Opinión

"El argentino de bien", ese sujeto deseado por una Argentina liberal y totalitaria

Por Jorge Spíndola (*)

El bien y el mal, los sujetos del cielo versus los sujetos del lodo, los sanos versus los enfermos, lo normal versus lo anormal. La animalidad monstruosa frente a la razón occidental, los degenerados frente al orden superior del mercado.

El gobierno de Javier Milei, a través de sus múltiples discursos y voceros, ha reinstalado la figura del "argentino de bien", una entidad a la que continuamente apela y convoca como "él" destinatario privilegiado de sus políticas.

Ahora bien, ¿qué es un "argentino de bien"? ¿Qué entidad social, subjetiva, jurídica o política supone esa categoría? Y, por supuesto, debemos preguntar también por su reverso necesario: el "argentino del mal". Si hay un argentino del bien, hay uno del mal, uno que no cuaja en la argentinidad deseada desde el nuevo orden liberal.

Aunemos algunas marcas que pondera el discurso hacia los "argentinos de bien", por ejemplo: "acá no trabaja el que no quiere", "hay que creer", "las fuerzas del cielo", "¡Viva la libertad, carajo!", "ahora sí, vamos por el camino correcto", "si a él le va bien, a la Argentina le va bien", "empresarios exitosos", "defensores de la propiedad privada", "topos del Estado", "enemigos de la política", "ciudadanos de bien", rehenes de piqueteros, sindicalistas, "argentinos que quieren un país normal", con "cárcel y bala para los chorros", con políticos de "ficha limpia", donde "el que las hace las paga", donde se termine "el curro de los derechos humanos", y tantos otros. Un nuevo orden basado en una suerte de higiene social que exige la eliminación de aquello que no constituye "el bien".

Veamos ahora algo de ese "otro", el reverso discursivo que representarían aquellos "argentinos del mal": "zurdos hijos de puta", "el cáncer de la ideología de género", "los desviados", "viejos meados", "negros de mierda", "el cáncer de la Argentina", "pedazos de soretes", "manga de delincuentes", "chorros", "orcos", "jubilados sin aportes", "los que viven con la nuestra", "degenerados fiscales", "hijos de puta", "falsos indios, robatierras", "comunistas asesinos", "plaga letal", "kukas corruptos", "empobrecedores", y tantos otros (no quiero extenderme en tantos agravios).

La simplificación, al palo

¿Algo nuevo en el discurso de la derecha argentina? El tono, el insulto desde investiduras y lugares institucionales donde antes se conservaba cierto decoro. El insulto racista, xenófobo, homofóbico, misógino, clasista, eso que antes era soterrado en discursos privados o patrimonio de algunos comunicadores mediáticos, ahora es legitimado y propiciado desde la mismísima Casa Rosada. Las convicciones históricas que constituyen el núcleo duro del liberalismo argento, largamente inoculadas, ya se ven salidas de madre, envalentonadas y dispuestas a dar una nueva batalla en el nombre de la higiene de la nación.

¿Otra novedad? El regreso a una total simplificación o aplanamiento de lo real político a ecuaciones binarias de tipo sarmientino: civilización vs. barbarie, progreso vs. atraso; la demonización de todo aquel o aquello que no configure la argentinidad deseada representada por el mito del "argentino de bien". El bien y el mal, los sujetos del cielo versus los sujetos del lodo, los sanos versus los enfermos, lo normal versus lo anormal. La animalidad monstruosa frente a la razón occidental, los degenerados frente al orden superior del mercado. En fin, la renovación victoriosa del binarismo fundacional de una elite criolla que configuró el deseo de una argentinidad liberal y racista, sin negros, sin indios, patriarcal y con una gran desconfianza hacia todo lo popular.

¿Otra novedad? Si, su renovado éxito. Amplios sectores populares, aun sintiéndose afectados en sus intereses o expectativas, seguirán "bancando" el relato mileista. Un relato que, por un lado, es aspiracional ya que guía el deseo de ser y pertenecer al mundo de los "argentinos de bien" pero que también es un relato basado en el terror de caer o quedar pegado al lado negro de la sociedad. Un fuerte y celestial discurso que impulsa la huida y el miedo a ser arrastrados al bando de los "argentinos del mal", esa zona de barbarie donde se desintegra el ser, el hombre, el individuo, la familia, el yo. El pánico a caer en esa oscura zona del no-ser, como dice Frantz Fanon.

El negro bando

En este tipo de relato, el negro bando de los "argentinos del mal" es como una fuerza de gravedad que tira hacia abajo, la caída al bajo fondo de la historia, ese barro pegajoso donde eternamente resbalan y caen hacia una animalidad sin fin, masas de orcos, kukas, zurdos, homosexuales, negros, indios, pobres, cabecitas. Turbas olorosas de barbarie que, sin razón y sin fe verdadera, resbalan y caen, sólo pueden ir hacia abajo hacia su propia desintegración.

Tal es la dimensión totalitaria y racista de la argentinidad deseada que se construye desde el discurso de Milei. Tal es el éxito material de ese estilo faccioso que le basta -a él y a los suyos- para gobernar y destruir el suelo de derechos que sustenta nuestra convivencia social, larga y dolorosamente reconstruida desde la recuperación de la democracia. Y tal es la dimensión de la derrota de lo colectivo.

¿Qué hacer cuando la democracia del deseo -hablo del deseo como "cosa pública"-, ha sido capturado por una fuerza totalitaria de esta magnitud? ¿Cómo desertar de la trampa maniquea del "argentino de bien"? ¿Qué hacer cuando el relato faccioso que alimenta al "argentino de bien" se sabe y se siente hegemónico, limpio, aéreo, eficiente para incorporar a todo aquel que desee ser un individuo alejado de la horda de la fealdad?

La desmesura, lo ilimitado de este tipo de gobernanza pronto ha pasado del discurso a los hechos, de los twits a los despidos; del exabrupto a los bastonazos, los desalojos, los gases, la represión física de los anormales que no cuajan.

Lo que escamotea esa ficción del individuo, también debería repensarse en términos de tiempo, porque la derrota simbólica de lo popular arrebata nuestras imágenes de futuro, muestra como anacrónicos todos vínculos del individuo con lo social, pura materia del pasado, condenada desaparecer.

La imagen de ese tipo de individuo de bien, también es la derrota de la belleza de lo común. Hablo de la belleza de lo colectivo, de aquello social y popular que nos construye también como individuos y que hoy yace demonizado. La arena de lo social donde se macera la comunidad y sus deferencias, el límite democrático que permite la co-presencia y la convivencia. El valor positivo y necesario de la presencia corporal y colectiva del sujeto, hoy escamoteada por la ficción de un individuo sin anclaje en la vida cotidiana.

Sin embargo, la derrota estético-política de una forma histórica de lo popular no implica la muerte del sujeto colectivo; implica sí, el desafío de reconstruir o reencontrar los nuevos signos de su belleza.

La calle, el colectivo, el trabajo, la plaza, la escuela, la universidad, la unión vecinal, la organización, la amistad, el amor, la soledad, la ternura, la sororidad, la contemplación, la paciencia, la diferencia, la fiesta, la solidaridad, la alegría, el club, en fin, son tantos los espacios de lo social político que implican la presencia de forma necesaria; y todo ello a la par del twit, el reel, la IA, la red, las pantallas y sus algoritmos hegemónicos, claro que es una complejidad que no puede reducirse y debe repensarse.

El sueño totalitario del "argentino de bien" criminaliza nuestro encuentro con el otro, no solo lo niega, sino que también nos arrebata esa inmensa belleza de lo social que fragua en nuestro ser.

El monigote del "argentino de bien", con su doble imagen de aspiración y de terror, es un dispositivo que disciplina y apaga el corazón.

(*) Escritor y docente de la Universidad Nacional de la Patagonia.