La "timba digita" ataca a los adolescentes y agrava un problema de salud mentalPor Daniel Cassola
La expansión de las apuestas online entre adolescentes en Argentina ya no puede leerse como un fenómeno marginal ni como una moda pasajera: se está consolidando como un problema cada vez más grave, con impacto directo en la salud mental, la vida escolar y la economía cotidiana de miles de chicos.
Un relevamiento federal de Cruz Roja Argentina advierte que el 60% de los estudiantes consultados tiene exposición a las apuestas, ya sea por participación propia o por cercanía con alguien que juega. Detrás de ese número aparece un ecosistema digital que normaliza el juego, lo vuelve accesible y, en muchos casos, lo esconde a simple vista.
El estudio se realizó en 231 escuelas de 16 provincias y consultó a 11.421 estudiantes. La investigación, impulsada por la Coordinación Nacional de Juventud y el Observatorio Humanitario de Cruz Roja Argentina con respaldo del Fondo de la Emperatriz Shôken, se desarrolló entre el 18 de agosto y el 3 de octubre de 2025, un período escolar que permitió observar hábitos y rutinas en pleno funcionamiento.
El grupo "empuja"
Uno de los hallazgos centrales es el peso de la influencia social. Para la mayoría de quienes apuestan, el ingreso no surge de la curiosidad individual sino del empuje del grupo: el 57% lo atribuyó a la influencia de amigos. Incluso entre quienes no apuestan, el conocimiento del tema llega por las mismas vías: el 78% afirmó que se enteró a través de círculos sociales y conocidos. La práctica, además, suele mantenerse en secreto, no solo por miedo a sanciones, sino porque en ciertos entornos empieza a percibirse como algo "normal", un pasatiempo más dentro del consumo digital adolescente.
El entorno familiar tampoco funciona como un muro de contención garantizado. Entre quienes apuestan, el 40% convive con adultos que también lo hacen, lo que puede reforzar la idea de que se trata de una conducta aceptable o inofensiva. Y aunque el 79% de los jugadores adolescentes reconoce el riesgo de desarrollar adicción, esa conciencia no alcanza para frenar conductas que se retroalimentan con estímulos constantes y recompensas intermitentes. Un indicador especialmente sensible es el endeudamiento: el 12% de quienes apuestan dijo haber quedado endeudado por el juego, un dato que habla de pérdidas concretas y de un deterioro que trasciende lo simbólico.
Consecuencias
Las consecuencias se reflejan en el plano emocional y en el rendimiento escolar. El 69% de los adolescentes vinculados al juego reportó ansiedad o malestar, y entre el 47% y el 49% reconoció alteraciones del sueño y cambios negativos en su desempeño académico. En edades en las que la regulación emocional y la toma de decisiones todavía están en desarrollo, la disponibilidad permanente de plataformas, sumada a la presión social, configura un escenario de vulnerabilidad específico y creciente.
La encuesta también ubica la edad de inicio en un punto alarmante: el promedio oscila entre los 13 y 14 años, con mayor frecuencia de participación a medida que se acerca el final de la secundaria, especialmente a los 17 o 18. La brecha por género es marcada: el 24% de los varones admitió haber apostado, frente al 8% de las mujeres, y los primeros también reportan mayor recurrencia y presencia en circuitos informales.
La dimensión digital potencia el problema. Entre el 71% y el 79% de los encuestados estuvo expuesto a publicidad de apuestas, aun sin jugar directamente. Esa presencia constante de campañas, promociones y contenidos patrocinados instala el tema en la vida cotidiana y funciona como puerta de entrada. En la práctica, además, la operatoria se apoya en herramientas que los adolescentes ya usan para todo: el 83% pagó con billeteras digitales y el 43% contó con intermediarios para concretar apuestas, generalmente amigos. Esa combinación de pagos electrónicos e identidades difusas dificulta los controles y acelera el recorrido desde la curiosidad hasta la participación.
Legalidad difusa
A la vez, el estudio refleja una confusión preocupante sobre la legalidad. Entre el 51% y el 66% no logra diferenciar plataformas legales de ilegales, y en pruebas de dominios la respuesta más frecuente fue la incertidumbre. Esa falta de información convive con una percepción extendida de fallas estructurales: el 80% sostuvo que los mecanismos actuales para impedir el ingreso de menores no funcionan. El resultado es una paradoja que agrava el cuadro: las apuestas online se consolidan entre adolescentes a pesar de que están prohibidas para menores de 18 años.
El informe propone líneas de acción que apuntan a cerrar esa brecha entre normas y realidad digital: reforzar controles, bloquear sitios ilegales, mejorar la seguridad en billeteras digitales, incorporar alfabetización digital en la escuela y promover el diálogo familiar. También subraya un punto clave: si el problema crece en las pantallas y en los vínculos, la respuesta necesita ser integral y temprana. Porque cuando el juego se vuelve un hábito en la adolescencia, deja de ser entretenimiento y pasa a ser un riesgo sostenido para la salud, el aprendizaje y el futuro inmediato.
Fuente: www.curarconopinion.com
Por Daniel Cassola
La expansión de las apuestas online entre adolescentes en Argentina ya no puede leerse como un fenómeno marginal ni como una moda pasajera: se está consolidando como un problema cada vez más grave, con impacto directo en la salud mental, la vida escolar y la economía cotidiana de miles de chicos.
Un relevamiento federal de Cruz Roja Argentina advierte que el 60% de los estudiantes consultados tiene exposición a las apuestas, ya sea por participación propia o por cercanía con alguien que juega. Detrás de ese número aparece un ecosistema digital que normaliza el juego, lo vuelve accesible y, en muchos casos, lo esconde a simple vista.
El estudio se realizó en 231 escuelas de 16 provincias y consultó a 11.421 estudiantes. La investigación, impulsada por la Coordinación Nacional de Juventud y el Observatorio Humanitario de Cruz Roja Argentina con respaldo del Fondo de la Emperatriz Shôken, se desarrolló entre el 18 de agosto y el 3 de octubre de 2025, un período escolar que permitió observar hábitos y rutinas en pleno funcionamiento.
El grupo "empuja"
Uno de los hallazgos centrales es el peso de la influencia social. Para la mayoría de quienes apuestan, el ingreso no surge de la curiosidad individual sino del empuje del grupo: el 57% lo atribuyó a la influencia de amigos. Incluso entre quienes no apuestan, el conocimiento del tema llega por las mismas vías: el 78% afirmó que se enteró a través de círculos sociales y conocidos. La práctica, además, suele mantenerse en secreto, no solo por miedo a sanciones, sino porque en ciertos entornos empieza a percibirse como algo "normal", un pasatiempo más dentro del consumo digital adolescente.
El entorno familiar tampoco funciona como un muro de contención garantizado. Entre quienes apuestan, el 40% convive con adultos que también lo hacen, lo que puede reforzar la idea de que se trata de una conducta aceptable o inofensiva. Y aunque el 79% de los jugadores adolescentes reconoce el riesgo de desarrollar adicción, esa conciencia no alcanza para frenar conductas que se retroalimentan con estímulos constantes y recompensas intermitentes. Un indicador especialmente sensible es el endeudamiento: el 12% de quienes apuestan dijo haber quedado endeudado por el juego, un dato que habla de pérdidas concretas y de un deterioro que trasciende lo simbólico.
Consecuencias
Las consecuencias se reflejan en el plano emocional y en el rendimiento escolar. El 69% de los adolescentes vinculados al juego reportó ansiedad o malestar, y entre el 47% y el 49% reconoció alteraciones del sueño y cambios negativos en su desempeño académico. En edades en las que la regulación emocional y la toma de decisiones todavía están en desarrollo, la disponibilidad permanente de plataformas, sumada a la presión social, configura un escenario de vulnerabilidad específico y creciente.
La encuesta también ubica la edad de inicio en un punto alarmante: el promedio oscila entre los 13 y 14 años, con mayor frecuencia de participación a medida que se acerca el final de la secundaria, especialmente a los 17 o 18. La brecha por género es marcada: el 24% de los varones admitió haber apostado, frente al 8% de las mujeres, y los primeros también reportan mayor recurrencia y presencia en circuitos informales.
La dimensión digital potencia el problema. Entre el 71% y el 79% de los encuestados estuvo expuesto a publicidad de apuestas, aun sin jugar directamente. Esa presencia constante de campañas, promociones y contenidos patrocinados instala el tema en la vida cotidiana y funciona como puerta de entrada. En la práctica, además, la operatoria se apoya en herramientas que los adolescentes ya usan para todo: el 83% pagó con billeteras digitales y el 43% contó con intermediarios para concretar apuestas, generalmente amigos. Esa combinación de pagos electrónicos e identidades difusas dificulta los controles y acelera el recorrido desde la curiosidad hasta la participación.
Legalidad difusa
A la vez, el estudio refleja una confusión preocupante sobre la legalidad. Entre el 51% y el 66% no logra diferenciar plataformas legales de ilegales, y en pruebas de dominios la respuesta más frecuente fue la incertidumbre. Esa falta de información convive con una percepción extendida de fallas estructurales: el 80% sostuvo que los mecanismos actuales para impedir el ingreso de menores no funcionan. El resultado es una paradoja que agrava el cuadro: las apuestas online se consolidan entre adolescentes a pesar de que están prohibidas para menores de 18 años.
El informe propone líneas de acción que apuntan a cerrar esa brecha entre normas y realidad digital: reforzar controles, bloquear sitios ilegales, mejorar la seguridad en billeteras digitales, incorporar alfabetización digital en la escuela y promover el diálogo familiar. También subraya un punto clave: si el problema crece en las pantallas y en los vínculos, la respuesta necesita ser integral y temprana. Porque cuando el juego se vuelve un hábito en la adolescencia, deja de ser entretenimiento y pasa a ser un riesgo sostenido para la salud, el aprendizaje y el futuro inmediato.
Fuente: www.curarconopinion.com

