Exclusivo EES
Los riesgos de vivir en ComodoroPOR JUAN CARLOS FUNES. Comodoro Rivadavia. EES 123
Aunque el año no empezó bien –una tormenta casi perfecta y más homicidios que en el primer mes de 2012-, el demorado acuerdo con PAE anunciado a fines de enero permite prever condiciones económicas aceptables para una ciudad obligada como nunca a planificar su futuro para evitar los desbordes e inequidades que se vienen produciendo con rigurosa periodicidad desde que a alguien se le ocurrió decir que esta ciudad era una especie de Kuwait de la Patagonia.
“La solución para que no haya cortes de agua está en la repotenciación del acueducto, una obra que nos va a llevar al menos tres años, pero bueno… en algún momento hay que hacerla, más allá de que sea otro el que finalmente la inaugure”, dijo a comienzos de enero –desde Buenos Aires- el intendente de Comodoro Rivadavia, Néstor Di Pierro.
Fue una atinada reflexión de un dirigente que conoce bien las necesidades de una ciudad a la que le cuesta gestionar en tiempo de austeridad y jóvenes brillantes que desde el entorno de Cristina poseen otros códigos.
Comodoro Rivadavia implosionó en los últimos cuatro años sin que la mayoría se diera cuenta, o al menos sin que la clase dirigente demostrara interés en acompañar los inevitables cambios con medidas que llevaran a un crecimiento en orden.
La “favelización” de inmensos sectores de la ciudad es una realidad.
La planificación nunca fue una marca característica en Comodoro, ni de sus ciudadanos ni de su clase política. Desde los años ‘60 del siglo pasado, cuando en lo que hoy son zonas residenciales surgían calles nuevas y pasajes por doquier y se accedía a un lote solo con hablar con “Barracosa”, a quien denominaban el “dueño de las tierras” y que en realidad era un empleado municipal audaz que marcó caminos en varios sentidos, la ciudad fue creciendo sin mayores conmociones. Ni siquiera el primer boom petrolero hizo mella en su fachada, aunque legó algunas costumbres. Aquel fulgor apenas dejó recuerdos, pero ninguna infraestructura digna de una ciudad moderna.
Descontrolados
Hay una película del recientemente malogrado Tony Scott titulada “Imparable”. Son casi dos horas de acción y suspenso que obligan a no perder detalle de lo que ocurre en un tren con material inflamable que iba camino al desguace y que de repente se les escapa de control a los operarios. A medida que circula por las vías de Chicago sin conductor, va cobrando velocidad y no hay forma de detenerlo, aunque se intentan varios métodos. El tiempo vuela y está por estrellarse contra un populoso barrio de la ciudad de Kenton (Ohio).
Hace unos cinco años hubo un gobernador en Chubut que pensó que podía ser Presidente de la Nación. Para ello utilizó todos los métodos que tenía a su disposición, entre ellos la lengua. Ese hombre afirmó que Comodoro Rivadavia era una especie de Kuwait donde no existía desocupación, había mucho petróleo para extraer, se pagaban altos salarios y faltaba mano de obra.
A partir de entonces, muchas veces en forma imperceptible, la ciudad comenzó a cambiar. Y no para bien. Se produjo una masiva migración hacia esta parte del mundo, mientras acá todavía no habían internalizado esa consigna K de que “ahora tenemos un Estado fuerte, no bobo”.
No se le puede negar a la gente que busque un lugar mejor para vivir, pero paralelamente se le deben procurar las condiciones para que lo haga con dignidad, rubro en el que los servicios básicos ocupan un rol fundamental. Sin embargo, se miró para otro lado cuando se produjeron las masivas ocupaciones ilegales (la mayoría incentivada por inescrupulosos empresarios de la construcción que traían mano de obra barata del norte) y no se supo cómo conciliar un código penal laxo con la creciente violencia que hoy hace de Comodoro la ciudad con la tasa de homicidios más alta del país. Es cierto que muchos de esos crímenes son endogámicos y se producen dentro de un sector social marginalizado, pero la situación no deja de ser grave.
Los olvidados
El 17 de febrero de 2010 llovió como pocas veces en Comodoro. Fue una tormenta de no más de seis horas que puso al desnudo la falta de estructura de la ciudad para enfrentar situaciones no previstas. En esas horas murieron tres personas. Lo paradójico es que el fenómeno se repitió en abril de 2011 y ahora ocurrió de nuevo, precisamente el último 14 de enero.
La única diferencia con el desastre inicial es que en las dos últimas ocasiones no murió nadie. El resto, casi calcado. Calles anegadas, comercios inundados, gente tapada por el agua, evacuados y funcionarios que improvisan sobre la marcha. La última de las tormentas tuvo lugar pocos días después de que Di Pierro dijera aquello de la repotenciación del acueducto que sonó a sinónimo de previsión.
En este aspecto, hay que reconocer que ya se trabajaba en el tema en lo que hace al aterrazamiento del cerro Chenque, siempre tan amenazante con sus movimientos. Esta vez, dicen, ese trabajo ayudó al menos a que el centro de la ciudad pudiera ser rápidamente despejado de barro en las horas siguientes al temporal.
No ocurrió lo mismo en los barrios altos del oeste de la ciudad, donde ya se confirmó que 70 familias no podrán volver a sus hogares porque sus vidas corren peligro. No solo deben ser reubicadas, sino que el municipio deberá hacer lo necesario para que en esos sectores no vuelva a instalarse nadie más. En los últimos años es habitual ocupar lotes donde se los encuentre para levantar precarias construcciones que algunos venden más adelante.
El control es un tema pendiente. “Tratamos de organizar como podemos este caos”, le respondió hace pocos días el subsecretario local de Tierras a un grupo que exigía lotes. Se trata de Alberto Parada, un conocido dirigente del PJ que hasta fue diputado nacional y que siempre ocupó puestos en la estructura estatal, tanto provincial como municipal.
Lo cierto es que la inequidad conduce a la violencia. Los últimos que llegaron se dieron de bruces con una realidad: solamente en el petróleo hay sueldos altos, y no hay trabajo para todos. El resto debe hacer de satélite y comprobar a diario que la ciudad se maneja con valores que marca la industria hidrocarburífera.
En este contexto, el acuerdo de fines de enero con la mañosa Pan American Energy para subir equipos a Cerro Dragón es una buena noticia económica para quienes se desempeñan en la actividad, así como para quienes les cobran regalías para que la maquinaria continúe funcionando.
El 1,5% más que recibirá desde este año Comodoro (a compartir con Rada Tilly, Sarmiento, Río Mayo y Río Senguer) no representa un volumen considerable (300 millones de pesos en el mejor de los casos) como para esperar milagros. Sin embargo, se trató de un gesto simbólico importante para el sur de Chubut, dado que algunos sintieron que por una vez le torcieron la muñeca al Valle. Habrá que ver en los próximos turnos electorales el costo político a pagar.
Mientras tanto, enero es noticia policial nuevamente porque en Comodoro se produjeron seis crímenes, dos de ellos claramente con fines de robo. Las víctimas fueron un peluquero que había llegado de Corrientes y un sereno de Gaiman que pensó que en Comodoro podría darle una mejor vida a su familia.
Otra víctima fue una chica de Esquel que era continuamente golpeada por su pareja, alguien que se manejaría en el círculo del tráfico de estupefacientes, lo cual ha pasado a ser moneda corriente en los últimos años, sin que la policía esté a la altura de las circunstancias. Si hasta los jóvenes agentes que andan en la calle suelen recibir furibundas palizas en barrios donde la seguridad brilla por su ausencia.
Autoridades cercadas
En este aspecto, las autoridades políticas de Comodoro también se ven obligadas a dar respuesta. Y lo hacen como saben, con métodos más cercanos a la mano dura que a la contención social, más allá de que el secretario de Cultura, Daniel Vleminchx, diga con crudeza que “es hora de que los muchachos de la esquina dejen la birra y el faso y empiecen a bailar hip hop”.
El intendente Di Pierro es frontal y no le interesa ser “políticamente correcto”. Pero así como a veces en su ciudad ello le juega a favor, como cuando marchó a la cabeza de los remiseros hasta la Oficina Judicial, o con su pelea en Rawson para que le dieran un puntito más de coparticipación, suele caer en acciones que lo afectan políticamente. El funcionamiento de la Secretaría de Seguridad es claramente una de ellas.
Es que el personal de la misma parece no tener claras sus funciones y así como participan de un control policial, pueden ser parte de la búsqueda de un auto robado al que cuando encuentran, no preservan adecuadamente para la obtención de huellas, y hasta se atreven a detener a sospechosos antes de que llegue la orden judicial, tal como les ocurrió en octubre último con un ciudadano dominicano en un escándalo de proporciones que trascendió la esfera municipal.
Algunos estudiosos del tema ya hablan de una especie de “conurbanización” de Comodoro, comparándola con el Gran Buenos Aires. Quizás no estén equivocados, más allá de que no haya ni punto de comparación entre ambas policías. La de Chubut por ahora solo peca de pasividad, y los “malditos policías” son excepciones por ahora, aunque algunos señalan que el GEOP están los mayores riesgos de descontrol.
Es un tema en agenda para 2013 que no se resuelve colocando más cámaras de seguridad en los sitios donde se sabe que no pueden ser destruidas. Tampoco con más policías en las esquinas céntricas en horario de comercio. Tal vez esto ayude, pero lejos está de ser una solución.
En tanto, llama la atención que no se involucren otras instituciones que, como la Universidad, podrían hacer un aporte más amplio a una problemática delicada que ya es tema de conversación obligada a toda hora y en cada familia.
En la película de Tony Scott detienen finalmente al descontrolado tren, como no podía ser de otro modo. Lo consiguen sus protagonistas (Denzel Washington y Chris Pine) de una manera poco ortodoxa: conduciendo su propia máquina en retroceso.
Aunque el año no empezó bien –una tormenta casi perfecta y más homicidios que en el primer mes de 2012-, el demorado acuerdo con PAE anunciado a fines de enero permite prever condiciones económicas aceptables para una ciudad obligada como nunca a planificar su futuro para evitar los desbordes e inequidades que se vienen produciendo con rigurosa periodicidad desde que a alguien se le ocurrió decir que esta ciudad era una especie de Kuwait de la Patagonia.
“La solución para que no haya cortes de agua está en la repotenciación del acueducto, una obra que nos va a llevar al menos tres años, pero bueno… en algún momento hay que hacerla, más allá de que sea otro el que finalmente la inaugure”, dijo a comienzos de enero –desde Buenos Aires- el intendente de Comodoro Rivadavia, Néstor Di Pierro.
Fue una atinada reflexión de un dirigente que conoce bien las necesidades de una ciudad a la que le cuesta gestionar en tiempo de austeridad y jóvenes brillantes que desde el entorno de Cristina poseen otros códigos.
Comodoro Rivadavia implosionó en los últimos cuatro años sin que la mayoría se diera cuenta, o al menos sin que la clase dirigente demostrara interés en acompañar los inevitables cambios con medidas que llevaran a un crecimiento en orden.
La “favelización” de inmensos sectores de la ciudad es una realidad.
La planificación nunca fue una marca característica en Comodoro, ni de sus ciudadanos ni de su clase política. Desde los años ‘60 del siglo pasado, cuando en lo que hoy son zonas residenciales surgían calles nuevas y pasajes por doquier y se accedía a un lote solo con hablar con “Barracosa”, a quien denominaban el “dueño de las tierras” y que en realidad era un empleado municipal audaz que marcó caminos en varios sentidos, la ciudad fue creciendo sin mayores conmociones. Ni siquiera el primer boom petrolero hizo mella en su fachada, aunque legó algunas costumbres. Aquel fulgor apenas dejó recuerdos, pero ninguna infraestructura digna de una ciudad moderna.
Descontrolados
Hay una película del recientemente malogrado Tony Scott titulada “Imparable”. Son casi dos horas de acción y suspenso que obligan a no perder detalle de lo que ocurre en un tren con material inflamable que iba camino al desguace y que de repente se les escapa de control a los operarios. A medida que circula por las vías de Chicago sin conductor, va cobrando velocidad y no hay forma de detenerlo, aunque se intentan varios métodos. El tiempo vuela y está por estrellarse contra un populoso barrio de la ciudad de Kenton (Ohio).
Hace unos cinco años hubo un gobernador en Chubut que pensó que podía ser Presidente de la Nación. Para ello utilizó todos los métodos que tenía a su disposición, entre ellos la lengua. Ese hombre afirmó que Comodoro Rivadavia era una especie de Kuwait donde no existía desocupación, había mucho petróleo para extraer, se pagaban altos salarios y faltaba mano de obra.
A partir de entonces, muchas veces en forma imperceptible, la ciudad comenzó a cambiar. Y no para bien. Se produjo una masiva migración hacia esta parte del mundo, mientras acá todavía no habían internalizado esa consigna K de que “ahora tenemos un Estado fuerte, no bobo”.
No se le puede negar a la gente que busque un lugar mejor para vivir, pero paralelamente se le deben procurar las condiciones para que lo haga con dignidad, rubro en el que los servicios básicos ocupan un rol fundamental. Sin embargo, se miró para otro lado cuando se produjeron las masivas ocupaciones ilegales (la mayoría incentivada por inescrupulosos empresarios de la construcción que traían mano de obra barata del norte) y no se supo cómo conciliar un código penal laxo con la creciente violencia que hoy hace de Comodoro la ciudad con la tasa de homicidios más alta del país. Es cierto que muchos de esos crímenes son endogámicos y se producen dentro de un sector social marginalizado, pero la situación no deja de ser grave.
Los olvidados
El 17 de febrero de 2010 llovió como pocas veces en Comodoro. Fue una tormenta de no más de seis horas que puso al desnudo la falta de estructura de la ciudad para enfrentar situaciones no previstas. En esas horas murieron tres personas. Lo paradójico es que el fenómeno se repitió en abril de 2011 y ahora ocurrió de nuevo, precisamente el último 14 de enero.
La única diferencia con el desastre inicial es que en las dos últimas ocasiones no murió nadie. El resto, casi calcado. Calles anegadas, comercios inundados, gente tapada por el agua, evacuados y funcionarios que improvisan sobre la marcha. La última de las tormentas tuvo lugar pocos días después de que Di Pierro dijera aquello de la repotenciación del acueducto que sonó a sinónimo de previsión.
En este aspecto, hay que reconocer que ya se trabajaba en el tema en lo que hace al aterrazamiento del cerro Chenque, siempre tan amenazante con sus movimientos. Esta vez, dicen, ese trabajo ayudó al menos a que el centro de la ciudad pudiera ser rápidamente despejado de barro en las horas siguientes al temporal.
No ocurrió lo mismo en los barrios altos del oeste de la ciudad, donde ya se confirmó que 70 familias no podrán volver a sus hogares porque sus vidas corren peligro. No solo deben ser reubicadas, sino que el municipio deberá hacer lo necesario para que en esos sectores no vuelva a instalarse nadie más. En los últimos años es habitual ocupar lotes donde se los encuentre para levantar precarias construcciones que algunos venden más adelante.
El control es un tema pendiente. “Tratamos de organizar como podemos este caos”, le respondió hace pocos días el subsecretario local de Tierras a un grupo que exigía lotes. Se trata de Alberto Parada, un conocido dirigente del PJ que hasta fue diputado nacional y que siempre ocupó puestos en la estructura estatal, tanto provincial como municipal.
Lo cierto es que la inequidad conduce a la violencia. Los últimos que llegaron se dieron de bruces con una realidad: solamente en el petróleo hay sueldos altos, y no hay trabajo para todos. El resto debe hacer de satélite y comprobar a diario que la ciudad se maneja con valores que marca la industria hidrocarburífera.
En este contexto, el acuerdo de fines de enero con la mañosa Pan American Energy para subir equipos a Cerro Dragón es una buena noticia económica para quienes se desempeñan en la actividad, así como para quienes les cobran regalías para que la maquinaria continúe funcionando.
El 1,5% más que recibirá desde este año Comodoro (a compartir con Rada Tilly, Sarmiento, Río Mayo y Río Senguer) no representa un volumen considerable (300 millones de pesos en el mejor de los casos) como para esperar milagros. Sin embargo, se trató de un gesto simbólico importante para el sur de Chubut, dado que algunos sintieron que por una vez le torcieron la muñeca al Valle. Habrá que ver en los próximos turnos electorales el costo político a pagar.
Mientras tanto, enero es noticia policial nuevamente porque en Comodoro se produjeron seis crímenes, dos de ellos claramente con fines de robo. Las víctimas fueron un peluquero que había llegado de Corrientes y un sereno de Gaiman que pensó que en Comodoro podría darle una mejor vida a su familia.
Otra víctima fue una chica de Esquel que era continuamente golpeada por su pareja, alguien que se manejaría en el círculo del tráfico de estupefacientes, lo cual ha pasado a ser moneda corriente en los últimos años, sin que la policía esté a la altura de las circunstancias. Si hasta los jóvenes agentes que andan en la calle suelen recibir furibundas palizas en barrios donde la seguridad brilla por su ausencia.
Autoridades cercadas
En este aspecto, las autoridades políticas de Comodoro también se ven obligadas a dar respuesta. Y lo hacen como saben, con métodos más cercanos a la mano dura que a la contención social, más allá de que el secretario de Cultura, Daniel Vleminchx, diga con crudeza que “es hora de que los muchachos de la esquina dejen la birra y el faso y empiecen a bailar hip hop”.
El intendente Di Pierro es frontal y no le interesa ser “políticamente correcto”. Pero así como a veces en su ciudad ello le juega a favor, como cuando marchó a la cabeza de los remiseros hasta la Oficina Judicial, o con su pelea en Rawson para que le dieran un puntito más de coparticipación, suele caer en acciones que lo afectan políticamente. El funcionamiento de la Secretaría de Seguridad es claramente una de ellas.
Es que el personal de la misma parece no tener claras sus funciones y así como participan de un control policial, pueden ser parte de la búsqueda de un auto robado al que cuando encuentran, no preservan adecuadamente para la obtención de huellas, y hasta se atreven a detener a sospechosos antes de que llegue la orden judicial, tal como les ocurrió en octubre último con un ciudadano dominicano en un escándalo de proporciones que trascendió la esfera municipal.
Algunos estudiosos del tema ya hablan de una especie de “conurbanización” de Comodoro, comparándola con el Gran Buenos Aires. Quizás no estén equivocados, más allá de que no haya ni punto de comparación entre ambas policías. La de Chubut por ahora solo peca de pasividad, y los “malditos policías” son excepciones por ahora, aunque algunos señalan que el GEOP están los mayores riesgos de descontrol.
Es un tema en agenda para 2013 que no se resuelve colocando más cámaras de seguridad en los sitios donde se sabe que no pueden ser destruidas. Tampoco con más policías en las esquinas céntricas en horario de comercio. Tal vez esto ayude, pero lejos está de ser una solución.
En tanto, llama la atención que no se involucren otras instituciones que, como la Universidad, podrían hacer un aporte más amplio a una problemática delicada que ya es tema de conversación obligada a toda hora y en cada familia.
En la película de Tony Scott detienen finalmente al descontrolado tren, como no podía ser de otro modo. Lo consiguen sus protagonistas (Denzel Washington y Chris Pine) de una manera poco ortodoxa: conduciendo su propia máquina en retroceso.