Géneros

El Matrimonio Igualitario revisitado, a quince años

Por Renata Hiller (*)

Corría el año 2010 y, visto desde hoy, todo tenía un manto de cierta ingenuidad: apenas habíamos llegado a cuartos de final en el mundial de Sudáfrica, pero conservábamos sus vuvuzelas, las caderas de Shakira y Néstor no había muerto. Bien por el contrario, se había sentado en su banca de diputado (por única vez! resaltarían algunos) para, silenciosamente, votar a favor de lo que se conoció como "Matrimonio Igualitario".

¿Qué fue el matrimonio igualitario? Una chance, un momento de debate y afirmación de ciertos principios de sociedad. Un momento fundante a la vez que confirmación de tradiciones perennes. En el mes de mayo, mientras se debatía en la Cámara de Diputadxs la posible reforma de la institución matrimonial, en las calles se celebraba el Bicentenario. ¿Y qué se celebraba? Revolución, emancipación, democracia, igualdad indican Waldo Ansaldi, Patricia Funes y Susana Villavicencio en "Bicentenario. Otros relatos" (Buenos Aires: Del Puerto, 2010). "Las fechas históricas establecen marcas sobre las continuidades profundas de los calendarios, estimulando la revisión del pasado y renovando las representaciones del futuro. De allí también la fuerza que adquieren las conmemoraciones en la formación de las identidades colectivas".

El Bicentenario, par a par la discusión sobre la ampliación del matrimonio (y viceversa), fue un acontecimiento que permitió iluminar zonas oscuras de nuestro contrato social, y rediscutirlas: ¿qué entendemos por igualdad, es una noción descriptiva o un horizonte normativo? ¿Y qué ocurre entonces con lxs diversos, aquellxs que no son iguales a nosotros, pero merecen los mismos derechos? O bien, ¿qué sucedió entonces con lxs negros y mulatos? ¿Cómo recuperar la impronta latinoamericanista de aquella revolución de la Patria grande? El año que viene se cumplirán doscientos diez años de la declaración de la independencia; poco se puede esperar de ese aniversario, teniendo en cuenta el "neblinoso" 9 de julio reciente.

En la argentina implosionada, los actos (sean dramas o comedia) se escenifican puertas adentro. Ya no hay tiempo para asistir al desfile, acompañar una marcha, juntar firmas o hacer una jornada de debate escolar. Sea por la soberanía o la diversidad, nos agotamos reaccionando en redes. Y en eso, se nos va la vida. Sobredemandadxs, no podemos siquiera poner atención a los programas de la tarde, donde entonces desfilaban hijos e hijas de lesbianas, gays y trans: "nuestras familias ya existen" era el lema que pedía a gritos protección legal para aquellas realidades materiales. "Nuestras familias sobreviven" parecen decir hoy, aquellas arrasadas por las deudas, el allegamiento por no poder pagar el alquiler, el abuelo que mandamos a dormir al cuartito de atrás, el hijo que se fue y volvió porque no pudo estudiar o conseguir trabajo... ¿Cuál es el horizonte de deseos y expectativas de las familias argentinas hoy? Entonces, hasta los gays y las lesbianas soñaban criar hijxs.; hoy, ni lxs heterosexuales.

El proceso en torno al matrimonio gay lésbico fue también un momento de disputa en torno a los significados del debate político democrático, sus reglas y actores autorizados. Tres ejes marcaron entonces el debate: la inclusión del discurso experto, la aspiración a dar lugar a todas las voces y la corrección política. Estas tres modalidades hicieron a la participación de profesionales de varias universidades e instituciones científicas, a quienes se les reconocía (más allá de sus posicionamientos a favor o en contra) un saber especializado. Contrasta con este presente de desfinanciamiento donde se invita a denunciar el "adoctrinamiento ideológico" en las aulas, mientras se citan estudios de dudosa proveniencia. Luego, aquella invitación pluralista llevó a que hasta las voces más impensadas se pronunciaran sobre el asunto. Como Hugo Moyano, líder de una CGT hoy silenciosa, que entonces afirmó: "La única verdad es la realidad, y la realidad es que hay personas gays. Tengo mucha gente conocida (de esa condición), inclusive que trabaja en la obra social, y son muy respetables, son personas muy serias, ¿Por qué vamos a privarles el derecho a casarse, a una legalidad?", planteó. Entonces también era posible admitir los cambios de opinión, las mudanzas, la posibilidad de ser persuadidx con argumentos. Y así como Moyano, también otros (incluso legisladores) reconocieron que durante esos mismos meses su posición sobre el asunto había cambiado. Cómo poder hacerlo en estos tiempos de "descansos" y acusaciones de "ensobrados". Finalmente, una regla tácita impuesta a lo largo del debate fue cierta corrección política que, más allá de algunos exabruptos, buscó distanciarse de posturas abiertamente ofensivas. Así, por ejemplo, los detractores del proyecto apelaron al extraño oxímoron de la "discriminación justa": "Los homosexuales no tienen derechos, no deben ser discriminados y entonces hay que terminar con la discriminación, hay que darles los derechos, pero que no sean idénticos a los que se dan al matrimonio" (Carlos Vidal Taquini en Comisiones de Legislación General y Familia, Niñez y Adolescencia de la Cámara de Diputados, 5/11/2009). Cuánto trecho separa la indignación que generó la pregunta de Mirtha Legrand al diseñador Piazza ("Roberto te voy a hacer una pregunta muy delicada: la pareja de homosexuales, suponte que adoptan a un chico, como tienen inclinaciones homosexuales, ¿no podría producirse una violación hacia su hijo?") de las declaraciones oficiales con las que convivimos actualmente.

Con todo ello, el proyecto fue finalmente votado y aprobado en la Cámara de Senadores por 33 votos a favor, 27 en contra y 4 abstenciones, en una madrugada gélida del 15 de julio. Hubo gente en las calles y muchxs otros que siguieron el debate por televisión, logrando concitar una atención inusitada sobre lo que sucedía en el recinto.

A posteriori, la sanción de la ley puede haber sido leída como producto de la necesidad histórica, del progreso inexorable de la civilización, o del normal avance de las cosas. Sin embargo, ocurrió entonces (como siempre que ha habido política) mezcla de fortuna y virtú, de la inteligencia y desinteligencias de los actores para evaluar la contienda, de sus coaliciones estratégicas y del convencimiento y la capacidad para ampliar la propuesta hacia públicos más vastos. De esta manera, la demanda de un colectivo minoritario logró inscribirse en la trayectoria más amplia del proceso de democratización de nuestro país. Reconocido siempre como inconcluso, toca hoy dejar de mirarse en el espejo de Milei, para pensar qué nuevas batallas queremos dar, cuáles nuevos derechos imaginar y cómo reconstruir proyectos comunes.

(*) Licenciada en Ciencia Política, investigadora del Conicet en el Instituto Multidisciplinario para la Investigación y el Desarrollo Productivo y Social de la Cuenca del Golfo San Jorge de la Universidad Nacional de la Patagonia. ExSecretaria de Mujer, Género, Juventud y Diversidad de la Municipalidad de Comodoro Rivadavia.