Opinión

15 Aniversario de El Extremo Sur / Periodismo, política y medios

Por Alfredo Luenzo* (Especial para EES).

Aunque fueron escritos hace 100 años, dos libros del escritor Upton Sinclair son de gran utilidad para comprender lo que sucede en la Argentina de hoy. Uno es “La Jungla”, publicado por primera vez en 1906. El otro es “La ficha de bronce. La prostitución del periodismo”, aparecido originalmente en 1919. La actualidad de ambas obras dentro de nuestro país es estremecedora.

Upton Sinclair nació en Estados Unidos en 1878 y murió 90 años más tarde. Escribió 92 libros y 29 panfletos. En 1947 ganó el premio Pulitzer. Promovió el movimiento en la literatura y el periodismo de Estados Unidos conocido como muckrakers (escarbadores de la basura), caracterizado por la producción de obras de fuerte crítica social. Se involucró en experimentos sociales, apoyó económicamente –y vivió– en cooperativas y promovió el consumo de comida sana. Hombre de izquierda, fue candidato a gobernador por el Partido Socialista en 1926 y 1930, y por el Partido Demócrata en 1934.

No obstante la calidad de su obra, sus escritos han sido relativamente olvidados. Sin embargo, su nombre se reactualizó hace algunos años a partir de que la película “Petróleo sangriento”, de Paul Thomas Anderson. La cinta está inspirada en la obra Oil! (¡Petróleo!), de Upton Sinclair.

Upton Sinclair publicó con sus medios “La ficha de bronce” en 1919, ya que no pudo encontrar una editorial comercial que lo hiciera. Durante los primeros 10 años imprimió 150 mil ejemplares. The New York Times se negó a que la obra fuera anunciada en sus páginas.

Según el autor, es “el libro más importante y peligroso que jamás he escrito”. La tesis central, demostrada con múltiples ejemplos que nunca pudieron ser refutados, es que el periodismo estadounidense es una institución de clase que sirve a los ricos y menosprecia a los pobres.

Allí desarrolla una analogía entre los periodistas y las prostitutas, analizando la agenda, ideología y políticas de las elites que poseen y controlan los medios de comunicación. Sostiene que la perversión de la prensa y la traición a la opinión pública no es casualidad, sino hechos deliberadamente planeados e instrumentados.

Quienes iniciamos el romántico recorrido del periodismo apenas dejada la adolescencia, aún tuvimos aquí –al fin del mundo—la sana posibilidad de formarnos en medios de prensa que privilegiaban lo ideológico a lo económico.

A principios de la década del setenta, y sobre todo en el interior del país, prosperaban –con humildad y escasos medios—columnas de opinión como las que aparecían en el diario Río Negro, que dirigía Rajneri; César Jaroslavsky (Entre Ríos); Roque González (El Patagónico);  Segovia (en Río Gallegos), Feldman Josin (Esquel y Trelew, Jornada). Y muchos otros de pequeñas ciudades y pueblos pampeanos y del norte del país.

Incluso las escasísimas emisoras de capitales privados eran escuelas de un periodismo al servicio de la gente sin sesgos ni imposiciones; y mucho menos silencios interesados, o difamaciones de improbable comprobación.

Eran un saludable equilibrio con la inmensa mayoría de la radiofonía y la televisión, que se mantuvieron en manos de los gobiernos de turno hasta concluido el gobierno de Raúl Alfonsín.

Hacían gala de crítica fundada; sin exageraciones ni sesgos extorsivos. Eran tiempos donde no se concebía siquiera la existencia de “pauta oficial”, más allá de los avisos obligatorios de ley, como los edictos judiciales, avisos licitatorios, o la publicación cada 30 de Junio del Balance contable de la Administración Pública!... cosa que no se cumple desde antes del retorno de la Democracia.

Hubo dos “golpes de gracia” fatales para la buena praxis profesional. Que es lo mismo que decir para la salud mental del público. El primero, durante el Proceso, con la turbia expropiación de Papel Prensa a la familia Graiver, y su complaciente entrega a los cuatro medios más poderosos del país.

Allí comenzó a gestarse la enfermiza concentración de poder mediático que condicionó en forma terminal a los pequeños diarios del Interior del país, que debieron empezar a importar papel de Sudáfrica, Canadá o Chile, por las maniobras de dumping que ejerció sobre su suerte el monopolio acordado entre Clarín, La Nación, La Prensa y La Razón.

El remate fatal, siempre bajo el amparo de legislación inválida (pero aún vigente) de aquel proceso de facto, fue el festival de entregas a manos privadas, de la televisión, la radiofonía y la telefonía puesta en práctica por el menemismo.

Ya nada pudo volver a ser igual. La extraordinaria concentración del poder que devino en multimedios que manejan negocios extraordinarios en nombre del periodismo, nos han puesto –un siglo después de Upton Sinclair—en manos de un descomunal mecanismo de lavado de conciencias, al que poco pueden hacer mella los voluntariosos libre pensadores de las redes sociales. (Terreno, claro está, en el que también han puesto su garra esos emporios, con ejércitos de “trolls” informáticos inventando “la pos-verdad”.-)

Bajo ese paraguas, es muy poco lo que se puede aducir, sobre la realidad y el futuro de la intrínseca relación de periodistas/medios/política. Campea un inquebrantable disciplinamiento, que afecta ya no solo a los trabajadores de prensa, a los noveles aprendices de la comunicación social, y la sociedad en su conjunto que desespera por discriminar mil y una versiones interesadas; sino a los mismos poderes del Estado y en especial al que debiéramos poseer como el más sagrado: el de la Justicia.

Quizás, volviendo a tiempos más románticos, tal vez convenga recordar una certeza  que coronó el principio y el final del primer peronismo: “con tiza y con carbón, votamos a Perón”; y –ya en palabras del controvertido líder-- …”-Gané cuando tenía a todos los medios en mi contra, y perdí cuando los tuve a todos a mi favor”.

De un modo u otro, y para redondear casi un homenaje al visionario norteamericano que comentábamos al principio, corresponde como conclusión tener presente a otro extraordinario estadista estadounidense: Abraham Lincoln, cuando decía:

--“Se puede engañar a todo el mundo algún tiempo. Se puede engañar a algunos todo el tiempo. Pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo."

 

*Senador de la Nación. Ex periodista y empresario de medios.