Sociedad

Última carta a Marcelo (Guinle)

Director
Marcelo,

he escrito sobre vos muchas veces, desde que te conocí en los lejanos tiempos de Néstor Perl. Esta carta es diferente, porque ya no estás en este mundo y no podrás leerla.

Te fuiste a ese lugar al que iremos todos, sin llorar ni hacer de tu lucha con el dolor una cruz para los otros.

Por primera vez, dejo de lado la clásica tercera persona del periodista para escribir estas líneas que otros leerán.

La muerte nos apremia con su silencio, pero dar testimonio puede servir para interpretar una parte de tu legado, cuando la sociedad parece desintegrarse en sus valores y la política vaciarse de contenido.

No haré una hagiografía ni expondré tus logros como hombre de la democracia, que fueron muchos. No te gustaría eso, y esta vez no podrás llamarme para criticar lo escrito, como cuando eras intendente de Comodoro y las notas que publicábamos en El Patagónico desataban tu desacuerdo.

A veces convocabas conferencias de prensa muy temprano, para exponer tus diferencias con el diario del día sobre el escritorio. No siempre, pero eso solía conducir más tarde a un encuentro, y a un diálogo que se fue profundizando con el tiempo.

Habías aceptado que trabajáramos en un libro de entrevistas que repasaría tu historia en la política. Ahora solo quedan unas páginas que nunca verán la luz. Siempre había otras urgencias, y no hay como el tiempo para pasar.

El esbozo del índice de ese libro que jamás existirá –al menos como un diálogo insustituible– incluye tu relación personal con Néstor Kirchner desde comienzos de los ’90 –recordabas esas caminatas de campaña con él por la calle San Martín y su consejo de 1999 en el despacho municipal, cuando te dijo: “quedáte un período más como intendente y en la próxima vas por la gobernación–.

Un capítulo clave iba a ser tu paso por la presidencia provisional del Senado –cuando eras el “tercer hombre” en la sucesión–, el detrás del telón de esos días de incertidumbre en que Kirchner sufrió su primera crisis de salud y tu despedida de ese cargo con elogios de todos los sectores de la oposición señalándote como un hombre de diálogo, profundamente democrático.

Al finalizar ese acto dijiste: “tantos cumplidos de los senadores de la oposición no le van a gustar a Néstor; me va a llamar”. El llamado ocurrió, pero –como tantas otras cosas que no llegaste a contar públicamente– quedará en el off the record.

En los catorce años en el Senado te convertiste en un hombre de referencia –formado, lúcido y capaz de discutir con fundamentos pero sin fundamentalismo– para propios y ajenos. Esa imagen persiste nítidamente en muchas mujeres y hombres que te conocieron en esa etapa, pero también en muchos chubutenses que acudían a tu despacho como último recurso.

En tus últimos años estabas convencido de que la historia haría una diferencia entre Néstor y Cristina Kirchner como gobernantes. Algo llegamos a grabar sobre estilos y diferencias entre ambos líderes políticos. “Néstor tenía en su celular mil números de teléfono, y hablaba con todos. Discutía, tomaba decisiones a fondo sin adelantar nada y lideraba personalmente”, contabas.

Algunas decisiones tuyas contribuyeron a forjar tu imagen crítica dentro de un sector del mundo K, como el voto a favor del 82% por ciento móvil para los jubilados. “Cómo podría volver a Comodoro y ver la cara de todos los ´viejos´ queridos si no lo hago”, dijiste entonces, aunque la orga te lo facturó.

Estabas orgulloso de haber sido intendente de Comodoro, pero creías que como gobernador de Chubut hubieras podido hacer mucho más por una ciudad caótica, empobrecida y desorientada, que veías decaer con dolor en tus últimos años. La sociedad decidió que no ibas a cumplir ese objetivo, justa o injustamente.

Eso pudo ocurrir en 2011, cuando Mario Das Neves te eligió inicialmente como candidato. Finalmente cambió de opinión, y las razones de esa decisión –que terminó señalando a Martín Buzzi– forman parte de otro atractivo capítulo no escrito.

Sin embargo, fue el propio Das Neves quien te brindó el último y merecido reconocimiento al sostener a rajatabla en la Legislatura tu postulación para integrar el Superior Tribunal de Justicia, enfrentando las “dudas” del propio FpV y las operaciones en contra de connotados dirigentes que habían sido tus amigos.

Más allá de cargos y perfiles, vos y Das Neves han marcado a fuego la política de Chubut, y la despedida del gobernador denota el respeto que te tenía, seguramente como un par al que va a extrañar.

Tu obsesión por el desarrollo del sur de Chubut y la obcecación por convertir a Comodoro en una ciudad moderna te acompañó hasta el final, incluso en la decepción y en el ejercicio de esa autocrítica despiadada que cultivabas en los últimos tiempos.

“No hicimos lo suficiente para desterrar a las mafias de la política, para elevar en serio la calidad institucional en Chubut y montar un plan de desarrollo a largo plazo que le ponga límites a las corporaciones”, me dijiste hace pocos meses.

Hiciste mucho más de lo que vos mismo aceptabas que habías hecho, pero la sociedad decide, y el pueblo es soberano.

Tu muerte es el final de un ciclo, no solo personal sino político. Tu ausencia se hará sentir. En tres décadas vi como pasabas de una mirada peronista clásica y algo conservadora a la visión de un estadista de miras amplias, capaz de criticar a tu propio espacio, ponerte en el lugar de muchos ciudadanos de a pie con empatía por su sufrimiento y de tomar distancia de todo aquello que afrentara tu dignidad y tus convicciones.

Discutimos infinitas veces, encontramos afinidades certeras y trabajamos juntos en mil aventuras de resultado incierto, que nos llevaron a recorrer hasta el último rincón de Chubut.

Todavía recuerdo escenas como esa de Aldea Escolar, donde un pequeño grupo de peronistas muy humildes te esperaban con un coro improvisado que decía: “motosierra, motosierra”. Le pedían al candidato que eras, sin eufemismos ni vergüenza, lo que más necesitaban.

El peronismo puede ser incorregible, como dijo Borges; pero también la maldición del país burgués, como escribió Cooke. Entre los límites del pragmatismo feroz y la lucecita ambigua de la justicia social te moviste. El que no tenga contradicciones que tire la primera piedra.

Creo que cerramos el círculo que va desde el desacuerdo feroz hasta la amistad y al reconocimiento del otro con sus verdades relativas.

Chau, Marcelo querido. Te fuiste con tu loco corazón y tu imagen sobria e imperturbable, incapaz de un gesto destemplado.

“Harrison Ford” te puse como apodo algo irónico a fines de los ’80, por tu sonrisa franca y tu vocación de desfacer entuertos políticos y sociales en las crueles provincias, siempre postergadas.

Así te despido ahora, haciendo honor a tu sed de hacer política para tratar de que algo fuera mejor en esta sociedad después de tu paso por esta tierra, que no fue en vano.