Ariel Williams, Martín Pérez, con su hijo Jorge y Cristian Aliaga. Puerto Madryn 1999. (Foto archivo AW).
El autor de este artículo ha estudiado, analizado y revisado la producción del poeta durante años: elegido por Cristian para realizar análisis y prólogos de sus publicaciones tanto en Argentina como en otros países. Es -junto al traductor y catedrático inglés Ben Bollig- quien más conoce los textos poéticos de Aliaga. Estos "fragmentos de una lectura" que propone aquí son esquirlas que atraviesan toda esa obra.
Por Ariel Williams
(Especial para EES)
Hay una prueba que la poesía debe atravesar: los buenos libros hacen su trabajo solos. Esto es lo que ha ocurrido con los libros de Aliaga. Se trata de uno de los aspectos de una ética de la obra que algún día habría que estudiar. La obra de Aliaga ha ido trazando un camino por su propio peso, a fuerza de ganarse lectores fieles y a fuerza de no defraudarlos nunca: es decir, manteniendo siempre la radicalidad del acto poético que la ha caracterizado desde el principio.
En medio del peor anonadamiento, la vida vive, la belleza aún existe y se rebela. "Belleza, belleza, entera madre que sacudes", dice un extraordinario poema de Aliaga. El poema nos devuelve el asombro, el misterio y la rebeldía radical. Esa radicalidad se asienta en una paradoja: la necesidad de abandonarlo todo y la simultánea necesidad de continuar. Parece imposible. Y sin embargo hay que hacerlo, hay que habitar esa paradoja, hay que hacer las dos cosas: abandonarlo todo y continuar. Al menos una vez en la vida, un poeta debe darse la oportunidad de experimentar esa exigencia, esa necesidad. La poesía de Aliaga se ha instalado en ella desde el principio, desde Lejía, y ha insistido en ella hasta su último libro: La nostalgia del futuro.
El significado de los poemas de Cristian Aliaga se inventa por repetición obsesiva.
En su poesía, las preguntas insisten, más allá de toda respuesta: inauguran un modo de interpelación del lector. Propone al lector siempre una pregunta acuciante, que es escenificada en los mismos poemas. Sus elementos son los materiales que han de conducirnos a la situación de la pregunta. Por eso muchos de ellos tienen la apariencia de textos argumentativos. Textos que despliegan una argumentación sui generis, por cierto: abren el espacio para la pregunta o para el argumento como lo haría un sueño.
Hay que soñar otra lengua en la lengua, o bien hay que soñar la lengua, estableciéndola como una lengua otra.
Cuando sueño, yo me miro ser desordenadamente otro u otros, pero al mismo tiempo pongo en escena el orden secreto en el que también soy esos otros. Con el poeta ocurre como con el soñador, para quien se despliega el sueño, pero, asimismo, quien se halla implicado en él como su tema secreto, y quien es interpelado por el sueño con un lenguaje extraño que le habla de su verdad. Una verdad que no se puede decir, que hay que soñar insistentemente. Cada poema de Aliaga es un trabajo del sueño.
El ser de la vida es un ser quebrado, atravesado por fisuras y dudas, por vacilaciones, suspensos y novedades: el horizonte de la vida es abierto y las esperas que ello implica no son solo faltas, sino también posibles que se abren, finales de rutinas que podrían no volver a ocurrir. Para la poesía de Aliaga, las preguntas surgen también en la quebradura del ser del que pregunta. El poema es entonces una especie de corte o quiebre que revela.
El poema nos muestra que no hay sostén, no hay garante para ese ser que se empecina en decir que existe por sobre toda duda (aunque lo haga preguntando). Aquí hay una política de la pregunta: no buscar respuestas, sino persistir en la duda junto con otros; no buscar una aclaración del "ser de lo preguntado", sino dirigirse a otros con quienes preguntar.
La poesía busca cómplices en la duda porque tiene una función eminentemente crítica. El dudar es el acto poético esencial para una poesía radical; pero no se realiza en busca de certezas, sino para desagregar el suelo de los discursos y las prácticas sociales.
Los textos de Aliaga son, en gran medida, argumentaciones urgentes. Incluso si, en definitiva, aquello de lo que nos quieren convencer es de que no hay una verdad, o que la verdad y las certezas se nos escapan y se hunden constantemente en el fluir de la vida. En la poesía de Aliaga, la vida vivida se re-presenta para no ser, para ser otra cosa.
El lenguaje poético de Aliaga habita persistentemente una vida dañada que se halla en los márgenes, en los rincones menos visibles, detrás del "mundo".
Hay una humanidad baldada que debe captar algo urgente justo con el sentido en el que falla. Arriesgo: ese sentido (ese órgano) es en definitiva, para Aliaga, la poesía misma. Esta poesía nos pide que inventemos un órgano que no tenemos o que percibamos aquello que se percibe solamente con los órganos que nos fallan, es decir: desde la perspectiva de la vida dañada.
El poeta como un ser paradójico: el ciego que vio, el mudo que canta, el afásico que habla, el loco que dice la verdad.
Los poemas de Aliaga parecen implicar un punto que sería su núcleo si se diera la posibilidad de leerlos desde una situación o perspectiva que permitiera tensar todos sus elementos hacia un sentido. Pero ese punto se corre permanentemente de la iluminación a la ceguera: es el punto de la luz misma, y por eso encandila, no deja ver.
¿Puede la poesía constituir un saber? Extraño saber este del poeta, que consiste en la nada. ¿Qué saber es este que no quiere saber, que no quiere conocer su camino? Un saber cansado de sí mismo. ¿Es este el saber peligroso que el poeta debe disfrazar en un discurso oscuro? ¿Qué relación tiene este saber con la nada, o por qué sería un saber de la nada?
La poesía de Aliaga trabaja las preceptivas, pero conduciéndolas al lugar en el que fallan, ante una experiencia que las despedaza y les quita el suelo que les daba consistencia: es decir, conduciéndolas hacia su no saber, y más aún, hacia su no querer saber. Los "preceptos" de la poesía de Aliaga, esas frases que parecen sentencias, son saberes-puntos que no se alinean, no hacen un camino hacia el lugar de la verdad. Y en realidad, podría decirse, las preceptivas se fundan sobre una voluntad de ignorancia; las preceptivas se construyen sobre un no querer saber. Allí abajo, en ese no querer saber de las preceptivas, está el saber extraño, oscuro y peligroso del poeta.
La poesía de Aliaga nos pone ante la doble y paradójica necesidad de decir la verdad con una lengua que miente: solo puede decirla con esa lengua; solo puede entonces mentir en lo que dice, pero para decir de otra manera.
Hay, hubo catástrofes; pero ellas no aparecen en la lengua de todos los días ni en la trama de la vida cotidiana. Se habla y se vive como si no hubiera ocurrido nada. Y en realidad, todo eso es sabido de una manera extraña: olvidando, no queriendo ver. Hablamos una lengua tomada por el pánico de lo que hemos visto, y además esa lengua no está hecha para decirlo, sino para callarlo. Y además, todavía, esa lengua se halla al borde de la ruina.
La poesía es un saber de la catástrofe. No de dónde, cuándo ni cómo se produjo, aunque de eso también; tal vez ni siquiera sobre cómo será posible salvarse. Tal vez solamente sobre cómo se volverá a empezar. La poesía es un lenguaje que habla después de la catástrofe. Por eso en la poesía vive una nostalgia del futuro.
El 16 de abril de 2024, apenas pasado el mediodía, Cristian Aliaga, el fundador de este sitio, inició un nuevo viaje. Como los que hizo habitualmente a lo largo de su vida, pero diferente. A un año de su partida, El Extremo Sur presenta hoy una edición especial: en los textos publicados se desarrollan distintos aspectos de su vida, en especial su trabajo poético y periodístico. Artículos de Paulina Aliaga, Ariel Williams, Horacio Escobar, Sergio De Matteo, Gerardo Burton, Eduardo Milán, Jorge Boccanera, Carlos Gamerro, Osvaldo Aguirre y Adrián Moyano. La selección de escritos se completa con una breve antología poética y frases textuales de Cristian.