Patagonia

Testigo del fuego: un comodorense en el inicio del ataque inglés en nuestras islas

A las 4:40 del 1 de mayo de 1982, un avión B-2 Vulcan que había despegado de una base de la Isla Ascensión, ubicada en la mitad del Atlántico -entre las costas del continente africano y Brasil-, lanzó una veintena de bombas en el aeródromo de Puerto Argentino, guiado por el radar del portaviones HMS Hermes.

Los proyectiles no alcanzaron a dejar inoperante la pista de aterrizaje, pero provocaron la muerte de dos soldados de la Fuerza Aérea que estaban en un vivac, Guillermo García y Héctor Bordón

En las inmediaciones también acampaban soldados del Regimiento de Infantería 25 de Sarmiento, quienes habían llegado al archipiélago el día en que se recuperó la soberanía, el 2 de abril.

Uno de ellos era el conscripto comodorense Jorge Eduardo Palacios, clase 1963, un muchacho de solo 18 años que residía en el barrio Ceferino Namuncurá y que por entonces era una promesa futbolística del club Jorge Newbery.

Al igual que a otros combatientes, el cruento conflicto bélico lo marcó para toda la vida. En el escenario de guerra soportó incontables situaciones límites, a tal punto que en una ocasión lo dieron por muerto cuando una bomba levantó cientos de kilos de turba que lo sepultaron en su pozo de zorro.

TEMBLABA LA TIERRA

Los recuerdos del hoy veterano de la guerra de Malvinas se constituyen en un testimonio histórico y al mismo tiempo constituyen un homenaje a todos los que defendieron nuestra soberanía.

Y de aquella acción bélica del 1º de mayo, contó: "yo estaba en mi posición en la zona del aeropuerto junto con mi amigo y camarada, el soldado Ortiz que venía de Trelew, cuando alrededor de las cuatro de la madrugada repentinamente comenzaron a caer bombas que hacían temblar la tierra"

"Uno siempre pensaba como iba a ser una acción de guerra y la verdad es que fue tremendo, sentí miedo, porque parecía un terremoto. Después vi que se estaban prendiendo fuego unos galpones", describió.

"Había humo, fuego, fuertes ruidos, gritos y presencié la inmediata respuesta de nuestros compañeros de la Fuerza Aérea que repelían el ataque porque ellos tenían armas antiaéreas y junto con Ortiz mirábamos cómo los proyectiles trazantes iluminaban la oscuridad del cielo. Todo fue tremendo", rememora.

"A media comenzamos a sentir silbidos en el ciclo y luego explosiones. No pusimos a cubierto y los oficiales nos dijeron que era un bombardeo naval. Así supe lo que era estar en guerra, lo que reafirmó el compromiso de defender nuestra soberanía y nuestra bandera", asegura.

Pero eso fue apenas el comienzo para este veterano que estuvo en la Isla Soledad hasta que finalizaron los combates el 14 de junio, ya que la muerte lo acechó el 4 de mayo cuando la deflagración de una bomba que cayó a seis metros del sitio donde montaba guardia, lo lanzó por el aire y quedó sepultado junto con Ortiz por la turba esparcida por el proyectil naval.

"Nos habían dado por muertos y estuvimos más de una hora casi asfixiándonos hasta que nos pudieron sacar. Yo había estado cubierto con una frazada por el frío y eso fue lo que aplacó algo el golpe cuando caí a la trinchera".

"Recuerdo que nos pusimos a rezar, encomendarnos a Dios hasta que por suerte nos pudieron rescatar cuando terminó en bombardeo. Mis compañeros y el capellán Martínez nos dijeron que era un milagro que estuviéramos vivos", revive.

ENCUENTRO CON EL PAPA

Luego de retornar al continente Palacios sufrió como otros combatientes el olvido de gobiernos e instituciones nacionales, no así del municipio de Comodoro Rivadavia que dio trabajo a ocho veteranos en el departamento de Tránsito y Transporte, donde él se jubiló.

Años más tarde, en octubre de 2019 pudo viajar con una delegación de exsoldados hasta el Vaticano y fue abrazado por el Papa Francisco ocasión en la que le hizo entrega de presentes alusivos a Malvinas e incluso una camiseta del club Jorge Newbery. Pero, además, recuperó una imagen de la virgen de Luján que se habían llevado los ingleses y él la había sostenido en una procesión en Malvinas.

Fuente: El Patagónico