La persecución de la dictadura del '55 a Fangio por su relación con PerónPor Pablo Morosi
Las noticias que llegaban desde Buenos Aires en el último tramo de 1955 eran inquietantes. El nuevo régimen militar, autodenominado Revolución Libertadora, había clausurado el Congreso, depuesto a los miembros de la Corte Suprema de Justicia y decretado la intervención de provincias, sindicatos y universidades. Tras un breve período de transición encabezado por el general Eduardo Lonardi, que había liderado el golpe militar desde la provincia de Córdoba, la presidencia pasó en noviembre de ese año a manos de otro general, Pedro Eugenio Aramburu, quien, lejos de compartir la consigna inicial de "ni vencedores ni vencidos", anunciada por su antecesor, instauró en cambio una virulenta política de "desperonización" en todos los ámbitos de la vida nacional.
Juan Manuel Fangio, que le debía al régimen peronista el impulso que lo llevó a las competencias internacionales, sin el cual muy difícilmente hubiesen llegado sus éxitos deportivos, evaluaba distintas opciones para su futuro; entre las que contemplaba incluso la posibilidad de abandonar definitivamente las competencias. De momento, tenía que cumplir con el compromiso de participar en el Gran Premio de Venezuela, una carrera de autos deportivos a disputarse a principios de noviembre en Caracas.
En rigor, en ese momento el Chueco parecía inclinarse cada vez más hacia el retiro. Con 44 años, era plenamente consciente de que tarde o temprano tendría que enfrentar los desafíos propios de un ocaso inevitable. Al fin y al cabo, ya había cumplido sobradamente su sueño de competir junto a sus ídolos Varzi y Nuvolari, se había permitido la irreverencia de vencerlos y hasta se había dado el lujo de consagrarse campeón del mundo no una sino tres veces. ¿Qué más podía pedir? En medio de sus disquisiciones fantaseaba junto a su pareja, Andrea Berruet, con dar paso a una nueva vida estableciéndose definitivamente en la Argentina, sin los constantes viajes y dedicado exclusivamente a los negocios.
Estaba en Caracas cuando recibió noticias de que el gobierno de facto estaba elaborando una lista negra con cientos de personas y empresas vinculadas o que pudieran haberse beneficiado con el gobierno peronista. El Chueco consideraba que no tenía nada que ocultar y estaba dispuesto a enfrentar cualquier reproche. "Si he hecho algo, que me detengan", repetía. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, la gravedad de los acontecimientos terminó por convencerlo de que lo mejor era seguir compitiendo y permanecer alejado de las vicisitudes que se vivían en el país; de modo que fueron también razones extradeportivas las que lo llevaron a reconsiderar la idea del retiro.
Por lo pronto, Nello Ugolini, por entonces director de carreras de Maserati, pero que había trabajado muchos años con Ferrari, le había dado un consejo en Venezuela: si decidía negociar un fichaje para Ferrari, debía asegurarse de contar con un buen representante. Fue así que le recomendó a Marcello Giambertone, un periodista italiano con buenos contactos y amplia experiencia en el ambiente automovilístico. En rigor, Fangio y Giambertone, a quien todos le decían "Giamba", se habían conocido en los primeros pasos del piloto argentino en los circuitos europeos, durante un encuentro casual en septiembre de 1951, mientras Fangio estudiaba las características del circuito de Monza. Trabaron un vínculo de mucha confianza y complicidad. Astuto y pragmático, Giambertone se convirtió así en mánager, administrador y apoderado a cambio de un apetecible diez por ciento de todo lo obtenido por su representado. Su primera misión no fue nada sencilla: negociar su incorporación a la casa de Maranello cara cara con el mismísimo Commendatore.
Mientras se cocinaba su ingreso a Ferrari, de regreso en la Argentina para las fiestas de fin de año, apenas aterrizó en el aeropuerto de Ezeiza, el Chueco comenzó a notar el nuevo trato hacia su persona que le deparaba la etapa abierta en el país tras el golpe de Estado. Así, por primera vez desde que se había transformado en una celebridad un empleado de la aduana lo obligó a abrir sus valijas, en las que traía varios trofeos, revistas de automovilismo y un corte de tela italiana para su madre. "¡Vaya a saber si pensaban que traía una carta de Perón!", se quejaba Fangio cada vez que recordaba aquella requisa.
Fangio percibió en carne propia el cariz inquietante que habían tomado los acontecimientos, decidió refugiarse unos días en la casa familiar de Balcarce. Allí estaba cuando se enteró por los diarios de que, efectivamente, su nombre figuraba en una lista junto a cientos de deportistas investigados por las autoridades de facto por sus vínculos con el peronismo, bajo sospecha de haber cometido delitos contra el honor nacional. En la nómina de investigados estaban, entre muchos otros, los hermanos Oscar y Juan Gálvez, José Froilán González y Carlos Menditeguy.
En realidad, Fangio simpatizaba históricamente con el ideario del Partido Conservador, una inclinación que, además, era compartida por la mayoría de los miembros de su entorno, incluidos sus amigos y socios, como los hermanos Duffard y Francisco Cavallotti. Este último había llegado incluso a ser concejal por dicha fuerza en Balcarce. El Chueco, que reconocía abiertamente dichas raíces en su pensamiento juvenil, fue, sin duda, uno de los pilotos que mantuvo una relación más cercana con Perón, aunque nunca se declaró peronista.
Con el tiempo, al ser consultado sobre el asunto, solía responder: "El apoyo del gobierno lo devolví con triunfos, o sea que cumplí con la Argentina de la que Perón era presidente, pero de ahí a decir que estuve afiliado e hice propaganda en favor del Partido Peronista hay siglos de distancia". A su vez, Graciela Pilone, hija del intendente peronista de Balcarce en aquellos años, Antonio Pilone, aseguró que, según la versión de su padre, después de la Revolución Libertadora, "Fangio se desmarcó y negó sus vínculos con Perón, pese a que eran muy evidentes", y que la relación entre su padre y el Chueco se rompió precisamente por ese motivo.
En aquel momento, en busca de poder detectar presuntos negociados a través de acuerdos comerciales, compraventa de coches y patrocinios vinculados con su imagen, el gobierno de facto auditó la labor del Automóvil Club Argentino, así como las cuentas de la empresa nacional YPF, uno de los máximos auspiciantes de la actividad automovilística. Si bien, para entonces el Chueco ya había expandido sus negocios de Balcarce a Mar del Plata y diversificado su patrimonio con inversiones en campos y en la producción agropecuaria, el foco de la investigación oficial del gobierno de facto se centró en la concesionaria Automotores Juan Manuel Fangio y Cía., ubicada en el barrio porteño de Constitución. Era el emprendimiento comercial más importante del Chueco, que compartía con sus socios Manuel Moreno y Abelardo Núñez, y del que, en buena medida, se ocupaba su hermano mayor, José, mientras él competía en el mundo.
Entre tanto, tras idas y vueltas, Giambertone consiguió cerrar el acuerdo para que Fangio fichara para Ferrari. Si bien nunca se oficializaron los detalles del contrato, todas las versiones hablaban de cifras millonarias que estaban por muy encima del ingreso de los otros pilotos de la escudería, y que se engrosaban más aún con la participación en los premios obtenidos por cada carrera. Ferrari buscaba asegurarse de contar con uno de los pilotos más destacados del momento con el fin de formar un equipo con verdaderas aspiraciones al campeonato.
Mientras Giamba negociaba en Italia con Ferrari, él gestionaba secretamente en la Cancillería el aval del gobierno para salir del país, algo que estaba vedado a todos los investigados por el régimen.
Gracias a sus buenos contactos, el balcarceño había conseguido que el nuevo canciller, el economista y diplomático Luis Podestá Costa, aceptara recibirlo en forma reservada. Sin demasiado preámbulo, Fangio expuso su necesidad de viajar para competir y advirtió que, en caso de que el gobierno intentara impedírselo, se vería obligado a anunciar su retiro del automovilismo y, también, a denunciar una persecución injusta e infundada en su contra. Consciente de las repercusiones negativas que ello tendría para la imagen del gobierno, el funcionario se comprometió a otorgarle un permiso para permanecer fuera del país y congelar la investigación sobre su persona.
En este contexto, el Chueco celebró la confirmación por parte de la Federación Internacional del Automóvil de que el calendario de carreras para el nuevo año daría inicio con el Gran Premio de la Argentina, ya que, según pensaba, podía ser una buena oportunidad para enfrentar las acusaciones y sospechas en su contra con sus mejores armas: revalidando ante sus compatriotas, incluidos los jerarcas del gobierno militar, su capacidad como piloto en las carreras. Así, con el acuerdo con Ferrari cerrado gracias a las gestiones de su flamante mánager, Fangio correría en su país la primera carrera como piloto de la casa de Maranello.
Fangio debuta en Ferrari
El duelo concentrado entre Ferrari y Maserati generaba gran expectativa. Lo aderezaba el hecho de que, tras su retiro de las competencias, Gianni Lancia había llegado a un acuerdo con Enzo Ferrari para que sus autos, reacondicionados, pudieran participar en la nueva temporada como parte de su escuadra. El Gran Premio de la República Argentina fue programado para el 22 de enero de 1956 en el principal circuito porteño, cuyo nombre original, "17 de Octubre", había sido sustituido por "Autódromo Municipal" como parte de la política oficial destinada a suprimir todos los símbolos asociados al peronismo. Enterado del cambio, uno de los corredores presentes aquel año, el italiano Eugenio Castellotti, compañero de escudería de Fangio en Ferrari, tuvo entonces la ocurrencia de sugerir que en realidad deberían haberle puesto "Fangiódromo".
Al volante de la Lancia-Ferrari D50, en las pruebas de clasificación Fangio consiguió la pole position. Sin embargo, en el arranque no pudo hacerse de la punta y, a pocos giros del inicio, su coche presentó problemas en el tanque de combustible. Pese a una primera reparación en boxes, los inconvenientes persistieron y se vio obligado a abandonar. Ante esta situación, el equipo técnico ordenó la detención de su compañero Luigi Musso, que iba en sexto lugar, para que el balcarceño pudiera seguir corriendo con su máquina. En una persecución implacable, batiendo varias veces el récord de vuelta, logró sobrepasar a un auto tras otro hasta llegar a pelear la punta con la Maserati de Stirling Moss, quien terminó abandonando. El Chueco cruzó la meta en primer lugar en medio del entusiasmo desbordante de los espectadores, que coreaban su nombre. Así comenzó a pavimentar el camino hacia un nuevo título.
Fuente: Tiempo Argentino
Por Pablo Morosi
Las noticias que llegaban desde Buenos Aires en el último tramo de 1955 eran inquietantes. El nuevo régimen militar, autodenominado Revolución Libertadora, había clausurado el Congreso, depuesto a los miembros de la Corte Suprema de Justicia y decretado la intervención de provincias, sindicatos y universidades. Tras un breve período de transición encabezado por el general Eduardo Lonardi, que había liderado el golpe militar desde la provincia de Córdoba, la presidencia pasó en noviembre de ese año a manos de otro general, Pedro Eugenio Aramburu, quien, lejos de compartir la consigna inicial de "ni vencedores ni vencidos", anunciada por su antecesor, instauró en cambio una virulenta política de "desperonización" en todos los ámbitos de la vida nacional.
Juan Manuel Fangio, que le debía al régimen peronista el impulso que lo llevó a las competencias internacionales, sin el cual muy difícilmente hubiesen llegado sus éxitos deportivos, evaluaba distintas opciones para su futuro; entre las que contemplaba incluso la posibilidad de abandonar definitivamente las competencias. De momento, tenía que cumplir con el compromiso de participar en el Gran Premio de Venezuela, una carrera de autos deportivos a disputarse a principios de noviembre en Caracas.
En rigor, en ese momento el Chueco parecía inclinarse cada vez más hacia el retiro. Con 44 años, era plenamente consciente de que tarde o temprano tendría que enfrentar los desafíos propios de un ocaso inevitable. Al fin y al cabo, ya había cumplido sobradamente su sueño de competir junto a sus ídolos Varzi y Nuvolari, se había permitido la irreverencia de vencerlos y hasta se había dado el lujo de consagrarse campeón del mundo no una sino tres veces. ¿Qué más podía pedir? En medio de sus disquisiciones fantaseaba junto a su pareja, Andrea Berruet, con dar paso a una nueva vida estableciéndose definitivamente en la Argentina, sin los constantes viajes y dedicado exclusivamente a los negocios.
Estaba en Caracas cuando recibió noticias de que el gobierno de facto estaba elaborando una lista negra con cientos de personas y empresas vinculadas o que pudieran haberse beneficiado con el gobierno peronista. El Chueco consideraba que no tenía nada que ocultar y estaba dispuesto a enfrentar cualquier reproche. "Si he hecho algo, que me detengan", repetía. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, la gravedad de los acontecimientos terminó por convencerlo de que lo mejor era seguir compitiendo y permanecer alejado de las vicisitudes que se vivían en el país; de modo que fueron también razones extradeportivas las que lo llevaron a reconsiderar la idea del retiro.
Por lo pronto, Nello Ugolini, por entonces director de carreras de Maserati, pero que había trabajado muchos años con Ferrari, le había dado un consejo en Venezuela: si decidía negociar un fichaje para Ferrari, debía asegurarse de contar con un buen representante. Fue así que le recomendó a Marcello Giambertone, un periodista italiano con buenos contactos y amplia experiencia en el ambiente automovilístico. En rigor, Fangio y Giambertone, a quien todos le decían "Giamba", se habían conocido en los primeros pasos del piloto argentino en los circuitos europeos, durante un encuentro casual en septiembre de 1951, mientras Fangio estudiaba las características del circuito de Monza. Trabaron un vínculo de mucha confianza y complicidad. Astuto y pragmático, Giambertone se convirtió así en mánager, administrador y apoderado a cambio de un apetecible diez por ciento de todo lo obtenido por su representado. Su primera misión no fue nada sencilla: negociar su incorporación a la casa de Maranello cara cara con el mismísimo Commendatore.
Mientras se cocinaba su ingreso a Ferrari, de regreso en la Argentina para las fiestas de fin de año, apenas aterrizó en el aeropuerto de Ezeiza, el Chueco comenzó a notar el nuevo trato hacia su persona que le deparaba la etapa abierta en el país tras el golpe de Estado. Así, por primera vez desde que se había transformado en una celebridad un empleado de la aduana lo obligó a abrir sus valijas, en las que traía varios trofeos, revistas de automovilismo y un corte de tela italiana para su madre. "¡Vaya a saber si pensaban que traía una carta de Perón!", se quejaba Fangio cada vez que recordaba aquella requisa.
Fangio percibió en carne propia el cariz inquietante que habían tomado los acontecimientos, decidió refugiarse unos días en la casa familiar de Balcarce. Allí estaba cuando se enteró por los diarios de que, efectivamente, su nombre figuraba en una lista junto a cientos de deportistas investigados por las autoridades de facto por sus vínculos con el peronismo, bajo sospecha de haber cometido delitos contra el honor nacional. En la nómina de investigados estaban, entre muchos otros, los hermanos Oscar y Juan Gálvez, José Froilán González y Carlos Menditeguy.
En realidad, Fangio simpatizaba históricamente con el ideario del Partido Conservador, una inclinación que, además, era compartida por la mayoría de los miembros de su entorno, incluidos sus amigos y socios, como los hermanos Duffard y Francisco Cavallotti. Este último había llegado incluso a ser concejal por dicha fuerza en Balcarce. El Chueco, que reconocía abiertamente dichas raíces en su pensamiento juvenil, fue, sin duda, uno de los pilotos que mantuvo una relación más cercana con Perón, aunque nunca se declaró peronista.
Con el tiempo, al ser consultado sobre el asunto, solía responder: "El apoyo del gobierno lo devolví con triunfos, o sea que cumplí con la Argentina de la que Perón era presidente, pero de ahí a decir que estuve afiliado e hice propaganda en favor del Partido Peronista hay siglos de distancia". A su vez, Graciela Pilone, hija del intendente peronista de Balcarce en aquellos años, Antonio Pilone, aseguró que, según la versión de su padre, después de la Revolución Libertadora, "Fangio se desmarcó y negó sus vínculos con Perón, pese a que eran muy evidentes", y que la relación entre su padre y el Chueco se rompió precisamente por ese motivo.
En aquel momento, en busca de poder detectar presuntos negociados a través de acuerdos comerciales, compraventa de coches y patrocinios vinculados con su imagen, el gobierno de facto auditó la labor del Automóvil Club Argentino, así como las cuentas de la empresa nacional YPF, uno de los máximos auspiciantes de la actividad automovilística. Si bien, para entonces el Chueco ya había expandido sus negocios de Balcarce a Mar del Plata y diversificado su patrimonio con inversiones en campos y en la producción agropecuaria, el foco de la investigación oficial del gobierno de facto se centró en la concesionaria Automotores Juan Manuel Fangio y Cía., ubicada en el barrio porteño de Constitución. Era el emprendimiento comercial más importante del Chueco, que compartía con sus socios Manuel Moreno y Abelardo Núñez, y del que, en buena medida, se ocupaba su hermano mayor, José, mientras él competía en el mundo.
Entre tanto, tras idas y vueltas, Giambertone consiguió cerrar el acuerdo para que Fangio fichara para Ferrari. Si bien nunca se oficializaron los detalles del contrato, todas las versiones hablaban de cifras millonarias que estaban por muy encima del ingreso de los otros pilotos de la escudería, y que se engrosaban más aún con la participación en los premios obtenidos por cada carrera. Ferrari buscaba asegurarse de contar con uno de los pilotos más destacados del momento con el fin de formar un equipo con verdaderas aspiraciones al campeonato.
Mientras Giamba negociaba en Italia con Ferrari, él gestionaba secretamente en la Cancillería el aval del gobierno para salir del país, algo que estaba vedado a todos los investigados por el régimen.
Gracias a sus buenos contactos, el balcarceño había conseguido que el nuevo canciller, el economista y diplomático Luis Podestá Costa, aceptara recibirlo en forma reservada. Sin demasiado preámbulo, Fangio expuso su necesidad de viajar para competir y advirtió que, en caso de que el gobierno intentara impedírselo, se vería obligado a anunciar su retiro del automovilismo y, también, a denunciar una persecución injusta e infundada en su contra. Consciente de las repercusiones negativas que ello tendría para la imagen del gobierno, el funcionario se comprometió a otorgarle un permiso para permanecer fuera del país y congelar la investigación sobre su persona.
En este contexto, el Chueco celebró la confirmación por parte de la Federación Internacional del Automóvil de que el calendario de carreras para el nuevo año daría inicio con el Gran Premio de la Argentina, ya que, según pensaba, podía ser una buena oportunidad para enfrentar las acusaciones y sospechas en su contra con sus mejores armas: revalidando ante sus compatriotas, incluidos los jerarcas del gobierno militar, su capacidad como piloto en las carreras. Así, con el acuerdo con Ferrari cerrado gracias a las gestiones de su flamante mánager, Fangio correría en su país la primera carrera como piloto de la casa de Maranello.
Fangio debuta en Ferrari
El duelo concentrado entre Ferrari y Maserati generaba gran expectativa. Lo aderezaba el hecho de que, tras su retiro de las competencias, Gianni Lancia había llegado a un acuerdo con Enzo Ferrari para que sus autos, reacondicionados, pudieran participar en la nueva temporada como parte de su escuadra. El Gran Premio de la República Argentina fue programado para el 22 de enero de 1956 en el principal circuito porteño, cuyo nombre original, "17 de Octubre", había sido sustituido por "Autódromo Municipal" como parte de la política oficial destinada a suprimir todos los símbolos asociados al peronismo. Enterado del cambio, uno de los corredores presentes aquel año, el italiano Eugenio Castellotti, compañero de escudería de Fangio en Ferrari, tuvo entonces la ocurrencia de sugerir que en realidad deberían haberle puesto "Fangiódromo".
Al volante de la Lancia-Ferrari D50, en las pruebas de clasificación Fangio consiguió la pole position. Sin embargo, en el arranque no pudo hacerse de la punta y, a pocos giros del inicio, su coche presentó problemas en el tanque de combustible. Pese a una primera reparación en boxes, los inconvenientes persistieron y se vio obligado a abandonar. Ante esta situación, el equipo técnico ordenó la detención de su compañero Luigi Musso, que iba en sexto lugar, para que el balcarceño pudiera seguir corriendo con su máquina. En una persecución implacable, batiendo varias veces el récord de vuelta, logró sobrepasar a un auto tras otro hasta llegar a pelear la punta con la Maserati de Stirling Moss, quien terminó abandonando. El Chueco cruzó la meta en primer lugar en medio del entusiasmo desbordante de los espectadores, que coreaban su nombre. Así comenzó a pavimentar el camino hacia un nuevo título.
Fuente: Tiempo Argentino