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Romper el silencio frente a la cultura del acoso: una decena de denuncias contra Brieger destapa las tramas de impunidad

Después de darse a conocer varias denuncias contra el periodista y sociólogo Pedro Brieger, esta semana el colectivo Periodistas Argentinas publicó un informe en el que recupera múltiples testimonios de las víctimas, al tiempo que exige medidas de reparación y respuestas institucionales. Las últimas denuncias fueron la gota que colmó el vaso, pero, como bien indica el texto del colectivo, las experiencias se remontan a los ‘90. En los testimonios se evidencia como la cultura patriarcal diversifica sus expresiones: las violencias aparecen en los espacios de trabajo, en las universidades, contra colegas, alumnas y trabajadoras. Este caso es apenas la punta del iceberg de una industria periodística fuertemente imbricada en prácticas machistas.

En total, son 19 testimonios que relatan la manera en la que Brieger se dirigía de manera inapropiada a colegas y estudiantes, con preguntas sexuales directas, acoso en plena clase y comentarios sexualizados en la cotidianeidad. Muchas de las víctimas debieron dejar su trabajo a raíz de las violencias; otras vieron impedido su derecho a cursar las materias universitarias donde se cruzaban con él.

"Escuchamos sus testimonios y compartimos sus lágrimas, impotencia y vergüenza. Tratamos de reflexionar lo que cada relato iba hilvanando. Una forma de actuar que había logrado dejar sin palabras y sin respuestas a todas y cada una: periodistas, académicas, alumnas, empleada, vecina. Comenzaron así a surgir las preguntas que también compartimos en este informe, con la convicción y la esperanza de que ha llegado el momento de construir socialmente las respuestas. No es el objetivo de este informe el escrache", comienza el informe.

La batalla contra el silencio

Hablar no siempre es la opción más fácil. Muchas sobrevivientes expresaron la dificultad de contar lo que habían experimentado, sobre todo en la medida en que Brieger ganaba prestigio y reconocimiento.

"En ese momento no le dije nada a mi jefe, no era un contexto cómodo para hablar algo así. El 99% de la delegación eran hombres. Seguí trabajando como mecanismo de defensa. Lo bloqueé. Lo negué. Pasó el tiempo y él aparecía en todos lados. Yo veía que ganaba premios y que cada vez tenía más visibilidad y más poder. Me daba miedo dar la cara y exponerme", relata una periodista afectada. Brieger le pidió que le llevara un audio de una conferencia a su habitación del hotel, en el marco de una cobertura internacional, y al llegar lo encontró desnudo y masturbándose.

Entender quién tiene poder y quién no en una sociedad es también clave para comprender los sentimientos que generan estas experiencias, desde asco y humillación hasta la culpa y el miedo. Varias de las denunciantes eran alumnas de Bireger, colegas más jóvenes o profesionales que recién empezaban su carrera, y comentan la dificultad de enfrentarse a una situación así cuando el victimario es más poderoso, más reconocido, más visible.

"Tenía 25 años, daba mis primeros pasos en el periodismo. Él era bastante más grande que yo y un referente en temas internacionales. Cuando me presenté, le dije que quería dedicarme de lleno a lo internacional, que me gustaría que me contemplara si encaraba una búsqueda laboral. Me dijo que no tenía nada concreto para ofrecerme, pero que podía ayudarlo con las noticias sobre Siria, algo que comencé a hacer sin percibir un salario. Este trabajo no remunerado se mantuvo unos meses y a la par cursé su materia de Sociología de Medio Oriente (UBA). Un día fui a hacerle una entrevista para un portal digital en el que trabajaba. Me citó en el centro cultural Caras y Caretas, donde hacía su programa de radio, en la AM750. Fuimos al hall y mientras lo entrevistaba se masturbó ahí mismo, delante mío, mientras yo le pedía por favor que no lo hiciera. Había gente cerca, pero no le importaba nada. Me llevó años entender que no había tenido la culpa".

La primera denunciante, Agustina Kämpfer, rompió el silencio en 2012, acusando al flamante ganador del Martín Fierro. Pero nadie la escuchó. "Se refería así a una personalidad pública que en el ámbito periodístico y académico había acumulado posiciones y prestigio", describe el informe. El proceso de reparación comienza catorce años más tarde, cuando la periodista Cecilia Guardatti comentó un posteo de una nota sobre Brieger denunciando su conducta acosadora.

Acoso y violencia laboral: los números de una cruda realidad

En 2018, FOPEA (Foro de Periodismo Argentino) publicó un informe sobre la situación de las periodistas argentinas, a partir de encuestas anónimas que completaron 405 trabajadoras en todo el país. Entre otros aspectos relacionados a la desigualdad laboral, aparecieron datos relevantes sobre el acoso en las redacciones. Un 24% de las encuestadas señaló que existieron casos de acoso y abuso en sus lugares de trabajo.

Un dato revelador mostró la poca iniciativa de los medios en la búsqueda de soluciones: el 70% de las encuestadas que dijo conocer casos de acoso en su trabajo también afirmó que no existen espacios institucionales ni protocolos para ese tipo de situaciones. Sólo el 10% dijo trabajar en lugares que cuentan con espacios de género.

Otra encuesta similar desarrollada por Periodistas Argentinas en 2019 arrojó datos similares: 85% de las encuestadas (de un total de 145) fue víctima de maltrato en el ámbito laboral, y el 80% soportó abusos de autoridad. Por otro lado, más de la mitad dijo haber sido acosada sexualmente en algún punto de su carrera por compañeros o superiores; de ese total, cinco denunciaron haber sufrido abuso sexual.

Entre los agresores y los espacios en que se perpetró la violencia, reconocieron como principales responsables a colegas (29%), en redes sociales (23%), entrevistados (17%) funcionarios (13%), en el espacio público (10%) y fuerzas de seguridad (8%).

El informe de Periodistas Argentinas habla de una "cultura del acoso". Ni las denuncias contra Brieger, ni los casos del día a día denunciados o silenciados son casos aislados. Son, en cambio, violencias sistemáticas sostenidas por múltiples actores: "La cultura del acoso encarna en una persona, pero también desnuda responsabilidades institucionales de medios públicos y privados, instituciones académicas públicas y privadas y todos y cada uno de los contextos y personas que silenciaron y naturalizaron estas violencias que son imposibles de soportar."

A su vez, el espacio digital se profundiza como escenario de las violencias, y los colectivos ven con preocupación la escalada de violencia digital contra mujeres periodistas.

Según datos de la UNESCO, el 73% de las periodistas sufrió acoso en línea relacionado con su trabajo, casi siempre por cubrir agendas de género, en el marco de un momento de respuestas reaccionarias ante las conquistas feministas de la última década. Las conclusiones de los debates llegan siempre al mismo punto: este tipo de violencia sistematizada contra trabajadoras de prensa representa un fuerte empobrecimiento de la libertad de expresión.

La trama del abuso

En el informe se subraya que esa "máquina abusadora" subyacente en cada testimonio tiene un modus operandi muy claro: un mecanismo de alianzas patriarcales que impulsa la culpa, el miedo y conduce a la impunidad.

Primero, se activa por sorpresa, busca producir humillación, paralizar a la víctima con el sentimiento de culpa, con la pregunta "¿Qué hice yo para merecer esto?", un interrogante que aparece con frecuencia en los relatos de abuso. Luego, al contarlo a quienes deberían ayudar o dar respuesta, se activa la naturalización: se relativiza, se achica, o peor, se silencia.

Desde el principio, explican, se despoja la dignidad de todo vínculo laboral y académico, "deshonrando su condición previa, que no es moral sino ética: quien enseña, cuida; quien tiene prestigio profesional, oficia de mentor y guía, protege".

El silencio y la inacción se combinan con un elemento potenciador, especialmente visible en casos que involucran a figuras públicas: "El prestigio que construyen los premios, oportunidades y espacios de visibilidad pública que acumula la conducta abusadora".

En este sentido se expresa uno de los testimonios, que corresponde a una vecina del periodista, que fue acosada en 1996: "No supe que hacer. Volví a mi casa asustada y helada, dejé el canasto y subí a la casa de unos vecinos a contarles lo que me había pasado. Ellos le tocaron la puerta, pero él no respondió. Mis vecinos me sugirieron que hiciera la denuncia. Cuando salí camino a la comisaría, me crucé con un policía de la calle y le pedí ayuda: ‘Es la palabra tuya contra la de él, ni te molestes', me dijo. Mirar para todos los costados cada vez que tenía que entrar o salir del edificio me estaba volviendo loca. Pedí dinero prestado porque no tenía un mango (criaba sola a dos criaturas) y apenas pude, me mudé."

Esa máquina abusadora culpa, inmoviliza, despoja. Para la mayoría es arduo hablar, y quienes pueden hacerlo, no siempre son escuchadas.

Otro testimonio de una alumna cuya anécdota se remonta a principios de los 2000 relata: "Me congelé, no supe que decir, me aterraba que la situación escalara. No recuerdo bien cómo salí de ese momento, pero sí que a partir de ahí intenté no volver a quedarme a solas con él, y de a poco fue abandonando esa relación profesional. Por décadas, me dio vergüenza reconocerlo, tanto ante los demás, como ante mí misma."

"Sentí asco y humillación. Me levanté inmediatamente, fui a la redacción y se lo conté a mis compañeros, que como respuesta se rieron", otra víctima, una periodista que compartió un espacio laboral con Brieger.

Otra periodista, a quien Brieger le hizo preguntas sexuales en el marco de una entrevista, habla de una respuesta parecida: "Di por terminada la entrevista, volví a mi trabajo y se lo conté a mis compañeros, que me dijeron que no exagerara, que sólo había sido un piropo".

Cada testimonio es único, pero refleja cada aspecto de esa máquina abusadora, de esa cultura del acoso que subyace en todos los ámbitos, y cuyas violencias e impunidades empiezan a ser -aunque paulatinamente- visibilizadas.

"En Argentina existen leyes para penalizar el acoso callejero, pero no para aquellos agravios que se producen en el ámbito laboral y académico: esa es la gran deuda que este informe pretende saldar y por eso mismo proponemos que se legisle específicamente este tipo de conductas abusivas, ya que no es lo mismo el comportamiento de un exhibicionista en la vía pública que el de un profesor o un colega en posición dominante: en estos casos existe una asimetría de poder que, además de humillar, busca despojar de algo a la víctima, infligiéndole este tipo de violencia", explica el informe.

En 2020, Argentina adhirió al Convenio 190 de la OIT que sanciona la violencia y el acoso en espacios laborales. Además, en 2023 se reglamentó la Ley de Equidad de Género en los Medios. Ambas normativas marcan hitos en materia de género y prevención de el tipo de violencias que describen muchas de las denunciantes de Brieger. Ahora bien, que todas las empresas periodísticas -en especial las privadas- respeten y sobre todo impulsen el cumplimiento de la normativa, es uno de los desafíos pendientes.

De la denuncia colectiva a las políticas públicas

Tanto las denuncias presentadas en los últimos años, así como los proyectos para asegurar la equidad de género en medios evidencian la doble vulnerabilidad de ser mujer y comunicadora, sumado al desafío de asegurar el bienestar de aquellas trabajadoras mujeres que son, en general, quienes sostienen las agendas de género y colaboran para desentramar este silencio.

Desde hace años se vienen visibilizando las violencias, sobre todo los distintos tipos de modalidades y las maneras en que muchos abusadores aseguran su impunidad. Los hitos feministas de la última década fueron clave en este proceso, y el trabajo de periodistas en todo el país no fue ajeno. Sin embargo, construir protocolos y respuestas institucionales a las violencias es todavía una deuda. Lo es para los medios públicos, y aún más para los privados, que frecuentemente se resisten a los cambios en materia de género.

Pareciera la víspera de otro #MeToo argentino, como el que se produjo cuando Thelma Fardín rompió el silencio, y con ello, habilitó y acompañó el relato de miles de mujeres en toda América Latina. De la misma forma que entonces se desentramó una industria cultural signada por la misoginia y la revictimización, las trabajadoras de prensa y comunicación esperan que hoy, en el mismo sentido, sea la industria periodística la que haga tambalear sus raíces patriarcales.

"Consideramos imprescindible también que Pedro Bireger pida disculpas públicas a las afectadas. Nuestro objetivo y compromiso es organizarnos y abrazarnos hasta lograrlo", concluye el informe, fruto de un trabajo colectivo.