Opinión

Militarizar la ecología, el nuevo espíritu del imperialismo

 Por Clément Quintard 

Las desgracias nunca vienen solas. Teníamos ya el aumento de la temperatura, la acidificación de los océanos, la contaminación atmosférica, la intensificación de las catástrofes meteorológicas, la multiplicación de los incendios forestales y la erosión de la biodiversidad, pero faltaba el aliño indispensable para ligar todos los sabores del caos: la amenaza de un nuevo conflicto mundial.

Para salpimentarlo todo, las crisis geopolíticas actuales se hibridan con las convulsiones ecológicas y allanan el camino a nuevos envites imperialistas. Los diplomáticos y militares de las grandes potencias son ahora conscientes de que el calentamiento del planeta tiene unas implicaciones estratégicas profundas. La crisis ecológica es para ellos no solo un factor de riesgos inéditos (sumersión de territorios, escasez de recursos, migraciones masivas, epidemias, disturbios civiles), sin también de oportunidades que hay que aprovechar (nuevas rutas terrestres y marítimas en las que invertir, acceso a filones de minerales y de hidrocarburos que hasta ahora eran inexplotables). Tanto más cuanto que los recursos de los que se trata de apoderarse son a la vez los de la «transición» y los del business-as-usual.

Así, la codicia del presidente estadounidense Donald Trump por Groenlandia y Canadá se explica por la presencia en el círculo polar de yacimientos mineros estratégicos (uranio, grafito, oro, cobre, níquel...) y de hidrocarburos (al parecer el subsuelo ártico contiene el 13% de las reservas mundiales de petróleo por descubrir y el 30% de las de gas natural), pero también por la voluntad de implantar nuevas bases militares para cuestionar la supremacía de Rusia en la zona, país que ya dispone de varios puertos en las costas de Siberia.

El telón de fondo de los continuos enfrentamientos militares en Cachemira es una «guerra del agua» entre un país que está aguas arriba, India, y que amenaza con desviar parte del río Indo gracias a sus presas, y un país que está aguas abajo, Pakistán, para el que cualquier reducción del caudal constituye un «acto de guerra». Recordemos de paso que ambos países poseen a bomba atómica.

El marco de seguridad y las mentiras del Estado

El clima de destrucción mutua se manifiesta en el aumento vertiginoso del gasto militar. En 2024 aumentó casi el 10 %, el mayor incremento desde el final de la Guerra Fría según un informe reciente publicado por el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI, por sus siglas en inglés).

Evidentemente, Francia quiere mantener su rango de potencia imperialista en este contexto belicoso. El pasado 20 de febrero Emmanuel Macron anunció que quería aumentar el presupuesto militar desde el 2,1% del PIB al 5% y plegarse a la «petición» de Estados Unidos, que había amenazado con retirarse de la OTAN si sus aliados europeos no llegaban a esa cifra y que pretende inundarlos con armas made in USA. En caso de que Estados Unidos deserte, el residente francés, cuyo tropismo militar es conocido desde hace mucho, sueña con ser el jefe de la guerra europea.

Como señala el economista Claude Serfati, relanzar la carrera de armamentos permitiría a Francia compensar su retroceso en los mercados mundiales potenciando los principales sectores de rendimiento económico e innovación franceses: la energía nuclear, la aeronáutica y la producción de armas, con todo lo que implican la ultracentralización autoritaria y la aureolada existencia de mentiras de Estado de estas industrias.

Guerra total y guerra social

Unas nuevas ambiciones militaristas por las que los grandes empresarios franceses apenas pueden disimular su entusiasmo. El director general de Total Patrick Pouyanné ve en ello una oportunidad de ganancia ya que, en su opinión, no se puede preparar la guerra militar sin llevar a cabo una guerra social: «¡Para aumentar el presupuesto de defensa a un 5% del PIB, habrá que encontrar dinero en alguna parte! Si se considera que la libertad y la soberanía (y, por tanto, tener los medios para defenderse) deben prevalecer sobre la solidaridad, hay que tener el valor de revisar determinados presupuestos sociales», afirmó el 17 abril 2025 en una entrevista que le hizo el diario francés Figaro.

Frente a las crisis ecológicas, el capitalismo nos acerca cada día un poco más a la aniquilación generalizada, ahora con la ayuda de la fuerza armada. Un «llevar las cosas hasta el final» que Marx describía ya en 1867 en El Capital: «Todo el mundo sabe que un día llegará la debacle, pero todo el mundo espera que arrase a su vecino después de que él mismo haya recogido la lluvia de oro a su paso y la haya puesto a buen recaudo. "¡Après moi le déluge!", ese es el lema de todo capitalista y de toda nación capitalista».

Todo ello son razones para que el movimiento ecologista recupere sus raíces antiimperialistas, antimilitaristas y antiautoritarias. En ello está el movimiento Soulèvements de la terre que en una campaña reciente llama a crear una amplia coalición para «hacer a guerra a la guerra». Pero no es eso en lo que está esta socialdemocracia belicista que, cuando se avecinan grandes acontecimientos históricos, nunca deja pasar la oportunidad de ser oportunista e inconsecuente a partes iguales. Más que nunca hay que elegir en qué bando se está.

Fuente: Lvsl