Jane Austen, la revolucionaria que su familia intentó esconderPor María Ramírez
En cada billete de 10 libras esterlinas luce ahora una imagen de Jane Austen. O más bien una versión estilizada, rejuvenecida y con gesto más amable que el esbozo que hizo de ella su hermana Cassandra y que la familia convirtió décadas después en un retrato idealizado. El original muestra a una mujer de brazos cruzados, mirando de lado y con aire algo desafiante.
De fondo, en el billete, se ve una mansión en la que nunca vivió la escritora, un dibujo de Elizabeth Bennet, la heroína de Orgullo y prejuicio, y una cita de la misma novela: "¡Afirmo que, después de todo, no hay placer como la lectura!". La frase, en realidad, la pronuncia Caroline Bingley, la estirada ricachona que desprecia a la familia Bennet. Sus palabras son sarcásticas y la autora quiere subrayar en ese pasaje la superficialidad del personaje.
Doscientos cincuenta años después de su nacimiento, el 16 de diciembre de 1775, queda poco material de los 41 años de vida de Jane Austen, y gran parte fue reinterpretado por la imagen que quiso dar su familia después de su muerte para encajar mejor con el conservadurismo de los tiempos. Sus novelas fueron presentadas en la televisión y el cine como un puro divertimento romántico sin trasfondo político ni apenas ligadas al contexto histórico. La reivindicación de las mujeres, sometidas y con pocas opciones, suele quedar en un segundo plano.
Protofeminismo y sus complicaciones
¿Era Jane Austen feminista? "Tiene aspectos que son protofeministas, pero creo que tenía mucho que perder siendo feminista. Era muy consciente de la vulnerabilidad económica de las mujeres, de las limitaciones en la vida de una mujer. Si pensás que eso te hace feminista, entonces lo era. Pero es difícil decirlo con certeza", explica Kathryn Sutherland, catedrática emérita de la Universidad de Oxford y especialista en Jane Austen y Walter Scott.
La profesora recuerda que Austen era contemporánea y probablemente lectora de Mary Wollstonecraft, escritora, activista defensora de los derechos de las mujeres y madre de Mary Shelley, la creadora de Frankenstein. "Jane Austen explora el espacio psicológico, que es femenino, rara vez es polémica como Wollstonecraft", dice Sutherland, pero sí se encuentran escritos reivindicativos más explícitos, especialmente en su adolescencia, cuando escribió a los 16 años una novela corta titulada Catherine o el cenador.
"Es plenamente consciente de las limitaciones en la vida de las mujeres, especialmente para las de su clase, de nobleza menor. Las mujeres por debajo y por encima de ella tenían menos limitaciones", explica Sutherland. "Es consciente de esas limitaciones, pero también es consciente de que le otorgan cierto respeto. No puede viajar más de un par de millas sin un acompañante masculino. Depende totalmente de su padre o de sus hermanos durante toda su vida económicamente. Así que, en ese sentido, es completamente vulnerable. Pero esas cosas también demuestran que pertenece a las clases acomodadas. Y perder ese privilegio para ella habría sido extremadamente difícil".
Guerra y política
Su país estuvo en guerra la mayor parte de su vida. Sus hermanos sirvieron en la marina y al menos uno participó en una milicia, fuera del ejército regular y con más riesgos. Entre muchos trasiegos, vivió unos años en Southampton, la base naval de donde salían los soldados británicos para luchar en el continente y donde había reyertas, violencia y prostitución. Su mundo estaba constantemente en peligro y a la vez lleno de cambios sociales y de promesas de un nuevo orden político. Jane nació un año antes de la independencia de Estados Unidos y tenía 13 años cuando empezó la revolución francesa.
Pero la Jane Austen que más conocemos no es la que refleja ese tiempo convulso, sino la que "escribe variaciones de la misma trama", una que podría encajar en cualquier comedia romántica más de dos siglos después. "Estamos equivocados", escribe Helena Kelly en Jane Austen, The Secret Radical. Kelly fue profesora de escritura y literatura en la Universidad de Oxford y reivindica en su libro a una Austen desconocida para la mayoría del público.
Las pinceladas de una mujer sencilla, solterona, a la que le gustaba sobre todo coser y jugar con sus sobrinos vienen del retrato público que hicieron sus familiares, en primer lugar, su hermano Henry, que escribió una nota biográfica sobre la autora como introducción a La abadía de Northanger y Persuasión, publicadas cinco meses después de su muerte en 1817. La nota de Henry está "cargada de lo que llamaríamos educadamente inconsistencias", como que la escritora no se había imaginado que pudiera publicar nada antes de Sentido y sensibilidad -aunque él mismo la había ayudado con manuscritos anteriores-, que no era capaz de una palabra mordaz -sus novelas, incluida Persuasión, tienen unas cuantas- y que no consideraba su trabajo una gran obra o no le costaba demasiado.
"Si nos creyéramos a Henry, Jane no pensaba nada en absoluto", escribe Kelly, sobre un hermano que parecía tener especial interés en recalcar que la autora no era una trabajadora, sino una escritora casi accidental. "Tenemos que imaginarnos que no había esfuerzo, ni dedicación, ni ambición, ni intelecto, ni habilidad, sino simplemente un don, un genio, el poder intuitivo de la invención". En esa nota, Henry "hace todo lo que puede para convencernos de que Jane no era una escritora como tal y nunca se consideró así", que tenía "una opinión muy baja de su trabajo y no tenía intención de conseguir una audiencia".
"Hay suficiente evidencia en las cartas que escribió para sugerir que tenía otras vidas, que una escritora profesional bastante perspicaz", rebate también Kathryn Sutherland. "Hizo todo lo posible por ganar el dinero posible con sus novelas y estaba dispuesta a negociar abiertamente con sus editores. No era tímida. Sabía que tenía un gran talento. Así que no era una solterona tranquila que solo escribía novelas cuando no estaba zurciendo un calcetín. Ella no era así en absoluto".
Sutherland publicó este año Jane Austen in 41 Objects, una especie de biografía a través de objetos que pertenecieron a la escritora o reflejan su época. Una de las prendas que eligió para su libro es un abrigo largo que tenía la escritora y que era un artículo considerado lujoso entonces. "Era como tener un Chanel o un Vivienne Westwood hoy en día. Y le gustaba vestir bien. Le encantaba ir de compras a Bond Street. Hay otras alternativas a Austen que no están en el relato familiar", explica la profesora.
Los manuscritos
Sabemos poco de la vida de la escritora, pero lo más fáctico que quedan son sus novelas y algunos manuscritos que demuestran que el retrato casual que hace su hermano de la escritora no es fiel a la realidad. Para empezar, ella misma, hasta en una cita que hace Henry, describe su trabajo como el de un artista de una miniatura, y lo que queda de sus borradores indica una persona que escribía y reescribía sin parar, en cuartillas que iba doblando sobre sí mismas.
Los fragmentos de su escritura, algunos guardados ahora en la biblioteca de la Universidad de Oxford, muestran tachones, correcciones, comentarios y reescrituras.
El manuscrito de la novela The Watsons sigue existiendo porque no la terminó. Era habitual destruir borradores una vez acabado el trabajo definitivo. La autora empezó a escribir el libro en 1803, pero lo abandonó un par de años después tal vez por los apuros del momento y la muerte de su padre. También queda un borrador de un final distinto de Persuasión que claramente no le convenció.
Claro que Austen quería publicar y quería una audiencia, según las cartas que quedan con los editores y los esfuerzos que hizo para conseguir que aceptaron sus manuscritos, con varias versiones de las novelas y cuentos cortos que escribió. Lo intentó a través de sus parientes -hombres- y con pseudónimo, incluso uno que respondía a las siglas M.A.D. ("loco", en inglés). Pero quería publicar y quería el dinero para costearse una mudanza al campo y una vida más acomodada.
"Henry, por resumir, estaba mintiendo", escribe Kelly. "En parte para protegerse a sí mismo y a sus hermanos de la idea dañina de que su hermana podría haber querido -o incluso necesitado- escribir por dinero... En su mundo, las mujeres nobles no trabajaban y no habrían soñado con la aclamación pública".
Otra motivación más prosaica es que, en realidad, quería que esas novelas que estaba publicando se vendieran y creía que el retrato de Jane Austen que estaba trazando encajaba mejor con lo esperado en la época y haría que sus historias fueran aceptadas y que su hermana no tuviera que pasar por las críticas y caricaturas de inestables o radicales con las que se etiquetaba a otras autoras de la época. Una de las más populares entonces, Maria Edgeworth, había tenido que reescribir parte de una novela por sugerir un matrimonio interracial y se enfrentó a la censura.
La censura
Las sutiles y no tan sutiles críticas a la situación de inferioridad por decreto de las mujeres en las novelas de Austen ya suponían un peligro para la familia y el legado de la escritora. Sus retratos de los pastores, los militares y los aristócratas, representantes de los pilares de la sociedad entonces, solían oscilar entre lo ridículo y lo mezquino, en algunos casos rayando en lo corrupto. Sus novelas tampoco escondían la pobreza, la desigualdad y la arbitrariedad del sistema.
El riesgo entonces no era solo una mala acogida del público.
"La familia Austen vivía en un país en que las críticas al statu quo eran vistas como desleales y peligrosas", escribe Kelly, que recuerda que las guerras de Inglaterra con Francia y Estados Unidos no animaban a las críticas internas.
El libelo era castigado con dureza y había un retroceso en las libertades. Mientras en el naciente Estados Unidos se consagraba la libertad de expresión en la Primera Enmienda de la Constitución, los tribunales ingleses perseguían a escritores cuyas ideas podían considerarse revolucionarias.
Y fue a peor. La época de la Regencia, que vivió Jane Austen, fue más abierta y liberal que la que vivieron sus descendientes, con la llegada de la era victoriana, más conservadora en la moral y más estricta en la censura.
En este contexto, el sobrino de la escritora, James-Edward Austen, se dedicó a recoger material familiar y publicó en 1869 una biografía de su tía, a la que en realidad solo había conocido cuando él era un adolescente y de la que reconoce sabía poco. También la describió como una mujer "dulce" y no interesada en política ni nada de lo que sucedía alrededor. Esto nuevamente contrasta con su obra: entre los primeros escritos de Austen está History of England, un compendio de comentarios políticos y críticas religiosas, en el que se declara más cercana a la Iglesia Católica que a la Iglesia de Inglaterra.
Las historias de sus amores y compromisos tampoco aguantan el escrutinio documental más allá de lo que dice el sobrino que le contó su otra tía, Cassandra, que destruyó muchas de las cartas con su hermana después de su muerte, algo habitual para la época, en busca de protección y privacidad.
Novelas revolucionarias
Lo más cercano a las creencias de la escritora son los pensamientos que transmite a través de los personajes en sus novelas, aunque lo haga de manera cuidadosa e implícita. "Cuando escribía, anticipaba que los lectores entenderían y leerían entre líneas para sacar el significado, igual que hacían en los Estados comunistas los lectores, que tenían que aprender a leer lo que los escritores tenían que aprender a escribir", dice Kelly, que recuerda que Austen escribió en un régimen totalitario y que sus novelas tardaron en salir a la luz por lo que no fueron leídas por la audiencia en el momento que ella tenía en mente. En cualquier caso, sus escritos muestran una persona interesada por el mundo y por retratarlo.
Sus novelas no son "una procesión indiferenciada de historias ingeniosas, irónicas sobre amoríos y salones de dibujo, sino libros donde la autora reflexiona sobre el mundo como realmente es -complicado, caótico, lleno de errores e injusticia": "Un mundo en el que los padres y los guardianes pueden ser estúpidos y egoístas; en el que la Iglesia ignora las necesidades de los devotos; en el que los terratenientes y jueces están tan deseosos de enriquecerse como para empujar a los pobres al crimen", escribe Kelly. "En verdad, las novelas de Jane son tan revolucionarias en su esencia como cualquier cosa que escribiera Wollstonecraft o Thomas Paine".
Hasta el título de la novela Orgullo y prejuicio esconde un guiño revolucionario que se perdió en el tiempo, en parte por el retraso en su publicación.
"Prejuicio" a finales del siglo XVIII adquirió connotaciones sobre el orden establecido en Inglaterra frente al caos de la Revolución Francesa. Y lo que desafía Elizabeth Bennet en la trama son algunos de esos prejuicios antiguos y establecidos que los ingleses supuestamente tenían que idealizar: los aristócratas pueden ser malencarados, despiadados y no merecedores de su estatus -como Lady Catherine-, los pastores pueden ser torpes, descuidados con sus feligreses y aprovechados de moralidad cambiante -como Collins-, los soldados causan desorden y acosan a las adolescentes, y la autoridad sea de los progenitores -Elizabeth es inusualmente crítica con su padre y su madre- o los ricos merece ser cuestionada igual que la desigualdad social. Quien acepta el cambio del orden establecido es Darcy, siguiendo a Elizabeth, no al revés.
En las memorias póstumas, sus familiares subrayaron que Austen respetaba los preceptos de la "Iglesia establecida". Los retratos de las figuras religiosas y la rebeldía al sometimiento femenino y de clase contradicen esa idea. "No hay ninguna reverencia", escribe Helena Kelly, que destaca en especial el desafío, mantenido durante toda la trama hasta el enfrentamiento final, ante Lady Catherine.
Elizabeth Bennet, joven, soltera, inferior en posición e ingresos, rebate con ingenio a la mujer rica, mayor, conectada con el primer ministro y patrona de la parroquia, desde el primer interrogatorio desdeñoso de Lady Catherine, como escribe Kelly: "Lo que Jane está ofreciendo aquí es un cocktail potente, aterrador para algunos, una pizca de resentimiento personal y de clase, y una dosis de juicio lúcido... Aquí hay un momento revolucionario".
Fuente: elDiarioAr
Por María Ramírez
En cada billete de 10 libras esterlinas luce ahora una imagen de Jane Austen. O más bien una versión estilizada, rejuvenecida y con gesto más amable que el esbozo que hizo de ella su hermana Cassandra y que la familia convirtió décadas después en un retrato idealizado. El original muestra a una mujer de brazos cruzados, mirando de lado y con aire algo desafiante.
De fondo, en el billete, se ve una mansión en la que nunca vivió la escritora, un dibujo de Elizabeth Bennet, la heroína de Orgullo y prejuicio, y una cita de la misma novela: "¡Afirmo que, después de todo, no hay placer como la lectura!". La frase, en realidad, la pronuncia Caroline Bingley, la estirada ricachona que desprecia a la familia Bennet. Sus palabras son sarcásticas y la autora quiere subrayar en ese pasaje la superficialidad del personaje.
Doscientos cincuenta años después de su nacimiento, el 16 de diciembre de 1775, queda poco material de los 41 años de vida de Jane Austen, y gran parte fue reinterpretado por la imagen que quiso dar su familia después de su muerte para encajar mejor con el conservadurismo de los tiempos. Sus novelas fueron presentadas en la televisión y el cine como un puro divertimento romántico sin trasfondo político ni apenas ligadas al contexto histórico. La reivindicación de las mujeres, sometidas y con pocas opciones, suele quedar en un segundo plano.
Protofeminismo y sus complicaciones
¿Era Jane Austen feminista? "Tiene aspectos que son protofeministas, pero creo que tenía mucho que perder siendo feminista. Era muy consciente de la vulnerabilidad económica de las mujeres, de las limitaciones en la vida de una mujer. Si pensás que eso te hace feminista, entonces lo era. Pero es difícil decirlo con certeza", explica Kathryn Sutherland, catedrática emérita de la Universidad de Oxford y especialista en Jane Austen y Walter Scott.
La profesora recuerda que Austen era contemporánea y probablemente lectora de Mary Wollstonecraft, escritora, activista defensora de los derechos de las mujeres y madre de Mary Shelley, la creadora de Frankenstein. "Jane Austen explora el espacio psicológico, que es femenino, rara vez es polémica como Wollstonecraft", dice Sutherland, pero sí se encuentran escritos reivindicativos más explícitos, especialmente en su adolescencia, cuando escribió a los 16 años una novela corta titulada Catherine o el cenador.
"Es plenamente consciente de las limitaciones en la vida de las mujeres, especialmente para las de su clase, de nobleza menor. Las mujeres por debajo y por encima de ella tenían menos limitaciones", explica Sutherland. "Es consciente de esas limitaciones, pero también es consciente de que le otorgan cierto respeto. No puede viajar más de un par de millas sin un acompañante masculino. Depende totalmente de su padre o de sus hermanos durante toda su vida económicamente. Así que, en ese sentido, es completamente vulnerable. Pero esas cosas también demuestran que pertenece a las clases acomodadas. Y perder ese privilegio para ella habría sido extremadamente difícil".
Guerra y política
Su país estuvo en guerra la mayor parte de su vida. Sus hermanos sirvieron en la marina y al menos uno participó en una milicia, fuera del ejército regular y con más riesgos. Entre muchos trasiegos, vivió unos años en Southampton, la base naval de donde salían los soldados británicos para luchar en el continente y donde había reyertas, violencia y prostitución. Su mundo estaba constantemente en peligro y a la vez lleno de cambios sociales y de promesas de un nuevo orden político. Jane nació un año antes de la independencia de Estados Unidos y tenía 13 años cuando empezó la revolución francesa.
Pero la Jane Austen que más conocemos no es la que refleja ese tiempo convulso, sino la que "escribe variaciones de la misma trama", una que podría encajar en cualquier comedia romántica más de dos siglos después. "Estamos equivocados", escribe Helena Kelly en Jane Austen, The Secret Radical. Kelly fue profesora de escritura y literatura en la Universidad de Oxford y reivindica en su libro a una Austen desconocida para la mayoría del público.
Las pinceladas de una mujer sencilla, solterona, a la que le gustaba sobre todo coser y jugar con sus sobrinos vienen del retrato público que hicieron sus familiares, en primer lugar, su hermano Henry, que escribió una nota biográfica sobre la autora como introducción a La abadía de Northanger y Persuasión, publicadas cinco meses después de su muerte en 1817. La nota de Henry está "cargada de lo que llamaríamos educadamente inconsistencias", como que la escritora no se había imaginado que pudiera publicar nada antes de Sentido y sensibilidad -aunque él mismo la había ayudado con manuscritos anteriores-, que no era capaz de una palabra mordaz -sus novelas, incluida Persuasión, tienen unas cuantas- y que no consideraba su trabajo una gran obra o no le costaba demasiado.
"Si nos creyéramos a Henry, Jane no pensaba nada en absoluto", escribe Kelly, sobre un hermano que parecía tener especial interés en recalcar que la autora no era una trabajadora, sino una escritora casi accidental. "Tenemos que imaginarnos que no había esfuerzo, ni dedicación, ni ambición, ni intelecto, ni habilidad, sino simplemente un don, un genio, el poder intuitivo de la invención". En esa nota, Henry "hace todo lo que puede para convencernos de que Jane no era una escritora como tal y nunca se consideró así", que tenía "una opinión muy baja de su trabajo y no tenía intención de conseguir una audiencia".
"Hay suficiente evidencia en las cartas que escribió para sugerir que tenía otras vidas, que una escritora profesional bastante perspicaz", rebate también Kathryn Sutherland. "Hizo todo lo posible por ganar el dinero posible con sus novelas y estaba dispuesta a negociar abiertamente con sus editores. No era tímida. Sabía que tenía un gran talento. Así que no era una solterona tranquila que solo escribía novelas cuando no estaba zurciendo un calcetín. Ella no era así en absoluto".
Sutherland publicó este año Jane Austen in 41 Objects, una especie de biografía a través de objetos que pertenecieron a la escritora o reflejan su época. Una de las prendas que eligió para su libro es un abrigo largo que tenía la escritora y que era un artículo considerado lujoso entonces. "Era como tener un Chanel o un Vivienne Westwood hoy en día. Y le gustaba vestir bien. Le encantaba ir de compras a Bond Street. Hay otras alternativas a Austen que no están en el relato familiar", explica la profesora.
Los manuscritos
Sabemos poco de la vida de la escritora, pero lo más fáctico que quedan son sus novelas y algunos manuscritos que demuestran que el retrato casual que hace su hermano de la escritora no es fiel a la realidad. Para empezar, ella misma, hasta en una cita que hace Henry, describe su trabajo como el de un artista de una miniatura, y lo que queda de sus borradores indica una persona que escribía y reescribía sin parar, en cuartillas que iba doblando sobre sí mismas.
Los fragmentos de su escritura, algunos guardados ahora en la biblioteca de la Universidad de Oxford, muestran tachones, correcciones, comentarios y reescrituras.
El manuscrito de la novela The Watsons sigue existiendo porque no la terminó. Era habitual destruir borradores una vez acabado el trabajo definitivo. La autora empezó a escribir el libro en 1803, pero lo abandonó un par de años después tal vez por los apuros del momento y la muerte de su padre. También queda un borrador de un final distinto de Persuasión que claramente no le convenció.
Claro que Austen quería publicar y quería una audiencia, según las cartas que quedan con los editores y los esfuerzos que hizo para conseguir que aceptaron sus manuscritos, con varias versiones de las novelas y cuentos cortos que escribió. Lo intentó a través de sus parientes -hombres- y con pseudónimo, incluso uno que respondía a las siglas M.A.D. ("loco", en inglés). Pero quería publicar y quería el dinero para costearse una mudanza al campo y una vida más acomodada.
"Henry, por resumir, estaba mintiendo", escribe Kelly. "En parte para protegerse a sí mismo y a sus hermanos de la idea dañina de que su hermana podría haber querido -o incluso necesitado- escribir por dinero... En su mundo, las mujeres nobles no trabajaban y no habrían soñado con la aclamación pública".
Otra motivación más prosaica es que, en realidad, quería que esas novelas que estaba publicando se vendieran y creía que el retrato de Jane Austen que estaba trazando encajaba mejor con lo esperado en la época y haría que sus historias fueran aceptadas y que su hermana no tuviera que pasar por las críticas y caricaturas de inestables o radicales con las que se etiquetaba a otras autoras de la época. Una de las más populares entonces, Maria Edgeworth, había tenido que reescribir parte de una novela por sugerir un matrimonio interracial y se enfrentó a la censura.
La censura
Las sutiles y no tan sutiles críticas a la situación de inferioridad por decreto de las mujeres en las novelas de Austen ya suponían un peligro para la familia y el legado de la escritora. Sus retratos de los pastores, los militares y los aristócratas, representantes de los pilares de la sociedad entonces, solían oscilar entre lo ridículo y lo mezquino, en algunos casos rayando en lo corrupto. Sus novelas tampoco escondían la pobreza, la desigualdad y la arbitrariedad del sistema.
El riesgo entonces no era solo una mala acogida del público.
"La familia Austen vivía en un país en que las críticas al statu quo eran vistas como desleales y peligrosas", escribe Kelly, que recuerda que las guerras de Inglaterra con Francia y Estados Unidos no animaban a las críticas internas.
El libelo era castigado con dureza y había un retroceso en las libertades. Mientras en el naciente Estados Unidos se consagraba la libertad de expresión en la Primera Enmienda de la Constitución, los tribunales ingleses perseguían a escritores cuyas ideas podían considerarse revolucionarias.
Y fue a peor. La época de la Regencia, que vivió Jane Austen, fue más abierta y liberal que la que vivieron sus descendientes, con la llegada de la era victoriana, más conservadora en la moral y más estricta en la censura.
En este contexto, el sobrino de la escritora, James-Edward Austen, se dedicó a recoger material familiar y publicó en 1869 una biografía de su tía, a la que en realidad solo había conocido cuando él era un adolescente y de la que reconoce sabía poco. También la describió como una mujer "dulce" y no interesada en política ni nada de lo que sucedía alrededor. Esto nuevamente contrasta con su obra: entre los primeros escritos de Austen está History of England, un compendio de comentarios políticos y críticas religiosas, en el que se declara más cercana a la Iglesia Católica que a la Iglesia de Inglaterra.
Las historias de sus amores y compromisos tampoco aguantan el escrutinio documental más allá de lo que dice el sobrino que le contó su otra tía, Cassandra, que destruyó muchas de las cartas con su hermana después de su muerte, algo habitual para la época, en busca de protección y privacidad.
Novelas revolucionarias
Lo más cercano a las creencias de la escritora son los pensamientos que transmite a través de los personajes en sus novelas, aunque lo haga de manera cuidadosa e implícita. "Cuando escribía, anticipaba que los lectores entenderían y leerían entre líneas para sacar el significado, igual que hacían en los Estados comunistas los lectores, que tenían que aprender a leer lo que los escritores tenían que aprender a escribir", dice Kelly, que recuerda que Austen escribió en un régimen totalitario y que sus novelas tardaron en salir a la luz por lo que no fueron leídas por la audiencia en el momento que ella tenía en mente. En cualquier caso, sus escritos muestran una persona interesada por el mundo y por retratarlo.
Sus novelas no son "una procesión indiferenciada de historias ingeniosas, irónicas sobre amoríos y salones de dibujo, sino libros donde la autora reflexiona sobre el mundo como realmente es -complicado, caótico, lleno de errores e injusticia": "Un mundo en el que los padres y los guardianes pueden ser estúpidos y egoístas; en el que la Iglesia ignora las necesidades de los devotos; en el que los terratenientes y jueces están tan deseosos de enriquecerse como para empujar a los pobres al crimen", escribe Kelly. "En verdad, las novelas de Jane son tan revolucionarias en su esencia como cualquier cosa que escribiera Wollstonecraft o Thomas Paine".
Hasta el título de la novela Orgullo y prejuicio esconde un guiño revolucionario que se perdió en el tiempo, en parte por el retraso en su publicación.
"Prejuicio" a finales del siglo XVIII adquirió connotaciones sobre el orden establecido en Inglaterra frente al caos de la Revolución Francesa. Y lo que desafía Elizabeth Bennet en la trama son algunos de esos prejuicios antiguos y establecidos que los ingleses supuestamente tenían que idealizar: los aristócratas pueden ser malencarados, despiadados y no merecedores de su estatus -como Lady Catherine-, los pastores pueden ser torpes, descuidados con sus feligreses y aprovechados de moralidad cambiante -como Collins-, los soldados causan desorden y acosan a las adolescentes, y la autoridad sea de los progenitores -Elizabeth es inusualmente crítica con su padre y su madre- o los ricos merece ser cuestionada igual que la desigualdad social. Quien acepta el cambio del orden establecido es Darcy, siguiendo a Elizabeth, no al revés.
En las memorias póstumas, sus familiares subrayaron que Austen respetaba los preceptos de la "Iglesia establecida". Los retratos de las figuras religiosas y la rebeldía al sometimiento femenino y de clase contradicen esa idea. "No hay ninguna reverencia", escribe Helena Kelly, que destaca en especial el desafío, mantenido durante toda la trama hasta el enfrentamiento final, ante Lady Catherine.
Elizabeth Bennet, joven, soltera, inferior en posición e ingresos, rebate con ingenio a la mujer rica, mayor, conectada con el primer ministro y patrona de la parroquia, desde el primer interrogatorio desdeñoso de Lady Catherine, como escribe Kelly: "Lo que Jane está ofreciendo aquí es un cocktail potente, aterrador para algunos, una pizca de resentimiento personal y de clase, y una dosis de juicio lúcido... Aquí hay un momento revolucionario".
Fuente: elDiarioAr

