Los Huala: Maten al mensajeroPor Gustavo Figueroa
Fernando fue una de las personas, de la familia Huala, que más padeció el hostigamiento mediático. En uno de los tantos montajes mediáticos le tocó ser entrevistado por Nicolás Repetto encapuchado. (Imagen de Gustavo Figueroa)
De la caricatura terrorista a la idealización perpetua: la permanencia del pueblo mapuche en la esfera de la ficcionalidad como estrategia para deshumanizar y sustraerlo de derechos.
Kiñe | Uno
Editorial: una viñeta malograda
El mundo mapuche, para la Nación Argentina, sobrevive dentro de un guión cinematográfico. ¡Es ficción! Nada más. Esta invención, para la lectura patriótica, es parte de un pasado muerto, una caricatura terrorista contemporánea, una impostura, el producto de un avance oportunista. Una deidad que sobrevive en un imaginario idílico y onírico. Para la Nación Argentina el pueblo mapuche es un relato, una construcción comunicacional, un montaje con pocos personajes y escasos recursos (la definición de cazadores y recolectores se mantiene y también es aplicable al pueblo tehuelche). Para los líderes de opinión argentinos, no existe en torno a este pueblo ningún hecho real, palpable y verosímil para reconocerlo como igual. Y así es tratado. Ni siquiera es real, para ellos, la sangre esparcida en los cerros cordilleranos por las múltiples víctimas recientes y de antaño. Para la Nación Argentina las víctimas ni siquiera son víctimas, mucho menos son reconocidas personas mapuche. Son, para ellos, figuras mapuchizadas, conversos en busca de un beneficio individual.
Esa es la estrategia discursiva: despersonalizar hasta dejar sólo harapos arqueológicos, un monumento vetusto, un esqueleto sombrío, una viñeta malograda de un pueblo milenario que se fortalece lenta y misteriosamente en la austeridad de un remanso enrevesado.
Epu | Dos
El legado de monsieur Candie
En la sociedad argentina existe un deseo recurrente: tener la posición y las prerrogativas de Calvin Candie, el esclavista blanco del film "Django sin cadenas" de Quintin Tarantino. La sociedad argentina sueña tener a su disposición una decena de negros para hacerlos trabajar por dos monedas, para utilizarlos como entretenimiento, para ganar apuestas, parar arar las nuevas tierras usurpadas. Pero en el fondo saben que no les da el aceite ni el perfil. Por un lado, no tienen la herencia (legado usurpador) y el poder económico de Calvie Candie. Por otro lado, están lejos de poseer las características fenotípicas de Leonardo Di Caprio. Son, en términos estrictos, desclasados, "mapuche arrepentidos" que inundan las redes con comentarios y definiciones racistas contra hermanos que se parecen mucho a ellos (para su mayor indignación). Rocían las calles con tintura rubio claro ceniza e invierte fortunas en outfits similares a los que visten De Paul y Duki, con el objetivo de transformarse un día en sus máximos detractores (el pueblo mapuche ya tiene su primera ex - mapuche: véase Nayadeth Neculhueque, conocida como Naya Facil), aunque ellos saben muy bien que son personas de pelo negro duro y rasgos pronunciados. Y que eso no se puede disimular fácilmente (para su mayor frustración).
¿Existe algo más indigno que vivir una vida sin aceptar quién uno es verdaderamente?
¿Qué diferencia a Facundo Huala de Django? ¿Las cadenas? Facundo Huala se la pasa esposado. No posee tierras, ni propiedades. Tiene que andar trabajando en campos ajenos por dos mangos. ¡Es torturado impunemente! ¿Recuerdan la escena cuando la esposa de Django es encerrada en una "celda" totalmente desnuda, mientras los rayos del sol caen directamente sobre las maderas que le cubren el cuerpo (caja caliente)? ¿Esa no es una forma de tortura? Por su parte, Facundo Huala, lejos del calor de Texas, fue encerrado en las gélidas celdas de una cárcel (U-6 de Rawson) de Chubut, en pleno junio, sin abrigo y sin comida, con la imposibilidad de contactarse con sus familiares más directos y acceder a las prácticas culturales - espirituales fundamentales para mantener en equilibrio psicoemocional con las otras formas de vida (en un contexto de encierro).
¡A Huala lo detienen por ser un mapuche empobrecido y revelarse ante el sistema empobrecedor! ¿Se imaginan si la decena de familias que viven hoy en el centro de Vaca Muerta, empobrecida también, sin trabajo, calefaccionada con leña, se parara de manos y detuviera el tráfico petrolífero que sale incesantemente de la provincia? ¿Sería legítimo su reclamo? ¿O también, estas familias indignadas, serían acusadas de terroristas por parte de Patricia Bullrich? Facundo no puede andar a caballo, ni en auto, tampoco puede mostrarse en público porque inmediatamente es detenido por la institución estatal policial o agredido por la sociedad toda. Él o cualquier otro mapuche que muestre algún signo visual perteneciente a su cultura.
Kvla | Tres
El silencio de Luciano Benetton
La población argentina acepta el silencio de Luciano Benetton sin chistar, acepta que no tenga que dar explicaciones, que el poder judicial nacional no le exija un testimonio detallado de su rol en la muerte de Santiago Maldonado. Desde el día cero (1 de agosto de 2017) hasta ahora, Luciano Benetton nunca dio una declaración pública sobre el caso. Pasa por el país como un fantasma público, como si fuera un personaje secundario, como si no le debiera nada al país. Justo a los argentinos, los reyes del chauvinismo, que se esfuerzan constantemente por cobrarle hasta la más insignificante cafiaspirina a cualquier migrante latino que esté padeciendo el destierro, a Luciano Benetton se las dejan pasar todas. Ni una le cobran. Así de pecho frío son. El hombre con más hectáreas de la Argentina prácticamente no le habla al país, no tiene diálogo con la población, vive en la oscuridad, en el silencio más sospechoso: el verdadero Dath Vader. Luciano Benetton habla en otra lengua y la prefiere, como una forma también de mantenerse distante, lejos de los locales, a quienes considera inferiores, empleados, subalternos. Mientras los locales le gritan "extranjero" a aquellos que pueden reconocer una filosofía trascendente y existente en las vertientes de agua nacidas en el cordón montañoso de los Andes. Se da por sentado que Benetton consiguió el millón de hectáreas que administra de forma lícita, a precio justo y sin activar ningún hecho de corrupción. Para el ciudadano argentino promedio dentro de ese millón de hectáreas, antes de Benetton no vivía nadie, por lo tanto, ninguna familia y/o comunidad puede reclamar un derecho ancestral. Se da por sentado que nunca, en ningún momento, Santiago Maldonado estuvo en sus instalaciones, ni detenido, ni muerto.
¡La población nacional se tragó el verso del desierto! O peor, no le importa mucho, si Luciano Benetton roba o no, indiscriminadamente, suelo patriota.
Luciano Benetton es blanco, de ojos azules, extranjero y multimillonario, ¿cómo se me puede ocurrir que, con estas características (las mismas del presidente, de los actores más reconocidos del país y de diferentes líderes de opinión), la población argentina, va a poner en tela de juicio su palabra?
En este contexto, es necesario entender que la inmolación de Facundo Huala es justamente para exponer y revelar al verdadero amo de la Argentina, al monsieur Candie italiano, viviendo en tierras williche. Cada vez que Luciano Benetton legítima su condición de mudo, reinvindica el territorio que mantiene usurpado, provocando que el resto de la población (la totalidad) del país tenga que dividirse el territorio en menos metros cuadrados y en precios superiores al que debería pagar (en el caso de que debieran pagar algo por ellos) por un territorio que les pertenece por derecho (internacional).
Marra y Milei no son el problema, sino la representación de la multiplicidad de personas que sienten y piensan como ellos; ellos van a desaparecen de la escena política y, automáticamente, miles de personas más van a intentar disputar sus puestos de poder, el lugar siempre vivo y latente de la ultraderecha nacional, consecuencia directa de la perpetuación del capitalismo y el colonialismo en el país. Conformar personas que se auto-perciben mejores que otras y, fundamentalmente, más imprescindibles porque comprenden que pueden generar más dinero explotando a esos otros que reconocen como inferiores, forma parte de la génesis de la Argentina; forma parte de la pirámide económica de la sociedad rural y de los dueños de las chacras en el Alto Valle.
No colocar en tela de juicio "la obra" de Luciano Benetton en la Argentina significa no poner en discusión el proceso colonial existente en el país.
Con la paradoja de que monsieur Candie y don Luciano Benetton sólo pueden ser representados por unos pocos, en la vida real y en la ficción. Muchos deben quedarse en el camino, aunque sigan hablando y pensando como si hubieran llegado, como si fueran el patrón, como si pudieran reunir los requisitos del mandamás. Se piensan monsieur Candie, pero no tienen un mango, al igual que Facundo Huala. Y ese es el mayor sacrilegio que pueden suplir en la Argentina: por más que se esfuercen, insulten y amenacen con el paredón, son y están más cerca de aquel que dicen odiar que del hombre que alaban en silencio. El gran padecimiento de la Argentina: odiarse a sí mismo. Gustar de un otro, foráneo, un estereotipo germánico inalcanzable. Generalmente estos proyectos de monsieur Candie manejan un taxi, son rappi, administran una despensa, tienen propiedades en un barrio privado, dirigen una escuela o comandan una comisaría.
Meli | Cuatro
Desmontar el mensaje, desarmar el montaje
La población argentina se encuentra en una posición social tan antipática y reaccionaria que es necesario explicar una situación real y concreta citando una película (o dos). Otro mal del capitalismo: una población entera desvirtuada, desencajada, alienada, con la capacidad de angustiarse y/o emocionarse a partir de un reel o la vista de una escena de un film, como "El niño con el pijama a rayas", "El pianista" o "La vida es bella". Sin embargo, cuando ven a una persona real, de carne y hueso, en situación de calle, en vez de ayudarla y crear redes de contención, llaman a la policía para que la hagan desaparecer, en el instante, y que no afecte, nunca jamás, la visual y la estética del barrio donde viven.
Hay que citar una película para explicarles que viven un destierro tan indigno como el que vive la familia Huala, para decirles en la cara que jamás tendrán las tierras de Benetton, ni ellos, ni sus nietos. Y que aunque piensen y se comporten como Stephen (el sirviente negro de monsieur Candie), siempre estarán proyectando vivir la vida de su captor, el apropiador de sus tierras.
Algunos se convencen, cuando se compran una camioneta 4×4 (como sucede en las ciudades extractivas, como Neuquén), otros se convencen cuando se comportan como buenos esclavos. "No hay que quejarse y trabajar", afirman con tono adusto. "¿Cómo nos van a mirar desde el resto del mundo, si damos una mala imagen de nuestro esclavista?", repiten después de escuchar a su operador mediático predilecto.
Triste el paisano, de piel oscura y ojos achinados, que adoptando el discurso del patrón, espera que un porcentaje mínimo de las tierras que custodia pasen un día definitivamente a su nombre, cuando todo el territorio, en su totalidad, le pertenece como parte de un derecho preexistente e inalienable.
"Facundo Huala terrorista" como propuesta y construcción comunicacional resulta un montaje, como la de "el mapuche chileno" o "el mapuche usurpador". Un muñeco de colección para los torturadores de este país que insisten en tener como comandantes a alcohólicos, asesinos y usureros. El gran fetiche argentino: los rochos del poder hegemónico y colonial.
Kechu | Cinco
Los hermanos Darren
Cuando Django se vuelve a encontrar con los hermanos Darren, dentro del campo de un esclavista, uno de ellos, repasando las líneas de una biblia, hace resonar un látigo en la tierra, preparando el discurso y la fuerza bruta, para azotar a una joven mujer negra que había roto un par de huevos. La foto no puede ser más elocuente con la realidad argentina: una analogía sobre los verdugos que azotan cada miércoles a ancianos que reclaman en la vía pública no morir de hambre. ¡Los azotan por el sólo hecho de ser viejos! Los mismos verdugos que levantan con ira y asco a las personas que intentan sobrevivir en situación de calle, como si ellos fueran los responsables de estar en tan dramática situación.
Las dos aristas se unen: el patriotismo nacional colonial que odia cualquier otra forma de existencia y los desplazados del capital. Forman parte del excedente, los perdedores del sistema. Esa filosofía colonial y esclavista persiste hoy en la calle y en el mundo. Y se pretende imponer nuevamente por medio de la violencia y la tortura extrema.
Kayu | Seis
Los ciudadanos argentinos, patriotas y de bien
El pasado 22 de junio, Donald Trump, lanzó tres misiles a bases nucleares de Irán, uniendo con este acto a Estados Unidos en el conflicto bélico de Medio Oriente. Siguiendo la filosofía de Trump, Patricia Bullrich y el Ministerio de Seguridad de la Nación, torturan a Facundo Huala en nombre de la paz y el orden social.
¿Cuántas personas más es necesario matar en nombre de la paz?
Cuando Mr. Bennett se queja que Django pasea, vestido con un traje azul, montado en un caballo, frente a un campo repleto de esclavos, lo que quiere evitar es que vean en él la posibilidad de rebelión, la asunción de prerrogativas similares a las que posee una persona blanca.
Esa es la misión más importante de Patricia Bullrich: demostrar, por todos los medios posibles, que el mapuche no pertenece y no puede poseer los mismos privilegios de la condición humana que gozan los ciudadanos argentinos, patriotas y de bien.
Y en este ejercicio de despersonalización, se concreta un doble mensaje: primero, el otro (el mapuche) se convierte en un ser inferior, para el cual se habilita una especie de arreglo tácito para que sea demonizado, maltratado, torturado, ultrajado, tratado como un infrahumano. Segundo: el portador de este privilegio se convierte automáticamente en un ser superior, habilitado para cometer esta clase de delitos de forma impune.
¿Qué le puede ocurrir a un mapuche si es abordado, en la calle, por un grupo de policías, gendarmes, guardias de seguridad o grupo paramilitar neonazis (ciudadanos argentinos, patriotas y de bien)?
¿Hay algo peor que un mayordomo negro que se ha esmerado en amar a su amo para sobrevivir? Si, un esclavista negro. Y de esos, en nuestra región tenemos para hacer dulce: desde dirigentes gremiales, pasando por intendentes hasta llegar a gobernadores de provincias enteras. En definitiva, Argentina, logró una versión mejorada y actualizada, de aquello que Django, propuso como una estrategia para atraer la atención de monsieur Candie, el gran esclavista de negros.
Regle | Siete
Subvertir la indignación: Michael Douglas y bombita Darín. Nunca Facundo Huala
Apelar a la ficción para entender la realidad es el ejercicio. De eso se trata, porque hay, finalmente, un sustrato fáctico incluso en esa posible invención. Cuando Michael Douglas interpreta a Willian Foster en "Un día de Furia (1993)", personaliza a un hombre infeliz, frustrado y violento (fundamentalmente con él y con las personas que decía querer). Furioso por la rutina y las constantes imposibilidades que atentan continuamente contra la tranquilidad del individuo. Sin embargo, el espectador podía comprender al "desdichado". Encontrando su versión local en Bombita, el personaje que interpreta Ricardo Darín, en el film "Relatos Salvajes" de Damián Szifron. "Estoy cansado de que me caguen", se quejó bombita antes de hacer volar por los aires una estación de tránsito de la ciudad. Las dos víctimas, una del sistema globalizante y el otro de los tentáculos del estado, son el retrato de un posible individuo, que dentro de la ciudad, puede lanzar una serie de pataleos, más o menos, espectaculares. Todos atendibles, y fundamentalmente, legítimos. Incluso vemos en la vida real, personas como bombita, destrozando la sucursal de una empresa de internet o telefonía móvil cansados también de que los caguen con las tarifas o los traten de boludos. Es decir, el público puede aceptar que William Foster termine muerto por sus actos y bombita preso por su venganza, pero nadie se animaría a entrometerse en esa especie de justicia, porque comprende que hay cierta razón que justifica el caos social que despliegan estos actores. En cambio, en el caso de Facundo Huala, los justicieros hacen fila para detenerlo, apalearlo, someterlo a una justicia sin juicio o con un juicio injusto e imparcial. Por lo tanto, la indignación o los gestos de indignación se pueden volver repudiables, cuando la realiza un posible agente externo o con ciertas características criminales para el ojo colonial. No es lo mismo que el indignado sea un extranjero, proveniente de Inglaterra, Francia o Portugal a que el indignado provenga de Perú, Bolivia o Venezuela. En este contexto, imaginemos en qué lugar de la aprobación social puede quedar el indignado si está acusado de ser un terrorista proveniente de un país limistrofe. Facundo Huala cumple con todas las características peyorativas que profesa el ojo colonial. Y son estas las que se leen rápidamente, sin intentar comprender por qué alguien actúa como actúa en un contexto social como el que tenemos en la actualidad.
Llevando este ejemplo a los parámetros de lo real, nos encontramos, no muy lejos, con Javier Milei, presidente de la Argentina, continuamente indignado, concretando, inclusive, un negocio rentable en la proliferación de una ira sistemática y verborrágica: "ensobrados", "mandriles", "zurdos empobrecedores", vocifera cada vez que tiene un micrófono cerca. En palabras más efusivas, alimentando el odio generalizado, enseñó: "entre la mafia y el Estado prefiero a la mafia. La mafia tiene códigos, la mafia cumple, la mafia no miente, la mafia compite". Una declaración de principios que se ajusta bastante bien a la batería de acusaciones que hoy pesan en contra de Facundo Huala: "incitación a la violencia colectiva", "intimidación pública" y "apología del crimen". Pero como ya advertí, en Argentina existen indignados e indignados. No tiene el mismo valor jurídico, la indignación (amenazas) de Javier Milei y la indignación de Facundo Huala. Conviven, en la interpretación de ambas declaraciones, distinciones de clase y raciales.
Por un lado, se justifica la violencia de Javier Milei en nombre de la patria y el capital, de la misma forma que se justifica la privación de derechos de un hombre como Facundo Huala. Por otro lado, Facundo Huala repudia la patria colonial y el capital empobrecedor y excluyente que lo somete a él (como también somete a los proyectos de monsieur Candie, aunque ellos estén convencidos de lo contrario).
El enemigo es el mensajero, sustentado por el capital y los principios patrióticos racistas de la Argentina, no Facundo Huala.
Desarmar el mensaje, significa matar al mensajero. Darle una oportunidad de vida a miles de pibas y pibes racializados por una sociedad que tiene miedo de mirarse al espejo y asumir que aloja, en el centro del corazón, a un Facundo Huala. Y que aunque se esfuerce en domesticar, un día, sin duda, por más inversión en maquillaje que realice, se revelará dentro de la superficie social, en los hijos de sus hijos.
FUENTE: Pressenza International Press Agency
Por Gustavo Figueroa
Fernando fue una de las personas, de la familia Huala, que más padeció el hostigamiento mediático. En uno de los tantos montajes mediáticos le tocó ser entrevistado por Nicolás Repetto encapuchado. (Imagen de Gustavo Figueroa)
De la caricatura terrorista a la idealización perpetua: la permanencia del pueblo mapuche en la esfera de la ficcionalidad como estrategia para deshumanizar y sustraerlo de derechos.
Kiñe | Uno
Editorial: una viñeta malograda
El mundo mapuche, para la Nación Argentina, sobrevive dentro de un guión cinematográfico. ¡Es ficción! Nada más. Esta invención, para la lectura patriótica, es parte de un pasado muerto, una caricatura terrorista contemporánea, una impostura, el producto de un avance oportunista. Una deidad que sobrevive en un imaginario idílico y onírico. Para la Nación Argentina el pueblo mapuche es un relato, una construcción comunicacional, un montaje con pocos personajes y escasos recursos (la definición de cazadores y recolectores se mantiene y también es aplicable al pueblo tehuelche). Para los líderes de opinión argentinos, no existe en torno a este pueblo ningún hecho real, palpable y verosímil para reconocerlo como igual. Y así es tratado. Ni siquiera es real, para ellos, la sangre esparcida en los cerros cordilleranos por las múltiples víctimas recientes y de antaño. Para la Nación Argentina las víctimas ni siquiera son víctimas, mucho menos son reconocidas personas mapuche. Son, para ellos, figuras mapuchizadas, conversos en busca de un beneficio individual.
Esa es la estrategia discursiva: despersonalizar hasta dejar sólo harapos arqueológicos, un monumento vetusto, un esqueleto sombrío, una viñeta malograda de un pueblo milenario que se fortalece lenta y misteriosamente en la austeridad de un remanso enrevesado.
Epu | Dos
El legado de monsieur Candie
En la sociedad argentina existe un deseo recurrente: tener la posición y las prerrogativas de Calvin Candie, el esclavista blanco del film "Django sin cadenas" de Quintin Tarantino. La sociedad argentina sueña tener a su disposición una decena de negros para hacerlos trabajar por dos monedas, para utilizarlos como entretenimiento, para ganar apuestas, parar arar las nuevas tierras usurpadas. Pero en el fondo saben que no les da el aceite ni el perfil. Por un lado, no tienen la herencia (legado usurpador) y el poder económico de Calvie Candie. Por otro lado, están lejos de poseer las características fenotípicas de Leonardo Di Caprio. Son, en términos estrictos, desclasados, "mapuche arrepentidos" que inundan las redes con comentarios y definiciones racistas contra hermanos que se parecen mucho a ellos (para su mayor indignación). Rocían las calles con tintura rubio claro ceniza e invierte fortunas en outfits similares a los que visten De Paul y Duki, con el objetivo de transformarse un día en sus máximos detractores (el pueblo mapuche ya tiene su primera ex - mapuche: véase Nayadeth Neculhueque, conocida como Naya Facil), aunque ellos saben muy bien que son personas de pelo negro duro y rasgos pronunciados. Y que eso no se puede disimular fácilmente (para su mayor frustración).
¿Existe algo más indigno que vivir una vida sin aceptar quién uno es verdaderamente?
¿Qué diferencia a Facundo Huala de Django? ¿Las cadenas? Facundo Huala se la pasa esposado. No posee tierras, ni propiedades. Tiene que andar trabajando en campos ajenos por dos mangos. ¡Es torturado impunemente! ¿Recuerdan la escena cuando la esposa de Django es encerrada en una "celda" totalmente desnuda, mientras los rayos del sol caen directamente sobre las maderas que le cubren el cuerpo (caja caliente)? ¿Esa no es una forma de tortura? Por su parte, Facundo Huala, lejos del calor de Texas, fue encerrado en las gélidas celdas de una cárcel (U-6 de Rawson) de Chubut, en pleno junio, sin abrigo y sin comida, con la imposibilidad de contactarse con sus familiares más directos y acceder a las prácticas culturales - espirituales fundamentales para mantener en equilibrio psicoemocional con las otras formas de vida (en un contexto de encierro).
¡A Huala lo detienen por ser un mapuche empobrecido y revelarse ante el sistema empobrecedor! ¿Se imaginan si la decena de familias que viven hoy en el centro de Vaca Muerta, empobrecida también, sin trabajo, calefaccionada con leña, se parara de manos y detuviera el tráfico petrolífero que sale incesantemente de la provincia? ¿Sería legítimo su reclamo? ¿O también, estas familias indignadas, serían acusadas de terroristas por parte de Patricia Bullrich? Facundo no puede andar a caballo, ni en auto, tampoco puede mostrarse en público porque inmediatamente es detenido por la institución estatal policial o agredido por la sociedad toda. Él o cualquier otro mapuche que muestre algún signo visual perteneciente a su cultura.
Kvla | Tres
El silencio de Luciano Benetton
La población argentina acepta el silencio de Luciano Benetton sin chistar, acepta que no tenga que dar explicaciones, que el poder judicial nacional no le exija un testimonio detallado de su rol en la muerte de Santiago Maldonado. Desde el día cero (1 de agosto de 2017) hasta ahora, Luciano Benetton nunca dio una declaración pública sobre el caso. Pasa por el país como un fantasma público, como si fuera un personaje secundario, como si no le debiera nada al país. Justo a los argentinos, los reyes del chauvinismo, que se esfuerzan constantemente por cobrarle hasta la más insignificante cafiaspirina a cualquier migrante latino que esté padeciendo el destierro, a Luciano Benetton se las dejan pasar todas. Ni una le cobran. Así de pecho frío son. El hombre con más hectáreas de la Argentina prácticamente no le habla al país, no tiene diálogo con la población, vive en la oscuridad, en el silencio más sospechoso: el verdadero Dath Vader. Luciano Benetton habla en otra lengua y la prefiere, como una forma también de mantenerse distante, lejos de los locales, a quienes considera inferiores, empleados, subalternos. Mientras los locales le gritan "extranjero" a aquellos que pueden reconocer una filosofía trascendente y existente en las vertientes de agua nacidas en el cordón montañoso de los Andes. Se da por sentado que Benetton consiguió el millón de hectáreas que administra de forma lícita, a precio justo y sin activar ningún hecho de corrupción. Para el ciudadano argentino promedio dentro de ese millón de hectáreas, antes de Benetton no vivía nadie, por lo tanto, ninguna familia y/o comunidad puede reclamar un derecho ancestral. Se da por sentado que nunca, en ningún momento, Santiago Maldonado estuvo en sus instalaciones, ni detenido, ni muerto.
¡La población nacional se tragó el verso del desierto! O peor, no le importa mucho, si Luciano Benetton roba o no, indiscriminadamente, suelo patriota.
Luciano Benetton es blanco, de ojos azules, extranjero y multimillonario, ¿cómo se me puede ocurrir que, con estas características (las mismas del presidente, de los actores más reconocidos del país y de diferentes líderes de opinión), la población argentina, va a poner en tela de juicio su palabra?
En este contexto, es necesario entender que la inmolación de Facundo Huala es justamente para exponer y revelar al verdadero amo de la Argentina, al monsieur Candie italiano, viviendo en tierras williche. Cada vez que Luciano Benetton legítima su condición de mudo, reinvindica el territorio que mantiene usurpado, provocando que el resto de la población (la totalidad) del país tenga que dividirse el territorio en menos metros cuadrados y en precios superiores al que debería pagar (en el caso de que debieran pagar algo por ellos) por un territorio que les pertenece por derecho (internacional).
Marra y Milei no son el problema, sino la representación de la multiplicidad de personas que sienten y piensan como ellos; ellos van a desaparecen de la escena política y, automáticamente, miles de personas más van a intentar disputar sus puestos de poder, el lugar siempre vivo y latente de la ultraderecha nacional, consecuencia directa de la perpetuación del capitalismo y el colonialismo en el país. Conformar personas que se auto-perciben mejores que otras y, fundamentalmente, más imprescindibles porque comprenden que pueden generar más dinero explotando a esos otros que reconocen como inferiores, forma parte de la génesis de la Argentina; forma parte de la pirámide económica de la sociedad rural y de los dueños de las chacras en el Alto Valle.
No colocar en tela de juicio "la obra" de Luciano Benetton en la Argentina significa no poner en discusión el proceso colonial existente en el país.
Con la paradoja de que monsieur Candie y don Luciano Benetton sólo pueden ser representados por unos pocos, en la vida real y en la ficción. Muchos deben quedarse en el camino, aunque sigan hablando y pensando como si hubieran llegado, como si fueran el patrón, como si pudieran reunir los requisitos del mandamás. Se piensan monsieur Candie, pero no tienen un mango, al igual que Facundo Huala. Y ese es el mayor sacrilegio que pueden suplir en la Argentina: por más que se esfuercen, insulten y amenacen con el paredón, son y están más cerca de aquel que dicen odiar que del hombre que alaban en silencio. El gran padecimiento de la Argentina: odiarse a sí mismo. Gustar de un otro, foráneo, un estereotipo germánico inalcanzable. Generalmente estos proyectos de monsieur Candie manejan un taxi, son rappi, administran una despensa, tienen propiedades en un barrio privado, dirigen una escuela o comandan una comisaría.
Meli | Cuatro
Desmontar el mensaje, desarmar el montaje
La población argentina se encuentra en una posición social tan antipática y reaccionaria que es necesario explicar una situación real y concreta citando una película (o dos). Otro mal del capitalismo: una población entera desvirtuada, desencajada, alienada, con la capacidad de angustiarse y/o emocionarse a partir de un reel o la vista de una escena de un film, como "El niño con el pijama a rayas", "El pianista" o "La vida es bella". Sin embargo, cuando ven a una persona real, de carne y hueso, en situación de calle, en vez de ayudarla y crear redes de contención, llaman a la policía para que la hagan desaparecer, en el instante, y que no afecte, nunca jamás, la visual y la estética del barrio donde viven.
Hay que citar una película para explicarles que viven un destierro tan indigno como el que vive la familia Huala, para decirles en la cara que jamás tendrán las tierras de Benetton, ni ellos, ni sus nietos. Y que aunque piensen y se comporten como Stephen (el sirviente negro de monsieur Candie), siempre estarán proyectando vivir la vida de su captor, el apropiador de sus tierras.
Algunos se convencen, cuando se compran una camioneta 4×4 (como sucede en las ciudades extractivas, como Neuquén), otros se convencen cuando se comportan como buenos esclavos. "No hay que quejarse y trabajar", afirman con tono adusto. "¿Cómo nos van a mirar desde el resto del mundo, si damos una mala imagen de nuestro esclavista?", repiten después de escuchar a su operador mediático predilecto.
Triste el paisano, de piel oscura y ojos achinados, que adoptando el discurso del patrón, espera que un porcentaje mínimo de las tierras que custodia pasen un día definitivamente a su nombre, cuando todo el territorio, en su totalidad, le pertenece como parte de un derecho preexistente e inalienable.
"Facundo Huala terrorista" como propuesta y construcción comunicacional resulta un montaje, como la de "el mapuche chileno" o "el mapuche usurpador". Un muñeco de colección para los torturadores de este país que insisten en tener como comandantes a alcohólicos, asesinos y usureros. El gran fetiche argentino: los rochos del poder hegemónico y colonial.
Kechu | Cinco
Los hermanos Darren
Cuando Django se vuelve a encontrar con los hermanos Darren, dentro del campo de un esclavista, uno de ellos, repasando las líneas de una biblia, hace resonar un látigo en la tierra, preparando el discurso y la fuerza bruta, para azotar a una joven mujer negra que había roto un par de huevos. La foto no puede ser más elocuente con la realidad argentina: una analogía sobre los verdugos que azotan cada miércoles a ancianos que reclaman en la vía pública no morir de hambre. ¡Los azotan por el sólo hecho de ser viejos! Los mismos verdugos que levantan con ira y asco a las personas que intentan sobrevivir en situación de calle, como si ellos fueran los responsables de estar en tan dramática situación.
Las dos aristas se unen: el patriotismo nacional colonial que odia cualquier otra forma de existencia y los desplazados del capital. Forman parte del excedente, los perdedores del sistema. Esa filosofía colonial y esclavista persiste hoy en la calle y en el mundo. Y se pretende imponer nuevamente por medio de la violencia y la tortura extrema.
Kayu | Seis
Los ciudadanos argentinos, patriotas y de bien
El pasado 22 de junio, Donald Trump, lanzó tres misiles a bases nucleares de Irán, uniendo con este acto a Estados Unidos en el conflicto bélico de Medio Oriente. Siguiendo la filosofía de Trump, Patricia Bullrich y el Ministerio de Seguridad de la Nación, torturan a Facundo Huala en nombre de la paz y el orden social.
¿Cuántas personas más es necesario matar en nombre de la paz?
Cuando Mr. Bennett se queja que Django pasea, vestido con un traje azul, montado en un caballo, frente a un campo repleto de esclavos, lo que quiere evitar es que vean en él la posibilidad de rebelión, la asunción de prerrogativas similares a las que posee una persona blanca.
Esa es la misión más importante de Patricia Bullrich: demostrar, por todos los medios posibles, que el mapuche no pertenece y no puede poseer los mismos privilegios de la condición humana que gozan los ciudadanos argentinos, patriotas y de bien.
Y en este ejercicio de despersonalización, se concreta un doble mensaje: primero, el otro (el mapuche) se convierte en un ser inferior, para el cual se habilita una especie de arreglo tácito para que sea demonizado, maltratado, torturado, ultrajado, tratado como un infrahumano. Segundo: el portador de este privilegio se convierte automáticamente en un ser superior, habilitado para cometer esta clase de delitos de forma impune.
¿Qué le puede ocurrir a un mapuche si es abordado, en la calle, por un grupo de policías, gendarmes, guardias de seguridad o grupo paramilitar neonazis (ciudadanos argentinos, patriotas y de bien)?
¿Hay algo peor que un mayordomo negro que se ha esmerado en amar a su amo para sobrevivir? Si, un esclavista negro. Y de esos, en nuestra región tenemos para hacer dulce: desde dirigentes gremiales, pasando por intendentes hasta llegar a gobernadores de provincias enteras. En definitiva, Argentina, logró una versión mejorada y actualizada, de aquello que Django, propuso como una estrategia para atraer la atención de monsieur Candie, el gran esclavista de negros.
Regle | Siete
Subvertir la indignación: Michael Douglas y bombita Darín. Nunca Facundo Huala
Apelar a la ficción para entender la realidad es el ejercicio. De eso se trata, porque hay, finalmente, un sustrato fáctico incluso en esa posible invención. Cuando Michael Douglas interpreta a Willian Foster en "Un día de Furia (1993)", personaliza a un hombre infeliz, frustrado y violento (fundamentalmente con él y con las personas que decía querer). Furioso por la rutina y las constantes imposibilidades que atentan continuamente contra la tranquilidad del individuo. Sin embargo, el espectador podía comprender al "desdichado". Encontrando su versión local en Bombita, el personaje que interpreta Ricardo Darín, en el film "Relatos Salvajes" de Damián Szifron. "Estoy cansado de que me caguen", se quejó bombita antes de hacer volar por los aires una estación de tránsito de la ciudad. Las dos víctimas, una del sistema globalizante y el otro de los tentáculos del estado, son el retrato de un posible individuo, que dentro de la ciudad, puede lanzar una serie de pataleos, más o menos, espectaculares. Todos atendibles, y fundamentalmente, legítimos. Incluso vemos en la vida real, personas como bombita, destrozando la sucursal de una empresa de internet o telefonía móvil cansados también de que los caguen con las tarifas o los traten de boludos. Es decir, el público puede aceptar que William Foster termine muerto por sus actos y bombita preso por su venganza, pero nadie se animaría a entrometerse en esa especie de justicia, porque comprende que hay cierta razón que justifica el caos social que despliegan estos actores. En cambio, en el caso de Facundo Huala, los justicieros hacen fila para detenerlo, apalearlo, someterlo a una justicia sin juicio o con un juicio injusto e imparcial. Por lo tanto, la indignación o los gestos de indignación se pueden volver repudiables, cuando la realiza un posible agente externo o con ciertas características criminales para el ojo colonial. No es lo mismo que el indignado sea un extranjero, proveniente de Inglaterra, Francia o Portugal a que el indignado provenga de Perú, Bolivia o Venezuela. En este contexto, imaginemos en qué lugar de la aprobación social puede quedar el indignado si está acusado de ser un terrorista proveniente de un país limistrofe. Facundo Huala cumple con todas las características peyorativas que profesa el ojo colonial. Y son estas las que se leen rápidamente, sin intentar comprender por qué alguien actúa como actúa en un contexto social como el que tenemos en la actualidad.
Llevando este ejemplo a los parámetros de lo real, nos encontramos, no muy lejos, con Javier Milei, presidente de la Argentina, continuamente indignado, concretando, inclusive, un negocio rentable en la proliferación de una ira sistemática y verborrágica: "ensobrados", "mandriles", "zurdos empobrecedores", vocifera cada vez que tiene un micrófono cerca. En palabras más efusivas, alimentando el odio generalizado, enseñó: "entre la mafia y el Estado prefiero a la mafia. La mafia tiene códigos, la mafia cumple, la mafia no miente, la mafia compite". Una declaración de principios que se ajusta bastante bien a la batería de acusaciones que hoy pesan en contra de Facundo Huala: "incitación a la violencia colectiva", "intimidación pública" y "apología del crimen". Pero como ya advertí, en Argentina existen indignados e indignados. No tiene el mismo valor jurídico, la indignación (amenazas) de Javier Milei y la indignación de Facundo Huala. Conviven, en la interpretación de ambas declaraciones, distinciones de clase y raciales.
Por un lado, se justifica la violencia de Javier Milei en nombre de la patria y el capital, de la misma forma que se justifica la privación de derechos de un hombre como Facundo Huala. Por otro lado, Facundo Huala repudia la patria colonial y el capital empobrecedor y excluyente que lo somete a él (como también somete a los proyectos de monsieur Candie, aunque ellos estén convencidos de lo contrario).
El enemigo es el mensajero, sustentado por el capital y los principios patrióticos racistas de la Argentina, no Facundo Huala.
Desarmar el mensaje, significa matar al mensajero. Darle una oportunidad de vida a miles de pibas y pibes racializados por una sociedad que tiene miedo de mirarse al espejo y asumir que aloja, en el centro del corazón, a un Facundo Huala. Y que aunque se esfuerce en domesticar, un día, sin duda, por más inversión en maquillaje que realice, se revelará dentro de la superficie social, en los hijos de sus hijos.
FUENTE: Pressenza International Press Agency