Sociedad
Palabras para LatinoaméricaPOR GRUPO LOS ALTARES. Comodoro Rivadavia – Trelew. EES 124
A los que me desean la muerte,
yo les deseo mucha vida para que vean cómo
la revolución avanza.
Hugo Chávez Frías, Comandante.
Se murió Chávez. Así titula la televisión. Así repiten todos los canales, aunque pasemos de uno a otro sin (querer) entender. Se murió Chávez. Así, sin más.
Y entonces llamamos a un compañero, para ver si es verdad. ¿Es verdad? Verdad es que hace diez años que un grupo de presidentes y presidentas, de la mano de sus pueblos, comenzaron a transformar. Verdad es que hemos caminado. Verdad es que se equivocan, todos los días, como nos equivocamos todos los que hacemos. Verdad es que recuperaron la dignidad para nuestros pueblos. Verdad es que nuestro Caribe tomó la pluma para reescribir su historia de dependencias y empezar un nuevo día. Verdad es que enterraron el ALCA. Verdad es que echaron a volar el fin de la historia para recuperar el rol del Estado como creador de posibilidades, allí donde el mercado solo excluye. Verdad es que transformaron con alegría. Verdad es que recuperaron el valor de la estrategia para pensar hacia adelante. Que usaron la creatividad para esquivar las trampas de quienes nos acechan, para mantener en alto las banderas de nuestra autonomía de vuelo. Encontrarse con alguien (con muchos), para saber que no estamos solos. Porque Néstor nos enseñó a llorar juntos, a reír juntos, a espantar los fantasmas. A que la tranquilidad, aun en la pena, está en las calles, donde están los pueblos. Y que la pena se transforma en militancia.
La revolución es la felicidad, de repente. Es el presupuesto ético detrás del cual caminan nuestros pueblos. Levantar el teléfono, en la tristeza que no cesa, y del otro lado alguien que dice: “Es la responsabilidad generacional de la herencia”. ¿Qué nos queda a los hijos e hijas de la democracia? ¿Qué nos queda a quiénes crecimos bajo el ala del mercado? ¿Qué nos queda a quienes hemos sido testigos de que la prepotencia del trabajo y la militancia nos lleva a las victorias? A las pequeñas, inconmensurables, pero ciertas victorias. Porque aprendimos que revolución es sentido del momento histórico.
Las palabras no entienden lo que pasa. Los pueblos latinoamericanos aprendimos que la justicia se hace en el corazón. Aprendimos que casi siempre, quien se va, tiene todavía tanto más para darnos. Las palabras no entienden lo que pasa, y sin embargo aquí estamos, intentando mezclarlas y compartirlas, para que duela menos. Para que el peso se reparta, como se reparten las penitas.
“La responsabilidad generacional”, dice. A los que nos desean la muerte, a los que nos desean el tropiezo, a quienes celebran los errores, a quienes ponderan los fracasos, a quienes entronizan los viejos regímenes. A ellos, ni palabras. A ellos, ni explicaciones. A ellos, la mayor de nuestras victorias. La sonrisa de los humildes. La vereda de nuestros pibes. La mesa servida de nuestras familias. El amor de nuestros hermanos. A ellos, las fábricas que humean. Los caminos que viven. Las ruedas que giran. A ellos, las plazas que se llenan, los viejos que celebran, el trigo que se hamaca. A ellos, el café que crece, el pescador que vuelve a casa. A ellos, el maestro que aprende y la alumna que enseña. A ellos, las madres y las abuelas y los HIJOS. A ellos, el mar que no cesa. A ellos, nuestra mayor victoria. La certeza de que es posible porque hemos sido testigos. Esta generación que ha sido testigo de las revoluciones, y ha sabido latirlas y llorarlas.
Y así dijo algún otro Comandante: “Nosotros, que venimos de atrás, que fuimos conquistados, que fuimos explotados, que fuimos esclavizados a lo largo de la historia, ¡Qué ideas maravillosas podemos defender hoy! ¡Qué ideas tan justas pueden ser nuestras ideas! Y podemos pensar en términos latinoamericanos, y hasta en términos mundiales: ¡Qué lejos hemos llegado los esclavos!”
Aquí queda el semillero, mano firme y corazón batiente. Hasta siempre, Comandante.
A los que me desean la muerte,
yo les deseo mucha vida para que vean cómo
la revolución avanza.
Hugo Chávez Frías, Comandante.
Se murió Chávez. Así titula la televisión. Así repiten todos los canales, aunque pasemos de uno a otro sin (querer) entender. Se murió Chávez. Así, sin más.
Y entonces llamamos a un compañero, para ver si es verdad. ¿Es verdad? Verdad es que hace diez años que un grupo de presidentes y presidentas, de la mano de sus pueblos, comenzaron a transformar. Verdad es que hemos caminado. Verdad es que se equivocan, todos los días, como nos equivocamos todos los que hacemos. Verdad es que recuperaron la dignidad para nuestros pueblos. Verdad es que nuestro Caribe tomó la pluma para reescribir su historia de dependencias y empezar un nuevo día. Verdad es que enterraron el ALCA. Verdad es que echaron a volar el fin de la historia para recuperar el rol del Estado como creador de posibilidades, allí donde el mercado solo excluye. Verdad es que transformaron con alegría. Verdad es que recuperaron el valor de la estrategia para pensar hacia adelante. Que usaron la creatividad para esquivar las trampas de quienes nos acechan, para mantener en alto las banderas de nuestra autonomía de vuelo. Encontrarse con alguien (con muchos), para saber que no estamos solos. Porque Néstor nos enseñó a llorar juntos, a reír juntos, a espantar los fantasmas. A que la tranquilidad, aun en la pena, está en las calles, donde están los pueblos. Y que la pena se transforma en militancia.
La revolución es la felicidad, de repente. Es el presupuesto ético detrás del cual caminan nuestros pueblos. Levantar el teléfono, en la tristeza que no cesa, y del otro lado alguien que dice: “Es la responsabilidad generacional de la herencia”. ¿Qué nos queda a los hijos e hijas de la democracia? ¿Qué nos queda a quiénes crecimos bajo el ala del mercado? ¿Qué nos queda a quienes hemos sido testigos de que la prepotencia del trabajo y la militancia nos lleva a las victorias? A las pequeñas, inconmensurables, pero ciertas victorias. Porque aprendimos que revolución es sentido del momento histórico.
Las palabras no entienden lo que pasa. Los pueblos latinoamericanos aprendimos que la justicia se hace en el corazón. Aprendimos que casi siempre, quien se va, tiene todavía tanto más para darnos. Las palabras no entienden lo que pasa, y sin embargo aquí estamos, intentando mezclarlas y compartirlas, para que duela menos. Para que el peso se reparta, como se reparten las penitas.
“La responsabilidad generacional”, dice. A los que nos desean la muerte, a los que nos desean el tropiezo, a quienes celebran los errores, a quienes ponderan los fracasos, a quienes entronizan los viejos regímenes. A ellos, ni palabras. A ellos, ni explicaciones. A ellos, la mayor de nuestras victorias. La sonrisa de los humildes. La vereda de nuestros pibes. La mesa servida de nuestras familias. El amor de nuestros hermanos. A ellos, las fábricas que humean. Los caminos que viven. Las ruedas que giran. A ellos, las plazas que se llenan, los viejos que celebran, el trigo que se hamaca. A ellos, el café que crece, el pescador que vuelve a casa. A ellos, el maestro que aprende y la alumna que enseña. A ellos, las madres y las abuelas y los HIJOS. A ellos, el mar que no cesa. A ellos, nuestra mayor victoria. La certeza de que es posible porque hemos sido testigos. Esta generación que ha sido testigo de las revoluciones, y ha sabido latirlas y llorarlas.
Y así dijo algún otro Comandante: “Nosotros, que venimos de atrás, que fuimos conquistados, que fuimos explotados, que fuimos esclavizados a lo largo de la historia, ¡Qué ideas maravillosas podemos defender hoy! ¡Qué ideas tan justas pueden ser nuestras ideas! Y podemos pensar en términos latinoamericanos, y hasta en términos mundiales: ¡Qué lejos hemos llegado los esclavos!”
Aquí queda el semillero, mano firme y corazón batiente. Hasta siempre, Comandante.