Géneros

Del heteropesimismo a las huelgas de sexo con hombres: entre las emociones legítimas y el discurso conservador

Por Ana Requena Aguilar

"El mercado está muy mal" es una frase repetida con frecuencia entre las mujeres, jóvenes, no tan jóvenes, mayores y muy mayores que, independientemente de la edad, son heterosexuales. La frase en sí ya es problemática: llamar 'mercado' al mundo de los afectos y el sexo dice mucho del momento que vivimos. Si la entendemos simplemente como una expresión fácil que todas y todos podemos usar alguna vez, lo que revela es un estado de ánimo colectivo más bien pesimista respecto a las relaciones hetero. Un análisis del contexto nos puede ayudar a comprender el porqué: desde la reacción ultra y misógina a la que asistimos hasta la brecha emocional que separa a mujeres y hombres (también de izquierda) y no por razones naturales.

Sin embargo, una cosa es validar lo que sentimos y sacarlo de la esfera individual, y otra hacer de ello un activismo absolutamente desalentador, una posición política en la que la única 'salida' parezca ser una huelga de relaciones o de sexo con hombres. Una 'salida' que, además, se sostiene sobre una vieja idea: que el sexo les importa más a ellos que a nosotras, y que las mujeres nunca podemos obtener y 'ganar' nada en las relaciones con hombres, solo peligro y terror. El riesgo: cultivar un relato del miedo que finalmente anime a las mujeres a adoptar posiciones conservadoras.

La periodista colombiana Catalina Ruiz Navarro describía en un artículo el estado de la cuestión: "En los últimos diez años hemos estado teniendo una conversación pública sobre las desigualdades al interior de las parejas heterosexuales. Pasamos por varias olas de denuncias masivas por acoso y violencia sexual. Demasiadas veces un hombre autodenominado aliado del feminismo resultó ser un agresor. Más que "misandria" estas expresiones son "heteropesimismo". Lo que en realidad estamos diciendo es que estamos hartas, frustradas, desilusionadas, por la desigualdad de poder en las relaciones sexoafectivas, y de que la vara esté tan baja para el amor heterosexual".

Como decía Ruiz Navarro, sin duda ser hetera es lo más "fácil y aceptable" socialmente, pero empezó a convertirse casi en una tarea, en algo incluso vergonzante de lo que a muchas les gustaría poder independizarse.

Una distancia política y emocional

La distancia ideológica entre mujeres y hombres es cada vez más grande, especialmente entre la gente joven. Ellas se sitúan más a la izquierda, ellos más a la derecha; ellas valoran más la igualdad, ellos repiten esa idea de 'libertad' tan contemporánea. El director de investigación de opinión pública de Ipsos España, Paco Camas, constataba el año pasado esta tendencia a la polarización entre la gente joven: "Nunca antes desde los años 80 se había producido un distanciamiento ideológico de tal magnitud entre hombres y mujeres jóvenes". Esa diferencia puede verse en la manera en que chicas y chicos se sitúan en el espectro ideológico en las encuestas, pero también en los valores, actitudes y apreciaciones que recogen estudios e investigaciones.

Las diferencias son políticas, pero también íntimas, si es que hay manera de separar las dos esferas. La psicóloga con perspectiva feminista Andrea Mezquida lleva años percibiendo cómo ese contexto creó el caldo de cultivo ideal para el heteropesimismo: "Muchísimas mujeres que se relacionan con hombres se sienten frustradas porque ellas invierten tiempo y dinero en ir a terapia, en trabajarse emocionalmente... para después llegar a casa y sentir que tienen que 'reeducar' a sus parejas, encargarse de la gestión emocional, intentar explicar qué es la responsabilidad afectiva...". El 85% de quienes acuden a su consulta, calcula, son mujeres, un 10% hombres gays, bi o trans, y solo un escuálido 5% son varones cishetero.

Conclusión: "Ellos no consideran esto una prioridad en sus vidas. Las mujeres trabajadas tienen más problemas para encontrar hombres que cumplan unos mínimos básicos de gestión emocional", continúa la psicóloga, que señala cómo, a pesar de llegar mujeres de todas las edades, el pesimismo cala fuerte en las generaciones jóvenes. "Hay chicas absolutamente desesperanzadas con la idea de encontrar un hombre con el que puedan sentirse estables o tener una relación sana", asegura. El ghosting o los comportamientos desconcertantes están a la orden del día y causan estragos en quienes los reciben.

En qué transformamos lo que sentimos

Asa Seresin es una investigadora especializada en género y sexualidad y quien, en 2019, acuñó el término 'heteropesimismo' para referirse a este estado de desesperanza femenina colectiva alrededor de la heterosexualidad. Seresin entrelaza lo social con lo personal, analiza y contextualiza el momento al que asistimos, pero no propone construir una posición política desde ese pesimismo hetero.

Sin embargo, la frustración, el cansancio y la desesperanza dieron lugar a movimientos que de alguna manera parten del 'heteropesimismo'. Hace unos años comenzó en Corea del Sur el movimiento 4B, que se basa en cuatro 'noes': no al matrimonio con hombres hetero, no a tener hijos con ellos, no a las citas y no al sexo con varones. El movimiento protesta así contra las normas culturales de género que aún presionan a las mujeres para establecer relaciones con hombres, contra las políticas natalistas que las consideran casi máquinas de hacer bebés o contra la violencia machista.

Después de la victoria de Donald Trump en noviembre de 2024, muchas mujeres estadounidenses comenzaron a hablar de este movimiento y proponían dejar de relacionarse afectivamente con hombres ante el panorama político del país. No hay que olvidar que la victoria de Trump se construyó sobre discursos reaccionarios, misóginos, y sobre el apoyo fundamentalmente de la población masculina.

Es en ese salto donde surgen las preguntas: más allá de lo que cada una considere mejor para su vida en cada momento, ¿tiene sentido político la propuesta de dejar de relacionarse afectivamente con hombres?, ¿es una idea transformadora?, ¿sirve para cambiar algo?, ¿obtenemos algo beneficioso de ella?, ¿o, por contra, refuerza algunas normas e ideas conservadoras?

Para empezar, pensar en que dejar de tener sexo y afectos con hombres heteros puede servir para algo obvia que nos relacionamos desde muchos espacios y maneras. En la familia, las amistades o el trabajo también existen las relaciones de poder, los intercambios, los cuidados, las carencias, las discusiones o los dobles raseros. Es decir, los hombres se benefician de un estado de cosas patriarcal en todas las esferas de la vida, y no solo en las relaciones afectivas hetero.

Podemos dejar de tener sexo con varones, pero no tiene sentido obviar que nos relacionamos con compañeros o jefes, hermanos, primos o amigos que, consciente o inconscientemente, también nos tratan con prejuicios, nos aplican discriminación indirecta (de la que no se preocuparon en entender), muestran indiferencia emocional o esperan de nosotras que nos encarguemos de la gestión de cuidados y sentimientos.

"El heteropesimismo me parece más la expresión de un descontento real y legítimo que una propuesta política que vea interesante o estratégica", reflexiona la periodista June Fernández, que también desconfía de focalizar la lucha contra el patriarcado en una especie de huelga de relaciones o sexo con hombres: "Creo que implica dar una especial relevancia a la vida sexual y eso supone un control de la sexualidad de las mujeres, además de establecer como más censurable eso que tener compañeros de trabajo hombres o compartir espacios de militancia con hombres".

Es también "dejar tiradas" a muchas mujeres que tienen deseo e interés romántico solo por hombres o que no quieren renunciar a él porque eso puede llevarnos a una espiral de vigilancia o represión, "de estar pendientes o sentir miedo por si nos gusta un hombre o si nos enamoramos", comenta. "Es cierto que estar con hombres hoy en un día es una práctica de bastante riesgo teniendo en cuenta lo normalizada que está la cultura de la violencia y las violencias machistas de baja intensidad", piensa también Fernández, que pasó por varias fases en su vida, desde la norma heterosexual al lesbianismo político, pasando por un momento en el que, como estrategia de autoprotección, decidió no buscar activamente relaciones con hombres, al menos durante un tiempo, pero sin hacer de ello una posición política.

Hace unas semanas se publicó en España el libro La carne es triste. Por qué dejé de follar con hombres (Altamarea), de la feminista francesa Ovidie. El texto es una enumeración de las vivencias y razones que la llevaron a renunciar al sexo con hombres, a seguir lo que ella llama una huelga de sexo. El libro es una catarsis provocadora que sin duda tiene virtudes, pero su lectura hace que el ánimo caiga por los suelos.

Leyéndolo una piensa hasta qué punto quedarnos solo en el relato del heteropesimismo no es también una invitación a quedarnos estancadas, a escondernos en nuestros caparazones, a renunciar a la posibilidad de cambio, a lo bueno que puede existir en las relaciones o a conformarnos con quienes creemos que la cosa no funciona tan mal. Si hacemos del relato terrorífico una postura política podríamos estar fomentando que muchas mujeres se queden en parejas que no son violentas pero que no las satisfacen ni las acompañan porque, total, podría ser peor. Si hacemos del relato terrorífico una posición política podríamos estar defendiendo que el sexo y el amor (hetero) solo pueden ser lugares de peligro para las mujeres y nunca de placer, satisfacción o realización.

Como razonaban Catalina Ruiz Navarro en su artículo: "El heteropesimismo es una queja, no necesariamente un plan de renuncia".

Fuente: elDiarioAr