Petróleo
A partir de la privatización de YPF aumentó la precarización obrera y creció la tercerizaciónPor Marcelo García (Informe Especial – Parte 1).
Luego de la privatización de la añeja YPF estatal en 1992 el empleo petrolero se contrajo fuertemente en el país, para recuperar años después el pico histórico de los años ’70. De casi 24 mil petroleros existentes en todas las cuencas en 1996, se pasó a más de 40 mil en 2006, aumentando la tercerización con el crecimiento de los trabajadores vinculados a empresas de servicios. Chubut fue la provincia con mayor incremento: se triplicaron los trabajadores petroleros en la década 1996-2006. Santa Cruz fue la de menor variación. Los salarios subieron en la Patagonia un 160%, y en dicho período también se incrementó notablemente la explotación de los trabajadores: la productividad diaria fue equivalente a 60 barriles por obrero.
La privatización de la YPF estatal, producida a finales de 1992, fue una bomba atómica para el mercado petrolero y energético nacional, causando un fuerte impacto en la industria de los hidrocarburos, esencialmente por su impacto en el mercado laboral. No sólo significó la pérdida del control por parte del Estado, que se tradujo en una incapacidad para elaborar políticas energéticas serias en favor del conjunto de la población, sino que se tradujo en una enorme reducción de los puestos de trabajo en el rubro petrolero.
El profundo achicamiento del personal de la YPF que iba a ser privatizada y luego el de la ya convertida en Sociedad Anónima fue acompañado con un aumento de la producción de petróleo y gas, lo que se tradujo en un brutal incremento de la productividad de los trabajadores, quienes atravesaron el período de explotación laboral entre los años 1992 y 1997.
En 1989 había en la otrora YPF estatal un total de 37.046 trabajadores en relación directa, que significaban la casi totalidad debido a que las empresas privadas solamente producían el 2,4% del total de crudo que se extraía en el país. Esa cantidad de obreros petroleros estatales fue de las más elevadas en la historia, tras el pico que se había registrado en 1975, con 50.555 empleos.
Para 1989 la productividad de cada obrero petrolero era de 23,1 barriles de petróleo equivalente (BOE) –contemplando la producción de crudo y gas convertida en valores equivalentes-; pero para 1992 los empleos se habían contraído a 16.055 y la productividad diaria se había elevado meteóricamente a los 59,8 BOE.
En 1994 los petroleros eran solamente 10.103 y la productividad diaria trepó a los 100,8 BOE; registrándose el peor índice de explotación obrera a lo largo de toda la historia petrolera argentina.
Tercerización y precarización en los ‘90
El gobierno del presidente Carlos Menem ya había realizado el “trabajo sucio” privatizando YPF y el conjunto de las empresas estatales del país. Cuando desembarcaron, las compañías privadas encontraron un mercado con buenos niveles productivos y muy pocos trabajadores que generaban un altísimo nivel de rentabilidad.
La concesión de los yacimientos productivos a las compañías de capital privado significó el retorno de miles de trabajadores a sus puestos, pero ahora contratados por las empresas privadas, que decidieron romper con la estructura tradicional que había mantenido la YPF estatal impulsando un profundo proceso de tercerización, que quedó en manos de multinacionales, medianas y pequeñas empresas de servicios petroleros.
Casi sin personal de producción vinculado de manera directa, las operadoras que se convirtieron en concesionarias de los yacimientos optaron por la metodología de contratación anual de empresas de servicios, que fueron las encargadas de rearmar el mercado laboral petrolero en las diferentes cuencas del país.
De esa manera se dispararon dos procesos adicionales y complementarios, el de la tercerización y el de la precarización laboral. Todo lo que antes hacía YPF SE pasó a ser tarea de las contratistas de servicios, y al mismo tiempo fueron apareciendo en escena trabajadores que desempeñaban funciones que otrora eran de los petroleros y que ahora eran realizadas por obreros que poseían otros convenios colectivos de trabajo y por ende condiciones laborales y salariales muy inferiores, tal es el caso de los obreros de la construcción.
Para 1996 el empleo había recuperado niveles similares al año previo de la privatización, alcanzando los 23.997 trabajadores en actividad, de los cuales 9.593 estaban vinculados a las actividades de producción y extracción de petróleo y 14.384 restantes concretaban tareas de servicios petroleros.
Ese proceso de aumento de los puestos de trabajo petroleros tercerizados se extendió a lo largo de toda la década analizada, creciendo fuertemente la inclusión de los obreros vinculados al rubro de servicios. De los 14.384 obreros de dicho sector se pasó a 30.042 en 2006, poco más que duplicándose a lo largo de una década; mientras que los vinculados al sector de producción se mantuvieron estables, con 9.593 obreros en 1996 y 10.458 en el año 2006.
La crisis del ’98 y la llegada de Repsol
Dos años más tarde, en 1998, se producen hechos significativos en el ámbito petrolero. En primer lugar, el impacto de la crisis mundial, que llevó el precio del crudo a 14,4 dólares por barril. Al mismo tiempo comenzó el proceso de compra de acciones de YPF SA que efectuó la petrolera española Repsol.
La crisis generada por la baja del precio internacional del crudo impactó de lleno en las empresas del sector, las que trasladaron los costos sobre los trabajadores a lo largo de 1998 y 1999. En 1996 el WTI había cotizado en 22,12 dólares, bajando a 20,59 en 1997 y a 14,42 dólares en 1998, con una caída del 36%; para luego trepar en 1999 a los 19,17 dólares recuperando rápidamente los valores previos a la crisis. En 2000 el barril internacional había dejado atrás la crisis y su cotización había superado los pronósticos auspiciosos para cotizar a 30,32 dólares.
El sacudón por el efecto de barril fue bastante corto en el tiempo y aunque en las provincias patagónicas se sintió fuertemente, las estadísticas laborales muestran leves retracciones en las plantillas de personal.
La crisis del ’98 es recordada en Comodoro Rivadavia o las ciudades del norte de Santa cruz como una de las peores de la historia por su fuerte impacto social, pero observándola en perspectiva y más allá de que haya sido desatada por la contracción del WTI sus consecuencias entre los trabajadores petroleros fueron duras pero no devastadoras. Los efectos del ’98 se ahondaron producto de la acumulación del terrible impacto que se había generado por la privatización y los miles de despidos en Comodoro y la región.
El primer impacto en los puestos de trabajo se sintió en el segundo semestre de 1998: un año más tarde se habían perdido 3.000 empleos en todo el país, representando una contracción que rondó el 12% de los obreros despedidos. Alrededor de 1.000 trabajadores de producción se quedaron sin trabajo y cerca de 2.000 se quedaron sin ingresos en el rubro de los servicios petroleros.
En ese marco, los petroleros de Santa Cruz fueron los más afectados en la cantidad de despidos, perdiendo 1.400 puestos entre el segundo trimestre de 1998 y el cuatro trimestre de 1999. En este último año comenzaron las incorporaciones, aunque recién en el tercer trimestre de 2003 se recuperó la totalidad de los puestos perdidos.
Los petroleros de Chubut fueron también fueron impactados de lleno por los despidos, con una pérdida de 800 puestos entre el primer trimestre de 1998 y el cuarto trimestre de 1999. En Neuquén esa crisis generó 580 despidos, aunque se extendió por más tiempo y abarcó desde el tercer trimestre de 1997 hasta el primer trimestre de 2000. Ambas provincias recuperaron los puestos perdidos recién en el tercer trimestre del 2000.
La profundidad de la crisis económica y social se disparó con la caída del precio internacional del crudo producida en 1998. Ese efecto se anticipó a la debacle del 2001 en las ciudades petroleras patagónicas, conjugándose ambas crisis y generando los estragos ya conocidos en el conjunto de las sociedades con millares de despidos y decenas de miles de pobres.
Las políticas de Repsol en el manejo de YPF son bien conocidas por los evidentes perjuicios generados por la gerencia ibérica desde 1999 hasta 2012, cuando la compañía fue expropiada en el 51% de sus acciones por parte del Estado. Las acciones de los ibéricos tuvieron un claro efecto en los ritmos extractivos, la baja de reservas hidrocarburíferas y en un muy notorio aumento de la productividad de los trabajadores petroleros.
La peor etapa de explotación laboral
En el inicio de la etapa post privatización, y luego del salto abrupto, la productividad de cada obrero petrolero se posicionó en los 55 barriles diarios, trepando en 1999 con el arribo de Repsol a 60 barriles diarios. En los años 2000 y 2001 se mantuvo en los 56 barriles diarios por cada trabajador y en 2003 decreció a casi 54 barriles.
A partir de 2003 comenzó un descenso de la productividad en el rubro de la extracción de crudo y gas, que mucho tuvo que ver con la constante incorporación de obreros, la curva declinante en la extracción de petróleo y un proceso de protestas sindicales que fueron disputando la rentabilidad de las operadoras a través de las modificaciones en los convenios colectivos de trabajo y la obtención de conquistas gremiales.
Al cálculo de productividad obrera registrado en todo el país se arriba sobre la base de cotejar la cantidad de trabajadores existentes en cada año y la producción de petróleo medida en barriles y la de gas mensurada en barriles equivalentes de petróleo (BOE). Dicha comparación permite arribar al volumen en barriles producidos por cada obrero a lo largo de cada año, mes y día.
Sobre el final del siglo pasado los obreros petroleros elevaron notablemente su productividad laboral, producto de la explosiva combinación de la privatización, los despidos, la crisis del ’98 y el arribo de crisis social y económica de finales del 2001 y casi todo el año 2002.
Durante la década analizada (1996-2006) la productividad de los petroleros alcanzó su pico promedio más elevado, estableciéndose en 54 barriles producidos por cada trabajador, superando por 10 puntos (44 barriles diarios) al promedio de lo sucedido en la década anterior y mostrando un incremento de 20 puntos (33 barriles diarios) respecto al período 1976-1996.
En 1996 la productividad obrera arrancó con 55 barriles diarios y trepó a 60 en 1999 cuando los efectos de la privatización se combinaron con la crisis del ’98, con menos trabajadores y el aumento de la producción, especialmente la del crudo.
Producto de la tenue recuperación en los puestos de trabajo que se suscitó en los años 2000 y 2001, la cantidad de barriles producidos por cada obrero se contrajo levemente en ambos, influyendo también los aumentos en la producción de petróleo y gas.
La aparición de la crisis económica y social de finales de 2001 y todo 2002 volvió a impactar en el empleo petrolero, perdiéndose cerca de 1.000 puestos de trabajo y generando un nuevo aumento de la productividad que llevó a 57 barriles diarios producidos por cada obrero.
A partir de la recuperación económica que comenzó a transitar el país en 2003, el empleo petrolero comenzó a crecer entre 3.000 y 4.000 incorporaciones anuales hasta el 2006; pasando de 26.542 trabajadores en 2002 a 40.499 registrados cuatro años más tarde.
Ese fuerte incremento en las plantillas de personal se tradujo, junto a la caída en la extracción de hidrocarburos, en una marcada contracción de la productividad de los obreros; la que en el 2003 fue de 53 barriles diarios por cada trabajador, en 2004 bajó a 47 barriles, en 2005 a 41 y en 2006 llegó a 37 barriles diarios; 23 barriles menos que en el pico alcanzado con 60 durante 1999.
El terrible mazazo en los salarios por la devaluación de 2002
Los salarios petroleros consiguieron a mediados de la década de los ’90 alcanzar un nivel bastante elevado respecto de los demás asalariados nacionales, mostrando una diferencia abultada en el sector contemplado por la producción y una menos considerable entre los obreros vinculados a las empresas de servicios petroleros.
La diferencia entre el salario petrolero vinculado a la extracción arrancó 1996 un 268% por encima del salario promedio nacional, mientras que en el terreno de los servicios esa brecha fue de un 100%. Para 2006, esos porcentajes treparon a 450% en los salarios de la producción y al 192% en los de servicios.
Luego de la privatización de YPF, ya en el terreno exclusivamente privado y desregulado, los salarios fueron creciendo a ritmo pausado pero ascendente, particularmente entre los obreros del sector extractivo. En los años 1997 y 1998 esos salarios tuvieron incrementos, respecto del año anterior, del 7 y 8% respectivamente; pero con el impacto de la crisis de finales de los ’90 las variaciones salariales apenas llegaron al 3% en 1999, 1,8% en el 2000 y del 0,2% en el 2001.
Por su parte, los obreros contratados a través del rubro servicios no tuvieron variación en el ’97, mientras que conquistaron un 4,3% en el ’98 pero perdieron ese porcentual con un retroceso igual en 1999. En el año 2000 esos salarios aumentaron un 4,6% y en el 2001 un 4,4%.
Todo saltó por los aires con la crisis de diciembre de 2001, y la devaluación de 2002 impactó de lleno en los ingresos salariales petroleros haciéndolos retroceder en conjunto un 65%, de un día para el otro y generando una enorme transferencia de rentabilidad a manos del sector empresario.
En el último año en que se mantuvo la convertibilidad entre el peso y el dólar, los salarios petroleros fueron en 2001 de 4.333 pesos/dólar para los obreros de producción y de 1.941 pesos/dólar para los vinculados a los servicios. Al año siguiente esos mismos salarios pasaron a tener un valor promedio anual de 1.584 dólares en la producción, con la mayor afectación, y de 659 dólares en los servicios.
Con un ritmo desequilibrado, esa enorme brecha salarial se fue cerrando entre los años 2003 y 2006, aunque transitaron variaciones muy disímiles en ese lustro. En 2006 los obreros de producción percibieron un salario promedio anual de 3.068 dólares, reflejando aún una diferencia del -30% con lo cobrado antes de la devaluación; mientras que los trabajadores del sector de servicios percibieron de promedio anual salarios de 1.629 dólares, mostrando una recuperación mucho más profunda ya que la diferencia sólo fue del -16%.
Al interior de la estructura salarial de las tres provincias productoras de hidrocarburos más importantes, el panorama no fue distinto al nacional, aunque los obreros en Chubut recuperaron más rápidamente sus salarios en dólares tras la devaluación, quedando en 2006 sólo un 10% por debajo de los salarios de 2001, mientras que los trabajadores de Santa Cruz y de Neuquén cerraron 2006 con un -26% y -21% respectivamente.
Para 2006 los salarios petroleros en Chubut, sin discriminar producción y servicios, tuvieron un promedio anual de 1.881 dólares, mientras que en Santa Cruz fueron de 1.681 dólares y en Neuquén registraron montos más elevados a partir de los 1.908 dólares.
Luego de la privatización de la añeja YPF estatal en 1992 el empleo petrolero se contrajo fuertemente en el país, para recuperar años después el pico histórico de los años ’70. De casi 24 mil petroleros existentes en todas las cuencas en 1996, se pasó a más de 40 mil en 2006, aumentando la tercerización con el crecimiento de los trabajadores vinculados a empresas de servicios. Chubut fue la provincia con mayor incremento: se triplicaron los trabajadores petroleros en la década 1996-2006. Santa Cruz fue la de menor variación. Los salarios subieron en la Patagonia un 160%, y en dicho período también se incrementó notablemente la explotación de los trabajadores: la productividad diaria fue equivalente a 60 barriles por obrero.
La privatización de la YPF estatal, producida a finales de 1992, fue una bomba atómica para el mercado petrolero y energético nacional, causando un fuerte impacto en la industria de los hidrocarburos, esencialmente por su impacto en el mercado laboral. No sólo significó la pérdida del control por parte del Estado, que se tradujo en una incapacidad para elaborar políticas energéticas serias en favor del conjunto de la población, sino que se tradujo en una enorme reducción de los puestos de trabajo en el rubro petrolero.
El profundo achicamiento del personal de la YPF que iba a ser privatizada y luego el de la ya convertida en Sociedad Anónima fue acompañado con un aumento de la producción de petróleo y gas, lo que se tradujo en un brutal incremento de la productividad de los trabajadores, quienes atravesaron el período de explotación laboral entre los años 1992 y 1997.
En 1989 había en la otrora YPF estatal un total de 37.046 trabajadores en relación directa, que significaban la casi totalidad debido a que las empresas privadas solamente producían el 2,4% del total de crudo que se extraía en el país. Esa cantidad de obreros petroleros estatales fue de las más elevadas en la historia, tras el pico que se había registrado en 1975, con 50.555 empleos.
Para 1989 la productividad de cada obrero petrolero era de 23,1 barriles de petróleo equivalente (BOE) –contemplando la producción de crudo y gas convertida en valores equivalentes-; pero para 1992 los empleos se habían contraído a 16.055 y la productividad diaria se había elevado meteóricamente a los 59,8 BOE.
En 1994 los petroleros eran solamente 10.103 y la productividad diaria trepó a los 100,8 BOE; registrándose el peor índice de explotación obrera a lo largo de toda la historia petrolera argentina.
Tercerización y precarización en los ‘90
El gobierno del presidente Carlos Menem ya había realizado el “trabajo sucio” privatizando YPF y el conjunto de las empresas estatales del país. Cuando desembarcaron, las compañías privadas encontraron un mercado con buenos niveles productivos y muy pocos trabajadores que generaban un altísimo nivel de rentabilidad.
La concesión de los yacimientos productivos a las compañías de capital privado significó el retorno de miles de trabajadores a sus puestos, pero ahora contratados por las empresas privadas, que decidieron romper con la estructura tradicional que había mantenido la YPF estatal impulsando un profundo proceso de tercerización, que quedó en manos de multinacionales, medianas y pequeñas empresas de servicios petroleros.
Casi sin personal de producción vinculado de manera directa, las operadoras que se convirtieron en concesionarias de los yacimientos optaron por la metodología de contratación anual de empresas de servicios, que fueron las encargadas de rearmar el mercado laboral petrolero en las diferentes cuencas del país.
De esa manera se dispararon dos procesos adicionales y complementarios, el de la tercerización y el de la precarización laboral. Todo lo que antes hacía YPF SE pasó a ser tarea de las contratistas de servicios, y al mismo tiempo fueron apareciendo en escena trabajadores que desempeñaban funciones que otrora eran de los petroleros y que ahora eran realizadas por obreros que poseían otros convenios colectivos de trabajo y por ende condiciones laborales y salariales muy inferiores, tal es el caso de los obreros de la construcción.
Para 1996 el empleo había recuperado niveles similares al año previo de la privatización, alcanzando los 23.997 trabajadores en actividad, de los cuales 9.593 estaban vinculados a las actividades de producción y extracción de petróleo y 14.384 restantes concretaban tareas de servicios petroleros.
Ese proceso de aumento de los puestos de trabajo petroleros tercerizados se extendió a lo largo de toda la década analizada, creciendo fuertemente la inclusión de los obreros vinculados al rubro de servicios. De los 14.384 obreros de dicho sector se pasó a 30.042 en 2006, poco más que duplicándose a lo largo de una década; mientras que los vinculados al sector de producción se mantuvieron estables, con 9.593 obreros en 1996 y 10.458 en el año 2006.
La crisis del ’98 y la llegada de Repsol
Dos años más tarde, en 1998, se producen hechos significativos en el ámbito petrolero. En primer lugar, el impacto de la crisis mundial, que llevó el precio del crudo a 14,4 dólares por barril. Al mismo tiempo comenzó el proceso de compra de acciones de YPF SA que efectuó la petrolera española Repsol.
La crisis generada por la baja del precio internacional del crudo impactó de lleno en las empresas del sector, las que trasladaron los costos sobre los trabajadores a lo largo de 1998 y 1999. En 1996 el WTI había cotizado en 22,12 dólares, bajando a 20,59 en 1997 y a 14,42 dólares en 1998, con una caída del 36%; para luego trepar en 1999 a los 19,17 dólares recuperando rápidamente los valores previos a la crisis. En 2000 el barril internacional había dejado atrás la crisis y su cotización había superado los pronósticos auspiciosos para cotizar a 30,32 dólares.
El sacudón por el efecto de barril fue bastante corto en el tiempo y aunque en las provincias patagónicas se sintió fuertemente, las estadísticas laborales muestran leves retracciones en las plantillas de personal.
La crisis del ’98 es recordada en Comodoro Rivadavia o las ciudades del norte de Santa cruz como una de las peores de la historia por su fuerte impacto social, pero observándola en perspectiva y más allá de que haya sido desatada por la contracción del WTI sus consecuencias entre los trabajadores petroleros fueron duras pero no devastadoras. Los efectos del ’98 se ahondaron producto de la acumulación del terrible impacto que se había generado por la privatización y los miles de despidos en Comodoro y la región.
El primer impacto en los puestos de trabajo se sintió en el segundo semestre de 1998: un año más tarde se habían perdido 3.000 empleos en todo el país, representando una contracción que rondó el 12% de los obreros despedidos. Alrededor de 1.000 trabajadores de producción se quedaron sin trabajo y cerca de 2.000 se quedaron sin ingresos en el rubro de los servicios petroleros.
En ese marco, los petroleros de Santa Cruz fueron los más afectados en la cantidad de despidos, perdiendo 1.400 puestos entre el segundo trimestre de 1998 y el cuatro trimestre de 1999. En este último año comenzaron las incorporaciones, aunque recién en el tercer trimestre de 2003 se recuperó la totalidad de los puestos perdidos.
Los petroleros de Chubut fueron también fueron impactados de lleno por los despidos, con una pérdida de 800 puestos entre el primer trimestre de 1998 y el cuarto trimestre de 1999. En Neuquén esa crisis generó 580 despidos, aunque se extendió por más tiempo y abarcó desde el tercer trimestre de 1997 hasta el primer trimestre de 2000. Ambas provincias recuperaron los puestos perdidos recién en el tercer trimestre del 2000.
La profundidad de la crisis económica y social se disparó con la caída del precio internacional del crudo producida en 1998. Ese efecto se anticipó a la debacle del 2001 en las ciudades petroleras patagónicas, conjugándose ambas crisis y generando los estragos ya conocidos en el conjunto de las sociedades con millares de despidos y decenas de miles de pobres.
Las políticas de Repsol en el manejo de YPF son bien conocidas por los evidentes perjuicios generados por la gerencia ibérica desde 1999 hasta 2012, cuando la compañía fue expropiada en el 51% de sus acciones por parte del Estado. Las acciones de los ibéricos tuvieron un claro efecto en los ritmos extractivos, la baja de reservas hidrocarburíferas y en un muy notorio aumento de la productividad de los trabajadores petroleros.
La peor etapa de explotación laboral
En el inicio de la etapa post privatización, y luego del salto abrupto, la productividad de cada obrero petrolero se posicionó en los 55 barriles diarios, trepando en 1999 con el arribo de Repsol a 60 barriles diarios. En los años 2000 y 2001 se mantuvo en los 56 barriles diarios por cada trabajador y en 2003 decreció a casi 54 barriles.
A partir de 2003 comenzó un descenso de la productividad en el rubro de la extracción de crudo y gas, que mucho tuvo que ver con la constante incorporación de obreros, la curva declinante en la extracción de petróleo y un proceso de protestas sindicales que fueron disputando la rentabilidad de las operadoras a través de las modificaciones en los convenios colectivos de trabajo y la obtención de conquistas gremiales.
Al cálculo de productividad obrera registrado en todo el país se arriba sobre la base de cotejar la cantidad de trabajadores existentes en cada año y la producción de petróleo medida en barriles y la de gas mensurada en barriles equivalentes de petróleo (BOE). Dicha comparación permite arribar al volumen en barriles producidos por cada obrero a lo largo de cada año, mes y día.
Sobre el final del siglo pasado los obreros petroleros elevaron notablemente su productividad laboral, producto de la explosiva combinación de la privatización, los despidos, la crisis del ’98 y el arribo de crisis social y económica de finales del 2001 y casi todo el año 2002.
Durante la década analizada (1996-2006) la productividad de los petroleros alcanzó su pico promedio más elevado, estableciéndose en 54 barriles producidos por cada trabajador, superando por 10 puntos (44 barriles diarios) al promedio de lo sucedido en la década anterior y mostrando un incremento de 20 puntos (33 barriles diarios) respecto al período 1976-1996.
En 1996 la productividad obrera arrancó con 55 barriles diarios y trepó a 60 en 1999 cuando los efectos de la privatización se combinaron con la crisis del ’98, con menos trabajadores y el aumento de la producción, especialmente la del crudo.
Producto de la tenue recuperación en los puestos de trabajo que se suscitó en los años 2000 y 2001, la cantidad de barriles producidos por cada obrero se contrajo levemente en ambos, influyendo también los aumentos en la producción de petróleo y gas.
La aparición de la crisis económica y social de finales de 2001 y todo 2002 volvió a impactar en el empleo petrolero, perdiéndose cerca de 1.000 puestos de trabajo y generando un nuevo aumento de la productividad que llevó a 57 barriles diarios producidos por cada obrero.
A partir de la recuperación económica que comenzó a transitar el país en 2003, el empleo petrolero comenzó a crecer entre 3.000 y 4.000 incorporaciones anuales hasta el 2006; pasando de 26.542 trabajadores en 2002 a 40.499 registrados cuatro años más tarde.
Ese fuerte incremento en las plantillas de personal se tradujo, junto a la caída en la extracción de hidrocarburos, en una marcada contracción de la productividad de los obreros; la que en el 2003 fue de 53 barriles diarios por cada trabajador, en 2004 bajó a 47 barriles, en 2005 a 41 y en 2006 llegó a 37 barriles diarios; 23 barriles menos que en el pico alcanzado con 60 durante 1999.
El terrible mazazo en los salarios por la devaluación de 2002
Los salarios petroleros consiguieron a mediados de la década de los ’90 alcanzar un nivel bastante elevado respecto de los demás asalariados nacionales, mostrando una diferencia abultada en el sector contemplado por la producción y una menos considerable entre los obreros vinculados a las empresas de servicios petroleros.
La diferencia entre el salario petrolero vinculado a la extracción arrancó 1996 un 268% por encima del salario promedio nacional, mientras que en el terreno de los servicios esa brecha fue de un 100%. Para 2006, esos porcentajes treparon a 450% en los salarios de la producción y al 192% en los de servicios.
Luego de la privatización de YPF, ya en el terreno exclusivamente privado y desregulado, los salarios fueron creciendo a ritmo pausado pero ascendente, particularmente entre los obreros del sector extractivo. En los años 1997 y 1998 esos salarios tuvieron incrementos, respecto del año anterior, del 7 y 8% respectivamente; pero con el impacto de la crisis de finales de los ’90 las variaciones salariales apenas llegaron al 3% en 1999, 1,8% en el 2000 y del 0,2% en el 2001.
Por su parte, los obreros contratados a través del rubro servicios no tuvieron variación en el ’97, mientras que conquistaron un 4,3% en el ’98 pero perdieron ese porcentual con un retroceso igual en 1999. En el año 2000 esos salarios aumentaron un 4,6% y en el 2001 un 4,4%.
Todo saltó por los aires con la crisis de diciembre de 2001, y la devaluación de 2002 impactó de lleno en los ingresos salariales petroleros haciéndolos retroceder en conjunto un 65%, de un día para el otro y generando una enorme transferencia de rentabilidad a manos del sector empresario.
En el último año en que se mantuvo la convertibilidad entre el peso y el dólar, los salarios petroleros fueron en 2001 de 4.333 pesos/dólar para los obreros de producción y de 1.941 pesos/dólar para los vinculados a los servicios. Al año siguiente esos mismos salarios pasaron a tener un valor promedio anual de 1.584 dólares en la producción, con la mayor afectación, y de 659 dólares en los servicios.
Con un ritmo desequilibrado, esa enorme brecha salarial se fue cerrando entre los años 2003 y 2006, aunque transitaron variaciones muy disímiles en ese lustro. En 2006 los obreros de producción percibieron un salario promedio anual de 3.068 dólares, reflejando aún una diferencia del -30% con lo cobrado antes de la devaluación; mientras que los trabajadores del sector de servicios percibieron de promedio anual salarios de 1.629 dólares, mostrando una recuperación mucho más profunda ya que la diferencia sólo fue del -16%.
Al interior de la estructura salarial de las tres provincias productoras de hidrocarburos más importantes, el panorama no fue distinto al nacional, aunque los obreros en Chubut recuperaron más rápidamente sus salarios en dólares tras la devaluación, quedando en 2006 sólo un 10% por debajo de los salarios de 2001, mientras que los trabajadores de Santa Cruz y de Neuquén cerraron 2006 con un -26% y -21% respectivamente.
Para 2006 los salarios petroleros en Chubut, sin discriminar producción y servicios, tuvieron un promedio anual de 1.881 dólares, mientras que en Santa Cruz fueron de 1.681 dólares y en Neuquén registraron montos más elevados a partir de los 1.908 dólares.