Sociedad
Nacido en manos de la dictadura: Montoneros, los ’70 y la memoriaPOR DAMIÁN ETCHEZAR.
Córdoba.
EES 114.
El hijo de Mario nació en 1976, en cautiverio, y vivió cinco años en un orfanato de Villa Allende (Córdoba). Por sus venas corre sangre patricia, pero la Federal había chupado a su madre, que era combatiente guerrillera. A veces el destino es más cínico que irónico: Mario nació en la misma cárcel donde su padre pasaría casi 6 años preso, ya entrada la democracia. Entre ríos de sangre y ausencias, en el trasfondo de su vida desfilan los personajes más extremos y polémicos de esa forma de entender y vivir la política que hizo eclosión en los setenta. Ahora es un cuadro político alineado con el modelo K. “Eso me gusta de los Kirchner, son como una guerrilla contra el mercado”, me dijo.
Un profesor nos decía que un periodista es siempre un traidor en potencia. No hablaba de los intereses que cualquiera asume representar por más o menos dinero en el terreno de los negocios, sino por el tipo de relación que entabla con cualquier persona, en cualquier circunstancia. De cualquier encuentro –decía— el periodista extrae información valedera para generar una noticia, contar una historia.
Una fuente confiada, sin ser mencionada, también podría considerarse traicionada cuando el dato, la opinión o la historia contada trascienden al público. Yo no sé que tan susceptible resultará Mario, ni cómo reaccionará ante esta evidencia. (Cómo proteger una fuente si lo que se quiere contar es la propia historia personal de esa fuente. No lo había notado hasta este punto. Qué le dirán Larroque, Máximo y los otros).
Todos hablan de “ella” pero La Cámpora es hermética. Nadie da notas como representante de la “Jota Ka”. Se supone que es una organización y que la comanda el hijo de Néstor, pero no tiene una estructura cierta, ni un estatuto, ni un manifiesto fundacional. Tampoco la conduce un cuerpo colegiado.
Se sabe que Mario –el protagonista de la historia que empiezo a contar–está en sus filas, y que opera en la provincia del gobernador De la Soja. Mario estaba serio cuando me decía que en Santa Cruz, al que padecimos como gobernador neoliberal fue uno de los políticos más hábiles de la historia argentina, que tomó decisiones bajo el modelo de Menem en una provincia de riqueza abundante y escasa población, pero que en realidad con su ojo en fuga observaba el porvenir, analizando el juego como un proceso que tendría revancha, y que ya está bien, es hora de que él o su esposa –desde la misma lógica capitalista que viene siendo su lógica— se siente a repartir de otra forma la torta: “50% por ciento para el capital, 50% para los trabajadores”.
El sabía que yo hago periodismo y que de eso intento vivir. Pero no le importó. Siempre que no divagábamos me contaba su historia y hablábamos de política. De a pedazos, entre copas, entre puchos. Entre otros y a solas. Nunca un micrófono. Casi siempre en su casa. La última vez que lo vi me dijo que eso era lo que más le gustaba de los Kirchner. Estaba parado frente a la barra de la cocina. Fumaba y leía en su computadora los pataleos de Morales Solá en La Nación y los diarios de España. “Son como una guerrilla contra el mercado”. Cristina acababa de darle un golpe en la nariz a Repsol y al rey casi le sale un tiro por la culata.
La expropiación de YPF era la noticia del día en el mundo. “Avanzan, dan un golpe y retroceden. Son batallas que hay que ir dando”. Los nenes faltaron a la escuela. Apenas se levantaron, se pusieron a jugar a algo de matar y morir en la compu. Cuando él se despertó, el más grande sabía lo que venía: “me tenés repodrido con ese jueguito. Ya te lo dije. ¡Re-podrido! ¿¡Acaso te va a hacer más inteligente ese jueguito, coño?!”. Se había enroscado y se le dije. Eran más de las 10 y él todavía dormía. Qué iba a hacer el pibe. ¿Leer El País?
La escena
Mario es economista –licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad de Barcelona–. Da clases en la Universidad Nacional de Córdoba y es militante de La Cámpora. Es un “cuadro político brillante”. Por lo menos así se lo dijeron supuestos “referentes kirchneristas” a ese periodista de La Voz del Interior que el último 4 de marzo firmó una nota bajo el título: “la militancia oculta del hijo de…”. Fue la nota que inspiró esta nota. Contra el abuso del potencial dan ganas de rebelarse.
La casita de Mario en Salsipuedes, Sierras Chicas de Córdoba, es diminuta. En el jardín impera un viejo algarrobo. En la huerta sólo quedan algunos zapallos. Su familia se aprovisiona de verduras organizando a varias decenas de vecinos, familias de “hippies” serranos y de clase media para comprar cada 15 días en el abasto cordobés y ahorrarse comunitariamente el abuso de los intermediarios y los brotes inflacionarios.
El portón siempre está abierto, los juguetes desparramados en el jardín, las puertas sin llave, las ventanas sin cortinas. Mario tiene una inteligencia abrumada de historia argentina y cultura general. Sabe un montón de un montón de cosas y en seguida le pinta. Te descuidás y te está dando cátedra sobre el cacicazgo y la tradición política latinoamericana, o sobre la época colonial y el nacimiento de la aristocracia nacional, sobre la generación del 80 y el mercado interno británico. Es didáctico y entretiene, aunque usa un “¿me explico?” que es una mierda.
Es muy humilde y cultiva un “bajísimo perfil” por portación de bautizo, per también lo hace de petiso. En eso dice que sale a la madre. Tiene el pelo largo y desprolijo. Fuma desde que se levanta. Esta mañana un amigo que mora todo lo que quiere en su quincho le prepara café y le atiende llamadas y mensajitos de texto. Lo acompaña en su amistad desde el 96. De allá, de Morris. Donde mataron a “los compañeros Gustavo Ramos y Abal Medina”. Él a la gran mayoría los heredó muertos, pero siguen siendo “compañeros”.
Su padre le fomentó el trabajo intelectual desde que pudo. Mario dice que nunca le pegaba, apenas lo retaba. Pero sermones. Uf. Montones. De horas. Estando preso él mismo lo preparó en matemáticas y ciencias naturales para que entrara al Nacional Buenos Aires. Lengua y Ciencias Sociales se lo dejó a la madre. “Las familias que en Argentina se disputaban el poder mandaban a sus hijos a ese Colegio”, me decía Mario. Su padre salió de ahí y él conoce de ahí al “Cuervo” Larroque, que es el segundo de Máximo en La Cámpora. Juntos fueron gobierno también entonces. Conducción del centro de estudiantes con el Frente de Lucha Estudiantil. Para Mario, crecer fue formarse como cuadro político. Iba a tener que protegerse de su propia historia y cuanto más entendiera, menos sufriría.
Las ideas
“El capitalismo es la mercantilización de la magia”, me había dicho una vez. Hablábamos de lo loco que es eso de que la ciencia venga a comprobar tarde lo que los antiguos vivían a diario. De lo “acojonante” que es esto del 2012, del ciclo astronómico y las profecías de tantas culturas. Joaquín, que desciende de los originarios de aquella tierra de quebrachos arrasados y es un copado de la historia de antes de la historia, nos contaba de los poderes que todos tenemos dormidos, de sus encuentros con viejos sabios y del valor de los elementos.
Mario llamaba “magia” a los fenómenos de la química y la física. Y llamaba mercantilización a la mala costumbre del sistema de convertir el mágico fruto de esos fenómenos en productos, estimulando necesidades ficticias en el público y contaminando la Tierra con ese “packaging de mierda, que cuestan más de lo que contiene. Es absurdo, coño”.
Mario es un nostálgico del almacén y de cuándo las galletitas se vendían por peso. No se banca que en el paquete las Oreo parezcan más ricas de lo que son ni que los publicistas adviertan que la imagen puede no representar fielmente el producto. También le oí definir a la guita como “el fetiche de la valoración”. “La guita es la representación de un supuesto. No existe”, me decía.
Una vez que hablamos de religión me dijo que era “cristiano por convicción y católico por tradición”. Que rescataba los pilares del “comunitarismo”, la “solidaridad”, la “ayuda mutua”. Lo bautizaron y se casó por iglesia en un mismo lugar: el Hogar Bethel, nombre bíblico que significa “Casa de Dios”. “Cómo no voy a ser cristiano si me crió un cura hasta los 5 años” me dijo aquella vez y me dejó de cara. Me contó que Luchesse había llegado a ordenarse gracias al padrinazgo de su abuelo materno, que era un vecino bien de Villa Allende. De los que santifican a dios, a la patria y la familia. De la orden de san Alfonso, de la que Luchesse se abrió apenas ordenado para financiar con apoyo privado su obra. El hogar cumple 50 años en 2012.
La alcurnia
La alcurnia del abuelo de Mario viene más por el lado de la madre que del padre. El abuelo fue juez y se dijo peronista un tiempo, pero era tan católico y de derecha que rompió con Perón cuando Perón rompió con la Iglesia. Se llamaba Guillermo Martínez Díaz. Su esposa se llamaba María Elpidia Agüero Díaz. No es coincidencia: esposo y esposa eran primos. Primos hermanos. El suyo fue un amor censurado, muy mal visto en la época. Se decía que podían nacer monstruos de cruzas semejantes y sus respectivas familias desaprobaron furiosamente el matrimonio. Pero en realidad “sólo les salieron guerrilleros. Chicos con deformaciones ideológicas” me dijo Mario una vez, riendo a carcajadas.
La aristocrática pareja de los Díaz-Díaz engendró en total 6 hijos. Guillermo “Polo” Martínez Agüero es el mayor. Cada tanto se despacha con alguna declaración estridente, diciendo que volvería a las armas y todo eso que tanto asustó a Jorge Rafael en septiembre último. El ex dictador en consecuencia le inició una causa. Polo está en Mendoza. Sigue militando. Sigue siendo de izquierda. Pero es “anti k”. Fue el monto original de la familia. De los que habían estado en Tucumán, en el monte, “cazando pajaritos para comer”. La madre de sus dos hijos está desaparecida. A él le sigue Gabriel, que en los setenta fue medio hippie, pacifista, y es ingeniero aeronáutico. Los tres siguientes también combatieron con Montoneros: José Agustín, que sigue desaparecido, la mamá de Mario, que acompaña al esposo en su exilio, y Soledad, que tiene al padre de sus hijos también desaparecido. El menor de los hermanos Martínez Agüero, Diego, se fue a Brasil a los 15 años y allá sigue, bien, gracias.
Mujica y la abuela montonera
Mujica, el cura tercermundista, era asesor espiritual del Colegio Nacional Buenos Aires. Entre “la banda de los pibes de Mujica” despuntó su liderazgo el padre de Mario. “En el 66 tenía 18 y ya iba pegado al cura”, junto a otros dos compañeros del Nacional: Carlos Ramos y Fernando Abal Medina. Como presidente de la Juventud de Estudiantes Católicos había empezado los contactos que cuajarían en Montoneros, pero sus primeras acciones las ejecutó para las Fuerzas Armadas Revolucionarias Peronistas. “Piquetes violentos en huelgas. Caños y miguelitos”.
Al año siguiente ajusticiaron a Aramburu. Mario me contó que al operativo Pindapoy se llamó así por el cartel del bar donde se juntaron a decidir donde llevarían al ex presidente de facto, el que derrocó al Perón en el 55. Así se presentó Montoneros, el 29 de mayo de 1970. El “Día del Ejército”, a un año del Cordobazo. Compañeros disfrazados de militares y policías fueron a buscar a su casa a la figura militar que mejor representaba a la oligarquía terrateniente argentina, para llevarlo a una supuesta reunión urgente en el comando central del ejército.
En realidad, como se sabe, marchó a un juicio revolucionario sumarísimo y recibió la muerte como castigo por sus actos contra Perón, Evita y su pueblo. “Onganía cayó enseguida”. Mario sabe detalles del operativo por su padre. También me comentó que antes de Cámpora, algunas encuestas del 73 decían que el 49% de la población argentina avalaba el accionar de los distintos grupos que fogoneaban con acciones guerrilleras una salida socialista para la Argentina. También me comentó que en la plaza de Río Cuarto todavía hay un monumento a Aramburu. Me recordó que la Constitución obliga a los argentinos a levantarse en armas contra cualquier opresor vuelto contra esa misma ley suprema.
“Como era garca, mi abuela le daba cobertura a montoneros. Yo que sé, les compraba casas. Cosas que necesitaran”, me comentó Mario y recordaba: “yo una vez le pregunté si era peronista y me dijo “no, yo soy montonera”. En plena dictadura sólo la abuela montonera podía ir a verlo, pero sin ser vista.
María Elpidia Agüero Díaz sí que tenía abolengo. En su línea genética aparece una doña Díaz que se casó con el mismísimo Julio Argentino Roca, entre otras esposadas con generales y demás nenes de fuste. Su esposo murió con 50 años allá por el 64, cuando la mamá de Mario tenía 15. Por eso ella pudo colaborar con la organización guerrillera de sus hijos. También iba a cuidar a Mario entre el resto de los chicos y les daba catequesis.
El chico camuflado
Era condición del cura que no hiciera distinción entre el nieto y sus cientos de hermanos. “Porque la dictadura sabía que yo estaba ahí, pero estaba camuflado entre 400 pibes. Hubieran tenido que hacer una tipo Nerón. Era imposible”. Mario entonces identificó al cura como a un padre, y como madre se agarró de La Pato, otra doña que iba al hogar a cuidar a los niños. Todavía la visita. Sigue viviendo en Villa Allende.
Yo lo conocí por medio del Mauro y la Rocío, que de tirar el paño manejan las relaciones públicas con mano diestra. Son más chamuyeros que artesanos y así empezaron la relación con “la gallega”.
Inmigrante en tierra hostil para la sangre de su progenie, en realidad su mujer, Berta, es catalana. Los tres hijos que tuvieron con Mario les salieron rubios y nacieron en España. La tarde del último día del 2009 él me contó que vinieron por una cuestión filosófica sobre todo. Allá el modelo de familia se reduce a 0, a lo sumo a 1 hijo y ya bien entrada esa segunda adolescencia que cada vez más europeos extienden hasta los 40.
“Todo lo que sea desandar el neoliberalismo, a Argentina le sirve”. Mario dice que en los 90 “nos descapitalizaron para romper la lógica de retroalimentación del capital humano”. Para él los argentinos tienen una “media cultural que muy pocos países del mundo tienen” y “ellos”, los del G8, los líderes y financistas del sistema, “saben que con los recursos naturales y los cerebros que tenemos en 20 años podemos ser un país súper desarrollado”. El chabón estaba exultante ese último día que nos vimos. Me decía que el mundo marcha tan rápido que nuestra generación llegaría a ver el mapamundi dado vuelta. No sé a quién atendió en el teléfono y le preguntaba: “¿cómo andan por ahí che, ¿contentos?”.
Mario y Berta se conocieron en una marcha contra la guerra de Irak, en 2003, en Barcelona, después de un festivo enfrentamiento con los milicos frente a la sede del gobierno, que fueron cuarteles de Franco y con Aznar volvieron al servicio de la guerra, esta vez en respaldo de yanquis y británicos contra Saddam.
Él iba disfrazado de hombre bomba y ella de cow-girl. En pedo, en un bar, entre revoltosos pacifistas de todo el mundo, Berta y Mario hablaron y se gustaron. Él le contó parte de su historia. A ella le encantó lo de la guerrilla y la patria socialista. Debía parecerse a la novia del Woody de Toy Story. El iba de musulmán. Un petiso con túnica siempre es gracioso. Pero cuando me lo contó se me vino a la cabeza “el Palito Ortega montonero”: Bombita Rodríguez. La parodia de Capusoto sobre los compañeros no le molesta. Nos reímos.
Recuerdos de familia
El abuelo paterno de Mario era obrero, pero se recibió de ingeniero a los 30, ya con hijos. Y su abuela era docente. Mario no tiene precisiones sobre el flechazo entre su padre y su madre, pero le gusta pensar que su viejo ganaba con la viola. Polo ya estaba adentro y ella se convenció de entrar a “la orga” después de conocer al padre de Mario, que cuando lo recuerda cantando zambas se ríe solo. Me dijo que cantaba “sentidamente, pero raro”.
La avenida que conduce a ese pueblo cheto de las afueras de Córdoba lleva el nombre del cura que los casó en 1973 en secreto. El mismísimo Padre Luchesse. Fue un casamiento clandestino, en las recoletas lomas de Villa Allende, frente al Golf, en casa de la abuela materna.
El padre de Mario tenía 22 años y era secretario general, el jefe político de la organización que con las armas disputaba la conducción del peronismo. Por el otro lado, la Triple A cazaba guerrilleros y disputaba con las armas el movimiento de Perón hacia la derecha.
Cámpora ganó el gobierno y el general, en un día recordado con dolor y furia, desde el palco echó a los “imberbes” de la Plaza. Ya había decidido de qué lado estar durante los pocos días que le quedaban de vida. Los Montoneros bajaron las banderas pero no las armas.
Mario y sus hermanos son cinco. Un montón, considerando que son hijos de guerrilleros que, perseguidos, sobrevivían entre operativos, mudando de residencia, de aspecto y de identidad. Mario explica que en situaciones extremas “se dispara la fertilidad”. Que es estadístico. “Posta boludo, es un mecanismo biológico de supervivencia de la especie”, me decía. “Si hoy hay una guerra el año que viene hay baby boom”. El caso de montoneros no era una excepción.
“Esos pibes” peleaban su “pequeña guerra contra la oligarquía” y mientras vivieron concibieron “bocha de hijos”. La hermana mayor de Mario nació en 1975 y rompió la tradición: la liberaron del Elpidia pero le pegaron el María. Él nació en diciembre del 76 y le encajaron el Mario y un distintivo Javier como segundo nombre. En el medio ocurrieron algunos otros hechos trascendentales. Las Fuerzas Armadas derrocaron a Isabel Perón, el Estado oficializó su misión de aniquilar sistemáticamente a los guerrilleros y todo el que se le pareciera, y la madre de Mario fue capturada por la Federal cuando iba a encontrarse con otros dos compañeros, en una esquina de la zona norte del gran Buenos Aires. Se encontró con uno y en el auto estacionado enfrente encontró la mirada del tercero, que los había delatado. María se zafó del brazo del cana que la apresó al instante y corrió con todas su fuerzas. Se metió en una casa cualquiera y ahí volvieron a alcanzarla. Ella todavía no lo sabía, pero lo sospechaba. Esa misma mañana había ido a dejar al laboratorio el frasquito con pis. Ya estaba embarazada de Mario, su segundo hijo.
Se la llevaron al chupadero que funcionaba en el edificio central de la Federal. La habían apresado sin saber quién era su compañero. Ella era combatiente rasa. Vivía con él y con la hija de ambos, con su madre y con su hermana, todos en una misma casa. Frente al aparato de inteligencia estatal no pudo fingir por mucho tiempo que nada tenía que ver con el jefe montonero. “Desde ahí la usan como mecanismo de presión oficial”. Pasó a ser una “presa política sujeta a negociación” y terminó asumiendo que algo habían tenido, pero que ya estaban separados.
Fue entonces cuando la Junta se lo propuso a la abuela María Elpidia. “Señora: si nos entrega a su yerno le devolvemos viva a su hija”. El acuerdo no se celebró porque según cuenta Mario, la abuela no cedió. A su padre, Montoneros lo había mandado a Cuba. A su madre la mudaron a la cárcel de Devoto, al pabellón de presas políticas donde Mario nació a 9 meses del golpe. Por intermedio de la abuela, el padre Luchesse había vuelto a aparecer en la historia y ya antes de nacer el bebé gozaba de protección. Los altos mandos de la Iglesia habían intervenido ante la junta para que con la criatura no jodieran.
Además, había entonces una disposición “legal” que decía que los hijos de presas políticas no podían pasar en la cárcel más de 7 meses. Cumplido ese plazo se lo darían al familiar que los reclamara o en adopción. Luchesse mismo lo buscó a Mario y lo llevó a su hogar. La abuela tenía 2 hijos en el exilio, a Polo preso en Rawson desde el 75 y a José Agustín ya desaparecido. Seguía colaborando con la organización. No podía criar al bebé nacido en cautiverio.
Mario estaba por cumplir 5 años cuando a su madre le dieron la libertad vigilada. En diciembre del 81. Su padre seguía exiliado. La “contraofensiva” de Montoneros ya había fracasado pero la cúpula seguía operando desde el exterior contra el gobierno de facto. El mundo ya sabía que el gobierno argento no se ajustaba a derecho ni era humano.
En el 79 una comisión evaluadora del mundo occidental, desarrollado y cristiano, había venido a constatarlo provocando que la dictadura asesinara a todos los desaparecidos que mantenía con vida para limpiar la escena del crimen. Pero ahora los milicos caían por su propio peso. Mario conserva flashes de aquel día en que esa mujer llegó a vivir con él al hogar de Luchesse. Después de un lustro de criarlo como huérfano, de un día para otro el cura le dijo que, en realidad, Mario sí tenía una madre y ahí nomás se la presentó.
Mario no entendía. El cura le dijo que esa noche tenía que dormir con esa extraña. No quiso saber nada. “Me escapé para irme con La Pato”. Pero pasaron los días. Madre e hijo fueron recuperando su relación y en medio de la distracción general, el 2 de abril del 82 dejaron el hogar, tomaron un colectivo hasta Iguazú con la abuela montonera, y con Méjico como destino, cruzaron la frontera a Brasil caminando. Desde ahí Mario empieza a tener recuerdos más firmes sobre su historia. Se recuerda bajando del avión de mano de su madre en el aeropuerto del DF. Recuerda la imagen enorme de ese señor del que le hablaba su mamá en el hogar de Luchesse. Lo recuerda de pie, tomado de la mano de su hermanita María, un año mayor. Y recuerda que pisó tierra firme y corrió y se trepó a los brazos del jefe montonero Mario Firmenich, su padre.
Córdoba.
EES 114.
El hijo de Mario nació en 1976, en cautiverio, y vivió cinco años en un orfanato de Villa Allende (Córdoba). Por sus venas corre sangre patricia, pero la Federal había chupado a su madre, que era combatiente guerrillera. A veces el destino es más cínico que irónico: Mario nació en la misma cárcel donde su padre pasaría casi 6 años preso, ya entrada la democracia. Entre ríos de sangre y ausencias, en el trasfondo de su vida desfilan los personajes más extremos y polémicos de esa forma de entender y vivir la política que hizo eclosión en los setenta. Ahora es un cuadro político alineado con el modelo K. “Eso me gusta de los Kirchner, son como una guerrilla contra el mercado”, me dijo.
Un profesor nos decía que un periodista es siempre un traidor en potencia. No hablaba de los intereses que cualquiera asume representar por más o menos dinero en el terreno de los negocios, sino por el tipo de relación que entabla con cualquier persona, en cualquier circunstancia. De cualquier encuentro –decía— el periodista extrae información valedera para generar una noticia, contar una historia.
Una fuente confiada, sin ser mencionada, también podría considerarse traicionada cuando el dato, la opinión o la historia contada trascienden al público. Yo no sé que tan susceptible resultará Mario, ni cómo reaccionará ante esta evidencia. (Cómo proteger una fuente si lo que se quiere contar es la propia historia personal de esa fuente. No lo había notado hasta este punto. Qué le dirán Larroque, Máximo y los otros).
Todos hablan de “ella” pero La Cámpora es hermética. Nadie da notas como representante de la “Jota Ka”. Se supone que es una organización y que la comanda el hijo de Néstor, pero no tiene una estructura cierta, ni un estatuto, ni un manifiesto fundacional. Tampoco la conduce un cuerpo colegiado.
Se sabe que Mario –el protagonista de la historia que empiezo a contar–está en sus filas, y que opera en la provincia del gobernador De la Soja. Mario estaba serio cuando me decía que en Santa Cruz, al que padecimos como gobernador neoliberal fue uno de los políticos más hábiles de la historia argentina, que tomó decisiones bajo el modelo de Menem en una provincia de riqueza abundante y escasa población, pero que en realidad con su ojo en fuga observaba el porvenir, analizando el juego como un proceso que tendría revancha, y que ya está bien, es hora de que él o su esposa –desde la misma lógica capitalista que viene siendo su lógica— se siente a repartir de otra forma la torta: “50% por ciento para el capital, 50% para los trabajadores”.
El sabía que yo hago periodismo y que de eso intento vivir. Pero no le importó. Siempre que no divagábamos me contaba su historia y hablábamos de política. De a pedazos, entre copas, entre puchos. Entre otros y a solas. Nunca un micrófono. Casi siempre en su casa. La última vez que lo vi me dijo que eso era lo que más le gustaba de los Kirchner. Estaba parado frente a la barra de la cocina. Fumaba y leía en su computadora los pataleos de Morales Solá en La Nación y los diarios de España. “Son como una guerrilla contra el mercado”. Cristina acababa de darle un golpe en la nariz a Repsol y al rey casi le sale un tiro por la culata.
La expropiación de YPF era la noticia del día en el mundo. “Avanzan, dan un golpe y retroceden. Son batallas que hay que ir dando”. Los nenes faltaron a la escuela. Apenas se levantaron, se pusieron a jugar a algo de matar y morir en la compu. Cuando él se despertó, el más grande sabía lo que venía: “me tenés repodrido con ese jueguito. Ya te lo dije. ¡Re-podrido! ¿¡Acaso te va a hacer más inteligente ese jueguito, coño?!”. Se había enroscado y se le dije. Eran más de las 10 y él todavía dormía. Qué iba a hacer el pibe. ¿Leer El País?
La escena
Mario es economista –licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad de Barcelona–. Da clases en la Universidad Nacional de Córdoba y es militante de La Cámpora. Es un “cuadro político brillante”. Por lo menos así se lo dijeron supuestos “referentes kirchneristas” a ese periodista de La Voz del Interior que el último 4 de marzo firmó una nota bajo el título: “la militancia oculta del hijo de…”. Fue la nota que inspiró esta nota. Contra el abuso del potencial dan ganas de rebelarse.
La casita de Mario en Salsipuedes, Sierras Chicas de Córdoba, es diminuta. En el jardín impera un viejo algarrobo. En la huerta sólo quedan algunos zapallos. Su familia se aprovisiona de verduras organizando a varias decenas de vecinos, familias de “hippies” serranos y de clase media para comprar cada 15 días en el abasto cordobés y ahorrarse comunitariamente el abuso de los intermediarios y los brotes inflacionarios.
El portón siempre está abierto, los juguetes desparramados en el jardín, las puertas sin llave, las ventanas sin cortinas. Mario tiene una inteligencia abrumada de historia argentina y cultura general. Sabe un montón de un montón de cosas y en seguida le pinta. Te descuidás y te está dando cátedra sobre el cacicazgo y la tradición política latinoamericana, o sobre la época colonial y el nacimiento de la aristocracia nacional, sobre la generación del 80 y el mercado interno británico. Es didáctico y entretiene, aunque usa un “¿me explico?” que es una mierda.
Es muy humilde y cultiva un “bajísimo perfil” por portación de bautizo, per también lo hace de petiso. En eso dice que sale a la madre. Tiene el pelo largo y desprolijo. Fuma desde que se levanta. Esta mañana un amigo que mora todo lo que quiere en su quincho le prepara café y le atiende llamadas y mensajitos de texto. Lo acompaña en su amistad desde el 96. De allá, de Morris. Donde mataron a “los compañeros Gustavo Ramos y Abal Medina”. Él a la gran mayoría los heredó muertos, pero siguen siendo “compañeros”.
Su padre le fomentó el trabajo intelectual desde que pudo. Mario dice que nunca le pegaba, apenas lo retaba. Pero sermones. Uf. Montones. De horas. Estando preso él mismo lo preparó en matemáticas y ciencias naturales para que entrara al Nacional Buenos Aires. Lengua y Ciencias Sociales se lo dejó a la madre. “Las familias que en Argentina se disputaban el poder mandaban a sus hijos a ese Colegio”, me decía Mario. Su padre salió de ahí y él conoce de ahí al “Cuervo” Larroque, que es el segundo de Máximo en La Cámpora. Juntos fueron gobierno también entonces. Conducción del centro de estudiantes con el Frente de Lucha Estudiantil. Para Mario, crecer fue formarse como cuadro político. Iba a tener que protegerse de su propia historia y cuanto más entendiera, menos sufriría.
Las ideas
“El capitalismo es la mercantilización de la magia”, me había dicho una vez. Hablábamos de lo loco que es eso de que la ciencia venga a comprobar tarde lo que los antiguos vivían a diario. De lo “acojonante” que es esto del 2012, del ciclo astronómico y las profecías de tantas culturas. Joaquín, que desciende de los originarios de aquella tierra de quebrachos arrasados y es un copado de la historia de antes de la historia, nos contaba de los poderes que todos tenemos dormidos, de sus encuentros con viejos sabios y del valor de los elementos.
Mario llamaba “magia” a los fenómenos de la química y la física. Y llamaba mercantilización a la mala costumbre del sistema de convertir el mágico fruto de esos fenómenos en productos, estimulando necesidades ficticias en el público y contaminando la Tierra con ese “packaging de mierda, que cuestan más de lo que contiene. Es absurdo, coño”.
Mario es un nostálgico del almacén y de cuándo las galletitas se vendían por peso. No se banca que en el paquete las Oreo parezcan más ricas de lo que son ni que los publicistas adviertan que la imagen puede no representar fielmente el producto. También le oí definir a la guita como “el fetiche de la valoración”. “La guita es la representación de un supuesto. No existe”, me decía.
Una vez que hablamos de religión me dijo que era “cristiano por convicción y católico por tradición”. Que rescataba los pilares del “comunitarismo”, la “solidaridad”, la “ayuda mutua”. Lo bautizaron y se casó por iglesia en un mismo lugar: el Hogar Bethel, nombre bíblico que significa “Casa de Dios”. “Cómo no voy a ser cristiano si me crió un cura hasta los 5 años” me dijo aquella vez y me dejó de cara. Me contó que Luchesse había llegado a ordenarse gracias al padrinazgo de su abuelo materno, que era un vecino bien de Villa Allende. De los que santifican a dios, a la patria y la familia. De la orden de san Alfonso, de la que Luchesse se abrió apenas ordenado para financiar con apoyo privado su obra. El hogar cumple 50 años en 2012.
La alcurnia
La alcurnia del abuelo de Mario viene más por el lado de la madre que del padre. El abuelo fue juez y se dijo peronista un tiempo, pero era tan católico y de derecha que rompió con Perón cuando Perón rompió con la Iglesia. Se llamaba Guillermo Martínez Díaz. Su esposa se llamaba María Elpidia Agüero Díaz. No es coincidencia: esposo y esposa eran primos. Primos hermanos. El suyo fue un amor censurado, muy mal visto en la época. Se decía que podían nacer monstruos de cruzas semejantes y sus respectivas familias desaprobaron furiosamente el matrimonio. Pero en realidad “sólo les salieron guerrilleros. Chicos con deformaciones ideológicas” me dijo Mario una vez, riendo a carcajadas.
La aristocrática pareja de los Díaz-Díaz engendró en total 6 hijos. Guillermo “Polo” Martínez Agüero es el mayor. Cada tanto se despacha con alguna declaración estridente, diciendo que volvería a las armas y todo eso que tanto asustó a Jorge Rafael en septiembre último. El ex dictador en consecuencia le inició una causa. Polo está en Mendoza. Sigue militando. Sigue siendo de izquierda. Pero es “anti k”. Fue el monto original de la familia. De los que habían estado en Tucumán, en el monte, “cazando pajaritos para comer”. La madre de sus dos hijos está desaparecida. A él le sigue Gabriel, que en los setenta fue medio hippie, pacifista, y es ingeniero aeronáutico. Los tres siguientes también combatieron con Montoneros: José Agustín, que sigue desaparecido, la mamá de Mario, que acompaña al esposo en su exilio, y Soledad, que tiene al padre de sus hijos también desaparecido. El menor de los hermanos Martínez Agüero, Diego, se fue a Brasil a los 15 años y allá sigue, bien, gracias.
Mujica y la abuela montonera
Mujica, el cura tercermundista, era asesor espiritual del Colegio Nacional Buenos Aires. Entre “la banda de los pibes de Mujica” despuntó su liderazgo el padre de Mario. “En el 66 tenía 18 y ya iba pegado al cura”, junto a otros dos compañeros del Nacional: Carlos Ramos y Fernando Abal Medina. Como presidente de la Juventud de Estudiantes Católicos había empezado los contactos que cuajarían en Montoneros, pero sus primeras acciones las ejecutó para las Fuerzas Armadas Revolucionarias Peronistas. “Piquetes violentos en huelgas. Caños y miguelitos”.
Al año siguiente ajusticiaron a Aramburu. Mario me contó que al operativo Pindapoy se llamó así por el cartel del bar donde se juntaron a decidir donde llevarían al ex presidente de facto, el que derrocó al Perón en el 55. Así se presentó Montoneros, el 29 de mayo de 1970. El “Día del Ejército”, a un año del Cordobazo. Compañeros disfrazados de militares y policías fueron a buscar a su casa a la figura militar que mejor representaba a la oligarquía terrateniente argentina, para llevarlo a una supuesta reunión urgente en el comando central del ejército.
En realidad, como se sabe, marchó a un juicio revolucionario sumarísimo y recibió la muerte como castigo por sus actos contra Perón, Evita y su pueblo. “Onganía cayó enseguida”. Mario sabe detalles del operativo por su padre. También me comentó que antes de Cámpora, algunas encuestas del 73 decían que el 49% de la población argentina avalaba el accionar de los distintos grupos que fogoneaban con acciones guerrilleras una salida socialista para la Argentina. También me comentó que en la plaza de Río Cuarto todavía hay un monumento a Aramburu. Me recordó que la Constitución obliga a los argentinos a levantarse en armas contra cualquier opresor vuelto contra esa misma ley suprema.
“Como era garca, mi abuela le daba cobertura a montoneros. Yo que sé, les compraba casas. Cosas que necesitaran”, me comentó Mario y recordaba: “yo una vez le pregunté si era peronista y me dijo “no, yo soy montonera”. En plena dictadura sólo la abuela montonera podía ir a verlo, pero sin ser vista.
María Elpidia Agüero Díaz sí que tenía abolengo. En su línea genética aparece una doña Díaz que se casó con el mismísimo Julio Argentino Roca, entre otras esposadas con generales y demás nenes de fuste. Su esposo murió con 50 años allá por el 64, cuando la mamá de Mario tenía 15. Por eso ella pudo colaborar con la organización guerrillera de sus hijos. También iba a cuidar a Mario entre el resto de los chicos y les daba catequesis.
El chico camuflado
Era condición del cura que no hiciera distinción entre el nieto y sus cientos de hermanos. “Porque la dictadura sabía que yo estaba ahí, pero estaba camuflado entre 400 pibes. Hubieran tenido que hacer una tipo Nerón. Era imposible”. Mario entonces identificó al cura como a un padre, y como madre se agarró de La Pato, otra doña que iba al hogar a cuidar a los niños. Todavía la visita. Sigue viviendo en Villa Allende.
Yo lo conocí por medio del Mauro y la Rocío, que de tirar el paño manejan las relaciones públicas con mano diestra. Son más chamuyeros que artesanos y así empezaron la relación con “la gallega”.
Inmigrante en tierra hostil para la sangre de su progenie, en realidad su mujer, Berta, es catalana. Los tres hijos que tuvieron con Mario les salieron rubios y nacieron en España. La tarde del último día del 2009 él me contó que vinieron por una cuestión filosófica sobre todo. Allá el modelo de familia se reduce a 0, a lo sumo a 1 hijo y ya bien entrada esa segunda adolescencia que cada vez más europeos extienden hasta los 40.
“Todo lo que sea desandar el neoliberalismo, a Argentina le sirve”. Mario dice que en los 90 “nos descapitalizaron para romper la lógica de retroalimentación del capital humano”. Para él los argentinos tienen una “media cultural que muy pocos países del mundo tienen” y “ellos”, los del G8, los líderes y financistas del sistema, “saben que con los recursos naturales y los cerebros que tenemos en 20 años podemos ser un país súper desarrollado”. El chabón estaba exultante ese último día que nos vimos. Me decía que el mundo marcha tan rápido que nuestra generación llegaría a ver el mapamundi dado vuelta. No sé a quién atendió en el teléfono y le preguntaba: “¿cómo andan por ahí che, ¿contentos?”.
Mario y Berta se conocieron en una marcha contra la guerra de Irak, en 2003, en Barcelona, después de un festivo enfrentamiento con los milicos frente a la sede del gobierno, que fueron cuarteles de Franco y con Aznar volvieron al servicio de la guerra, esta vez en respaldo de yanquis y británicos contra Saddam.
Él iba disfrazado de hombre bomba y ella de cow-girl. En pedo, en un bar, entre revoltosos pacifistas de todo el mundo, Berta y Mario hablaron y se gustaron. Él le contó parte de su historia. A ella le encantó lo de la guerrilla y la patria socialista. Debía parecerse a la novia del Woody de Toy Story. El iba de musulmán. Un petiso con túnica siempre es gracioso. Pero cuando me lo contó se me vino a la cabeza “el Palito Ortega montonero”: Bombita Rodríguez. La parodia de Capusoto sobre los compañeros no le molesta. Nos reímos.
Recuerdos de familia
El abuelo paterno de Mario era obrero, pero se recibió de ingeniero a los 30, ya con hijos. Y su abuela era docente. Mario no tiene precisiones sobre el flechazo entre su padre y su madre, pero le gusta pensar que su viejo ganaba con la viola. Polo ya estaba adentro y ella se convenció de entrar a “la orga” después de conocer al padre de Mario, que cuando lo recuerda cantando zambas se ríe solo. Me dijo que cantaba “sentidamente, pero raro”.
La avenida que conduce a ese pueblo cheto de las afueras de Córdoba lleva el nombre del cura que los casó en 1973 en secreto. El mismísimo Padre Luchesse. Fue un casamiento clandestino, en las recoletas lomas de Villa Allende, frente al Golf, en casa de la abuela materna.
El padre de Mario tenía 22 años y era secretario general, el jefe político de la organización que con las armas disputaba la conducción del peronismo. Por el otro lado, la Triple A cazaba guerrilleros y disputaba con las armas el movimiento de Perón hacia la derecha.
Cámpora ganó el gobierno y el general, en un día recordado con dolor y furia, desde el palco echó a los “imberbes” de la Plaza. Ya había decidido de qué lado estar durante los pocos días que le quedaban de vida. Los Montoneros bajaron las banderas pero no las armas.
Mario y sus hermanos son cinco. Un montón, considerando que son hijos de guerrilleros que, perseguidos, sobrevivían entre operativos, mudando de residencia, de aspecto y de identidad. Mario explica que en situaciones extremas “se dispara la fertilidad”. Que es estadístico. “Posta boludo, es un mecanismo biológico de supervivencia de la especie”, me decía. “Si hoy hay una guerra el año que viene hay baby boom”. El caso de montoneros no era una excepción.
“Esos pibes” peleaban su “pequeña guerra contra la oligarquía” y mientras vivieron concibieron “bocha de hijos”. La hermana mayor de Mario nació en 1975 y rompió la tradición: la liberaron del Elpidia pero le pegaron el María. Él nació en diciembre del 76 y le encajaron el Mario y un distintivo Javier como segundo nombre. En el medio ocurrieron algunos otros hechos trascendentales. Las Fuerzas Armadas derrocaron a Isabel Perón, el Estado oficializó su misión de aniquilar sistemáticamente a los guerrilleros y todo el que se le pareciera, y la madre de Mario fue capturada por la Federal cuando iba a encontrarse con otros dos compañeros, en una esquina de la zona norte del gran Buenos Aires. Se encontró con uno y en el auto estacionado enfrente encontró la mirada del tercero, que los había delatado. María se zafó del brazo del cana que la apresó al instante y corrió con todas su fuerzas. Se metió en una casa cualquiera y ahí volvieron a alcanzarla. Ella todavía no lo sabía, pero lo sospechaba. Esa misma mañana había ido a dejar al laboratorio el frasquito con pis. Ya estaba embarazada de Mario, su segundo hijo.
Se la llevaron al chupadero que funcionaba en el edificio central de la Federal. La habían apresado sin saber quién era su compañero. Ella era combatiente rasa. Vivía con él y con la hija de ambos, con su madre y con su hermana, todos en una misma casa. Frente al aparato de inteligencia estatal no pudo fingir por mucho tiempo que nada tenía que ver con el jefe montonero. “Desde ahí la usan como mecanismo de presión oficial”. Pasó a ser una “presa política sujeta a negociación” y terminó asumiendo que algo habían tenido, pero que ya estaban separados.
Fue entonces cuando la Junta se lo propuso a la abuela María Elpidia. “Señora: si nos entrega a su yerno le devolvemos viva a su hija”. El acuerdo no se celebró porque según cuenta Mario, la abuela no cedió. A su padre, Montoneros lo había mandado a Cuba. A su madre la mudaron a la cárcel de Devoto, al pabellón de presas políticas donde Mario nació a 9 meses del golpe. Por intermedio de la abuela, el padre Luchesse había vuelto a aparecer en la historia y ya antes de nacer el bebé gozaba de protección. Los altos mandos de la Iglesia habían intervenido ante la junta para que con la criatura no jodieran.
Además, había entonces una disposición “legal” que decía que los hijos de presas políticas no podían pasar en la cárcel más de 7 meses. Cumplido ese plazo se lo darían al familiar que los reclamara o en adopción. Luchesse mismo lo buscó a Mario y lo llevó a su hogar. La abuela tenía 2 hijos en el exilio, a Polo preso en Rawson desde el 75 y a José Agustín ya desaparecido. Seguía colaborando con la organización. No podía criar al bebé nacido en cautiverio.
Mario estaba por cumplir 5 años cuando a su madre le dieron la libertad vigilada. En diciembre del 81. Su padre seguía exiliado. La “contraofensiva” de Montoneros ya había fracasado pero la cúpula seguía operando desde el exterior contra el gobierno de facto. El mundo ya sabía que el gobierno argento no se ajustaba a derecho ni era humano.
En el 79 una comisión evaluadora del mundo occidental, desarrollado y cristiano, había venido a constatarlo provocando que la dictadura asesinara a todos los desaparecidos que mantenía con vida para limpiar la escena del crimen. Pero ahora los milicos caían por su propio peso. Mario conserva flashes de aquel día en que esa mujer llegó a vivir con él al hogar de Luchesse. Después de un lustro de criarlo como huérfano, de un día para otro el cura le dijo que, en realidad, Mario sí tenía una madre y ahí nomás se la presentó.
Mario no entendía. El cura le dijo que esa noche tenía que dormir con esa extraña. No quiso saber nada. “Me escapé para irme con La Pato”. Pero pasaron los días. Madre e hijo fueron recuperando su relación y en medio de la distracción general, el 2 de abril del 82 dejaron el hogar, tomaron un colectivo hasta Iguazú con la abuela montonera, y con Méjico como destino, cruzaron la frontera a Brasil caminando. Desde ahí Mario empieza a tener recuerdos más firmes sobre su historia. Se recuerda bajando del avión de mano de su madre en el aeropuerto del DF. Recuerda la imagen enorme de ese señor del que le hablaba su mamá en el hogar de Luchesse. Lo recuerda de pie, tomado de la mano de su hermanita María, un año mayor. Y recuerda que pisó tierra firme y corrió y se trepó a los brazos del jefe montonero Mario Firmenich, su padre.