"La derecha, las universidades y el problema de los pobres"Por Sebastián Sayago
"Nada es gratis en la vida", "Cada persona debe pagar por su derecho a estudiar", "Los pobres no llegan a la universidad", "No todos tienen que ser universitarios", "Las universidades estatales son centros de adoctrinamiento", "La educación debe ser privada".
La derecha tiene una concepción elitista de la educación y de la sociedad en general. Afirma que cada uno debe tener lo que merece y lo que merece depende de la plata que tenga. Es la naturalización de la asimetría en la distribución de capital, la consagración de los privilegios de casta. En esa concepción del mundo, los pobres son un mal necesario. Sin ellos, no habría fuerza de trabajo, pero resultan una molestia cuando tienen aspiraciones de ascenso social y exigen derechos.
Se entiende, entonces, que los gobiernos neoliberales cuestionen el sentido de la universidad estatal y no arancelada. Lo escuchamos durante el gobierno de Macri y en este gobierno también: "Los pobres no llegan a la universidad", "¿Por qué los pobres tienen que sostener, con su sacrificio, el privilegio de los ricos de estudiar gratis?". Por un lado, se distorsiona la realidad y, por otro, de manera complementaria, se declara un aparente principio de justicia social.
El acotado menú de argumentos utilizados para justificar el ajuste a las universidades incluye algunos clichés más, en un contexto discursivo general en el que se responsabiliza de todos los males del país al "populismo empobrecedor". La estrategia básica consiste en mentir y en tomar algún caso que pueda ser cuestionable y extenderlo a todo el sistema.
Mentir para confundir
La derecha insiste en la idea de que los pobres no llegan a la universidad, asumiendo que, si se acepta este supuesto, es más fácil avanzar con el arancelamiento de los estudios y el desmantelamiento del sistema público. Lo acaba de afirmar Milei, en el acto de cambio de nombre del CCK.
En primer lugar, el gobierno lanza esta afirmación sin basarse en datos estadísticos objetivos. Es una mentira malintencionada. Lo cierto es que, en un período en el que más del 50% de la población está debajo de la línea de la pobreza, según la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC, también casi la mitad de los estudiantes de las universidades públicas pertenecen a hogares pobres (el 48,5%).
En segundo lugar, es cierto que deberían entrar más alumnos de familias obreras. Pero, para facilitar su acceso a la educación universitaria y su permanencia, el Estado debería promover varios mecanismos de sostén y acompañamiento: más becas, implementación de un programa de apoyo académico en los primeros años. Por supuesto, todo esto debería ser parte de una política educativa que tienda a igualar las oportunidades desde la escuela primaria. Pero las acciones de este gobierno, claramente, van sentido contrario.
Milei repite que las universidades no quieren ser auditadas y que esta actitud esquiva es la demostración de que tienen algo que esconder. Lo cierto es que, más allá de que los gastos de las universidades son rendidos periódicamente, el Estado tiene la posibilidad de realizar auditorías mediante la Sindicatura General de la Nación (SIGEN). Tal responsabilidad está fijada en el artículo 59 bis de la Ley 24.521 de Educación Superior. Si no lo ha hecho en lo que va del 2024, es porque cree que, en la lucha contra las universidades, resulta más efectivo acusarlas de evitar las auditorías que auditarlas efectivamente. Recién ahora, ante las refutaciones recibidas, el gobierno ha organizado un programa de auditorías, lo que demuestra que, desde un principio, estuvo en sus manos llevarlas adelante.
Entre otras cosas, diferentes funcionarios declaran una y otra vez que las universidades son "centros de adoctrinamiento". Para desbaratar esta idea, basta señalar un hecho objetivo y contundente: de los 85 diputados que apoyaron el veto presidencial contra la Ley de Financiamiento Universitario, 27 son egresados de universidades públicas. Resulta evidente que, para recibir un título, no es requisito indispensable ser adoctrinado.
Igualmente, es mucho lo que se puede decir acerca del concepto libertario de "adoctrinamiento", aplicable siempre a toda postura ideológica que no coincida con la propia ideología ultraderechista.
¿Quiénes son los verdaderos héroes?
En todo foro de empresarios, lambisconamente (como señaló Alejandro Bercovich), Milei acostumbra afirmar que los empresarios "son héroes", "los verdaderos héroes de la historia de la humanidad", los grandes "benefactores". Se justifica diciendo algo tan simplón que parece impropio de un adulto: la riqueza es la recompensa obtenida directamente por ofrecer el mejor servicio al menor precio, desconociendo la existencia de lobbies que presionan al Estado para obtener múltiples ventajas, la tendencia monopólica en muchos rubros y otras estrategias de rapiña capitalista. Supone también que, mientras mayor sea la fortuna acumulada, mayor es el heroísmo del empresario, porque eso indica que va a invertir más, a crear más trabajo y a generar más desarrollo económico y social.
Es posible pensar que esta retórica ultracapitalista tiene el mérito de proponer un concepto contemporáneo de héroe. Ya no se trata del héroe nacional que realizó hazañas y entregó su vida al proyecto de construcción de un país independiente, soberano y justo, esa incómoda figura que luchó contra los imperialismos y cuya divulgación en Paka-Paka tanto indignó a Marra. El pensamiento libertario propone reemplazar a San Martín y Belgrano por Galperin y Elon Musk.
Sin embargo, en nuestro mundo inmediato y actual, podemos reconocer otros heroísmos cotidianos. Siguiendo el eje de la defensa de la universidad pública, están todos los y las estudiantes de familias obreras que se han esforzado y se esfuerzan por culminar su carrera. En estos meses, se multiplican en las redes conmovedores testimonios de egresados que reconocen que pudieron graduarse por las posibilidades brindadas por una universidad estatal y no arancelada.
En una sociedad injusta (con un sistema educativo que reproduce las asimetrías sociales), la universidad no castiga con un examen de ingreso las diferencias de habitus y capital cultural. No culpa al estudiante pobre por su condición social. Tampoco lo penaliza porque se demora en terminar la carrera. No es fácil trabajar y estudiar: el alumno que tiene un empleo (ya sea formal o informal) tiene menos tiempo y menos energías para cursar según el ritmo previsto en el plan de estudios. En vez de aprobar tres o cuatro materias por cuatrimestre, con mucho esfuerzo, aprueba una o dos. Y, si persevera y la vida no le pone más obstáculos, finalmente puede recibirse. Muchos de ellos y ellas, incluso, han logrado trayectorias profesionales brillantes y han aportado al país mucho más que un empresario rico. René Favaloro, por ejemplo, graduado en la Universidad Nacional de La Plata, fue hijo de un carpintero y una modista.
Con una universidad desfinanciada, con examen de ingreso para reducir la matrícula, con un sistema de expulsión por demoras en el tiempo de cursada y sin becas, con el cobro de un arancel, los pobres efectivamente no llegarán a la universidad. Se cumpliría así el anhelo de la auténtica casta, tan bien expresado por el diputado libertario ‘Bertie' Benegas Lynch: "Libertad es que, si no querés mandar a tu hijo al colegio porque lo necesitás en el taller, puedas hacerlo".
Estudiantes, docentes y científicos
El triunfo del veto a la Ley de Financiamiento Universitario aumentó la indignación en quienes estamos convencidos de la importancia política y social de la educación pública. En parte, porque es un recorte hecho a partir de un modelo de "déficit cero" que ajusta a los pobres, a los jubilados, a las universidades y a la ciencia, a la vez que da grandes beneficios a los más ricos, a los "grandes héroes" para los que gobierna Milei. Pero el veto también provocó irritación porque es parte de una política que pretende destruir la universidad pública sobre la base de mentiras, con un discurso violento y provocador.
El gobierno libertario se jactaba de tener el apoyo de la juventud, sobre todo de la que aprendió política e historia en las redes sociales y de la que estaba cansada de un kirchnerismo desgastado e ineficiente. Tal vez parte de esos jóvenes ahora está participando en las asambleas, tomas y manifestaciones que se realizan en universidades de todo el país. Y la conciencia que se logra en experiencias de luchas colectivas es muy difícil de revertir con tuits (pagados con "la nuestra") y con mentiras cada vez más desacreditadas.
Por supuesto, los personajes que transitan diariamente por la Casa Rosada desconocen o subestiman el poder que, en la historia argentina, ha tenido el movimiento estudiantil. También desprecian la convicción que puede tener un docente o un investigador cuando, colectivamente, se toma la decisión de salir a luchar por el futuro del país.
Milei, el "gatito mimoso del poder económico", y el grupete que lo acompaña van a comprobar que la disputa con un pueblo movilizado no es tan amable como la que pueden tener con Macri o Villarruel. Cuando las diferencias son de fondo, no basta una charlita en una oficina para calmar los ánimos. Ya se está viendo en las calles.
Milei acaba de decir que "la universidad pública hoy no le sirve a nadie más que a los hijos de los ricos".
¿Debemos repudiar públicamente el discurso de un gobierno que miente de forma tan grosera? ¿Es necesario rechazar enfáticamente su política de desprecio a la universidad pública? ¿Es correcto tratar de que los hijos de familias obreras tengan más posibilidades de estudiar en la universidad? ¿Es importante que el Estado fortalezca el sistema científico-tecnológico? ¿Está bien que un profesor universitario cobre más que un tuitero rentado por el Estado para difundir mensajes de odio? Sí, absolutamente.
Entonces, hay que luchar.
Fuente: ContraHegemoniaWeb
Por Sebastián Sayago
"Nada es gratis en la vida", "Cada persona debe pagar por su derecho a estudiar", "Los pobres no llegan a la universidad", "No todos tienen que ser universitarios", "Las universidades estatales son centros de adoctrinamiento", "La educación debe ser privada".
La derecha tiene una concepción elitista de la educación y de la sociedad en general. Afirma que cada uno debe tener lo que merece y lo que merece depende de la plata que tenga. Es la naturalización de la asimetría en la distribución de capital, la consagración de los privilegios de casta. En esa concepción del mundo, los pobres son un mal necesario. Sin ellos, no habría fuerza de trabajo, pero resultan una molestia cuando tienen aspiraciones de ascenso social y exigen derechos.
Se entiende, entonces, que los gobiernos neoliberales cuestionen el sentido de la universidad estatal y no arancelada. Lo escuchamos durante el gobierno de Macri y en este gobierno también: "Los pobres no llegan a la universidad", "¿Por qué los pobres tienen que sostener, con su sacrificio, el privilegio de los ricos de estudiar gratis?". Por un lado, se distorsiona la realidad y, por otro, de manera complementaria, se declara un aparente principio de justicia social.
El acotado menú de argumentos utilizados para justificar el ajuste a las universidades incluye algunos clichés más, en un contexto discursivo general en el que se responsabiliza de todos los males del país al "populismo empobrecedor". La estrategia básica consiste en mentir y en tomar algún caso que pueda ser cuestionable y extenderlo a todo el sistema.
Mentir para confundir
La derecha insiste en la idea de que los pobres no llegan a la universidad, asumiendo que, si se acepta este supuesto, es más fácil avanzar con el arancelamiento de los estudios y el desmantelamiento del sistema público. Lo acaba de afirmar Milei, en el acto de cambio de nombre del CCK.
En primer lugar, el gobierno lanza esta afirmación sin basarse en datos estadísticos objetivos. Es una mentira malintencionada. Lo cierto es que, en un período en el que más del 50% de la población está debajo de la línea de la pobreza, según la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC, también casi la mitad de los estudiantes de las universidades públicas pertenecen a hogares pobres (el 48,5%).
En segundo lugar, es cierto que deberían entrar más alumnos de familias obreras. Pero, para facilitar su acceso a la educación universitaria y su permanencia, el Estado debería promover varios mecanismos de sostén y acompañamiento: más becas, implementación de un programa de apoyo académico en los primeros años. Por supuesto, todo esto debería ser parte de una política educativa que tienda a igualar las oportunidades desde la escuela primaria. Pero las acciones de este gobierno, claramente, van sentido contrario.
Milei repite que las universidades no quieren ser auditadas y que esta actitud esquiva es la demostración de que tienen algo que esconder. Lo cierto es que, más allá de que los gastos de las universidades son rendidos periódicamente, el Estado tiene la posibilidad de realizar auditorías mediante la Sindicatura General de la Nación (SIGEN). Tal responsabilidad está fijada en el artículo 59 bis de la Ley 24.521 de Educación Superior. Si no lo ha hecho en lo que va del 2024, es porque cree que, en la lucha contra las universidades, resulta más efectivo acusarlas de evitar las auditorías que auditarlas efectivamente. Recién ahora, ante las refutaciones recibidas, el gobierno ha organizado un programa de auditorías, lo que demuestra que, desde un principio, estuvo en sus manos llevarlas adelante.
Entre otras cosas, diferentes funcionarios declaran una y otra vez que las universidades son "centros de adoctrinamiento". Para desbaratar esta idea, basta señalar un hecho objetivo y contundente: de los 85 diputados que apoyaron el veto presidencial contra la Ley de Financiamiento Universitario, 27 son egresados de universidades públicas. Resulta evidente que, para recibir un título, no es requisito indispensable ser adoctrinado.
Igualmente, es mucho lo que se puede decir acerca del concepto libertario de "adoctrinamiento", aplicable siempre a toda postura ideológica que no coincida con la propia ideología ultraderechista.
¿Quiénes son los verdaderos héroes?
En todo foro de empresarios, lambisconamente (como señaló Alejandro Bercovich), Milei acostumbra afirmar que los empresarios "son héroes", "los verdaderos héroes de la historia de la humanidad", los grandes "benefactores". Se justifica diciendo algo tan simplón que parece impropio de un adulto: la riqueza es la recompensa obtenida directamente por ofrecer el mejor servicio al menor precio, desconociendo la existencia de lobbies que presionan al Estado para obtener múltiples ventajas, la tendencia monopólica en muchos rubros y otras estrategias de rapiña capitalista. Supone también que, mientras mayor sea la fortuna acumulada, mayor es el heroísmo del empresario, porque eso indica que va a invertir más, a crear más trabajo y a generar más desarrollo económico y social.
Es posible pensar que esta retórica ultracapitalista tiene el mérito de proponer un concepto contemporáneo de héroe. Ya no se trata del héroe nacional que realizó hazañas y entregó su vida al proyecto de construcción de un país independiente, soberano y justo, esa incómoda figura que luchó contra los imperialismos y cuya divulgación en Paka-Paka tanto indignó a Marra. El pensamiento libertario propone reemplazar a San Martín y Belgrano por Galperin y Elon Musk.
Sin embargo, en nuestro mundo inmediato y actual, podemos reconocer otros heroísmos cotidianos. Siguiendo el eje de la defensa de la universidad pública, están todos los y las estudiantes de familias obreras que se han esforzado y se esfuerzan por culminar su carrera. En estos meses, se multiplican en las redes conmovedores testimonios de egresados que reconocen que pudieron graduarse por las posibilidades brindadas por una universidad estatal y no arancelada.
En una sociedad injusta (con un sistema educativo que reproduce las asimetrías sociales), la universidad no castiga con un examen de ingreso las diferencias de habitus y capital cultural. No culpa al estudiante pobre por su condición social. Tampoco lo penaliza porque se demora en terminar la carrera. No es fácil trabajar y estudiar: el alumno que tiene un empleo (ya sea formal o informal) tiene menos tiempo y menos energías para cursar según el ritmo previsto en el plan de estudios. En vez de aprobar tres o cuatro materias por cuatrimestre, con mucho esfuerzo, aprueba una o dos. Y, si persevera y la vida no le pone más obstáculos, finalmente puede recibirse. Muchos de ellos y ellas, incluso, han logrado trayectorias profesionales brillantes y han aportado al país mucho más que un empresario rico. René Favaloro, por ejemplo, graduado en la Universidad Nacional de La Plata, fue hijo de un carpintero y una modista.
Con una universidad desfinanciada, con examen de ingreso para reducir la matrícula, con un sistema de expulsión por demoras en el tiempo de cursada y sin becas, con el cobro de un arancel, los pobres efectivamente no llegarán a la universidad. Se cumpliría así el anhelo de la auténtica casta, tan bien expresado por el diputado libertario ‘Bertie' Benegas Lynch: "Libertad es que, si no querés mandar a tu hijo al colegio porque lo necesitás en el taller, puedas hacerlo".
Estudiantes, docentes y científicos
El triunfo del veto a la Ley de Financiamiento Universitario aumentó la indignación en quienes estamos convencidos de la importancia política y social de la educación pública. En parte, porque es un recorte hecho a partir de un modelo de "déficit cero" que ajusta a los pobres, a los jubilados, a las universidades y a la ciencia, a la vez que da grandes beneficios a los más ricos, a los "grandes héroes" para los que gobierna Milei. Pero el veto también provocó irritación porque es parte de una política que pretende destruir la universidad pública sobre la base de mentiras, con un discurso violento y provocador.
El gobierno libertario se jactaba de tener el apoyo de la juventud, sobre todo de la que aprendió política e historia en las redes sociales y de la que estaba cansada de un kirchnerismo desgastado e ineficiente. Tal vez parte de esos jóvenes ahora está participando en las asambleas, tomas y manifestaciones que se realizan en universidades de todo el país. Y la conciencia que se logra en experiencias de luchas colectivas es muy difícil de revertir con tuits (pagados con "la nuestra") y con mentiras cada vez más desacreditadas.
Por supuesto, los personajes que transitan diariamente por la Casa Rosada desconocen o subestiman el poder que, en la historia argentina, ha tenido el movimiento estudiantil. También desprecian la convicción que puede tener un docente o un investigador cuando, colectivamente, se toma la decisión de salir a luchar por el futuro del país.
Milei, el "gatito mimoso del poder económico", y el grupete que lo acompaña van a comprobar que la disputa con un pueblo movilizado no es tan amable como la que pueden tener con Macri o Villarruel. Cuando las diferencias son de fondo, no basta una charlita en una oficina para calmar los ánimos. Ya se está viendo en las calles.
Milei acaba de decir que "la universidad pública hoy no le sirve a nadie más que a los hijos de los ricos".
¿Debemos repudiar públicamente el discurso de un gobierno que miente de forma tan grosera? ¿Es necesario rechazar enfáticamente su política de desprecio a la universidad pública? ¿Es correcto tratar de que los hijos de familias obreras tengan más posibilidades de estudiar en la universidad? ¿Es importante que el Estado fortalezca el sistema científico-tecnológico? ¿Está bien que un profesor universitario cobre más que un tuitero rentado por el Estado para difundir mensajes de odio? Sí, absolutamente.
Entonces, hay que luchar.
Fuente: ContraHegemoniaWeb