El mundo

Trump quiere reconstruir un "patio trasero" a fuerza de militarización

Por María Laura Carpineta 

Estados Unidos no desplegaba esta cantidad de barcos militares en el Mar Caribe desde la crisis de los misiles cubanos en 1962, uno de los pocos momentos de la Guerra Fría en que el mundo creyó realmente que estaba al borde de un conflicto nuclear. Con esta alerta, la prensa estadounidense -aún sacudida por la decisión de Donald Trump de rescatar a su aliado argentino, Javier Milei, en medio del cierre de su Gobierno por falta de Presupuesto- advertía hace unos días que algo estaba cambiando en la política de la Casa Blanca hacia la región.

Desde hace 20 años, analistas y funcionarios repiten que América Latina no es prioridad para Estados Unidos y, por eso, la superpotencia no reemplazó al Consenso de Washington y la fallida ALCA con una estrategia nueva cuando la región apostó por una integración sin la Casa Blanca como norte y le abrió los brazos a las propuestas de cooperación e inversión millonarias de China. Sin embargo, Trump parece haber cambiado eso. El norteamericano sigue sin tener una estrategia regional coherente, pero sí ha decidido que en este mundo actual multipolar, donde más de una potencia se anima a plantársele y desafiarlo, él está obligado a demostrar toda su fuerza militar, su capacidad para controlar y dominar y su liderazgo internacional. Y dónde mejor para hacerlo que en América Latina, una región donde ningún país le puede hacer sombra -ni militar ni económica- y a la que gran parte de la dirigencia política estadounidense aún considera su "patio trasero".

"En el primer gobierno de Trump se reactivó con orgullo, al menos a nivel retórico, la doctrina Monroe. Varios funcionarios y hasta el propio Trump hablaron de la importancia de asegurar la hegemonía de Estados Unidos en la región sea mucho más fuerte. En este segundo gobierno, mantiene esta visión, pero ahora sí para dispuesto a movilizar muchos más recursos para consolidar esta hegemonía", explicó a El Destape Alexander Main, director de Políticas Internacionales del Center for Economic and Policy Research (CEPR), con sede en Washington. Para él, "Trump ve al mundo en términos de esferas de influencia". Por eso, no cuestiona como sí hicieron sus antecesores las ambiciones expansionistas de Rusia sobre Ucrania o los reclamos de China sobre el Mar de la China Meridional.

Según esa lectura del mundo, continuó Main, "la esfera de influencia de Estados Unidos es América Latina y el Caribe y Canadá. Y Trump tiene incluso un deseo de controlar ese territorio más grande que algunos de sus predecesores que defendieron y ejecutaron la doctrina Monroe". Para el analista, el mandatario estadounidense busca controlar la región "de manera directa, a través de intervenciones", como la que lanzó en el Mar Caribe y el Océano Pacífico, o "de manera indirecta, a través de sus aliados políticos", como Milei.

Un séquito de aliados

Mientras el secretario del Tesoro, Scott Bessent, defendió el masivo rescate financiero como un muro ante el avance de las inversiones y la cooperación china en sectores estratégicos en Argentina, otra posible lectura es que Trump quiere mostrarle al resto de los gobiernos en crisis o asfixiados económicamente de la región que la Casa Blanca sólo saldrá a ayudar, a salvar a quién muestre el nivel de incondicionalidad, sometimiento y obediencia de Milei. Sus aliados no lo desafían, no lo cuestionan ni mucho menos negocian con él. Todo lo contrario, lo copian. Por ejemplo, copian su forma de hacer política: con la oposición no se dialoga ni se la reconoce, se la confronta, se la ataca. Por eso, como en Estados Unidos, en Argentina el oficialismo defiende sin sonrojarse que no negocia ni negociará con la oposición en el Congreso o en las gobernaciones provinciales.

Esta será una enseñanza clave para los líderes que buscan la atención de Estados Unidos -como el paraguayo Mario Abdo y el ecuatoriano Daniel Noboa-, para el presidente electo de Bolivia, Rodrigo Paz -quien voló a Washington a reunirse con el secretario de Estado Marco Rubio ni bien triunfó en el balotaje-, o para quien gane en las próximas presidenciales de Chile este fin de año.

A diferencia de los 90s, cuando Estados Unidos tenía un plan regional concreto, con reglas -el decálogo del Consenso de Washington- y una propuesta -el ALCA- claras, Trump no tiene una visión programática o ideológica para América Latina, como tampoco la tiene para el resto del mundo. Y es poco probable que la construya. "Hay que acordarse que Trump es un desarrollador inmobiliario y ve al mundo en esos términos. Quiere tener sus proyectos en toda la región y es un dirigente muy transaccional, siempre busca el mejor acuerdo posible. Todas las decisiones que toma son para conseguir el mejor acuerdo para cada situación. Pero como además mezcla sus intereses, los de su familia, los de su entorno y sus socios y donantes y, finalmente, los de Estados Unidos, siempre está cambiando sus posiciones", destacó Main.

¿El fin de América Latina como zona de paz?

Una parte de la región, sin embargo, aún no se muestra dispuesta a sumarse al séquito latinoamericano de Trump. El brasileño Luiz Inácio Lula da Silva se plantó firme luego que la Casa Blanca impusiera sanciones y aranceles a su país por el juicio y la condena al ex presidente y aliado trumpista Jair Bolsonaro por su intento de golpe de Estado. Lula le respondió con reciprocidad y no cedió. Consiguió lo que Milei no puede: que el estadounidense lo trate como un par y se siente realmente a negociar. Pero, ¿cuántos países latinoamericanos tienen el peso específico de Brasil y la personalidad de Lula para hacerlo?

Ni México, cuya frontera y tratado de libre comercio lo atan estructuralmente a Estados Unidos, se anima a plantearle un juego de la gallina a Trump. Especialmente, luego que el Gobierno de Trump dejara claro que su llamada "guerra contra el narcoterrorismo" no se limita a Venezuela y a su evidente objetivo de derrocar al gobierno de Nicolás Maduro: Washington acusó al presidente colombiano Gustavo Petro de ser parte del entramado narco en su país, expandió los ataques al Océano Pacífico cerca de las aguas territoriales colombianas y de las costas mexicanas, y denunció que cárteles mexicanos preparan ataques contra funcionarios estadounidenses. La rápida expansión de la intervención militar en la región hasta ilusionó al bolsonarismo en Brasil, quien pidió que Estados Unidos también bombardee la zona de las costas de Río de Janeiro, en el Océano Atlántico.

En medio de esta lluvia de denuncias y amenazas, lo único probado es que ya hace dos meses que Estados Unidos ataca ilegalmente a embarcaciones tripuladas en la región. Washington dice que en los barcos hay drogas, pero -aún si lo demostraran, lo que no hicieron- ni en el derecho internacional ni en el estadounidense eso justifica un ataque militar preventivo y el asesinato de personas. Amparados en el relativo silencio de los Gobiernos de la región y de la propia dirigencia norteamericana, tanto Trump como su secretario de Guerra, Pete Segseth, difunden en sus redes las imágenes de las explosiones como si fuera una video juego. Sin presentar ni una prueba, ya mataron a al menos 64 personas en 15 ataques que el Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU, Volker Türk, calificó como "asesinatos extrajudiciales".

"Trump no sólo no está actuando dentro de la legalidad -coincidió Rut Diamint, profesora de en la Universidad Torcuato Di Tella e investigadora principal del CONICET-, sino que está contradiciendo su discurso de que no quería más guerras externas". "Las condiciones regionales no han cambiado demasiado para justificar este despliegue militar", explicó en diálogo con El Destape y agregó: "Lo que está demostrando Estados Unidos es que tiene una capacidad y un uso de la fuerza que no posee nadie más en la región. Es mucho más sencillo guerrear en nuestra zona que en otras que no son tan favorables para Estados Unidos, en donde el conflicto se ha instalado. Además, en esta región no hay armas nucleares".

Para la académica, Trump eligió la región con la relación de fuerzas más favorable para "hacer una proyección de fuerza frente al mundo". "Proyecta una imagen de que Estados Unidos no se achica, va para adelante. Que utiliza su capacidad militar y que ésta no ha disminuido", explicó.

Main cree que la proyección también es para dentro de Estados Unidos: "A Trump le encantan los espectáculos y estos videos snuff -de los asesinatos en los presuntos barcos que trasladan drogas- están funcionando muy bien en su base electoral. La narrativa del narcoterrorismo funcionó porque la crisis del fentanilo es real en Estados Unidos y ha matado a miles de muertos, principalmente blancos de clase media baja y sectores populares, es decir, la base aliada de Trump. Muchos estadounidenses de estos sectores de la sociedad creen que de esta manera el presidente da respuesta a esta crisis, aunque en realidad esta guerra en el Caribe no la afecta para nada. El pretexto ha demostrado funcionar bien hasta ahora y, por eso lo utilizan contra varios países."

Maduro, ¿el nuevo Noriega?

En 1989, George H.W. Bush -el padre del que una década después declaró la guerra contra el terrorismo- usó como excusa el narcotráfico para invadir Panamá y detener al dictador y ex aliado de la Casa Blanca, Manuel Antonio Noriega. Hoy Trump vuelve a echar mano de esa gastada pero efectiva estrategia para ir por Maduro y el actual gobierno de Venezuela. Primero anunció un masivo operativo militar anti narco cerca de las costas de Venezuela, luego acusó al líder chavista de ser la cabeza de un presunto grupo criminal del que se sabe poco y nada, el Cartel de los Soles y, finalmente, Hegseth, el secretario de Guerra de Trump, comparó a este supuesto grupo narco con Al Qaida, el grupo terrorista responsable de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono en 2001.

Pero los argumentos de Estados Unidos no cierran. "La cocaína que transita desde Venezuela al Caribe, en su gran mayoría, está dirigida a Europa, no Estados Unidos. Además, estos barcos no estaban ni cerca de Estados Unidos ni tenían suficiente reservas de combustible para llegar a Estados Unidos. Trump también dijo que estaba destruyendo barcos llenos de fentanilo. Pero Venezuela no produce fentanilo. No hay evidencia de que Venezuela haya exportado a Estados Unidos fentanilo. Está muy claro que se está construyendo una especie de narrativa para justificar una política cada vez más agresiva y militarizada hacia Venezuela, pero bajo un pretexto que no tiene ni pies ni cabeza", sentenció Main.

Distintos expertos en temas de Defensa consultados recientemente en la prensa estadounidense coincidieron en que el tipo de despliegue militar que Trump ordenó en el Caribe -que incluye el buque más moderno y grande de la flota global de Estados Unidos- no es el adecuado ni para destruir pequeñas y rápidas embarcaciones -como las que vienen atacando posiblemente con drones- ni para una invasión terrestre. Lo que sí se corresponde es con una intervención militar como la de la OTAN contra el gobierno de Muammar Kaddafi en Libia en 2011. Todos los ataques se originaron desde las costas o el aire, sin una invasión terrestre. Eso sí, extraoficialmente, países de la OTAN entregaron más de un millón de armas a rebeldes libios en paralelo. El resultado: derrocado Kaddafi, el país africano quedó sumido en una guerra interna que aún continúa hoy.

En los últimos días, la prensa estadounidense publicó un sinfín de rumores que no hicieron más que inflamar el tenso clima político: que Trump autorizó operaciones clandestinas de la CIA dentro de Venezuela, que un ataque estadounidense a la infraestructura militar venezolana era inminente, que la Casa Blanca negociaba ya un gobierno de transición con algunos aliados de Maduro. Cada noticia fue tomada como una amenaza por el gobierno chavista que respondió armando y movilizando más milicias populares y reforzando su acoso y ataques a la oposición más dura que apoya abiertamente la operación militar norteamericana en el Caribe.

De hecho, la revista estadounidense The Atlantic recordó que la líder de la oposición antichavista y última premio Nobel de la Paz, María Corina Machado, le contó, ni bien comenzaba este segundo gobierno de Trump, en enero pasado, que el mandatario lanzaría "una gran operación anti narco en el Caribe". El primer día que asumió, el republicano firmó un decreto para declarar como organizaciones terroristas a los carteles de droga de la región. En septiembre pasado, cuando Estados Unidos empezó a despegar buques y lanchas militares en el Caribe, la periodista de la revista Gisela Salim-Peyer se preguntó si Machado, una dirigente de muy buen trato con el secretario de Estado Marco Rubio, fue la que convenció a Trump de pasar de la primera etapa de negociaciones con el gobierno de Maduro -que permitió liberar a estadounidenses presos y firmar contratos petroleros- a esta guerra cuasi declarada.

"No se están midiendo bien las consecuencias, podrían ser desastrosas no sólo para Venezuela sino también para la región. Venezuela es un país muy polarizado con un Ejercito que ahora está muy con el Gobierno y un Gobierno que ve a los radicales de la oposición como una amenaza existencial. Si Estados Unidos trata de llevar a cabo un cambio de régimen que empodere a ese sector radical de la oposición, se podría llegar a un conflicto interno sin fin. Es muy peligroso", advirtió Main.

El analista estadounidense cree que un ataque de su país es posible porque los bombardeos del gobierno de Trump contra Irán de este año "abrieron la caja de Pandora". "Trump siente que puede ir mucho más lejos sin consecuencias graves," sostuvo y sumó otro elemento cada vez más explícito en la región: el empoderamiento de Marco Rubio, el dirigente que muchos ven detrás de la agenda latinoamericana del actual gobierno estadounidense.

"Tiene muchísima influencia: es secretario de Estado y asesor de Seguridad Nacional. Su influencia es enorme. Kissinger también tuvo ambos cargos, pero no juntos, en diferentes momentos. Marco Rubio cambió sus posiciones anteriores para avanzar en la agenda con Rusia, Ucrania o hasta China, pero con América Latina se mantiene firme, no cambia, principalmente cuando se trata de Venezuela y Cuba. Para él, ambos países son el mismo enemigo. Para muchos cubanos-estadounidenses de derecha, sin el apoyo de Venezuela, la Revolución en Cuba se acaba. Por eso es su fijación con Venezuela", explicó.

Mientras Main y gran parte de la prensa de Estados Unidos temen un ataque, Diamint se muestra más escéptica. "Se puede intentar deslegitimar un Gobierno sin necesidad de atacarlo militarlo. Hasta ahora todos los ataques fueron dentro de aguas internacionales. No creo que Estados Unidos utilice la fuerza para destruir un régimen, tiene otros métodos que le pueden resultar mejor", sostuvo.

La investigadora del Conicet sumó dos elementos más para descartar un inminente ataque a Venezuela. Por un lado, sostuvo que "si no tiene una victoria asegurada, Trump no va a intervenir." Y, por otro, destacó que en el pasado, Estados Unidos "buscó legitimidad de la región" antes de atacar. Lo hizo con Afganistán, lo hizo con Irak. En su visión, el escenario hoy no le es favorable en América Latina.

Eso sí, reconoció que tiene "cuatro o cinco aliados", entre los que contó a Argentina, Paraguay, El Salvador, Ecuador y ahora Bolivia. Ninguno aporta capacidades bélicas significativas. "Nuestra capacidad de disponer fuerza militar es bastante limitada, por lo que no creo que seamos un socio preferencial para Estados Unidos en ese aspecto. Pero sí, tener un número de países que lo acompaña en una intervención le pude dar cierta legitimidad a Estados Unidos," sostuvo la académica.

Por ahora, el gobierno de Milei se compró todas las fichas para convertirse en el aliado local que legitime la estrategia que Trump termine eligiendo para definir su confrontación con Venezuela. Sea cual sea la estrategia que decida el presidente estadounidense, su par argentino ya prometió una y otra vez que su alineamiento con la Casa Blanca es incondicional y absoluto.

Fuente: El Destape