Peronismo y minería: regalando banderas
Por Claudio Scaletta
Entre las desventuras de los últimos gobiernos peronistas se destacan los estragos del virus del falso ecologismo. Algunos hechos sintetizan el panorama. Uno con mucha repercusión fue el affaire de las granjas de cerdos chinas, una oportunidad de inversión llave en mano que habría multiplicado la producción porcina local con destino a la exportación y que cayó víctima de la geopolítica y de la estupidez de algunos funcionarios de primera línea del gobierno del Frente de Todos. La heterogeneidad de los oponentes fue una muestra palmaria de mixtura entre buenismo y el poder de la Embajada.
Otro hecho llamativo fue el freno a la salmonicultura en Tierra del Fuego apoyada por el Ministerio de Ambiente frentetodista, que abortó una alternativa de diversificación productiva para la súper subsidiada isla. Como dato de color en la misma región se destacó también que, en Ushuaia, la cuna de la "industria electrónica nacional", el consejo deliberante prohibió las antenas 5G. Creer o reventar.
En realidad, nada debería extrañar, Río Negro, la provincia del INVAP, que entre otros muchos productos exporta reactores nucleares, y el instituto Balseiro, donde se forman físicos e ingenieros nucleares de excelencia, votó durante el gobierno de Mauricio Macri, con el apoyo unánime del peronismo local y de ATE, una legislación antinuclear que prohibía la instalación de una central en el territorio provincial.
Otro ejemplo fue el del trigo resistente al estrés hídrico desarrollado por el Conicet, con un rol central de la bióloga Raquel Chan (merecedora de un premio Nobel), y con el posterior refuerzo financiero y comercial de la biotecnológica Bioceres, que también fue receptor del firme rechazo del ala palermitana del peronismo, la misma que hoy se rasga las vestiduras por el desfinanciamiento libertario de la ciencia ¿Se acuerdan de la terrible amenaza del "glifusinato de amonio"?
Pero aunque la suma de estos hechos es llamativa, seguramente la peor herencia del falso ambientalismo al interior del Peronismo fue el discurso antiminero. El caso de Chubut tuvo repercusión nacional, no solo porque los fanatizados falsos ambientalistas apedrearon al presidente Alberto Fernández en Lago Puelo, sino porque al poco tiempo incendiaron la legislatura provincial que intentaba aprobar la explotación de uno de los principales yacimientos de plata del país, el de cerro Navidad, en la desértica meseta norte de la provincia, alejada de cualquier desarrollo alternativo, y alejada también del menor contacto con la cuenca hídrica del río Chubut. El potencial productivo del proyecto Navidad, al que renunció una provincia a la que se le complicaba abonar salarios públicos, era mil millonario en dólares. Pero si alguien destacaba la oportunidad, automáticamente se lo consideraba financiado por "la megaminería, Pan American Silver y la Barrick".
A propósito, la llamada "megaminería" no es otra cosa que la minería de vanguardia. Las inversiones mil millonarias en divisas suponen la existencia de grandes empresas y una alta concentración orgánica del capital, léase de grandes maquinarias. Que las explotaciones sean a cielo abierto o en galerías, solo depende de la ubicación de las vetas, de la disposición del mineral. Son estas empresas las que operan, además, en la vanguardia tecnológica y las que pueden internalizar con facilidad los costos adicionales del cuidado ambiental. No hay minería más contaminante, y mortífera para quienes la practican, que la pequeña, la artesanal. Pero hablar de "mega" y grandes corporaciones, en particular si los nombres son en inglés, ofrece una carga negativa ideal para la estigmatización pseudo ambientalista.
Otro caso para destacar, proyección del discurso antinuclear y antiminero, fueron las sucesivas prohibiciones de la minería de uranio en distintas provincias, situación que generó la paradoja de que el país integra toda la cadena de generación nuclear, pero debe importar el combustible, las tortas amarillas. Finalmente una de las prohibiciones más absurdas fue la de la provincia de Mendoza, que frenó el desarrollo de la minería metalífera en una región especialmente rica en estos recursos. Ya se repitió hasta el cansancio que Chile, con la misma cordillera multiplica por más de diez las exportaciones argentinas.
En todos los casos, el discurso antiminero le mintió a la población un panorama de apocalípsis hídrico. El caballito de batalla es siempre "el agua", el peligro de que las regiones potencialmente mineras verían sus recursos hídricos evaporados o contaminados, situación de la que no existe antecedente alguno. Incluso el peor accidente ambiental minero registrado en el país, la fuga de solución cianurada de la mina Veladero, no dejó ninguna secuela ambiental, solo el aprendizaje para un monitoreo más estrecho de las autoridades mineras sanjuaninas, que hoy monitorean con cámaras online las válvulas que alguna vez fallaron. Vale destacar que con el desarrollo minero también aprende el Estado, ese Estado que el siempre reaccionario falso ambientalismo considera débil e inútil.
Un discurso similar se usó en tiempos de Néstor Kirchner para bloquear el desarrollo de la industria papelera en el litoral, lo que mantuvo por meses un conflicto absurdo con Uruguay, que dicho sea de paso desarrolló su industria de celulosa sin que el apocalípsis hídrico llegara ¿Recuerdan la amenaza de la muerte de Papa Noel?
Ya en tiempos de Cristina Kirchner, con las banderas del autodenominado "ambientalismo popular" se impulsó la ley de glaciares, sancionada en 2010. El objetivo principal de esta "legislación de vanguardia", tanto que todavía no se repitió en ningún lugar del mundo, fue esencialmente bloquear la actividad minera en las cuasi indefinidas "áreas periglaciares". En rigor, el retroceso de los glaciares es un subproducto del cambio climático a cuya morigeración podría contribuir la transición energética ¿Y qué demanda esta transición? Para empezar, minería de cobre y litio.
La buena noticia de esta semana es que finalmente la provincia de Mendoza terminó con el prohibicionismo y habilitó el avance del importante proyecto cuprífero San Jorge, en la zona de Uspallata, el que supondrá una inversión inicial de 650 millones de dólares y demandará cerca de 4000 empleos durante su construcción. Argentina, que tiene abundantes recursos de cobre, no produce hoy un solo gramo. La historia de la prohibición en Mendoza se mantuvo por décadas no precisamente por la preocupación por el agua, sino por el temor de sus elites agro vitícolas al impacto de la nueva actividad en los costos de la mano de obra.
La mala noticia es que el peronismo provincial, en particular su pata considerada más "kirchnerista", volvió a quedar asociada con el prohibicionismo de actividades productivas. De cinco senadores provinciales que se opusieron al proyecto, cuatro fueron de esta facción. Los argumentos fueron precisamente los del falso ambientalismo: el uso del agua (un proyecto como el San Jorge consume lo mismo que una explotación agrícola de 35 hectáreas, no debe olvidarse que en la minería de cobre el agua se recircula y solo se "pierde" la que se evapora en el proceso) y la presunta contaminación de las napas.
Es una situación triste porque si existe una bandera que el peronismo jamás debió ceder fue la de la producción. Y lo más irónico es que se la cede al neoliberalismo extremista y antiindustria.
Quizá sea redundante recordarlo, pero la minería en el país fue fuertemente impulsada por Fabricaciones Militares, una empresa insignia del desarrollo industrial del peronismo y de la integración productiva desde la extracción de los minerales hasta el combustible de los altos hornos. En su momento, antes de su desguace parcial en los años ‘90, la por entonces Dirección General de Fabricaciones Militares (DGFM), fue una empresa minera en sí misma que no solo exploraba, sino que luego explotaba yacimientos, desde minas de uranio para el programa nuclear, a azufre (para la producción de pólvoras), carbón, cobre y minerales estratégicos, incluido sales de Litio en el NOA.
Imaginar un peronismo antiminero a partir de la carta de Perón a los pueblos del mundo de 1972, que enfatizaba en la "tercera posición" en un contexto histórico acotado, significa desconocer no solo la historia, sino la esencia del movimiento. La lógica de la DGFM era que no existe soberanía militar sin soberanía industrial, y que no hay soberanía industrial sin control de los recursos minerales. Haber relegado y regalado estas banderas al adversario resulta a primera vista imperdonable.
Fuente: El Destape
Por Claudio Scaletta
Entre las desventuras de los últimos gobiernos peronistas se destacan los estragos del virus del falso ecologismo. Algunos hechos sintetizan el panorama. Uno con mucha repercusión fue el affaire de las granjas de cerdos chinas, una oportunidad de inversión llave en mano que habría multiplicado la producción porcina local con destino a la exportación y que cayó víctima de la geopolítica y de la estupidez de algunos funcionarios de primera línea del gobierno del Frente de Todos. La heterogeneidad de los oponentes fue una muestra palmaria de mixtura entre buenismo y el poder de la Embajada.
Otro hecho llamativo fue el freno a la salmonicultura en Tierra del Fuego apoyada por el Ministerio de Ambiente frentetodista, que abortó una alternativa de diversificación productiva para la súper subsidiada isla. Como dato de color en la misma región se destacó también que, en Ushuaia, la cuna de la "industria electrónica nacional", el consejo deliberante prohibió las antenas 5G. Creer o reventar.
En realidad, nada debería extrañar, Río Negro, la provincia del INVAP, que entre otros muchos productos exporta reactores nucleares, y el instituto Balseiro, donde se forman físicos e ingenieros nucleares de excelencia, votó durante el gobierno de Mauricio Macri, con el apoyo unánime del peronismo local y de ATE, una legislación antinuclear que prohibía la instalación de una central en el territorio provincial.
Otro ejemplo fue el del trigo resistente al estrés hídrico desarrollado por el Conicet, con un rol central de la bióloga Raquel Chan (merecedora de un premio Nobel), y con el posterior refuerzo financiero y comercial de la biotecnológica Bioceres, que también fue receptor del firme rechazo del ala palermitana del peronismo, la misma que hoy se rasga las vestiduras por el desfinanciamiento libertario de la ciencia ¿Se acuerdan de la terrible amenaza del "glifusinato de amonio"?
Pero aunque la suma de estos hechos es llamativa, seguramente la peor herencia del falso ambientalismo al interior del Peronismo fue el discurso antiminero. El caso de Chubut tuvo repercusión nacional, no solo porque los fanatizados falsos ambientalistas apedrearon al presidente Alberto Fernández en Lago Puelo, sino porque al poco tiempo incendiaron la legislatura provincial que intentaba aprobar la explotación de uno de los principales yacimientos de plata del país, el de cerro Navidad, en la desértica meseta norte de la provincia, alejada de cualquier desarrollo alternativo, y alejada también del menor contacto con la cuenca hídrica del río Chubut. El potencial productivo del proyecto Navidad, al que renunció una provincia a la que se le complicaba abonar salarios públicos, era mil millonario en dólares. Pero si alguien destacaba la oportunidad, automáticamente se lo consideraba financiado por "la megaminería, Pan American Silver y la Barrick".
A propósito, la llamada "megaminería" no es otra cosa que la minería de vanguardia. Las inversiones mil millonarias en divisas suponen la existencia de grandes empresas y una alta concentración orgánica del capital, léase de grandes maquinarias. Que las explotaciones sean a cielo abierto o en galerías, solo depende de la ubicación de las vetas, de la disposición del mineral. Son estas empresas las que operan, además, en la vanguardia tecnológica y las que pueden internalizar con facilidad los costos adicionales del cuidado ambiental. No hay minería más contaminante, y mortífera para quienes la practican, que la pequeña, la artesanal. Pero hablar de "mega" y grandes corporaciones, en particular si los nombres son en inglés, ofrece una carga negativa ideal para la estigmatización pseudo ambientalista.
Otro caso para destacar, proyección del discurso antinuclear y antiminero, fueron las sucesivas prohibiciones de la minería de uranio en distintas provincias, situación que generó la paradoja de que el país integra toda la cadena de generación nuclear, pero debe importar el combustible, las tortas amarillas. Finalmente una de las prohibiciones más absurdas fue la de la provincia de Mendoza, que frenó el desarrollo de la minería metalífera en una región especialmente rica en estos recursos. Ya se repitió hasta el cansancio que Chile, con la misma cordillera multiplica por más de diez las exportaciones argentinas.
En todos los casos, el discurso antiminero le mintió a la población un panorama de apocalípsis hídrico. El caballito de batalla es siempre "el agua", el peligro de que las regiones potencialmente mineras verían sus recursos hídricos evaporados o contaminados, situación de la que no existe antecedente alguno. Incluso el peor accidente ambiental minero registrado en el país, la fuga de solución cianurada de la mina Veladero, no dejó ninguna secuela ambiental, solo el aprendizaje para un monitoreo más estrecho de las autoridades mineras sanjuaninas, que hoy monitorean con cámaras online las válvulas que alguna vez fallaron. Vale destacar que con el desarrollo minero también aprende el Estado, ese Estado que el siempre reaccionario falso ambientalismo considera débil e inútil.
Un discurso similar se usó en tiempos de Néstor Kirchner para bloquear el desarrollo de la industria papelera en el litoral, lo que mantuvo por meses un conflicto absurdo con Uruguay, que dicho sea de paso desarrolló su industria de celulosa sin que el apocalípsis hídrico llegara ¿Recuerdan la amenaza de la muerte de Papa Noel?
Ya en tiempos de Cristina Kirchner, con las banderas del autodenominado "ambientalismo popular" se impulsó la ley de glaciares, sancionada en 2010. El objetivo principal de esta "legislación de vanguardia", tanto que todavía no se repitió en ningún lugar del mundo, fue esencialmente bloquear la actividad minera en las cuasi indefinidas "áreas periglaciares". En rigor, el retroceso de los glaciares es un subproducto del cambio climático a cuya morigeración podría contribuir la transición energética ¿Y qué demanda esta transición? Para empezar, minería de cobre y litio.
La buena noticia de esta semana es que finalmente la provincia de Mendoza terminó con el prohibicionismo y habilitó el avance del importante proyecto cuprífero San Jorge, en la zona de Uspallata, el que supondrá una inversión inicial de 650 millones de dólares y demandará cerca de 4000 empleos durante su construcción. Argentina, que tiene abundantes recursos de cobre, no produce hoy un solo gramo. La historia de la prohibición en Mendoza se mantuvo por décadas no precisamente por la preocupación por el agua, sino por el temor de sus elites agro vitícolas al impacto de la nueva actividad en los costos de la mano de obra.
La mala noticia es que el peronismo provincial, en particular su pata considerada más "kirchnerista", volvió a quedar asociada con el prohibicionismo de actividades productivas. De cinco senadores provinciales que se opusieron al proyecto, cuatro fueron de esta facción. Los argumentos fueron precisamente los del falso ambientalismo: el uso del agua (un proyecto como el San Jorge consume lo mismo que una explotación agrícola de 35 hectáreas, no debe olvidarse que en la minería de cobre el agua se recircula y solo se "pierde" la que se evapora en el proceso) y la presunta contaminación de las napas.
Es una situación triste porque si existe una bandera que el peronismo jamás debió ceder fue la de la producción. Y lo más irónico es que se la cede al neoliberalismo extremista y antiindustria.
Quizá sea redundante recordarlo, pero la minería en el país fue fuertemente impulsada por Fabricaciones Militares, una empresa insignia del desarrollo industrial del peronismo y de la integración productiva desde la extracción de los minerales hasta el combustible de los altos hornos. En su momento, antes de su desguace parcial en los años ‘90, la por entonces Dirección General de Fabricaciones Militares (DGFM), fue una empresa minera en sí misma que no solo exploraba, sino que luego explotaba yacimientos, desde minas de uranio para el programa nuclear, a azufre (para la producción de pólvoras), carbón, cobre y minerales estratégicos, incluido sales de Litio en el NOA.
Imaginar un peronismo antiminero a partir de la carta de Perón a los pueblos del mundo de 1972, que enfatizaba en la "tercera posición" en un contexto histórico acotado, significa desconocer no solo la historia, sino la esencia del movimiento. La lógica de la DGFM era que no existe soberanía militar sin soberanía industrial, y que no hay soberanía industrial sin control de los recursos minerales. Haber relegado y regalado estas banderas al adversario resulta a primera vista imperdonable.
Fuente: El Destape

