La autocrítica zapatistaPor Raúl Zibechi
En varias ocasiones hemos comentado que la autocrítica se fue evaporando de las izquierdas del mundo, incluso de las que se denominan revolucionarias o radicales. La ausencia de una práctica central de la política de quienes quieren cambiar el mundo forma parte del colapso de las izquierdas y de los movimientos anti sistémicos.
Durante la primera semana de agosto hemos asistido a un hecho absolutamente nuevo entre los movimientos que luchan por cambiar el mundo. Sucedió en el semillero de Morelia, en el encuentro "Algunas partes del todo". Durante varios días representaron obras de teatro que abarcaron desde una asamblea de los muertos (los caídos en la lucha), que enseñan a los zapatistas a no repetir viejos errores, hasta el diálogo entre las personas que aún no nacieron (actuado por cien espermatozoides y óvulos), a las que trasmitieron las reflexiones que realizaron.
Miles de personas pudimos ver y escuchar las obras, desde asistentes nacionales e internacionales hasta bases de apoyo, milicianos y milicianas. Lo más impresionante fue cómo mostraban los errores cometidos por las juntas de buen gobierno y los municipios autónomos, las diversas formas de corrupción, como robos de dineros colectivos, hasta abusos y malas prácticas de las autoridades.
Una primera cuestión a destacar es que cientos de zapatistas representaron las obras, todas ellas muy jóvenes, con paridad entre jóvenes y jóvenas. La forma como explicaban y se comportaban en el enorme escenario que es el centro del semillero (del tamaño de un campo de fútbol) revela meses de ensayos entre bases de diferentes comunidades y caracoles, lo que muestra un gigantesco trabajo de coordinación entre regiones, de redacción de guiones y de ensayos durante un buen tiempo. Lo no visible me parece tan importante como lo que escuchamos.
Pero la cuestión que me parece casi increíble, porque nunca había sucedido y nunca pude verla en más de 55 años de militancia, es el cómo, el dónde y el para quiénes. La autocrítica fue pública ante las bases de apoyo y los asistentes mexicanos e internacionales, además de quienes asistieron por las redes. La realizaron personas comunes, zapatistas jóvenes que cuestionaban los modos de sus propias autoridades. Lo teatralizaron con buenas dosis de humor, lo que no quiere decir que no fueran críticas rigurosas y profundas, lo que revela un estado de espíritu sereno y reflexivo.
En la cultura política en la que nos formamos durante la revolución mundial de 1968 (como la denominaba Wallerstein), la autocrítica era importante pero con el tiempo se volvió casi inexistente y todos los males se empezaron a achacar al enemigo. Quizá por eso el subcomandante Moisés, que intervino en muchas ocasiones durante el encuentro, enfatizó que "no todos los problemas vienen del capitalismo" (cito de memoria). En general, en caso de haber autocrítica proviene de las direcciones, nunca (pero nunca) de las bases. Los dirigentes eran quienes decidían lo que se hacía bien o mal, y el resto de la organización seguía esa orientación. "Cada base de apoyo debe poder criticar a su gobierno", se dijo en una de las representaciones.
En el zapatismo hay una inversión rotunda de esta práctica jerárquica. La autocrítica no sólo es pública y abierta sino que se realiza de abajo arriba. Hubiera sido muy diferente si se resumiera en un comunicado. El hecho de que sean zapatistas de base quienes lo hacen muestra dos cosas centrales: la firmeza y coherencia ética, implacable, contumaz; y la decisión política de que sean las comunidades organizadas las que marquen los rumbos del movimiento. Esto no quiere decir que el capitán Marcos, el sub Moisés, o el CCRI (Comité Clandestino Revolucionario Indígena) no tengan ningún papel, sino que han tomado la decisión ético-política de mandar obedeciendo, no como lema sino como práctica concreta y real, como guía de sus acciones.
De ahí a derribar la pirámide había sólo un paso, que fue dado también de forma colectiva, de abajo arriba. Antes, recordaron lo positivo que hubo en las juntas de buen gobierno y en los municipios autónomos, porque no todo han sido problemas, sino que fueron también una escuela de autonomía.
Llegado a este punto, al igual que los asistentes con los que pude compartir, creo que debemos inclinarnos ante el EZLN y las bases de apoyo, por su coherencia, por ser lo que son y mostrarnos caminos que nunca antes había recorrido ningún movimiento, en todo el mundo, en toda la historia. La zapatista es una verdadera revolución, que no juega con las palabras sino que muestra prácticas de cambio profundo, no capitalistas, no patriarcales.
Me formé en los años de la revolución cultural china, a la que adherí con entusiasmo porque creía que era la continuación de las luchas luego de la conquista del poder, a diferencia de lo que había sucedido en la Unión Soviética donde se aplastó toda crítica de abajo. Luego supimos que la movilización de masas fue impulsada por las dirigencias partidarias para dirimir disputas entre elites utilizando a las masas, como siempre. Esto es un horror porque se derramó sangre de abajo para fortalecer la pirámide.
En estos momentos de oscuridad global, de genocidios y masacres del arriba, el zapatismo es la única esperanza; intacta, sin manchas, con errores pero sin horrores. Es la excepción en el pequeño mundo anti-sistémico global, y así debemos reconocerlo. Lo han conseguido sin rendirse, sin venderse, sin claudicar....y sin entregar las armas.
Fuente: Desinformémonos
Por Raúl Zibechi
En varias ocasiones hemos comentado que la autocrítica se fue evaporando de las izquierdas del mundo, incluso de las que se denominan revolucionarias o radicales. La ausencia de una práctica central de la política de quienes quieren cambiar el mundo forma parte del colapso de las izquierdas y de los movimientos anti sistémicos.
Durante la primera semana de agosto hemos asistido a un hecho absolutamente nuevo entre los movimientos que luchan por cambiar el mundo. Sucedió en el semillero de Morelia, en el encuentro "Algunas partes del todo". Durante varios días representaron obras de teatro que abarcaron desde una asamblea de los muertos (los caídos en la lucha), que enseñan a los zapatistas a no repetir viejos errores, hasta el diálogo entre las personas que aún no nacieron (actuado por cien espermatozoides y óvulos), a las que trasmitieron las reflexiones que realizaron.
Miles de personas pudimos ver y escuchar las obras, desde asistentes nacionales e internacionales hasta bases de apoyo, milicianos y milicianas. Lo más impresionante fue cómo mostraban los errores cometidos por las juntas de buen gobierno y los municipios autónomos, las diversas formas de corrupción, como robos de dineros colectivos, hasta abusos y malas prácticas de las autoridades.
Una primera cuestión a destacar es que cientos de zapatistas representaron las obras, todas ellas muy jóvenes, con paridad entre jóvenes y jóvenas. La forma como explicaban y se comportaban en el enorme escenario que es el centro del semillero (del tamaño de un campo de fútbol) revela meses de ensayos entre bases de diferentes comunidades y caracoles, lo que muestra un gigantesco trabajo de coordinación entre regiones, de redacción de guiones y de ensayos durante un buen tiempo. Lo no visible me parece tan importante como lo que escuchamos.
Pero la cuestión que me parece casi increíble, porque nunca había sucedido y nunca pude verla en más de 55 años de militancia, es el cómo, el dónde y el para quiénes. La autocrítica fue pública ante las bases de apoyo y los asistentes mexicanos e internacionales, además de quienes asistieron por las redes. La realizaron personas comunes, zapatistas jóvenes que cuestionaban los modos de sus propias autoridades. Lo teatralizaron con buenas dosis de humor, lo que no quiere decir que no fueran críticas rigurosas y profundas, lo que revela un estado de espíritu sereno y reflexivo.
En la cultura política en la que nos formamos durante la revolución mundial de 1968 (como la denominaba Wallerstein), la autocrítica era importante pero con el tiempo se volvió casi inexistente y todos los males se empezaron a achacar al enemigo. Quizá por eso el subcomandante Moisés, que intervino en muchas ocasiones durante el encuentro, enfatizó que "no todos los problemas vienen del capitalismo" (cito de memoria). En general, en caso de haber autocrítica proviene de las direcciones, nunca (pero nunca) de las bases. Los dirigentes eran quienes decidían lo que se hacía bien o mal, y el resto de la organización seguía esa orientación. "Cada base de apoyo debe poder criticar a su gobierno", se dijo en una de las representaciones.
En el zapatismo hay una inversión rotunda de esta práctica jerárquica. La autocrítica no sólo es pública y abierta sino que se realiza de abajo arriba. Hubiera sido muy diferente si se resumiera en un comunicado. El hecho de que sean zapatistas de base quienes lo hacen muestra dos cosas centrales: la firmeza y coherencia ética, implacable, contumaz; y la decisión política de que sean las comunidades organizadas las que marquen los rumbos del movimiento. Esto no quiere decir que el capitán Marcos, el sub Moisés, o el CCRI (Comité Clandestino Revolucionario Indígena) no tengan ningún papel, sino que han tomado la decisión ético-política de mandar obedeciendo, no como lema sino como práctica concreta y real, como guía de sus acciones.
De ahí a derribar la pirámide había sólo un paso, que fue dado también de forma colectiva, de abajo arriba. Antes, recordaron lo positivo que hubo en las juntas de buen gobierno y en los municipios autónomos, porque no todo han sido problemas, sino que fueron también una escuela de autonomía.
Llegado a este punto, al igual que los asistentes con los que pude compartir, creo que debemos inclinarnos ante el EZLN y las bases de apoyo, por su coherencia, por ser lo que son y mostrarnos caminos que nunca antes había recorrido ningún movimiento, en todo el mundo, en toda la historia. La zapatista es una verdadera revolución, que no juega con las palabras sino que muestra prácticas de cambio profundo, no capitalistas, no patriarcales.
Me formé en los años de la revolución cultural china, a la que adherí con entusiasmo porque creía que era la continuación de las luchas luego de la conquista del poder, a diferencia de lo que había sucedido en la Unión Soviética donde se aplastó toda crítica de abajo. Luego supimos que la movilización de masas fue impulsada por las dirigencias partidarias para dirimir disputas entre elites utilizando a las masas, como siempre. Esto es un horror porque se derramó sangre de abajo para fortalecer la pirámide.
En estos momentos de oscuridad global, de genocidios y masacres del arriba, el zapatismo es la única esperanza; intacta, sin manchas, con errores pero sin horrores. Es la excepción en el pequeño mundo anti-sistémico global, y así debemos reconocerlo. Lo han conseguido sin rendirse, sin venderse, sin claudicar....y sin entregar las armas.
Fuente: Desinformémonos