Cultura

El cuerpo como campo magnético

Eduardo Milán y Cristian Aliaga en una lectura en la cárcel de Rosario en el marco del Festival Internacional de Poesía en 2008. (foto de AC).  

La caída hacia arriba es el octavo libro de poemas de Cristian Aliaga, publicado en 2013 por Hilos Editora en Argentina. Paradójicamente, por esas "raras telarañas del mundo editorial", este conjunto de textos fue editado cinco años antes en España, por ediciones Amargord; y antes tuvo una versión en inglés traducida por Ben Bollig. Este libro marca una inflexión en la poesía del autor: hasta el momento había dado a conocer textos desarrollados a partir de su observación sobre el "dolor del otro", aquí profundiza lo que había insinuado en La sombra de todo: el propio dolor es el que deja expuesto su cuerpo.

Por Eduardo Milán

¿Qué hace un hombre en un día si

sabe que al siguiente será torturado?

C.A.

1. El cuerpo (del poema) como lugar de la indigencia

¿Es el libro de poemas el rincón de pedir? ¿Es el poema? Es una metáfora. Pero lo literal es que el poeta se parece al mendigo en una antigua profesión, la de poner la mano, abrir la palma, estirar los dedos. Y dejarla abierta sobre una de las rodillas dobladas para sostener la posición contra la pared. Así hacían los ciegos en los "cantares de ciegos".

Ya no parece un acto coincidente entre dos posiciones extremas que se ubicaron en un sitio preciso de la plaza de provincia. Pero parece continuar la situación. ¿Por qué, si no, la fascinación que ejerce el que pide, todo aquel que pide, en el poeta? Pares del sin cobijo, el que pide y el que da son habitantes del afuera -lugar señalado por Holderlin-.

Míticamente configurado como el que ejerce un don en la alianza Lezama Lima-Bataille, el poeta se identifica con el que pide. Por algo simple: el que da es el otro lado, lado de enfrente, del que pide. Mito y realidad confluyen: el no saber del que da, el no entender el don, el no-valor de intercambio del don sino ante una fuerza paulatinamente invisible hasta su desaparición. Sumado esto a la conciencia de que ese don carece de cualquier valor para el otro social.

Desde la plaza -cosas de juglaría- a las cortes -cosas del trovar- a la más pura y dura súplica -cosas de Quevedo y Góngora- el del poeta fue también un oficio de pedir. ¿Por qué si no el reclamo del mismo Holderlin ante la ausencia de los dioses, aquellos, literalmente, grandes interlocutores?

La soledad de ese "corredor de fondo" es la misma soledad bajo las estrellas. Las damas, los dioses, los nobles nos abandonaron. Al don abandonado Lorenzo García Vega lo llamó "el oficio de perder", radicalizando la oferta. Es que pedir es la aceptación más evidente del acto de perder. A pura pérdida la poesía avanza. Intolerable, imbécil para el capitalismo, la poesía avanza regalando. Es que pedir, caridad aparte, dentro de la Iglesia, es la demanda del regalo de allá.

Los poemas de Cristian Aliaga contienen una dosis exacta de sabiduría: la que dice que todo el encuadre anterior es posible bajo el signo de la reflexión. Su expresión es la del desvalimiento reflexivo: he ahí la escritura de Aliaga que despliega desarraigo mientras seduce por desarraigo. Poesía: lo que atrae con lo que no tiene. ¿No es esa la figura del que pide? Desarraigo pero también desasimiento.

Una poesía del dejar (se) regresa con Cristian Aliaga, una mística de aquí. El que nada tiene se pone en escena verbal como el que sabe y acepta la posición -la situación- que representa. No es el viejo oficio del chantaje mal llevado por la poesía salvo en las grandes excepciones. Hay una grandeza en el no tener que se ubica así casi por paradoja: en el poema el tener es no tener.

De modo que el pedir no es en el rincón del poema despertar la caridad del otro: es demandar su participación en el ritual del destino del poema. Es el principio del no tener llevado a la práctica poética con una extraña -para esta época- maestría, es el gran oxímoron: la opulencia carente. La poesía de Aliaga es esa frase hecha consciente de que el gesto que va -la mano que pide- encubre el saber de cómo viene la mano.

Detalle por detalle, pelo a pelo, rulo a rulo, ojo celeste de la oveja a ojo celeste de la oveja -o sea: toda la sílaba-, la poesía de Cristian Aliaga brilla con contundente nitidez entre sus pares latinoamericanos.

2. Indigencia, cuerpo: su paisaje

Difícil encontrar en el panorama actual de la poesía latinoamericana una poética que lleve tan bien integrada la contradicción vanguardia/contención como la de Cristian Aliaga. Se amaga un desborde, se contiene la fuga. Se prevé la confrontación latente, el enfrentamiento.

Esta poesía se desmarca de varias formas de la actual poesía latinoamericana, deudora o bien de una imposible globalización lírica -intento de recuperación en la praxis histórica de una perdida universalidad- o bien, por el contrario, de una subjetividad rayana en el paroxismo, cultivo de verdaderas "poéticas de barrio" donde el narcisismo intimista intenta dar un valor imposible al gesto de estar parado en una esquina, no más que ese gesto sin otra gracia que una adolescencia que espera el cambio de color del semáforo.

El aliado de Aliaga es el momento de fidelidad a las cosas cotidianas puestas bajo la óptica de la reflexión. La creación de la imagen como sintaxis posible para una realidad desmembrada le otorga a esta poesía un raro poder: el de la distancia. Así, las cosas distanciadas por la reflexión vuelven a su categoría auxiliar del ser pero pertenecientes a la misma perspectiva o profundidad de campo.

Aunque no haya campo siempre en la poesía de Cristian Aliaga, en la poesía de Cristian Aliaga siempre hay campo, acción en posibilidad de despliegue. Fuera de su órbita la contemplación, la pasividad por la teoría.

Poesía del hacer duro y poco puro, se desmarca nítidamente de la tendencia en trópica dominante en la poesía latinoamericana actual, ordenada por las formas de una pluralidad falsa que parece disolvencia.

Para estos tiempos de indigencia generalizada -el alma ya va revelando una película indigente por la sobre-dotación de posibilidad de los sentidos- una materialidad, una corporeidad sin concesiones.

3. Un diario del dolor

Ordenado por semanas y por sueños dentro de las semanas, el libro de Aliaga La caída hacia arriba podría ser un diario, un diario del dolor. Pero no tiene fechas. Resulta un desafío poético escribir sobre el dolor. Siempre se escribe sobre el dolor en la medida en que no es posible escribir desde el dolor. Se escribe entonces durante, en la medida de lo que eso, tan descuidado, dura.

El dolor también tiene su resonancia. Desde esa resonancia, la escritura. El desafío de escribir sobre el dolor -durante el dolor- reside en que la poesía ha contado con el dolor.

Si se observa la poesía moderna hasta entrada la contemporaneidad del siglo XX, el dominio de lo poético parecía deberse a la alegría presente o todavía no presente: la alegría, un imán que convocaba el movimiento de un mundo dirigido a un único horizonte, la utopía.

El dolor -y su mundo- había sido relegado a un costado, al costado del margen, al costado del margen que se sabía que iba a estallar y cuyas partículas caerían sobre el centro -aunque ese centro desde la concreta modernidad moral del siglo XIX prometía ser cambiante-.

Michel Foucault había recuperado como nadie la dimensión del hombre agraviado en Historia de la locura en la época clásica o en Vigilar y castigar exponiéndola al ámbito completo del colectivo político, filosófico, económico, normal o cuerdo.

El presente poético recupera, por orden temático, cuerpo, y con el cuerpo, dolor. El placer abunda, descaracterizado en buena parte. La alegría parece ahora consagrada a la espera. Son sólo alternancias.

La poesía, llegó el día, no tiene por qué limitarse a los territorios temáticos exclusivos del mismo modo que un legado de las vanguardias -lo vio Haroldo de Campos- anunció el fin de los "lenguajes exclusivos". No más, en la medida en que exclusivo quiera ser excluyente.

"¿Qué hace un hombre en un día/ si sabe que al siguiente será torturado?". Esa pregunta que Cristian Aliaga se formula sitúa al dolor sin ninguna metafísica. Este es un libro sobre el dolor. Pero sobre el dolor que viene del cuerpo. El cuerpo es también la zona de agua sobre la que cae la piedra que irradiará concéntricamente a toda área semántica.

O al revés, el cuerpo es un campo magnético que atrae al dolor y sus derivados, casi siempre, por la concretud que el dolor imprime, vuelto adjetivos. Pero la piedra, piedra de la existencia, es un límite del golpe que la vida precisamente asesta para juntarlo todo, para que lo disperso encuentre su lugar o para que toda partícula se ubique o vuelva a lo suyo.

En la figura del torturado entra la historia del suplicio -la historia conosureña reciente, la precisa historia argentina- seguida de cerca por la historia política que en la tortura revela su miseria, la sumisión a la que lleva pervertida. Pero la pregunta de Aliaga ataca la conciencia del supliciado por el dolor.

La poesía argentina contemporánea -de ahí irradió- conocía una obra maestra singular sobre la relación de poesía y cuerpo visto desde la mirada que sabe lo que su cuerpo -cuerpo cortado, cerebro fragmentado- sabe: Hospital británico de Héctor Viel Temperley. Ahora conoce otra, La caída hacia arriba de Cristian Aliaga, sobre el residuo del cuerpo atacado, el dolor. Dos instancias donde el cuerpo habla.

* Prólogo a "La caída hacia arriba", Hilos, Buenos Aires, 2013.

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