Sociedad

Lo posmo: el delirio de la ciencia poscolonial

La posmodernidad es un conjunto de ideas que, aunque mantienen siempre un gran parecido de familia, tienen diversas manifestaciones.

En otro lugar describí la forma tan curiosa en la que estas ideas pasan de los relatos relativistas acerca del mundo a la pseudociencia e, incluso, a la derecha más recalcitrante —siempre que esa derecha no sea occidental. Pero existe una manifestación de la posmodernidad aún algo desconocida en nuestro entorno: la ciencia poscolonial.

De nuevo, como con todas estas cosas, lo que comienza siendo algo con sentido acaba siendo radicalizado y estupidizado de un modo tal que termina careciendo prácticamente de racionalidad, razonabilidad, legibilidad y sentido. Porque lo del colonialismo estuvo mal. Muy mal. Jodida y brutalmente mal.

Masacrar a la gente de América, África y partes de Asia, con cuatro europeos repartiéndose todo aquello con escuadra y cartabón mientras se fumaban un puro, es algo tremendamente reprobable que debemos enterrar en las cloacas de la historia.

Pero una cosa es criticar el pasado y entenderlo criticamente sacando la cabeza de la autocomplaciencia eurocéntrica, y otra muy diferente pasarte tanto de rosca que acabes siendo aún más intratable que aquello que criticas. Es un poco lo que decía Feynman sobre lo adecuado de tener la mente abierta y lo inadecuado de tenerla tanto que se te caiga el cerebro.

Pese a lo que podáis pensar incialmente, esto de la ciencia poscolonial sólo está parcialmente relacionado con el complejo poscolonial —ese sentimiento de culpabilidad constante, tan posmo, que invade a cierta chavalada como si ellos mismos hubieran traficado con esclavos en las costas de Ghana.

Lo cierto es que la ciencia poscolonial también se relaciona de forma muy estrecha con el relativismo cultural, el nacionalismo de ciertos países del tercer mundo y, de forma explícita e inevitable, con la pseudociencia. Incluso se relaciona con el feminismo posmo al entender la ciencia como un constructo patriarcal propio de occidente.

Se trata de una forma distorsionada de entender la ciencia, sus teorías y sus fundamentos filosóficos, de modo que es convertida en un producto étnico a ser rechazado por no-occidentales como una forma más de violencia colonial. La proclama última de la ciencia poscolonial es ‘descolonizar la mente de los no-occidentales’, de modo que ideas tradicionales sean consideradas tan científicas como la teoría atómica o la tabla periódica.

 

Lo bueno, lo feo y lo facha

 

Es complicado definir la ciencia poscolonial porque engloba tres tipos de ideas diferentes, algunas de ellas contradictorias entre sí.

1) Estudios sobre el desarrollo de la ciencia después de la liberación de las colonias (lo bueno): Estos estudios están bien planteados. Se encargan de indagar acerca de cómo se fue desarrollando la producción científica en estos territorios, estableciendo paulatinamente relaciones de igualdad científica con sus antiguas metrópolis o manteniéndose en las tinieblas. Se trata de estudios de CTS que pueden resultar interesantes si, como todo en este mundo, están bien hechos.

2) Una visión posmoderna que busca relativizar la valoración de las cosmovisiones de diversas culturas (lo feo): Esta es la visión que de la ciencia poscolonial suelen tener los académicos posmodernos de los países occidentales, una visión puramente posmo en la que la ciencia ha de ser entendendida como etno-ciencia propia de occidente, epistémicamente a la par que las ideas de los libros de taoísmo o las enseñanzas orales de los apaches. Es una visión culturalmente relativista que supone que todas las culturas tienen derecho a desarrollar su propia ciencia y que los demás hemos de respetarla y considerarla igual a la propia. Porque la ciencia sería un constructo social más, como el dinero o la moda —una confusión entre hechos y constructos que está a la base de toda la posmodernidad y que la arruina desde su raíz. Por supuesto, todos tenemos derecho a creer en lo que le nos venga en gana y a adentrarnos en las prácticas que deseemos mientras no jodamos a los demás, pero no tenemos derecho a que dichas creencias o prácticas sean verdaderas o útiles. El poder legislativo no llega hasta ahí.

3) Sobre la base de lo dicho antes, reconvertir las supercherías locales en pseudociencia dentro de un movimiento de corte nacionalista (lo facha): Si lo anterior ha sido filosofía, esto ya es política, y política bien jodida, puro nacionalismo chauvinista. Aquí ya no es sólo que las culturas del tercer mundo tengan derecho a que sus chorradas locales sean verdaderas, sino que ahora se defiende que mis chorradas locales son más verdaderas que las tuyas. Si los anteriores movían la discusión sobre la base de jugar ambiguamente con el término ‘ciencia’, ensanchando su significado para que incluya a los aztecas, a los maoríes y los cuentos chinos, estos poscoloniales de derechas lo que hacen es aceptar plenamente la ciencia como la mejor forma de conocimiento y, por ello, tratar de hacer pasar el contenido de su nacionalismo radicalmente romántico como ciencia aún mejor que la que hay.

Por supuesto, 2 y 3 se contradicen, porque 2 alegaría contra 3 que está aceptando una forma positivista y reduccionista de ver el mundo en lugar de reivindicar el valor intrínseco de las tonterías que defienden sus chamanes locales. Aunque ambas formas de entender la ciencia poscolonial se acaban tocando en la práctica, dado que lo que pretende 3 a veces es tan indefendible que terminan hablando en términos místicos y, gracias al complejo poscolonial, los defensores de 2 suelen tener una actitud extremadamente indolente con las ideas de otras culturas, tanto que las acaban valorando por encima de las que tiene occidente. Así de tonta es esta gente, qué se le va a hacer. Sin embargo, ninguna de las dos formas de entender la cuestión suele ser radicalmente anticientífica, descartando plenamente todo producto tecnológico. Y en ambos casos, además, se quedan con lo que quieren por razones parecidas. En primer lugar, porque sería insostenible negar toda la ciencia, una postura tan radical que ni el más radical de sus seguidores se tragaría en anzuelo. Trangénicos no, metros sí, dioses sí, cosas mágicas de hace dos mil años sí, internet sí, vacunas no, y todos felices y nada le chirría a nadie. Y, en segundo lugar, porque suelen ser políticos y figuras públicas que ganan dinero a paladas, conferenciantes de estos que cobran una millonada por hacer acto de presencia. Consideran sus coches de lujo y sus jets privados como aceptables y congruentes, aunque luego se dedican a negar los principios que los hacen funcionar.

La sombra cuántica de Vishnu

 

Hasta donde tengo conocimiento —y mi conocimiento proviene especialmente de esta maravilla de Sokal—, el mejor ejemplo de ciencia poscolonial nacionalista ha tenido lugar en la India. El nacionalismo indio parece estar francamente obsesionado con convertir la doctrina del hinduísmo en pseudociencia y así ponerla en un nivel seuperior al de la ciencia occidental —porque ellos también recogen el nivel pránico y todas esas cosas que hicieron que Harrison y Lennon se volvieran un auténtico aburrimiento. El nacionalismo poscolonial local es un movimiento neo-gandhiano llevado a cabo especialmente por el BJP —Partido Bharatiya Janata—, que llegó a reescribir los textos escolares para exluir toda referencia a aportaciones de musulmanes u occidentales a los temarios. Para ello realizan interpretaciones de lo más inverosímiles del espiritualismo hindú y de textos de la época de la picor que se supone hablarían de teoría de cuerdas, mecánica cuántica o biologia evolutiva. Los movimientos político nacionalistas vinculados con la pseudociencia no son nuevos, de hecho, el origen de la medicina tradicional china o de cierta pseudociencia de origen alemán es bastante parecido, con Mao y los nazis repectivamente. Incluso tenemos casos en España.

La tradición posmoderna en la India es amplia, siendo un país bastante sofisticado tanto en su producción científica como en su producción de bobadas. Autores como Claude Alvares, Ashis Nandy o Vandana Shiva son profundamente influyentes en el panorama intelectual indio —y algunas como Shiva en el mundial. Todos estos autores son posmodernos en el sentido más radical del término, no sólo negando la mayor validez y adecuación empírica del conocimiento científico, sino demonizándolo sin tapujos. Se relacionan de forma explícita en sus textos con autores como Feyerabend o Polanyi y, especialmente, con la gente del programa fuerte de la sociología de la ciencia, con quienes mantienen un estrecho contacto —“la ciencia no está menos determinada por la cultura y la sociedad que cualquier otro esfuerzo humano” (Nandi). Pero veamos el paso que hacen de la posmodernidad al nacionalismo rastreando el razonamiento que llevan a cabo.

“... la ciencia moderna no es ni más ni menos que ciencia occidental, una categoría especial de etno-ciencia. De hecho, asumir su universalismo trae consecuencias desastrosas para otros tipos de etno-ciencia” (Claude Alvares). La ciencia como etno-ciencia, comon un producto intelectual de valor relativo a una determinada etnia. Nótese que basculan entre lo étnico y lo cultural sin ningún problema al tener en mente a los judíos.

“Hay una correlación directa entre las ideas de objetividad absoluta, intersubjetividad, consistencia interna, actitud racional y neutralidad axiológica, por un lado, y violencia, opresión, autoritarismo, uniformidad asesina y muerte cultural, por otro” (Nandy). La etno-ciencia occidental como violencia colonial.

“Tales ciencias y filosofías de la ciencia folklóricas deben ser tomadas en serio. De hecho, sólo podremos esperar constuir una ciencia indígena una vez dichas ciencias y filosofías implicitas sean respetuosamente articuladas por académcos indios” (Nandy). La etno-ciencia india como un relato alternativo que hay que infiltrar en las universidades —de hecho, las universidades indias tienen un grave problema con esto.

Hasta aquí todo es posmo en un sentido habitual del término, asumiendo la equidistancia entre productos culturales y negando todo papel relevante a la evidencia en la confirmación de las ideas científicas. Pero en este caso no nos quedamos sólo en la falsa equidistancia, sino que pasamos al supremacismo del relato hinduista sobre el científico.

“De acuerdo al sistema yogi y védico el método científico no es enteramente científico; esto es, que no es verdaderamente objetivo y no puede proporcionarnos conocimiento acerca de la realidad”. “La ciencia moderna falla al no tener en cuenta conocimiento que es accesible a través de la introspección y de estados superiores de atención cultivados por tradiciones espirituales” (Frawley). El hinduismo ya no es únicamente equivalente a la ciencia, ahora es más científico que la ciencia, que sería reduccionista en el peor sentido.

Y no sólo es epistemológica y moralmente superior, sino que el hinduismo es ciencia mucho más avanzada: “El Rgveda es un libro sobre física de partículas y cosmología” (Mohan Roy). “Las conclusiones de la ciencia moderna no son más que conclusiones a los que los vedas llegaron hace cientos de años” (Vivekananda).

Y, al igual que la ciencia occidental, la ciencia hinduista ha de imponerse por la vía política: “Si la ciencia reduccionista ha desplazado a otras formas no reduccionistas de conocimiento no ha sido por medio de la competición cognitiva, sino debido al apoyo político estatal…” (Shiva).

Con todo esto, señoras y señores, tenemos montado ya un buen mierdal posmo-nacionalista-chauvinista a fin de descolonizar la mente de los indios de la violencia epistemológica semítica: “El movimiento revivalista indio se ve a sí mismo como un capítulo más en la descoloniación de la India. Esto significa que trata de liberar a los indios de la condición colonial en los niveles cultural y mental” (Elst). “No hemos de olvidar que las formulaciones científicas equivalentes e igualmente válidas son posibles —como sucede entre la ciencia médica alopática, homeopática, ayurveda, unani, la acupuntura, etc. No es justificable afirmar que el reduccionismo mecanicista occidental sea el único camino” (Mukhyananda).

 

Perseguirse la cola no es avanzar

 

La India no es el único país en el que florece este tipo de ideas tan bizarras. He visto a gente de otros países defender cosas parecidas, gente de Estados Unidos, México, los países del ALBA o China. Podemos ponernos todo lo filosóficos que queramos. Podemos usar toda la jerigonza y toda la logorrea y todas las apelaciones a la tradición o la revelación que nos venga en gana. Pero hay una realidad de la que esta gente nunca podrá evadirse: la ciencia funciona y la superchería no. Es así de sencillo. Simplemente vivimos más años, la tecnología funciona y la biología explica mejor al ser humano que cualquier tipo de religión. Porque la ciencia, gracias a estar anclada a la evidencia y de gozar de rigurosidad, es epistemológicamente ajena a los condicionantes sociales y a los sesgos. Por eso explica y predice mejor. Y en el fondo esto lo saben bien. Porque todo esto de la ciencia poscolonial no es más que una forma de manipulación política romántica que apela al nacionalismo, al pensamiento de grupo y al sentimiento de superioridad étnica. No es más que un enorme conjunto de complejos. El complejo poscolonial de los occidentales aburridos con sus vidas y el complejo de inferioridad de esos políticos del tercer mundo que sienten que deben recurrir a argucias pseudocientíficas para intentar dar más brillo a sus países y ganar votos. Unos países que están necesitados de tecnología, de ciencia capaz de optimizar sus formas de vida para hacerlas más sostenibles e inclusivas. Lo último que necesita el tercer mundo es superchería y manipulación nacionalista. Es un atentado contra la ilustración y contra muchas de las cosas que consideramos valiosas, como el pensamiento crítico o el progreso social.

Aumentar las capacidades sociales para el pensamiento informado no implica renunciar a nuestro propio acervo cultural. Al contrario, sólo así podemos comprenderlo de forma cabal y darle el lugar que le corresponde en el marco de la historia de las ideas. Hay ideas pre-científicas hermosas, que encierran un gran contenido poético. Yo, al menos, encuentro belleza en las que no implican barbarie, crueldad o peligros sociales. Pero esas ideas tuvieron su justificación contextual en un entorno intelectual que hemos logrado dejar atrás. Y eso es bueno. Porque no todo tiempo pasado fue mejor.

 

Fuente: menéame.net