Sobre el estímulo narrativo y onírico del ambiente submarinoPor Sergio Zabalza
La transmisión en vivo de los científicos argentinos en el cañón submarino Mar del Plata nos proporcionó un espectáculo maravilloso por partida doble. Esto es: no solo por el paisaje bellísimo, enigmático y deslumbrante conformado por los hábitats relevados y las extrañísimas criaturas que este sufrido planeta ha producido durante millones de años, sino también por la atracción que tal fenómeno ha causado en los niños y niñas. Extasiados ante las pantallas, embelesados con la actitud amistosa de los investigadores del Conicet --que también son docentes de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA--, los pibes y pibas transcurrieron semanas enteras contemplando esos increíbles exponentes de la Naturaleza. Ejemplares marinos concentrados en tareas parentales tales como proteger a sus crías bajo una roca para el caso de una langosta patagónica; el desplazamiento displicente de una medusa que parecía disfrutar de las caricias del agua; o la actitud vigilante de los que, simplemente apoyados en el suelo de arena, observaban el inesperado visitante robot que los saludaba. Párrafo aparte merece la mamá pulpo que, para proteger a sus crías, deja de comer durante cuatro años.
Lo cierto es que la fauna del Mar Argentino a más de tres mil metros de profundidad puso sobre la superficie algunos aspectos de los seres humanos cuya índole nos alienta en una época en que crueldad y locura compiten para aniquilar lo bello que la Vida entrega a pura gratuidad. Allí están los testimonios: ¿qué tengo que estudiar para dedicarme a esto? es una pregunta que resume buena parte de los comentarios vertidos al pie de página. Inquietudes de esos chiquitos/as que hoy, para amenaza del futuro humano, suelen quedar cooptados por las redes sociales; algunos videojuegos nefastos; o la corrupta incitación a invertir en el mercado financiero como modo de ganar plata. Si esta tarea científica se dedicó, entre otras cuestiones, al relevamiento del daño que los microplásticos y la basura humana producen en el hábitat marino, la expedición también sirvió para brindar aportes educativos tanto mejores que esforzarse por jugar a matar rivales en una pantalla para luego dedicarse a excluir al semejante en alguna estafa piramidal. Vale preguntarse: ¿por qué genera tanta atracción el fondo del mar y su fauna en los más pequeños?
En el fondo del mar se sueña mejor
Colegimos que el clima de ensueño propio del paisaje submarino colabora en el efecto por el cual su contemplación cautiva y provoca. Freud precisa el punto cuando refiere: "El nacimiento es expresado en el sueño, por lo general, mediante una relación con el agua; uno se zambulle en el agua o sale de ella, vale decir, pare o es parido. (...) No sólo todos los mamíferos terrícolas, incluidos los predecesores del hombre, han surgido de animales acuáticos --este sería el hecho más remoto--; también cada mamífero singular, cada hombre, ha pasado la primera fase de su existencia en el agua, a saber, ha vivido como embrión dentro del vientre de su madre en el líquido amniótico, y con el nacimiento ha salido del agua. No pretendo aseverar que el soñante lo sepa; al contrario, sostengo que no le hace falta saberlo"[1]. Es decir, la atracción por el agua remite a un contacto originario. Pero hay algo más a tener en cuenta en esta pasión que el sueño --vaya la paradoja-- despierta, a saber: el aspecto narrativo que distingue a la producción onírica. El fondo del mar y su entorno de formas etéreas --como la gelatina peine o el casi invisible pulpo de cristal-- invita a la generación de indagaciones y preguntas; dónde están, cómo viven así; de dónde vinieron; por qué esas formas; cómo es posible. De hecho, la oscuridad del ambiente submarino en contraste con los órganos bio-luminiscentes de algunas de esas criaturas insinúa algo escondido que se presta a ser descubierto. El solo nombre o descripción de esos seres ya resultan particularmente propicios para el desarrollo de la fantasía: el pulpo Dumbo (hallado a 3781 metros de profundidad); la estrella de mar "culona"; los calamares rojos, y los peces telescopio atestiguan que la ciencia y el juego van de la mano cuando la investigación se hace vehículo de la aventura.
En suma, toda una gama de estímulos que invitan al ejercicio de imaginación por el cual un niño/a traza un horizonte a partir del cual poder observarse y reconocerse de otra forma: secreto clave de la formulación de historias que las pantallas, sin embargo, suelen aplastar en un egocentrismo tan dañino para el crecimiento de una criatura como fatalmente propicio para el encierro adictivo. En este punto bien podemos colegir que el Conicet le sacó un metro de ventaja al algoritmo: puso la IA en el lugar que le corresponde, saber; una herramienta al servicio de las personas. Por otra parte, si de historia y narración se trata, bueno es recordar que en la mitología y el folklore los animales suelen representar a los órganos genitales, cuestión que suele reproducirse en los sueños: "el pez, el caracol, el gato, el ratón ( por el vello pubiano), pero sobre todo el símbolo más significativo del miembro masculino, la serpiente"[2], apunta Freud.
En definitiva: el descentramiento resultante del contacto con las diversas criaturas del planeta alimenta la pregunta por el origen y la consecuente elaboración que cada singularidad construye para brindar una respuesta. Tarea que motoriza el trabajo psíquico: quienes somos: de dónde venimos; para qué estamos aquí. Que tal cuestión sea imposible de responder a ciencia cierta hace al desarrollo del aparato anímico y la dignidad subjetiva. Eso mismo que los fundamentalismos procuran eliminar. Hoy y siempre.
*Psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.
Notas:
[1] Sigmund Freud (1916 [1915-1916]) Conferencias de introducción al psicoanálisis (partes I y II), 10° conferencia. El simbolismo en el sueño, en Obras Completas, A. E. Tomo XV, p. 146.
[2] Sigmund Freud (1900), La interpretación de los sueños (continuación) El trabajo del sueño. La figuración por símbolos de los sueños, en Obras Completas, A. E. Tomo V, p. 363
Fuente: Página 12
Por Sergio Zabalza
La transmisión en vivo de los científicos argentinos en el cañón submarino Mar del Plata nos proporcionó un espectáculo maravilloso por partida doble. Esto es: no solo por el paisaje bellísimo, enigmático y deslumbrante conformado por los hábitats relevados y las extrañísimas criaturas que este sufrido planeta ha producido durante millones de años, sino también por la atracción que tal fenómeno ha causado en los niños y niñas. Extasiados ante las pantallas, embelesados con la actitud amistosa de los investigadores del Conicet --que también son docentes de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA--, los pibes y pibas transcurrieron semanas enteras contemplando esos increíbles exponentes de la Naturaleza. Ejemplares marinos concentrados en tareas parentales tales como proteger a sus crías bajo una roca para el caso de una langosta patagónica; el desplazamiento displicente de una medusa que parecía disfrutar de las caricias del agua; o la actitud vigilante de los que, simplemente apoyados en el suelo de arena, observaban el inesperado visitante robot que los saludaba. Párrafo aparte merece la mamá pulpo que, para proteger a sus crías, deja de comer durante cuatro años.
Lo cierto es que la fauna del Mar Argentino a más de tres mil metros de profundidad puso sobre la superficie algunos aspectos de los seres humanos cuya índole nos alienta en una época en que crueldad y locura compiten para aniquilar lo bello que la Vida entrega a pura gratuidad. Allí están los testimonios: ¿qué tengo que estudiar para dedicarme a esto? es una pregunta que resume buena parte de los comentarios vertidos al pie de página. Inquietudes de esos chiquitos/as que hoy, para amenaza del futuro humano, suelen quedar cooptados por las redes sociales; algunos videojuegos nefastos; o la corrupta incitación a invertir en el mercado financiero como modo de ganar plata. Si esta tarea científica se dedicó, entre otras cuestiones, al relevamiento del daño que los microplásticos y la basura humana producen en el hábitat marino, la expedición también sirvió para brindar aportes educativos tanto mejores que esforzarse por jugar a matar rivales en una pantalla para luego dedicarse a excluir al semejante en alguna estafa piramidal. Vale preguntarse: ¿por qué genera tanta atracción el fondo del mar y su fauna en los más pequeños?
En el fondo del mar se sueña mejor
Colegimos que el clima de ensueño propio del paisaje submarino colabora en el efecto por el cual su contemplación cautiva y provoca. Freud precisa el punto cuando refiere: "El nacimiento es expresado en el sueño, por lo general, mediante una relación con el agua; uno se zambulle en el agua o sale de ella, vale decir, pare o es parido. (...) No sólo todos los mamíferos terrícolas, incluidos los predecesores del hombre, han surgido de animales acuáticos --este sería el hecho más remoto--; también cada mamífero singular, cada hombre, ha pasado la primera fase de su existencia en el agua, a saber, ha vivido como embrión dentro del vientre de su madre en el líquido amniótico, y con el nacimiento ha salido del agua. No pretendo aseverar que el soñante lo sepa; al contrario, sostengo que no le hace falta saberlo"[1]. Es decir, la atracción por el agua remite a un contacto originario. Pero hay algo más a tener en cuenta en esta pasión que el sueño --vaya la paradoja-- despierta, a saber: el aspecto narrativo que distingue a la producción onírica. El fondo del mar y su entorno de formas etéreas --como la gelatina peine o el casi invisible pulpo de cristal-- invita a la generación de indagaciones y preguntas; dónde están, cómo viven así; de dónde vinieron; por qué esas formas; cómo es posible. De hecho, la oscuridad del ambiente submarino en contraste con los órganos bio-luminiscentes de algunas de esas criaturas insinúa algo escondido que se presta a ser descubierto. El solo nombre o descripción de esos seres ya resultan particularmente propicios para el desarrollo de la fantasía: el pulpo Dumbo (hallado a 3781 metros de profundidad); la estrella de mar "culona"; los calamares rojos, y los peces telescopio atestiguan que la ciencia y el juego van de la mano cuando la investigación se hace vehículo de la aventura.
En suma, toda una gama de estímulos que invitan al ejercicio de imaginación por el cual un niño/a traza un horizonte a partir del cual poder observarse y reconocerse de otra forma: secreto clave de la formulación de historias que las pantallas, sin embargo, suelen aplastar en un egocentrismo tan dañino para el crecimiento de una criatura como fatalmente propicio para el encierro adictivo. En este punto bien podemos colegir que el Conicet le sacó un metro de ventaja al algoritmo: puso la IA en el lugar que le corresponde, saber; una herramienta al servicio de las personas. Por otra parte, si de historia y narración se trata, bueno es recordar que en la mitología y el folklore los animales suelen representar a los órganos genitales, cuestión que suele reproducirse en los sueños: "el pez, el caracol, el gato, el ratón ( por el vello pubiano), pero sobre todo el símbolo más significativo del miembro masculino, la serpiente"[2], apunta Freud.
En definitiva: el descentramiento resultante del contacto con las diversas criaturas del planeta alimenta la pregunta por el origen y la consecuente elaboración que cada singularidad construye para brindar una respuesta. Tarea que motoriza el trabajo psíquico: quienes somos: de dónde venimos; para qué estamos aquí. Que tal cuestión sea imposible de responder a ciencia cierta hace al desarrollo del aparato anímico y la dignidad subjetiva. Eso mismo que los fundamentalismos procuran eliminar. Hoy y siempre.
*Psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.
Notas:
[1] Sigmund Freud (1916 [1915-1916]) Conferencias de introducción al psicoanálisis (partes I y II), 10° conferencia. El simbolismo en el sueño, en Obras Completas, A. E. Tomo XV, p. 146.
[2] Sigmund Freud (1900), La interpretación de los sueños (continuación) El trabajo del sueño. La figuración por símbolos de los sueños, en Obras Completas, A. E. Tomo V, p. 363
Fuente: Página 12