Cultura

"La poesía está contra el poder"

Conferencia performance en el Teatro Cervantes, en Ciudad de Buenos Aires, en 2017. (foto Mauricio Cáceres, Teatro Cervantes).  

"Me gano la vida, o la pierdo, con oficios como el periodismo y la enseñanza. A ambos los disfruto y los padezco. En el plano que sea, para mí la clave es resistir", dice Cristian en esta entrevista que atraviesa parte de su vida, las claves de su escritura y las relaciones políticas y sociales que hacen del "cartel centro y periferia" una trampa: "no me importa de dónde carajo viene la buena poesía".

Entrevista de Osvaldo Quintana

(fragmento)

Periodista, editor y docente universitario son algunos de los oficios con los que Cristian Aliaga dice ganarse la vida o perderla. Para este verdadero agitador cultural, nacido hace 50 años en Tres Cuervos, al sur de la provincia de Buenos Aires y radicado actualmente en la Patagonia, la clave continúa siendo resistir. "Resistir para existir como poeta, pero también para existir como ser humano que no es ajeno al sufrimiento de los prójimos".

En esta extensa para El Colectivo, Aliaga reniega de quienes lo entrevistan porque reside en tierras patagónicas ("No me importa de dónde carajo viene la buena poesía"), considera ridículas la cuestión de la notoriedad en un país donde la poesía ocupa un espacio muy pequeño y se obsesiona por sacarla de aquellos escenarios chatos y aburridos. Al tiempo lanza una definición contundente, que suena poco común para estos tiempos: "Los poetas tenemos el compromiso de hacer propia la mirada de los humillados y ofendidos".

Naciste en la provincia de Buenos Aires, ¿cómo fue que llegaste a la Patagonia?

Nací en Tres Cuervos, que está al sur de la provincia de Buenos Aires. No queda nada de ese paraje ahora, es apenas una estación de trenes abandonada. Está a pocos kilómetros de Darregueira, el pueblo donde fui anotado por cuestiones de hospitales y papeles. Yo viví en Tres Cuervos, en el campo, solo con mis viejos, hasta los seis años, aunque tengo muchos recuerdos de esa vida que ya forma parte de mi mitología personal. Mis viejos migraron a la Patagonia cuando los echaron del campo por la ley de alquileres del dictador Onganía. Así llegué a Río Negro, primero, y más tarde a Comodoro Rivadavia, a trabajar en un diario y en la Universidad.

Sos poeta, profesor universitario, periodista. ¿Cómo te definís?

Me gano la vida, o la pierdo, con oficios como el periodismo y la enseñanza. A ambos los disfruto y los padezco. En el plano que sea, para mí la clave es resistir. Resistir para existir como poeta, pero también para existir como ser humano que no es ajeno al sufrimiento de los prójimos. El individuo contemporáneo vive una existencia "reglada" y homogeneizada. La poesía resiste a eso con sus armas. Es posible, contrariando a Adorno, después de Auschwitz, Treblinka, Katyn, Guantánamo, Irak, Afganistán, Sáhara Occidental y otras infinitas atrocidades de genocidas y gobiernos que se llaman a sí mismos civilizados, escribir una poesía que no se desentienda de las víctimas. No podemos olvidar que "nuestra mejor arma política es la pregunta", como ha dicho Jabés. Aunque quisiéramos pronunciar con énfasis la palabra "subvertir", es preciso comenzar instalando una duda, sin olvidar el planteo esencial de Paulo Le minsky: "la única forma de hacer que las palabras pierdan su tendencia nazi-fascista, esa manía de marchar con paso de ganso, es hacerlas cantar. O volar. Lo que, en el fondo, viene siendo lo mismo".

Pasaste parte de tu adolescencia bajo la dictadura ¿Cuál fue la poesía o el autor que te movió las tripas e hizo pensar que podías ser poeta?

En mi caso, tenía 14 años cuando empezó la dictadura. Estaba aislado, muy solo, más allá de la geografía. Con los verdaderos maestros presos, desaparecidos o exiliados (adentro o afuera). Leía de todo, como un topo, iba descubriendo cosas en la biblioteca del colegio y en la popular. Estaba obsesionado con los movimientos revolucionarios y las guerrillas, sobre todo de América Latina. Con Cuba, pero también con personajes como Sandino o Camilo Torres. Los combinaba con textos de los grandes "malditos", como Artaud o Lautréamont, y lo que pescaba de las vanguardias, pero tengo que remarcar el golpe decisivo que me dieron las obras de Vallejo, Gelman y el Che, lector hasta los últimos días de Bolivia. Mis primeros amigos de la literatura fueron Víctor Redondo, Raúl Artola y Debrik Ankudovich, a los que sigo viendo. Con Artola y Debrik nos conocimos en un "encuentro de escritores", en Madryn, que sintetizaba el espíritu provinciano y represor de la Patagonia de entonces. Centenares -no exagero- de presuntos escritores, mucho cordero y milicos por todas partes. Terminó con empujones y peleas, pero de ahí salió "Poesía a la calle", una movida que agitó aguas dormidas. La literatura "visible" en esa época era impresentable.

¿Para qué escribís poesía? ¿Qué te impulsa a escribir? ¿Qué buscás generar en el lector, si es que buscas algo? Y si es así, ¿esa búsqueda ha ido cambiando con el tiempo?

Escribo para aprender, experimentar, buscar al otro. Escribo para que los otros completen lo que escribo; jamás escribo lo que puedo explicar. La poesía no puede ser hecha por uno, sino por todos, Lautréamont dixit. Detesto la poesía concebida como un lujo, decía el viejo Gabriel Celaya, aunque asumo que es un producto complejo de la cultura que exige atención, concentración, disposición, de quienes leen y completan lo escrito. Junto a la complejidad de tomar partido en este presente devorador, vale rescatar aquel planteo de la poesía concreta brasileña en el sentido de que la poesía viable del presente es una poesía de posvanguardia, no porque sea posmoderna o anti moderna, sino porque es posutópica. Cabe retomar no sólo el espíritu del Vallejo de Trilce sino también al de Poemas humanos o España, aparta de mí ese cáliz. La llamada poesía política ha sido estigmatizada y algunos se permiten acusar a Gelman de asesino por su lucha armada contra la dictadura. Aparece ahí un ajuste de cuentas ideológico, político y literario que no puede admitirse, y la misma obra de Gelman oficia de desmentida. Es una experiencia con la lengua que no se desentiende de los huesitos de los muertos.

¿Cómo opera entonces la mirada de los artistas y escritores frente a un escenario descarnadamente capitalista, deshumanizado, excluyente y ajeno a la utopía?

Se trata, al fin y al cabo, de resistir en todos los planos de la existencia. De ser capaces de escrituras de riesgo, y de experiencias con el lenguaje que no estén reñidas con las causas de los que sufren, mientras nos negamos a cualquier mesianismo.

En poesía como en otros ámbitos pareciera suceder que para alcanzar cierta notoriedad hay que comenzar por instalarse en Capital. ¿Qué pensás sobre eso?

La cuestión de la "notoriedad" o la idea de "carrera" suenan algo ampulosas o ridículas en un país donde la poesía ocupa un cuarto muy pequeño si hablamos de la escena pública o los recursos económicos. Ni premios ni becas importantes hay; sólo tenemos para repartir mucha poesía. Tal vez eso mismo preserva su potencia, su posibilidad de conmocionar a alguna gente que busca expresamente lo que está fuera del mercado. Pienso que en la última década han cambiado muchas cosas en la dinámica del centro y la llamada periferia. Desde el "interior", Buenos Aires es ahora una opción más, que muchos saltan para buscar otros escenarios de recepción, más abiertos. Vengo de pasar más de un año en Gran Bretaña, dando lecturas de mi poesía, conferencias y exposiciones de "art-poems". Estuve ante auditorios diversos, desde Escocia hasta Gales e Irlanda, y en todos había interés por escuchar "otras" voces.

¿Existe lo que algunos llaman poesía patagónica? En caso de que así lo creas, ¿cuáles son sus características más salientes?

He escapado siempre de quienes hablan del interior -está esa broma de Tizón: "¿los porteños son del exterior?"- y de poetas patagónicos, australes o de cualquier sitio. Hace un tiempo les decía a los amigos de la revista La Guacha que me produce temor e incomodidad pensar que una entrevista (ésta, por ejemplo) se produce porque vivo en la Patagonia. No me importa de dónde carajo viene la buena poesía. He ido armando vasos comunicantes de amistad con Redondo, Diana Bellessi, Irene Gruss, Arturo Carrera, Alicia Genovese, Jorge Boccanera, Osvaldo Aguirre, Concepción Bertone, Javier Cófreces y un circuito de poetas con los que hablo y discuto y busco "otra cosa". A partir de la admiración, me hice amigo de dos grandes salvajes: Francisco Madariaga y Juan Carlos Bustriazo Ortiz, de los que aprendí mucho y fueron una inspiración. Me unen el activismo, la agitación y los proyectos a poetas de todo el país, norte, sur, litoral, etc; pero también de países latinoamericanos, África subsahariana, España y Gran Bretaña. Dicho eso, es importante remarcar que en la Patagonia existe un movimiento que se ha gestado a sí mismo, que no se desarrolló porque había grandes becas o apoyos. No. Las publicaciones, los libros, justamente han salido de un lugar que mira la sociedad críticamente y sin embargo no llora sino que pelea. Me parece que hay un espíritu de lucha ahí también; hay células pero ningún comité central. Quiero destacar a los que vienen a matacaballos, los "novísimos", degollando presuntos canónicos, aunque no pueda nombrarlos uno por uno: los 37 poetas que incluí en Desorbitados. Poetas novísimos del sur de Argentina, libro algo monstruoso que compilé para el FNA en 2009.

¿Cómo escribís? No sé quién dijo que aquel que se sienta a escribir poesía, no está escribiendo poesía. Gelman dice no creer en la inspiración sino en la obsesión. Escribo para resistir, en medio de la lucha por sobrevivir. Cultivo un descentramiento, un distanciamiento, que es una manera de resistencia. La Patagonia, como Oriente, fue construida simbólicamente por europeos, desde el comienzo, y -como digo irónicamente- quien más quien menos tiene su frasecita sobre el lugar y su significación, desde Chatwin hasta Theroux. Lo que llamo la mirada periférica es también una parodia de la idea de "centro", de las imposiciones del canon, y del sometimiento a esa mirada imperial, superior, admonitaria, paternalista, que suelen propinarnos desde que llegó Magallanes, sea desde Nueva York o Buenos Aires. Dejando de lado la cuestión geográfica, es una toma de posición desde el margen que reivindica la idea del mal salvaje, el devorador, el antropófago (Oswald de Andrade dixit) que se apropia de la cultura del mundo (Haroldo de Campos habla de los "bárbaros alejandrinos") y la digiere a su manera dando lugar a otra cosa, en contraposición al buen salvaje, obediente, manso, repetidor. Hace poco edité una antología de poesía de mujeres mapuche, selknam y yámanas, y en el prólogo opongo la figura del "indio permitido" a la del "indio insurrecto". En este último bando, digamos, me siento, renegado y periférico.

El periodista rosarino Carlos Del Frade decía que el periodismo debe enfrentar al poder sino es propaganda. ¿Coincidis en esa afirmación? ¿Cómo crees que sería el caso de la poesía?

Pienso que la poesía es un perro verde, al tiempo que un producto cultural sofisticado. En su ajenidad del mercado radica precisamente su interés último, su poder más precioso. Lo dijo impecablemente Guillermo Boido: "la poesía no se vende porque la poesía no se vende". El mercado se ocupa de todos y de todo aquello que tiene un rédito, que tiene un objetivo material, que acumula poder. La poesía no: la poesía está en contra del poder. Me lo digo a mí mismo, siempre, como un mantra. El poeta está contra el poder, o ya dejó de ser un poeta. Esto va más allá de cualquier ideología. Me gusta lo que decía Dalton, "frente a la burguesía, el poeta sólo puede ser un payaso o un enemigo". No por nada la iniquidad del poder ha estado siempre en contra de los poetas y de los desheredados en general. La mirada de los poetas es la mirada de las víctimas, pero no cargada de resignación. Vallejo y Gelman son ejemplos de poetas que dan testimonio sin empobrecer a la poesía. Los poetas tenemos el compromiso de hacer propia la mirada de los humillados y ofendidos; todos los que son -somos- reducidos al rol de víctimas y de consumidores del mismo sistema que nos reprime y nos aplasta.

¿Qué aporta y que le quitan a la poesía las nuevas tecnologías?

Seguro que esta era abre otras vías. Creo, de todas maneras, como dice Gubern, que la web es un mundo tan caótico como el otro, con dos autopistas centrales: el sexo y la timba. De ahí salen infinitas callecitas, cortadas, sendas de tierra, que conectan a excéntricos de todo el mundo. Una de esas callecitas, no tan iluminada, está recorrida por la poesía. Las redes sociales son una herramienta formidable para conectarse con hermanos desconocidos. Por eso, en una era así, tan facebook o twitter, me interesan los proyectos cara a cara, la idea de poner el cuerpo. Mi mirada periférica es también una parodia de la idea de "centro", de las imposiciones del canon, y del sometimiento a esa mirada imperial, superior, admonitoria, paternalista, que suelen propinarnos. Y eso no cambia radicalmente con la web ni con nada. No hay que olvidar que, como en el mundo físico, están mezcladas la belleza y la impostura; sólo hay que prestar atención para distinguirlas. Los nuevos medios producen mejoras en la diversidad y en la ampliación de voces alternativas, pero no cambian las lógicas de circulación, precaria, de la poesía.

¿Cuáles son tus próximos proyectos? Y si pudieras adelantarnos algún poema para publicar, te lo agradeceríamos mucho.

Para enmarcar los proyectos en los que estoy trabajando, quiero mencionar la pérdida de la singularidad y la banalidad como problemas que nos amenazan. Podemos decir irónicamente que se corre el riesgo de escribir el mismo libro en todos los hemisferios. Si hemos de buscar esa singularidad, que no es pintoresquismo ni copia de modelos europeos ni ejercicio de la Kodak excursionista, tendremos que dar una batalla política y simbólica. He hecho del viaje por los márgenes una herramienta de búsqueda. Creo que allí, entre los "desechados", están las voces que dan sentido a una idea de escritura. Al final, el lugar de destino deja de importar. Las marcas quedan en la escritura, es decir en uno mismo. En mis recorridos últimos por pequeños pueblos de Inglaterra, Gales o Irlanda, he visto muestras de las memorias y las experiencias que subsisten, olvidadas, y los restos de una vida dañada, al igual que en América. De esa experiencia surge el libro en que estoy trabajando, y que es una suerte de mirada "sudaca" a la tercermundización de Europa. Por ahora se titula La piedra en la saliva, y entronca con un libro anterior, reditado hace poco, escrito a partir de viajes por América Latina. En ambos casos trabajo sobre géneros fronterizos, entre la crónica y la prosa poética. Me interesa especialmente el modo en que los escritores procesaremos la violencia, implícita o explícita, en un escenario donde el público celebra asesinatos políticos y es, a la vez, víctima de un proceso de coerción a través del control de la tecnología. La criminalización de la protesta social y ambiental parece acrecentarse en América Latina, paradójicamente en medio de una etapa de reconstrucción social. Qué dirá la ética de los escritores ante la violencia de las multinacionales o el Estado, frente a las torturas en aviones que nos sobrevuelan y otros que matan a distancia con la liviandad de un joy stick. Este escenario me planteó un libro de monólogos de víctimas de los poderes económicos y sociales, que trabajo con el título tentativo de Full contact. Espero publicar pronto un libro sobre la experiencia del dolor, La caída hacia arriba, que sigue sin editor interesado en Argentina, aunque salió parcialmente en Oxford. Es visible que la literatura sometida a un modelo único domina los anaqueles de las librerías. El gran uruguayo Eduardo Milán lo dice con entera lucidez: "la ética de la poesía parece estar hoy en la periferia y no en la euro-centricidad, mientras que muchos tratan de volverse cada vez más sospechosamente centrales".

* Publicada en Revista El Colectivo N° 35, Abril-Mayo de 2012, Paraná (Entre Ríos).

Fuente: El saber oscuro y peligroso del poeta. Edición de Ben Bollig y Luciana Mellado. La Otra, México, 2020.

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