Patagonia

La cicatriz de Ricardo

Por Diego Cacciavillani (Especial desde Puerto Madryn).

 

El primer capítulo de Mímesis (escrito entre 1942 y 1945 y publicado un año después), Erich Auerbach lo titula: “La cicatriz de Ulises” y realiza un magistral análisis de la herida del héroe griego y su resurrección identitaria, vinculando lo físico con el poder.

Muchas veces, el libro de Homero, especialmente su título, La Odisea, fue asociado a un esfuerzo por superar las dificultades, pero quizá esta lectura romántica no sea tan evidente como intentaron instaurar. Ulises quería volver a Ítaca para recuperar su reino, su poder y sus privilegios. Su voluntad de retorno estaba estimulado por su ambición y no por un anhelo meramente bucólico.

El episodio del Canto XIX donde Euriclea (esclava que lo cuidó desde pequeño) descubre su identidad gracias a una vieja herida de niño, es un recurso que usa Homero para vincular ese pasado infantil con este presente bélico. La herida permite reconocer al héroe, y des-cubrir (sacar la cobertura, el disfraz) que Ulises ya estaba en su tierra, dispuesto a recuperar su lugar. La herida física permite rememorar quiénes fuimos; casi una cuestión existencial. Lo supo Frida Kahlo cuando pintó “Las dos Fridas” o cuando el propio Foucault afirmó que “la historia se escribe en los cuerpos”.

Hay una herida en la historia política de Sastre, una cicatriz física que emula su falencia política. Esa herida sanada es lo que le permite mirar atrás para recordar quién fue y qué hizo; también para proyectarse en su objetivo: recuperar el poder. Pero Sastre no es Ulises, (y acá concluye este intento analógico), no supo ser valiente ni astuto, ni tampoco tiene una Penélope que entretenga a los pretendientes mientras él traza estrategias para recuperar lo que una vez tuvo y ya perdió.