Sociedad
Bananas: Woody Allen no cree en las revolucionesNo es Woody Allen un intelectual con carnet (político). Desconfiado como es, difícilmente le veremos algún día apostando ciegamente por un proyecto político. Creo que su escepticismo se lo impide.
Y Bananas es una de las películas en que más se deja ver este escepticismo político de Woody Allen. Escepticismo político que en realidad no es otra cosa que escepticismo ante el ser humano.
Bananas, escrita en 1971, segunda película de Allen como director, se leyó en su momento como una crítica de la dictadura y la revolución cubana.
Casi medio siglo después, la película sigue siendo igual de útil para explicar el triunfo de algunas revoluciones populistas en América Latina a la vez que sirve para analizar otros fenómenos políticos como el del nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Dicen que una obra maestra es aquella que mucho tiempo después de ser escrita sigue plenamente vigente. En este caso, no es sólo que Bananas conserve plenamente su vigencia, que también, sino que además la ha incrementado al poder ser leída como una premonición de la llegada de otros tipos de populismos, como el de Trump.
Volviendo a la película, vemos que esta se sitúa en la ficticia república de San Marcos en plena dictadura de un general que dice cosas como “Yo soy el Estado, acabaré con los periódicos, entrenaré a mis soldados y encontraré a los rebeldes”. Suena a un dictador como el cubano Batista, ¿verdad?. Y suena también a Donald Trump.
En Bananas, Woody Allen caricaturiza al dictador y en un inicio parece tomar partido por los rebeldes. El director interpreta a Fielding Mellish, un tipo de Manhattan con poca suerte en la vida que un día (después de que Nancy, su novia izquierdista y activista, lo deje) decide emprender viaje a San Marcos, el país del dictador. Una vez llega, el dictador (por un giro de guion no explicado) decide invitarlo a cenar para conocerlo. En realidad, está pensando en matarlo pero que parezca obra de los rebeldes, así EE UU se pondrá de su parte.
Fielding Mellish sobrevive al ataque del Gobierno gracias a la ayuda de los rebeldes, liderados por Expósito, y se alía con ellos. Ayudará al éxito de la revolución. Un éxito que, sin embargo, no es lo que el inocente neoyorquino esperaba:
“Por fin este simpático país podrá descansar al son de una verdadera democracia, una tierra en la que ningún hombre es mejor que otro, donde hay igualdad de oportunidades y respeto por la ley y el orden”, dice un exultante Fielding Mellish.
Pero el líder de los rebeldes, Expósito, parece haber cambiado de opinión: “Ahora la ley soy yo”, le rebate.
Y el alter ego de Woody Allen insiste: Sí, pero pronto habrá elecciones libres y la gente podrá elegir a sus propios jefes”.
Y vuelve a toparse con las nuevas intenciones de Expósito: “Esta gente son campesinos, demasiado ignorantes para votar. No habrá elecciones hasta que yo lo decida”, concluye.
La escena, una de las mejores de la película, resume a la perfección la manera de entender la política de Woody Allen: No son las ideologías las que fallan, no son los sistemas, son las personas. Sus ansias de poder, su mezquindad, su egoísmo. Lo vemos aquí, al igual que dos años después lo veríamos en El Dormilón (Sleeper).
Y es que la nueva República está lejos de ser la soñada. El nuevo líder Expósito gobierna de manera arbitraria: Magistral la manera en que Woody Allen ejemplifica esta arbitrariedad, con el gag en que Expósito dictamina que la lengua oficial a partir de ese momento pasará a ser el sueco (guiño a su admirado Ingmar Bergman).
Pese a que la política es el nexo conductor de la película, Bananas recoge también otras críticas: Como la realizada a los medios de comunicación, con esa loca y absurda escena final en que la noche de bodas de Fielding Mellish y su amada activista Nancy se convierte en un espectáculo televisivo cual pelea de boxeo.
La escena final de Bananas es una crítica a la actual “telebasura”, que convierte en espectáculo la vida privada.
No faltan, tampoco, otros leitmotivs de la filmografía de Allen que ya en 1971 empezaban a tomar cuerpo: Como la complejidad de las relaciones personales (“me falta algo”, le dice Nancy, sin saber concretar qué es lo que le falta) o la inmadurez de Fielding Mellish “emocional, sexual e intelectual”, le dice ella. Inmadurez recurrente, por otro lado, en buena parte de los personajes que posteriormente interpretaría Woody Allen.
Otros aspectos de la película, sin embargo, son exclusivos de Bananas: Como el hecho de que esté rodada parcialmente en Puerto Rico o la música latina elegida para el inicio de la película (Quiero la noche), muy diferente a las habituales soundtracks de sus películas.
Fuente: menéame.net
Y Bananas es una de las películas en que más se deja ver este escepticismo político de Woody Allen. Escepticismo político que en realidad no es otra cosa que escepticismo ante el ser humano.
Bananas, escrita en 1971, segunda película de Allen como director, se leyó en su momento como una crítica de la dictadura y la revolución cubana.
Casi medio siglo después, la película sigue siendo igual de útil para explicar el triunfo de algunas revoluciones populistas en América Latina a la vez que sirve para analizar otros fenómenos políticos como el del nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Dicen que una obra maestra es aquella que mucho tiempo después de ser escrita sigue plenamente vigente. En este caso, no es sólo que Bananas conserve plenamente su vigencia, que también, sino que además la ha incrementado al poder ser leída como una premonición de la llegada de otros tipos de populismos, como el de Trump.
Volviendo a la película, vemos que esta se sitúa en la ficticia república de San Marcos en plena dictadura de un general que dice cosas como “Yo soy el Estado, acabaré con los periódicos, entrenaré a mis soldados y encontraré a los rebeldes”. Suena a un dictador como el cubano Batista, ¿verdad?. Y suena también a Donald Trump.
En Bananas, Woody Allen caricaturiza al dictador y en un inicio parece tomar partido por los rebeldes. El director interpreta a Fielding Mellish, un tipo de Manhattan con poca suerte en la vida que un día (después de que Nancy, su novia izquierdista y activista, lo deje) decide emprender viaje a San Marcos, el país del dictador. Una vez llega, el dictador (por un giro de guion no explicado) decide invitarlo a cenar para conocerlo. En realidad, está pensando en matarlo pero que parezca obra de los rebeldes, así EE UU se pondrá de su parte.
Fielding Mellish sobrevive al ataque del Gobierno gracias a la ayuda de los rebeldes, liderados por Expósito, y se alía con ellos. Ayudará al éxito de la revolución. Un éxito que, sin embargo, no es lo que el inocente neoyorquino esperaba:
“Por fin este simpático país podrá descansar al son de una verdadera democracia, una tierra en la que ningún hombre es mejor que otro, donde hay igualdad de oportunidades y respeto por la ley y el orden”, dice un exultante Fielding Mellish.
Pero el líder de los rebeldes, Expósito, parece haber cambiado de opinión: “Ahora la ley soy yo”, le rebate.
Y el alter ego de Woody Allen insiste: Sí, pero pronto habrá elecciones libres y la gente podrá elegir a sus propios jefes”.
Y vuelve a toparse con las nuevas intenciones de Expósito: “Esta gente son campesinos, demasiado ignorantes para votar. No habrá elecciones hasta que yo lo decida”, concluye.
La escena, una de las mejores de la película, resume a la perfección la manera de entender la política de Woody Allen: No son las ideologías las que fallan, no son los sistemas, son las personas. Sus ansias de poder, su mezquindad, su egoísmo. Lo vemos aquí, al igual que dos años después lo veríamos en El Dormilón (Sleeper).
Y es que la nueva República está lejos de ser la soñada. El nuevo líder Expósito gobierna de manera arbitraria: Magistral la manera en que Woody Allen ejemplifica esta arbitrariedad, con el gag en que Expósito dictamina que la lengua oficial a partir de ese momento pasará a ser el sueco (guiño a su admirado Ingmar Bergman).
Pese a que la política es el nexo conductor de la película, Bananas recoge también otras críticas: Como la realizada a los medios de comunicación, con esa loca y absurda escena final en que la noche de bodas de Fielding Mellish y su amada activista Nancy se convierte en un espectáculo televisivo cual pelea de boxeo.
La escena final de Bananas es una crítica a la actual “telebasura”, que convierte en espectáculo la vida privada.
No faltan, tampoco, otros leitmotivs de la filmografía de Allen que ya en 1971 empezaban a tomar cuerpo: Como la complejidad de las relaciones personales (“me falta algo”, le dice Nancy, sin saber concretar qué es lo que le falta) o la inmadurez de Fielding Mellish “emocional, sexual e intelectual”, le dice ella. Inmadurez recurrente, por otro lado, en buena parte de los personajes que posteriormente interpretaría Woody Allen.
Otros aspectos de la película, sin embargo, son exclusivos de Bananas: Como el hecho de que esté rodada parcialmente en Puerto Rico o la música latina elegida para el inicio de la película (Quiero la noche), muy diferente a las habituales soundtracks de sus películas.
Fuente: menéame.net