Política

La furia del cielo y el abandono del Estado: Comodoro a dos años del gran temporal

Por Alberto Larsen

Dos años después, las secuelas de la gran inundación continúan afectando a cientos de personas porque hay gente que perdió su casa y aún vive en condiciones precarias y porque vuelven a anunciarse por enésima vez obras -a nivel nacional y provincial- que se justifican en reparar las consecuencias de aquella lluvia histórica que afectó directa o indirectamente a todos los habitantes de Comodoro Rivadavia.

Gonzalo salió del trabajo a las ocho de la noche, cuando la lluvia empezaba a arreciar. Fue a la parada de colectivos y se enteró que habían dejado de funcionar. Buscó un taxi y se dio cuenta que no lo encontraría. Vio a mucha gente correr mientras los comercios que aún no habían cerrado empezaban a bajar presurosos las persianas. Los supermercados liberaban a su personal.

Estaba en el centro y tenía que ir al barrio Juan XXIII, tres kilómetros al oeste, pasando el Roca y el Pueyrredón -zonas hasta entonces privilegiadas-. Volvió al trabajo y esperó a que un compañero terminara su horario para regresar con él. No pudieron pasar la avenida Lisandro de la Torre porque a esa hora ya los canales evacuadores habían rebasado su capacidad y el agua corría a raudales por las calles, empantanando a los automovilistas. Decidió pasar esa noche en la casa de su papá, que vivía en un departamento céntrico donde la única consecuencia que hasta entonces tenía era una gotera en el living.

Como de repente se quedaron sin luz, decidieron ir a comer al restaurante del hotel donde se reúnen los políticos; los operadores; los que tienen ínfulas de tal condición y simples cholulos. Es que ahí sí había energía, según les dijo un amigo que solía parar allí cuando pasaba por la ciudad, como era el caso. Para entonces se les había sumado Alberto, otro amigo que había visto los videos que circulaban con el estado de la ruta 3 que lleva a Rada Tilly y decidió hacer noche en Comodoro.

El camino alternativo Juan Domingo Perón ya se había clausurado. Se hablaba de accidentes y muertos. Alberto ya tenía una experiencia parecida con la gran nevada de julio de 2001. Creyó que esta vez las consecuencias tampoco pasarían a mayores.

El lugar donde cenaron se parecía a las diez de la noche a la posada de la película Los 8 más odiados. Había de todo, menos lugares y opciones para el menú. Ya se habían quedado sin pan y era bife con ensalada o ñoquis. Lo que se mantenía aún eran los precios del día anterior. Al otro día se esperaba al gobernador Mario Das Neves, así que por ahí andaba saludando de mesa en mesa su director de Ceremonial, hoy con problemas de papeles.

El lujo de dormir

Esa noche pocos pudieron dormir bien en la ciudad. Ya se sabía que al otro día no habría clases y que habían declarado asueto en dependencias oficiales; que el transporte seguro no circularía y que seguiría lloviendo con intensidad.

Con mucha precaución, Alberto pudo volver a Rada Tilly mientras horas antes Gonzalo consiguió quien lo llevara hasta el mismo punto de la noche anterior: Roca y Lisandro de la Torre. Lo habían inquietado los llamados telefónicos de la madrugada de varios contactos que lo habían puesto al tanto de que en su cuadra todos los vecinos habían decidido juntarse en el primer piso de la única vivienda de dos plantas porque el agua había ingresado a todas las plantas bajas.

El joven solo pudo llegar a su casa usando como base los cestos de basura porque el barro había cubierto calles y veredas más de un metro en las zonas donde el agua no escurrió. Justamente el barrio Juan XXIII fue entonces de los más afectados. Sus residentes estuvieron semanas sacando lodo e intentando salvar lo que se pudiera. Fueron miles los que perdieron casi todo, principalmente electrodomésticos, mientras no faltaban evacuados ni auto evacuados (estos últimos por lo general personas mayores).

Toda la furia del cielo

En los años anteriores había llovido bastante en Comodoro cuando menos se lo esperaba. En febrero de 2010, por ejemplo, hubo una gran tormenta que se cobró tres vidas. En 2011 fue en abril cuando cayó toda el agua y en 2012 en febrero. En 2013 hubo un lunes de enero. En cada caso, los más perjudicados fueron los que vivían en barrios marginales que inmediatamente debían ser evacuados, mientras Defensa Civil repartía nylon a diestra y siniestra.

Pero lo de ese miércoles 29 de marzo de 2017 superó todo. Y eso que con días de antelación los pronosticadores daban cuenta de que caería una cantidad inusual de agua. Sin embargo, las autoridades municipales no se salieron del protocolo que venían implementando y más allá de recomendar públicamente que se tuviera precaución, la limpieza de canales y pluviales no fue todo lo rigurosa del caso. Aunque es cierto que no tuvo equivalencias la intensidad y la furia caída del cielo en forma de agua desde las 17.50 de ese día, hasta la madrugada del viernes 31. Fueron más de 36 horas de angustia, dolor, miedo, incertidumbre. Y también de solidaridad.

"Es muy grave lo que se espera para el miércoles a última hora y jueves. Aparentemente habrá marejada; eso también nos perjudica", decía un preocupado intendente Carlos Linares, que pospuso un viaje a Buenos Aires para seguir de cerca las tareas de contención y auxilio.

En la primera media hora cayeron 30 milímetros y algunos barrios ya quedaron colapsados, siendo imposible ingresar a los mismos. Las imágenes de la inundación, con vehículos arrastrados por el agua, con personas atrapadas dentro, comenzaron a circular por las redes, donde no faltaron los que temerariamente hablaban de muertos por decenas y hasta de techos de clubes que se habían venido abajo. Muchos inconscientes se hacían eco de lo peor y generaban mayor pánico. Al hoy funcionario municipal Ricardo Murcia le costó su puesto en Ambiente de Provincia por ser parte de estos mensajes catastróficos.

Y lo peor estaba por venir, ya que entre el jueves 30 y el viernes 31 de marzo la acumulación de precipitaciones fue de 232 milímetros, superando el promedio anual histórico para Comodoro medido entre 1930 y 2016. Además de colapsar el sistema cloacal, se rompieron redes de agua y gas; se vinieron abajo postes de energía; cientos de vehículos quedaron destrozados y los evacuados fueron alrededor de 7.600. Permanecían en los gimnasios municipales y también en improvisados refugios, como los salones de usos múltiples de las escuelas.

Las máquinas comenzaron a despejar barro -que arrojaban en el lugar que se le ocurría a cada chofer- y destrozaron veredas, sobre todo en el barrio Juan XXIII, que se había erigido sobre tierras que hasta 50 años antes tenían salitre. A fines de ese año 2017, desde la asociación vecinal se afirmaba que un 40% de vecinos aún no había regresado a sus hogares.

Parte del barrio Pueyrredón también quedó bajo el barro, al igual que el Moure y Km 8 donde la corriente de agua que pasó dejó casas literalmente colgadas, mientras en lugares como Los Tres Pinos se formaron grandes grietas, al igual que en la ruta que separa los barrios Médanos y Divina Providencia.

En Laprida, Mosconi, Km 17 y Caleta Córdova también hubo consecuencias graves. El barrio de pescadores, por ejemplo, permaneció aislado varios días porque el puente que lo unía con Km 8 fue destruido. Hoy cada tanto, el gobierno de Arcioni, informa que el reemplazo definitivo lo construye Vialidad Provincial en Trevelin y que en cualquier momento lo instala. En rigor ya ha traído material y en estos días se puede ver a operarios trabajando. Mientras tanto se apeló a un relleno que provoca desniveles en la ruta y que desde entonces provocó varios accidentes, algunos mortales.

En forma directa, el temporal se cobró una vida: un enfermero de 44 años fue arrastrado por el agua cuando asistía a su trabajo en la mañana del jueves 30. En esas horas también murieron dos hombres más. Uno de ellos al comenzar a llover, en un accidente camino a Caleta Olivia; el otro por un incendio en su casa provocado por un cortocircuito.

Las otras pérdidas

Según un relevamiento de la Cámara de Comercio, esa tormenta le costó a la ciudad 80 millones de pesos (el dólar aún no había llegado a 20 pesos), mientras 180 productores radicados en los nuevos asentamientos de la zona norte sufrieron importantes pérdidas. Hubo 18 días sin clases y muchas escuelas recién pudieron reiniciar su actividad en el siguiente ciclo, en 2018. Hay una primaria que directamente debe ser construida a nueva. Está ubicada cerca de las 1008 Viviendas.

El equipo de Geografía Acción y Territorio de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco registró casi 4.000 daños domiciliarios y 190 en la vía pública, con 400 "casos sensibles". Para tener una idea hay que recordar que solo en el barrio Laprida (noroeste de Comodoro) 35 viviendas sufrieron destrucción total; 50 daños en estructura medianamente importantes y otras tantas contabilizaron daños de recuperación ligera.

Según la misma fuente, no pocos de los afectados con la tormenta decidieron ampliar sus paredones o construir compuertas, mientras aguardan las obras hídricas que representarían una solución definitiva. Las mismas son anunciadas desde entonces, cada tanto, por un peculiar funcionario nacional, el secretario de Planificación Territorial, Fernando Alvarez de Celis, quien en 2017 terminó haciendo campaña con Gustavo Menna en su carrera por una banca de diputado en el Congreso.

La paranoia sin fin

Las secuelas que dejó el fenómeno climático fueron de tal magnitud que dos años después son muchos los que temen que se repita cada vez que comienza a llover. Y hasta dio para "negociados" en nombre de la atención de la "emergencia climática" que motivaron el inicio de otra causa por corrupción a ex funcionarios provinciales.

En el municipio comodorense, en tanto, el Tribunal de Cuentas encontró incongruencias entre las "horas máquina" que facturaron algunos contratistas con la cantidad de tiempo que pudo haber trabajado alguien en un día con 18 horas útiles.

Hace una semana, el gobernador Arcioni anunció el llamado a licitación para obras de contención en el arroyo La Mata, desbordado durante la inundación de 2017, provocando consecuencias entre los residentes del nuevo barrio Los Arenales, ubicado a la vera de la ruta 26. Recientemente, también aseguró que reparará el camino alternativo que lleva a Rada Tilly, inutilizable desde aquellos días de 2017.

Y hay gente que sigue padeciendo el abandono del Estado. "Estos módulos ya caducaron; tenían de utilidad un año. Somos 35 personas, entre adultos, adolescentes y niños y compartimos una sola ducha", expresó también hace una semana María Olima, una de las tantas afectadas con la pérdida de su casa en el barrio Laprida por el agua que corrió hace dos años y que hoy pasa sus horas en una casilla montada en un baldío. Les dijeron entonces desde Nación que tenían prioridad para acceder a una vivienda digna.