Cultura

La palabra no se mancha

Esta edición especial de El Extremo Sur culmina con una breve selección de palabras, frases y citas pronunciadas por Cristian Aliaga en entrevistas, charlas o presentaciones. Definiciones que marcaron parte de su trabajo poético y periodístico, y elementos de la vida cotidiana que moldearon su pensamiento y accionar. Textuales de palabras que no se manchan.

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Escribo para aprender, experimentar, buscar al otro. Escribo para que los otros completen lo que escribo; jamás escribo lo que puedo explicar. La poesía no puede ser hecha por uno, sino por todos, Lautréamont dixit. Detesto la poesía concebida como un lujo, decía el viejo Gabriel Celaya, aunque asumo que es un producto complejo de la cultura que exige atención, concentración, disposición, de quienes leen y completan lo escrito.

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Me gano la vida, o la pierdo, con oficios como el periodismo y la enseñanza. A ambos los disfruto y los padezco. En el plano que sea, para mí la clave es resistir. Resistir para existir como poeta, pero también para existir como ser humano que no es ajeno al sufrimiento de los prójimos.

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En mi caso, tenía 14 años cuando empezó la dictadura. Estaba aislado, muy solo, más allá de la geografía. Con los verdaderos maestros presos, desaparecidos o exiliados (adentro o afuera). Leía de todo, como un topo, iba descubriendo cosas en la biblioteca del colegio y en la popular. Estaba obsesionado con los movimientos revolucionarios y las guerrillas, sobre todo de América Latina. Con Cuba, pero también con personajes como Sandino o Camilo Torres. Los combinaba con textos de los grandes "malditos", como Artaud o Lautréamont, y lo que pescaba de las vanguardias, pero tengo que remarcar el golpe decisivo que me dieron las obras de César Vallejo, Juan Gelman y el Che, lector hasta los últimos días de Bolivia. Mis primeros amigos de la literatura fueron Víctor Redondo, Raúl Artola y Debrik Ankudovich.

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He escapado siempre de quienes hablan del interior -está esa broma de Tizón: "¿los porteños son del exterior?"- y de poetas patagónicos, australes o de cualquier sitio. Hace un tiempo les decía a los amigos de la revista La Guacha que me produce temor e incomodidad pensar que una entrevista (ésta, por ejemplo) se produce porque vivo en la Patagonia. No me importa de dónde carajo viene la buena poesía. He ido armando vasos comunicantes de amistad, con Redondo, Diana Bellessi, Irene Gruss, Arturo Carrera, Alicia Genovese, Jorge Boccanera, Osvaldo Aguirre, Concepción Bertone, Javier Cófreces y un circuito de poetas con los que hablo y discuto y busco "otra cosa". A partir de la admiración, me hice amigo de dos grandes salvajes: Francisco Madariaga y Juan Carlos Bustriazo Ortiz, de los que aprendí mucho y fueron una inspiración. Me unen el activismo, la agitación y los proyectos a poetas de todo el país, norte, sur, litoral, etc; pero también de países latinoamericanos, África subsahariana, España y Gran Bretaña.

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Pienso que la poesía es un perro verde, al tiempo que un producto cultural sofisticado. En su ajenidad del mercado radica precisamente su interés último, su poder más precioso. Lo dijo impecablemente Guillermo Boido: "la poesía no se vende porque la poesía no se vende". El mercado se ocupa de todos y de todo aquello que tiene un rédito, que tiene un objetivo material, que acumula poder. La poesía no: la poesía está en contra del poder. Me lo digo a mí mismo, siempre, como un mantra. El poeta está contra el poder, o ya dejó de ser un poeta. Esto va más allá de cualquier ideología. Me gusta lo que decía Roque Dalton, "frente a la burguesía, el poeta sólo puede ser un payaso o un enemigo". No por nada la iniquidad del poder ha estado siempre en contra de los poetas y de los desheredados en general. La mirada de los poetas es la mirada de las víctimas, pero no cargada de resignación. Vallejo y Gelman son ejemplos de poetas que dan testimonio sin empobrecer a la poesía. Los poetas tenemos el compromiso de hacer propia la mirada de los humillados y ofendidos; todos los que son -somos- reducidos al rol de víctimas y de consumidores del mismo sistema que nos reprime y nos aplasta.

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El dolor no se puede matar, queda como una segunda memoria que a veces se vuelve la única. En un punto no hay pensamiento sin sangre; uno cierra los ojos o lee los clásicos, y sale sangre. Es al mismo tiempo experiencia personal y memoria colectiva, ya que compartimos el dolor con los que no saben defenderse del crimen, los lastimados, las víctimas futuras, los que serán alcanzados. Sabemos que la causa ajena del compañero de celda o de hospital se convierte en la nuestra.

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Yo me vi impactado por el desierto patagónico cuando fui a trabajar a Comodoro Rivadavia. Sentí que era posible la mixtura de la vanguardia con el poder simbólico de ese paisaje crudo. Ese cruce de tradiciones, de las vanguardias, del surrealismo, del dadaísmo, del romanticismo, cruzado con un paisaje devastador, me hizo releer a Vallejo y Charles Bukowski, pero también a Matsuo Basho, todo con un tono trágico, y me alimentó desde entonces.

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Nuestra mente sufre más que el cuerpo, claro. La enfermedad personal se cruza en el libro con la crisis social, otra enfermedad. Una sección se titula "La palabra enferma"; los textos fueron escritos a partir del 2001. Yo estaba entonces con la sensación obsesiva de que la palabra estaba destruyéndose a nivel social; de ahí vienen poemas como "El afásico", "El amnésico", "El apopléjico". Hay un momento en que necesitamos destruir al lenguaje tal como lo conocemos. Destruir al lugar común, que es lo que hacen los grandes poetas, pero también los seres inocentes en el fondo de los pueblos. Para mí era necesario situarme en otro lugar frente a la doble crisis social y personal, hacer de esa herramienta otra cosa.

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Soy anárquico y obsesivo. Escribo bastante en cualquier sitio y situación, en soportes distintos. Escribo mucho a mano, también en la PC. La sensación del manuscrito me sigue gustando. Es un anacronismo, pero me gusta. La sensación de lo escrito como rasgado, e incluso ese efecto de no entender la propia letra y descubrir después modificaciones "involuntarias" que mejoran lo pensado.

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Tomo muchos apuntes en libretas diversas que llevo, dejo por ahí y luego retomo. Yo creo que la poesía se construye en la cabeza, en ese teatro de la mente, inagotable, al menos para mí. Después llega un punto en que tengo la necesidad de escribirlo, y a veces fracaso en esa necesidad. Otras veces aparece una intuición, una visión, una imagen, que permanece hasta llegar a una forma que se impone. En este último libro hay procesos distintos.

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Es importante remarcar que en la Patagonia existe un movimiento que se ha gestado a sí mismo, que no se desarrolló porque había grandes becas o apoyos. No. Las publicaciones, los libros, justamente han salido de un lugar que mira la sociedad críticamente y sin embargo no llora sino que pelea. Me parece que hay un espíritu de lucha ahí también; hay células pero ningún comité central.

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La llamada poesía política ha sido estigmatizada y algunos se permiten acusar a Gelman de asesino por su lucha armada contra la dictadura. Aparece ahí un ajuste de cuentas ideológico, político y literario que no puede admitirse, y la misma obra de Gelman oficia de desmentida. Es una experiencia con la lengua que no se desentiende de los huesitos de los muertos.

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La criminalización de la protesta social y ambiental parece acrecentarse en América Latina, paradójicamente en medio de una etapa de reconstrucción social. Qué dirá la ética de los escritores ante la violencia de las multinacionales o el Estado, frente a las torturas en aviones que nos sobrevuelan y otros que matan a distancia con la liviandad de un joy stick.

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Uno no se asocia con cualquiera, está claro. Yo cultivo -o creo hacerlo- una forma de resistencia que rechaza todo comité central y prefiere la idea de células independientes, autónomas, diversas, incluso discrepantes entre sí. A partir de eso, mis vínculos son personales, lejos de cualquier escuela o estética coincidente. Mis relaciones de larga duración con Juan Carlos Moisés -con pasos fugaces por Sarmiento sólo para verlo-, Andrés Cursaro -mi hermano y único interlocutor en Comodoro durante años-, Debrik Ankudovich -un tipo impecable y cercano más allá de su silencio maniático y respetable-, Carolyn Riquelme, Ariel Williams y Martín Pérez, han sido centrales para mí, personal y poéticamente, si consideramos la fraternidad como esencial para la verdadera poesía. Como dije, fue esencial conocer muy pronto a Raúl Artola, Debrik Ankudovich y Fernández Gil, pero también a Raúl Mansilla, Gerardo Burton y Niní Bernardello.

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Busco experimentaciones con el lenguaje, en particular con sus formas patológicas, cuando los humanos recurren a la última expresión en medio del caos, o a lo que llamo "el silencio glacial de Celan". El disparador va en una dirección paradójica; cada texto tiene que ver con el despojamiento y el paso del tiempo, que nunca es un mérito. Se trata de evitar el chisporroteo o la exhibición para concentrarse en el significado "otro".

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Eso de considerarse "patagónico" -o rosarino o lo que sea- permite todo un debate en sí mismo, un debate de identidades, que es complejo. Se trata de una identidad particular que se cruza con nuestra ambición de ser universales, ciudadanos del mundo. No hay que olvidar tampoco, como dice Eduardo Milán, que también las vanguardias fueron hegemónicas.

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Nuestros grandes poetas, desde Francisco Madariaga hasta Diana Bellessi, desde Juan Gelman a Irene Gruss, tienen una potencia y una desmesura que nos ilumina. Y las nuevas generaciones de poetas tienen sus propios modelos de ruptura, lo que ocasiona diversidad y obras originales. Es cierto que hay gente que tiene una tendencia a ciertas cosas, le interesan más las prebendas que la poesía. O como dice Gelman, "producen teorías gordas y poemas flaquitos".

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El cuartito de la poesía es muy pequeño en recursos económicos en un país como éste, y hay muy poco para repartir, salvo poesía. Cortázar decía que "hay gente que colecciona sus propias uñas", y ese patetismo es propio de muchos poetas -o no tanto- que quedan entrampados.

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Creo que hay que retomar el espíritu de los poetas como Madariaga, Enrique Molina y Edgar Bayley, que tenían, además de ser grandísimos poetas, un concepto de la fraternidad y la justicia poética. Yo me siento muy cerca de ese pensamiento. Los más jóvenes, que tienen un rechazo fuerte por todo lo institucional, son muy exigentes a la hora de confiar. Generar espacios para ellos no es un deber institucional ni formal, es un compromiso poético.

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Mientras vivíamos en Tres Cuervos y yo hacía el preescolar en una escuelita de monjas, la dictadura de Onganía saca una ley de alquileres que lo revienta a mi viejo y se queda sin el campo que había alquilado mi abuelo en la década de 1930. Deciden irse y se instalan en General Roca, Río Negro y se reconstruyen como pueden. La primaria la hice en una escuela pública y la secundaria con los salesianos en el colegio Domingo Sabio que así se llama aún, porque sigue existiendo con toda esa impronta de Don Bosco, de formar a los hijos de los pobres para tareas básicas. Luego me fui a Bahía Blanca, para estudiar Ingeniería en Construcciones, en la Universidad Tecnológica Nacional que fue lo que menos aprendí, porque era un mundo de tipos grandes con los que aprendía desde mi adolescencia. Después me fui a Buenos Aires y La Plata, en donde trabajé de cualquier cosa dentro de lo que es oficio. Tareas menores en revistas, de pastelero, heladero artesanal y también en el tema del vino. Después decido hacer Comunicación Social, otra vez en el sur, en General Roca y empiezo a trabajar en el diario Río Negro mientras terminaba la carrera. Vuelvo a Buenos Aires por un tiempo hasta que el gran escritor David Aracena, elogiado incluso por Cortázar, me convoca para ir a trabajar a Comodoro Rivadavia, Chubut, en el diario El Patagónico. Fueron años de una etapa espléndida en donde compartíamos trabajo periodístico con el poeta y amigo Andrés Cursaro. Después de irme del diario fundo una consultora de medios, de marketing, hasta que me sale una propuesta en Madrid, en la embajada Argentina, en el sector de comunicación y prensa y paso un par de años ahí. Vuelvo a la Argentina y un par de años después desde la Universidad de Leeds, Inglaterra, me contratan como profesor visitante dando clases para post graduados y de consulta. El contrato tenía una de las cláusulas más magníficas que me haya tocado como poeta, como escritor, como profesor: que escriba un libro.

Las ilustraciones corresponden a "Tus defectos son tus virtudes", poemas visuales de Cristian Aliaga y Alejandro Mezzano, muestra montada en Oxford, Inglaterra, noviembre de 2011.

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El 16 de abril de 2024, apenas pasado el mediodía, Cristian Aliaga, el fundador de este sitio, inició un nuevo viaje. Como los que hizo habitualmente a lo largo de su vida, pero diferente. A un año de su partida, El Extremo Sur presenta hoy una edición especial: en los textos publicados se desarrollan distintos aspectos de su vida, en especial su trabajo poético y periodístico. Artículos de Paulina Aliaga, Ariel Williams, Horacio Escobar, Sergio De Matteo, Gerardo Burton, Eduardo Milán, Jorge Boccanera, Carlos Gamerro, Osvaldo Aguirre y Adrián Moyano. La selección de escritos se completa con una breve antología poética y frases textuales de Cristian.
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