El mundo

Historia y futuro incierto del conflicto que tiene al mundo en vilo

Por Marcelo Falak 

El ataque con cientos de misiles y drones kamikaze de Irán a Israel este sábado fue el primero a gran escala lanzado por la República Islámica contra su enemigo jurado, al que llama "Pequeño Satán" -el grande es Estados Unidos - y al que dedica en buena medida el desarrollo de un programa nuclear que más temprano o más tarde la dotará de "la bomba".

El conato de guerra no debe ser minimizado. El saldo oficial fue de 170 drones, 120 misiles balísticos y 30 del tipo crucero derribados por los sofisticados sistemas de defensa antiaérea de Israel y -dato crucial- de Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y hsta Jordania. Unos pocos cayeron en el terreno, causando daños en una base aérea. Eso sí: una niña beduina de siete años luchaba por su vida al cierre de esta nota.

Un poco de contexto

Israel es el único país de Medio Oriente con armas nucleares y su liderazgo -sostenido por años por una mayoría social- entiende que el terrorismo de grupos como Hamás o Yihad sigue siendo un precio aceptable por impedir -a través de la ocupación, la colonización, la represión e, intermitentemente, la guerra- la emergencia de un Estado palestino independiente. Más allá de la inmoralidad de la postura, ese foco de tensión sigue encendido.

Irán, en tanto, persigue su propio plan nuclear, liberado de toda posibilidad de supervisión internacional desde que Donald Trump retiró en 2018 a Estados Unidos del acuerdo que había pergeñado Barack Obama en 2015.

Si se mira la larga duración histórica, ese país se sigue autopercibiendo como un imperio, ya sea con Ciro El Grande, con la dinastía Reza Pahleví o ahora con los ayatolás chiitas. Con eso se lidia.

Si Occidente -Estados Unidos básicamente- hubiese querido alguna vez entender de verdad las amenazas que podrían acecharlo en un futuro, habría actuado de otro modo de punta a punta.

Por caso en 1953, el año del golpe contra Mohamad Mosadeq, el gobernante que nacionalizó el petróleo; también después del 11-S, cuando invadió Afganistán y luego Irak, convirtiendo por años a esos dos países en megabases propias que, sumadas a la presencia de Israel, la alianza con Arabia Saudita y otras monarquías sunitas ultraconservadoras y el poder naval en el Golfo Pérsico intensificaron la claustrofobia de la República Islámica y la percepción de que sólo el poder nuclear le daría una garantía de supervivencia a su régimen opresor. Basta con mirar un mapa.

Al menos desde 2015, en la previa del acuerdo nuclear promovido por Obama, Estados Unidos viene resistiendo una idea persistente de Netanyahu, quien gobernaba entonces y vuelve a hacerlo hoy al frente de una coalición de extrema derecha sin precedentes: atacar Irán, bombardear instalaciones nucleares, demorar la obtención de "la bomba" y arrastrar a Estados Unidos y a una poderosa coalición de potencias occidentales en su defensa ante cualquier represalia.

Trump, como se dijo, dio de baja aquel entendimiento y desconoció el consenso internacional al trasladar la embajada de su país de Tel Aviv a Jerusalén, pero no avaló esa pretensión. Hoy, en medio de esta crisis, le toca a Joe Biden atarle las manos al belicoso primer ministro.

Estados Unidos y una alianza con líneas rojas

El jefe de la Casa Blanca se impuso controlar los daños de la escalada. Todo el tiempo estuvo al tanto de los planes iraníes, obviamente por contar con información de inteligencia, pero también porque Teherán se encargó de imponerlo de sus intenciones a través de la diplomacia suiza. El ataque sería importante en cantidad de proyectiles, suficiente para que sus partidarios festejen un "triunfo" sobre Israel, pero no tendría consecuencias concretas en términos de vidas o de destrucción; tampoco afectaría a bases o intereses estadounidenses.

Como se dijo al inicio, fue una suerte de "puesta en escena" para dar testimonio del ataque israelí en Damasco. Por ahora, no mucho más.

Lo ocurrido recuerda la reacción iraní tras el atentado ordenado por Trump contra el comandante de la Fuerza Quds Qasem Soleimani. Este, considerado un héroe en su país, fue asesinado en el sur de Irak, lo que generó en enero de 2020 una represalia contra dos bases estadounidenses tan ruidosa como inocua y, al final, tolerada por Washington.

Mientras, un aún poco previsible Netanyahu busca el modo de dar respuesta a lo ocurrido el sábado y hasta fantaseó con contar al fin con la oportunidad de escalar hasta una guerra abierta. ¿Para qué, si no, ordenó ese asesinato selectivo en un complejo diplomático?

Sin embargo, Biden le respondió, en síntesis, que celebre el triunfo obtenido por los sistemas antimisiles, que Estados Unidos protegerá a Israel de cualquier agresión y que avanzará con nuevas sanciones, pero que no lo acompañará en ninguna aventura ofensiva .

Esto último es más fácil de decir que de cumplir. Si, hipotéticamente, Israel bombardeara Irán, ese país a su vez replicaría. De un modo u otro, Estados Unidos quedaría atrapado en una guerra que, del otro lado, encontraría a Rusia como defensora de Teherán y que tendría un campo de batalla más amplio que el de Israel y podría involucrar a las monarquías petroleras sunitas, algo capaz de desquiciar la economía global.

Límites para Netanyahu e Israel

Netanyahu no tiene las manos libres. La publicitada intercepción del 99% de los proyectiles persas fue obra de los sofisticados sistemas israelíes de defensa antimisilística, pero también y en gran medida, de lo hecho en el mismo sentido por los desplegados en la región por Estados Unidos y, en menor medida, el Reino Unido. Sin esa asistencia, Israel habría descubierto vulnerabilidades trágicas.

Por otro lado, los juegos de guerra iraníes fueron, al costo de unos pocos miles de millones de dólares para las partes intervinientes, una suerte de ejercicio militar, un modo de testear en la práctica la eficacia de esos sistemas de defensa, que respondieron de modo excelente a la llegada de unos 300 proyectiles, pero que serían insuficientes en caso de saturación con una lluvia más masiva. Para eso, Irán también cuenta con bases fuera de su territorio: la que le daría Hamás en Gaza si no estuviera bajo las bombas israelíes desde octubre, la de Hizbulá en el sur del Líbano, las de las milicias chiitas aliadas del sur de Irak y las de los hutíes de Yemen.

Estos son los datos nuevos de una crisis antigua. Otro, importante, es que Netanyahu enfrenta una oposición creciente debido a las causas de corrupción que enfrenta y a sus tendencias autoritarias; a las fallas de inteligencia que hicieron posible la incursión terrorista de Hamás del 7 de octubre; a la falta de resultados de la invasión a Gaza y al descrédito que le provoca a Israel la perpetración de una carnicería contra la población de ese enclave; y ahora por haber desencadenado, con su bombardeo en Damasco, el primer ataque directo de Irán al país.

El ultraderechista sobrevive por ahora sometiendo a su propia población -y a los palestinos- a un estado de guerra permanente. ¿Encontrará en algún momento límites a semejante proyecto?