por ello nuestros sueños tienen que estar embebidos de conexión cósmica, aquí, allí, allá, ahora y siempre.

Fuente: Ecoportal.net