Cultura

El gran narrador neuquino Héctor Mendes presenta sus cuentos completos

Por Gerardo Burton.

Estos relatos se sostienen como ficción, no como testimonio, dice Héctor Mendes. Los personajes históricos se solapan y toman otros nombres, protagonizan y ejecutan acciones distintas que quizás tengan, en algún punto, un contacto con los hechos tal como ocurrieron.

Dice que una de sus fuentes es la historia, "no los grandes hechos sino el pie de página". Es la punta de un hilo que el lector va desmadejando para recorrer ese camino inverso que parte del relato y llega al hecho que lo origina. En esa ficción que se quiere libre -que el autor quiere libre-, la anécdota, el hecho, los protagonistas quedan bajo capas de ficción que los metamorfosean. Se sostienen como ficción, no como testimonio, dice Héctor Mendes, como para aclarar, por si fuese necesario, que lo suyo es literatura. A tal punto, que los personajes históricos se solapan y toman otros nombres, protagonizan y ejecutan acciones distintas que quizás tengan, en algún punto, un contacto con los hechos tal como ocurrieron. O que ocurrieron de distinta manera en otras dimensiones del tiempo y del espacio, en otro pliegue de esto que llamamos universo y que transcurre en infinitos planos paralelos, acaso simultáneos. Sin embargo están ahí, reconocibles, queribles, con su capacidad para despertar pasiones más o menos confesables: Felipe Varela, Brown, un lejano Francisco Pascasio Moreno encarnado en un descendiente ficcional del matador de Catriqueo, un lonco también ficcional cuya cabeza adorna un museo.

En noches de insomnio había imaginado la proclama. Se había paseado por el dormitorio recordando los crímenes del gobierno nacional y había enronquecido lanzando, con el puño en alto, juramentos de reparación hasta quedar dormido sobre la cama, con la ropa y las botas puestas, soñando con el tono y las modulaciones del llamado a la rebelión. Las palabras que después leía el Secretario, una vez pasado en limpio el fervoroso dictado, no eran las que había imaginado en sus sueños y soliloquios. La gramática, protestaba el Coronel, es una vieja tramposa. La música de las batallas, págs. 92-93

En la tarde de verano, la conversación telefónica une mil doscientos kilómetros con el pretexto de hablar sobre "El otoño de los grillos y otros cuentos", que hace unos meses publicó Espacio Hudson, la editorial de Cristian Aliaga en Rada Tilly -Chubut- y que se presentará el 13 de marzo en la ciudad de Neuquén en el local del gremio Sejun. Ahora Mendes vive en el barrio de Saavedra, en el norte de esa ciudad a la que le dicen CABA pero es todavía Buenos Aires. Desde allí, hablará del cuento, de la literatura, de la necesidad de la poesía. Recordará el inicio de su exilio interno cuando se fue de La Plata en 1974 y se instaló con su familia en Neuquén. Recordará el final de esa década y los comienzos de la siguiente cuando se incorporó a los talleres -ya legendarios- que Nicolás Bratosevich coordinaba en General Roca y que representaron el primer gran impulso a la literatura de esta parte de la Patagonia. Fueron una bisagra, quizás piense, entre la escritura anterior a esos años y la que comenzó a producirse después en esta parte del país. Cierto: hacia el final de la dictadura, luego del primer gran taller, hubo una segunda instancia, reducida y con la selección de Bratosevich. Allí estuvieron Lilí Muñoz, Cristina Ramos, Clara Vuoillat, Graciana Miller, Jorge Douglas Price, Alberto Brandi y Haydeé Massoni, entre otros-. Silvia Mellado también apunta en esta lista a Eduardo Palma Moreno, más tarde uno de los fundadores y director de la revista Coirón, órgano difusor del Centro de Escritores Patagónicos, CEP. Lo cierto es que este grupo se constituyó en el pasaje entre la literatura del territorio, más vinculada con lo regional, y llevó la producción literaria y poética de esta parte de la Patagonia a esa suerte de cosmopolitismo, entendido como diversidad de corrientes, estéticas y tendencias, que la caracteriza desde hace más de tres décadas. Ejemplos son la narrativa de Mendes, la de Mariano Villegas y Diego Angelino, que se metieron con cualquier tema y con cualquier personaje, como está dicho. Y en eso abrieron un camino. Pero también se sumergen en el paisaje local: como quien pinta la luz del Valle o el sepia del viento polvoriento, Mendes describe como pocos la primavera en la ciudad donde vivió durante treinta años:

Cada primavera desanuda en el desierto la furia del aire. Las ráfagas frenéticas entran a la ciudad, la invaden con torbellinos de polvo, le oscurecen el cielo. Vuelan por el pavimento reseco de la Avenida las ramas de coirones y cardos. La bruma de tierra cae sobre los techos con el sonido de una lluvia seca. El sol se opaca en un círculo descolorido y se respira un aire turbio. La gente se vuelve malhumorada, irritable. Se cierran puertas y ventanas y sólo se sale lo necesario. Durante horas, en los cuartos sofocados por el polvillo áspero que a pesar de todo penetra silbando por los intersticios, semiran unos a otros las caras grises y se odian como nunca. A veces, en la noche, sobreviene la quietud, y en el silencio repentino se trata de adivinar las señales: el viento se ha ido ya, es sólo una tregua, ahora recomienza. Hume en primavera, pág. 49

Esos talleres eran un lugar de resistencia, dice Mendes. Como en otros sitios y en otras épocas, la literatura representó no sólo un refugio sino un lugar desde el cual recuperar y sostener ideas, actitudes, compromiso, existencia. Pero también "aprendimos a leer los relatos de otra manera. Con Borges, por ejemplo, pasó eso", indica, como si subrayase la valoración literaria más allá de las posiciones políticas. Mencionará que al principio se apoyaba en pocos autores, "que han quedado a lo largo de estos años: Horacio Quiroga, no por la temática sino por el tratamiento narrativo; William Faulkner, que es difícil pero muy necesario. Y bueno, Onetti, Cortázar, Borges" reitera. Para él, Cortázar "es inagotable: trabaja la realidad al límite, hasta cuando se torna absurda. Hay un extrañamiento de lo real y entonces viene el absurdo, que señala la falta de lógica que tienen los sucesos. Tiene una alta conciencia técnica, una construcción narrativa muy sólida", y aquí también hay alguien que Mendes no señala pero ronda en el aire de la conversación: el uruguayo Felisberto Hernández. Escribe en ese contexto donde el cuento rioplatense encuentra su originalidad: considera que es una atracción que viene de la infancia, con las primeras lecturas de Verne, de Salgari, de Mark Twain, "donde hay un firme sentido del relato. Son autores de las primeras décadas del siglo pasado, pero siempre muy interesantes" en sus planteos narrativos.

Ahora habla sobre la supervivencia del cuento en la Argentina. Es como la historieta, argumenta, "impregna las generaciones nuevas"; además, es un género que adquiere cierta originalidad en estas costas -él dice en el Río de la Plata-. Cierto: atrae a escritores y lectores "por su brevedad, porque es un género moderno que juega con la sorpresa. Hay una destreza en la escritura. Se escribe pensando cómo se va a leer, quién lo va a leer". Como si la ficción fascinara a tal punto que produce un hechizo, como si la invención superase la materialidad de un hecho. Como si el relato de una película superara a esa película exhibida en un cine. Y de hecho, eso pasa.

En el último de los cines, al fondo de la calle, estaba el Excelsior. Se dedicaba a reponer viejas películas. Anunciaban en cartel "Casablanca". Me decidí.

El corazón golpeándome en el pecho, casi temblando, entré así por primera vez al vientre sombrío y cálido de una sala de cine.

La emoción no me dejó entender del todo donde estaba. Me senté en una butaca del extremo del pasillo. Cerré y abrí los ojos varias veces. Pasaron algunos segundos antes de que advirtiera que esas imágenes grises que se movían en la pantalla se correspondían vagamente con una escena de "Casablanca".

Al asombro, siguió el malestar.

A medida que corría la película, empecé a experimentar desasosiego. ¿Qué tenían que ver esas toscas caricaturas con los personajes reales? El zumbido del proyector a mis espaldas sonaba como una burla. Los personajes parecían marionetas inexpresivas. El bar de Rick era un escenario de cartón pintado. Rick era petiso, cabezón, de hombros estrechos y movía la boca de costado para disimular una voz entre chillona y gangosa. La decepción fue creciendo cada vez más. Lo que el parpadeo de la pantalla me devolvía era una mala imitación de la verdadera historia. Sólo me hizo dudar el rostro de Lisa; me costó mantener a la verdadera Lisa, que era pelirroja y con labios pintados de rojo suave. El hombre que iba al cine, págs. 208-209

Cuenta que en Buenos Aires, en este último tiempo trabajó con el poeta Rodolfo Alonso un libro de poesía, "Cantar a la intemperie", que publicó la editorial cordobesa Alción en 2014 y que se presentó en la Biblioteca Nacional. "El otoño de los grillos..." reúne veinte textos agrupados temáticamente o por atmósferas. La mayoría fue publicada en antologías, revistas literarias y publicaciones post-concursos. "Están casi todos los cuentos, salvo tres o cuatro que quedaron fuera por cuestiones de coherencia interna". Habla de las dificultades del mercado editorial en la Argentina y en nuestros países. Sabe que se distribuyen -cita ejemplos de editoriales porteñas que tienen alcance nacional- pero para él siempre hay una incógnita, asegura, que es saber "cómo se distribuyen; cómo funciona la circulación comercial de los libros hasta tal punto que no se puede determinar si se leen y, en ese caso, quién los lee". Ésta de Espacio Hudson es la cuarta edición de su obra en editoriales de la Patagonia, y la primera que reúne todos sus cuentos. El resto fueron participaciones parciales en antologías, recopilaciones de concursos y revistas literarias.

Datos biobibliográficos

Héctor Mendes nació en 1941 en La Plata, provincia de Buenos Aires. Allí estudió letras en la universidad pública y en 1974 se radicó en la ciudad de Neuquén con su familia, donde vivió durante treinta años. Actualmente reside en Buenos Aires.

Es narrador y poeta, y además es profesor en ciencias de la educación y magister en sociología de la cultura. Enseñó en las universidades nacionales de La Plata y del Comahue.

Publicó en poesía El amanecer de los días perdidos (2003) y Cantar a la intemperie (2014) y tiene inédito Aproximación al pájaro maltrecho. Publicó en coautoría La Escuela en el Cuerpo (1999) e integró el consejo de redacción de la revista Crítica Educativa. Su obra obtuvo premios nacionales e internacionales y fue incluida en antologías como Cuentos de hoy mismo (Círculo de Lectores, 1982), Primer Concurso Literario (EUDEBA-APDH, 1986), Cuento patagónico, (Neuquén, Fundación BPN, 1991), Cuentos regionales argentinos (1992), Sur del Mundo. Narradores de la Patagonia (1992), Narraciones Cardinales "20 escritores argentinos de la segunda mitad del siglo XX" (1996), Patagónicos. Narradores del país austral (1997); II Concurso Nacional de Cuentos Eduardo Gudiño Kieffer (2005), Sexta Antología de Cuento y Poesía Leopoldo Marechal (2008), Último círculo y otros cuentos (2010), Cuentos Rioplateados. Dos siglos, dos orillas (2010).

El otoño de los grillos y otros cuentos, que publicó este año Espacio Hudson, será presentado en Neuquén capital el próximo 13 de marzo a las 19 en el local del gremio judicial, Sejun, en La Rioja 486.

Fuente: Va Con Firma